Archive for octubre, 2014

CorruPPción

                Las imputaciones por la comisión de presuntos delitos producidas en los últimos días sobre destacados miembros de los gobiernos de José María Aznar, como Rodrigo Rato o Ángel Acebes, que se suman a las, no sólo imputaciones penales, sino ya sentencias firmes y condenas de otros, como Jaime Matas; la imputación al excalde popular de Toledo y expresidente regional del PP, José Manuel Molina, por un presunto delito de adjudicación irregular de un contrato y supuesta recepción de la adjudicataria de 200.000 euros para financiar la primera campaña de Cospedal en pos de la presidencia de la Junta; las imputaciones de los últimos tesoreros del PP, especialmente el famosísimo Bárcenas, reo de prisión preventiva desde junio de 2013, y las imputaciones que pesan sobre otros destacados militantes del PP por el caso Gürtel, las “tarjetas negras” de Bankia y otros casos de corrupción que salpican al partido que fundara Manuel Fraga en 1976 como AP, nos tienen especialmente descolocados, confundidos, asombrados y hasta anonadados –y, por supuesto, indignados- a quienes nos sentimos cercanos a su ideario político, somos votantes habituales suyos e, incluso, como es mi caso, hasta hemos militado en él y hemos sido cargos electos durante un tiempo.

Me resulta muy delicado tratar este tema de la corrupción que afecta al PP y de la que van aflorando casos como salen setas en un bosque frondoso, bien llovido y soleado en otoño, pero me creo en la obligación de hacerlo porque, como dijo José María Aznar en su día, “no se puede construir el futuro sobre silencios”. Está claro que la corrupción no es una lacra que salpique sólo al PP, sino que lo hace a todos los partidos, de manera directamente proporcional al poder que detentan: ahí está, por ejemplo, el escandaloso asunto de los ERE en Andalucía, que tiene a medio PSOE andaluz implicado, o el caso de los Pujol, que está dejando claro que quien “robaba” a Cataluña no éramos el resto de los españoles –porque ellos también lo son-, sino gran parte de la “famiglia” del “molt honorable President de la Generalitat”, que, presuntamente, se ha hinchado a ganar dinero de las formas más golfas e ilícitas posibles, aprovechándose de la “honorabilidad” y el poder de “Ubú” Pujol, como con todo acierto lo bautizó satíricamente en su día Albert Boadella, uno de los mejores y más brillantes catalanes que conozco, etc. etc. En esto de la corrupción, ningún partido puede echar en cara nada al rival, porque corre el riesgo de que le contesten con esta castiza y expresiva frase: “Me llama puta la Zapatones”. Y lo que ya nadie se traga, ni con espesante, es eso de que “nuestros corruptos son menos corruptos que los vuestros”. No todos los partidos ni todos sus militantes son iguales, es cierto, pero no es menos cierto que cada vez son más parecidos y en ellos, lejos de contenerse y detenerse, la corrupción se ha ido extendiendo como si de una mancha de aceite se tratara.

Es evidente que una de las muchas y más grandes diferencias que hay entre un Estado democrático y otro totalitario es que, mientras en el ordenamiento jurídico del primero se respeta la “presunción de inocencia” de un encausado, en el segundo esa presunción es de culpabilidad; es decir, en democracia hay que demostrar que un imputado es culpable para condenarlo, mientras que en dictadura, o el imputado demuestra que es inocente, o es considerado culpable, lo sea o no. Pero el derecho procesal de un país democrático, al tiempo que ha de respetar la presunción de inocencia, también consagra que nadie puede ser imputado por vía penal si un juez competente no considera que hay indicios racionales de criminalidad; es decir, si no hay evidencias notorias de que es acreedor a la imputación, por lo que todos estos casos de corrupción política que arrastramos, a los que se han sumado en las últimas semanas estos que afectan directamente a exministros de Aznar que muchos creíamos muy honorables, no son –o no deberían ser- gratuitos, ni brindis al sol, ni tienen sólo por objeto la “condena social” que el mero hecho de ser imputado supone, sino que están jurídicamente fundados o, al menos, deberían estarlo, pues de lo contrario estaríamos ante una prevaricación judicial, algo tampoco descartable, pues ahí está el caso del juez Silva. Montesquieu dividió en tres los poderes del Estado: legislativo, ejecutivo y judicial, pero no hizo a ninguno inmune a la corrupción.

A lo que iba: me duele mucho la corrupción política que desde hace tiempo nos viene helando el corazón a los españolitos de una de las diecisiete, o más Españas, de hoy, parafraseando al gran poeta Antonio Machado; me duele porque la corrupción es a la democracia lo que la carcoma a la madera, algo que hace apenas ruido, sólo se ve cuando ya la ha liado parda y, sobre todo, es muy destructivo. Para mayor dolor de mi corazón, algunos de los protagonistas de chuscos casos de corrupción que últimamente han aflorado son personas a las que he admirado profundamente por su valía y competencia, como es el muy especial caso de Rodrigo Rato, a quien debemos la, probablemente, mejor gestión económica de España en el siglo XX, y quien me parecía, en su día, el mejor candidato posible para sustituir a José María Aznar en 2004 como presidente del gobierno. Cuanto más admiras a alguien, mayor es la decepción que te causa si después descubres que no es acreedor a esa admiración. Lamentablemente, en este caso, y aunque la presunción de inocencia le asista y no sea yo quien se la niegue, incluso aunque sea desimputado o declarado inocente por un tribunal, mucho me temo que los dispendios que hizo con su “tarjeta negra” de Bankia y los que permitió hacer a los 86 consejeros de la entidad con las suyas, va a ser un lastre que enturbiará para siempre su carrera política. Pero que la pague quien la haga.

No quiero concluir este artículo dejando un poso de desesperanza y pesimismo totales por nuestro estado de cosas político, porque sería injusto y, sobre todo, peligroso. No solo lo sé, sino que me consta, que la mayor parte de las personas que están en política activa son honestas y honorables, pero es evidente que el sistema es mejorable porque la corrupción no son sólo hechos aislados y esporádicos, sino casos cada vez más concurrentes y recurrentes que, incluso, llegan a veces a sistematizarse y enraizarse en la gestión y administración públicas como si fueran auténticos parásitos. O hacemos todo lo posible por atajar la corrupción política, con contundencia y determinación, no con medias tintas, o la democracia misma corre peligro de corromperse.

 

P.D.- Desde estas líneas quiero enviar un fuerte abrazo y mis mejores deseos de recuperación a Magdalena Valerio, recientemente operada de un cáncer de mama, según ella misma ha hecho público. Magdalena y yo, cuando coincidimos como concejales en el Ayuntamiento de Guadalajara, protagonizamos en la sala de juntas del consistorio algunos debates en los que la dialéctica llegó a echar humo, pero siempre desde el respeto y la consideración mutuas. Ella es una mujer valiente, positiva y de fuerte personalidad, factores que, sin duda, van a coadyuvar para que supere con éxito este contratiempo de salud. 

De lo que es noticia y lo que no

                Hace ya tiempo que España vive dentro de una fuerte ciclogénesis explosiva política, -una tormenta perfecta política, vaya- que, lejos de aminorar, va adquiriendo especial crudeza de manera progresiva; o sea, que va de mal en peor, que es la definición más castiza y sencilla de la “Ley de Murphy”, siempre empeñada en abrirse paso entre la ya de por sí abundante legislación española, uno de los países de Europa que más leyes tiene y en uno de los que más se incumplen. Y no estoy exagerando un pelo sobre la agitada y convulsa España de hoy; basta con echar un vistazo a la realidad que nos envuelve cada día para comprobar que lo que digo es absolutamente cierto: Crisis del ébola, desafío soberanista catalán, atraco a Bankia de sus propios consejeros a través de las famosas “tarjetas negras”, corrupción política, sindical y empresarial,… a lo que hay que sumar la crisis económica que arrastramos y padecemos desde hace ya más de siete años y que, aunque algunos dicen que ya está superada, que se lo pregunten a los casi seis millones de parados, especialmente los jóvenes, que esperan encontrar trabajo, aunque sea en precario y mal remunerado, y a las familias que se han dejado sus ahorros y, lo que es peor, muchas ilusiones para sobrevivir a este duro y difícil tiempo.

Hay que ser muy optimista, o estar en una posición personal muy cómoda, para negar la evidencia del tiempo convulso que nos envuelve. Escuchar un informativo de radio, ver uno de televisión, echar un vistazo a los diarios digitales en Internet o leer los pocos periódicos convencionales que van quedando –Guadalajara es un ejemplo palmario de ello: de 5 cabeceras de pago que llegaron a coincidir, no hace tanto, en los kioscos, hemos pasado a tener solo una, Nueva Alcarria– lleva tiempo convirtiéndose en un ejercicio próximo al masoquismo pues la gran mayoría de las noticias que abundan en los medios son de un tinte tan negativo –con especial dramatismo las que provienen de escenarios bélicos o de catástrofes naturales- que, después de informarse uno, dan ganas de pedir que pare el mundo y bajarse de él, como dice la niña sabia Mafalda, a quien dediqué mi anterior post, casi como terapia, dando vida y protagonismo a una niña de cómic porque ese tipo de niñas no pueden ser agredidas sexualmente por los indeseables e inexplicables pederastas, que, lamentablemente, también tienen su hueco, a diario o casi, en la dura y cruda realidad de hoy.

Es de alumno de primero de periodismo –preciosa carrera, pero maltratada y mal pagada profesión, de ahí que muchos ya la llamen irónicamente “parodismo”- saber que las noticias que copan las primeras páginas y los grandes titulares de los medios de comunicación son las que reflejan hechos cuanto más extraordinarios, mejor, y si además son alarmantes o, cuando menos, chocantes, mucho mejor aún; lo ordinario, lo común, lo habitual, lo cotidiano, evidentemente no es noticia, algo que queda perfectamente reflejado en esta frase/reflexión tan expresiva y conocida: “la noticia no es que un perro muerda a un hombre, sino que un hombre muerda a un perro”. Efectivamente, no es noticia que mueran al año por gripe común en España entre 1000 y 4000 personas, y, si lo es, aparecerá en revistas especializadas de medicina o, a lo más, en algún suelto en página par de algún periódico al iniciarse la temporada de vacunas contra esta enfermedad; lo que sí está siendo noticia, y de qué manera, es que una auxiliar de enfermería se haya contagiado de ébola en Madrid, tratándose el hecho, además, como el “primer contagio fuera de África”, incluso del “hemisferio norte”, de ese letal virus que en varios países de África occidental está causando centenares de muertes diarias y, lo que es peor aún, no disponen de los medios y los recursos sanitarios necesarios para frenar esta mortal pandemia y, ni siquiera, para atender a los infectados con la mínima dignidad asistencial. Es perfectamente entendible que sigamos al minuto la evolución de la sanitaria española infectada por ébola, así como la cuarentena de las personas que están, como ella, en el Hospital Carlos III, y que deseemos todos que aquélla se recupere, pronto y completamente, y que éstos sigan dando negativo en las pruebas hasta llegar a ese día, 27 de octubre, que los médicos han fijado como fecha definitiva para descartar nuevos contagios si hasta entonces no se confirma ninguno otro. Lo que no es, lo que no puede ser entendible, desde un punto de vista ético y moral, es que sólo nos acordemos de Santa Bárbara cuando truena, es decir, que sólo nos importe el ébola cuando una contagiada es patriota nuestra, incluso existiendo un riesgo general de contagio muy bajo y para el que hay medios de control y tratamiento, mientras en una zona de África se mueren centenares de personas a diario como si fueran perros, sin derecho si quiera a sedantes e inyección letal que, a buen seguro, de saberse desahuciados, muchos pedirían para evitar mayores e inútiles sufrimientos.

Siguiendo el mismo razonamiento de lo que es noticia y lo que no, en vez de relacionar el nombre de los 83 exconsejeros de Bankia que se gastaron más de 15 millones de euros con sus “tarjetas negras” en todo tipo de cuchipandas, saraos, fiestuquis, viajes y demás productos y servicios para el “bon vivant”, voy a relacionar los nombres de los tres consejeros que no hicieron uso de esa tarjeta, lo que, al contario que sus compañeros de Consejo, les convierte en auténticos campeones de la honradez, la honestidad y la vergüenza. Estos son los nombres de tres españoles que, en el conjunto de 86, no se les supone, sino que han probado su honradez: Iñigo María Aldal, Félix Manuel Sánchez Acal y Esteban Tejera.

P.D.- Cuando estaba terminando de escribir este post, he conocido la noticia del fallecimiento de Avelino Antón Auñón, a la edad de 99 años. Avelino fue una persona de extraordinarios valores, activa, inquieta, comprometida y buena, en el sentido machadiano de la palabra. Guadalajareño militante de nación en El Casar y adopción y vocación en la capital, con él se nos ha ido un excelente maestro y un gran alumno, que también lo fue toda su longeva vida. Nos quedan su ejemplo y su palabra, siempre en tono bajo para no molestar. También nos quedan sus reportajes, crónicas y artículos en Nueva Alcarria, periódico del que fue un fiel y prolífico colaborador. Descansará en paz porque se la ha ganado.

Una niña sabia de cincuenta años

El pasado día de San Miguel -29 de septiembre-, tradicional fecha en la que se apalabraban los labradores con sus “amos”, al igual que el día de San Pedro -29 de junio- lo solían hacer los pastores con los suyos, cuando un apretón de manos tenía más valor que diez firmas, una niña rebelde, incisiva, inconformista y sabia cumplió 50 años; y lo mejor de todo es que, a pesar de ser cincuentona ya, sigue siendo tan niña como siempre, sin necesidad de pactar con el diablo como hizo Fausto para preservar su juventud. La niña de 50 años a la que me refiero es argentina, pero a la vez es de todas partes y de ninguna; y digo de ninguna parte porque está tan enfadada con el mundo que hasta es autora de una frase que, todos, en más de un momento de nuestras vidas, hemos dicho o, al menos, pensado: “Paren el mundo, que me quiero bajar”. Pongamos que hablo de Mafalda, la niña de comic que creara Quino en 1964, publicándose sus personalísimas, sarcásticas e ingeniosas tiras inicialmente en el diario bonaerense “Primera Plana”, para después pasar a ser publicadas en medios de comunicación de medio mundo y siendo traducidas a más de veinte idiomas, lo que avala que esa niña argentina, también sea nacional de todos aquellos países en los que se han editado y disfrutado sus viñetas. No es fácil, no, ser argentina y al tiempo cosmopolita como lo es Mafalda, lo que constituye toda una lección para los mayores de que, si se quiere, se puede renunciar a la patria chica y hasta a la grande, si esas patrias son sólo para diferenciarse y separarse de los demás, con prepotencia, soberbia y egoísmo. No fue Mafalda, sino Rilke, quien afirmó atinadamente que “la verdadera patria de los hombres es la infancia”. Y así, siguiendo la reflexión del poeta austriaco, puedo decir y digo que la verdadera patria de Mafalda es ella misma, aunque sea más argentina que el tango, los gauchos, Maradona, el chorizo criollo y la Pampa.

La suerte de ser una niña de dibujo, aunque la genialidad de su creador le haya ido dotando de personalidad y hasta de alma, es que puede seguir siendo niña toda la vida, y eso que Mafalda es una niña, más que madura, posmadura, si nos atenemos a algunas de sus reflexiones, como la de parar y bajarse del mundo antes citada, o esta otra que parece todo un tratado de filosofía, algo muy argentino por otro lado: «No es cierto que todo tiempo pasado fue mejor. Lo que pasaba era que los que estaban peor todavía no se habían dado cuenta”. Hay que tener las cosas muy claras, y especialmente un carácter muy fuerte, para enmendarle la plana, nada más y nada menos que a un poeta de la talla de Jorge Manrique que, en sus conocidas “Coplas a la muerte de su padre”, hace ya cinco siglos y medio, afirmó justo lo contrario que Mafalda: “Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte contemplando cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando, cuán presto se va el placer, cómo, después de acordado, da dolor; cómo, a nuestro parecer, cualquiera tiempo pasado fue mejor”.

Quino no dejó nunca a Mafalda que dejara de ser niña y creciera, y eso puede parecer una crueldad o justamente lo contrario, depende del color del cristal con que se mire, como le ocurre a la verdad y a la mentira, según dejó dicho Campoamor. A mí me parece que los niños siempre quieren ser mayores porque nunca lo han sido; si lo fueran un ratito y se dieran cuenta que ser mayor también tiene sus inconvenientes, algunos de ellos muy comprometidos, especialmente asumir responsabilidades, puede que muchos niños optaran por ser como Mafalda, una niña para toda la vida; pero, eso sí, una niña con más “mili” que el palo de la bandera, como expresivamente decíamos los reclutas novatos de reemplazo cuando hablábamos de los que estaban a punto de licenciarse, algo que en ese momento nos parecía inalcanzable y más lejano que los horizontes de la mítica película del oeste dirigida por Anthony Mann. Pero si Quino no dejó nunca crecer a Mafalda, a pesar de haber cumplido 50 años,  estoy seguro que no fue por negarla la adolescencia, la juventud y la madurez, que son las tres etapas de la vida que habría consumido en sus cinco décadas de vida de haber sido mortal, sino porque necesitaba que sus profundas reflexiones partieran de la boca de una niña para que parecieran ingenuas, cuando eran justamente lo contrario. Así se sortea a la censura y a la cerrazón de algunos, no pocos, que son incapaces de pensar porque el pensamiento, como el saber, no ocupa lugar y, por tanto, no se puede comerciar con él; o, al menos, no se debe.

Termino ya esta atípica celebración del cumpleaños a Mafalda con una frase suya que, muy probablemente, explique el por qué Quino no haya querido nunca que dejara de ser niña y que, ojalá, fuera de aplicación a todos los niños del mundo que no son de dibujo y que sí que van a crecer, salvo que se mueran de hambre, de enfermedad o les destroce una bomba, todo ello retransmitido puntualmente y al detalle por televisión, por supuesto: “la vida no debería despojarlo a uno de la niñez sin antes darle un buen puesto en la juventud”.

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