Archive for marzo, 2018

Procesiones arriacenses por la “Calle de la Amargura”        

 Revisar el pasado, echar la vista atrás -sin ira, que es más sano- es un ejercicio que práctico con frecuencia porque conocer lo que nos precedió nos ayuda a entender mejor lo que somos e, incluso, a anticipar y condicionar lo que podemos llegar a ser. Reconozco que tengo un gran punto historicista, sí, y que a veces me dejo caer en los brazos de la nostalgia, pero no soy de esos que siempre van con el cuello girado porque tiene dos riesgos: tropezar al no ver lo que tienes delante y pillarte un esguince de esternocleidomastoideo de padre y muy señor mío. Repito, echar la vista atrás, sí, pero no para convertirme en una estatua de sal como la mujer de Lot cuando huyó de Sodoma, sino para coger impulso, como el que da dos pasos atrás pero solo para coger carrerilla.

Con esa filosofía, un tanto parda, como la gramática de los que saben sin haber ido a la escuela, he echado estos días un vistazo a esa hemeroteca impagable y de lujo que es la del añorado y querido periódico “Flores y Abejas”, en el que nací para esto de escribir. Y lo he hecho con el fin de saber con cierto detalle cómo era la Semana Santa de la Guadalajara de hace un siglo, una ciudad que, entonces, tenía alrededor de 13000 habitantes, un poco más de la población que actualmente reside en El Casar.

Lo primero que me ha llamado la atención de los actos de Semana Santa de la Guadalajara de 1918 a 1920, que son los años que he revisado en esta ocasión, es que había muy pocas procesiones y éstas no eran precisamente multitudinarias, sino bien al contrario, como después veremos cuando reproduzca una curiosa y auténtica filípica que “el cura de Santa María” -así la firmaba- publicó, precisamente, en la edición “Flores y Abejas” de 28 de marzo de 1920. En esos años, los cultos de este tiempo se concentraban en el interior de las cuatro parroquias que entonces tenía la ciudad: Santa María, Santiago, San Nicolás y San Ginés, a los que se unían los que se llevaban a cabo en otras iglesias conventuales, principalmente las del Carmen y los Paúles. Además de celebrarse los oficios propios de estos días, en todas ellas se programaban vía crucis, se instalaban monumentos y se convocaba a la feligresía a tres tipos de sermones: de mandato, de Pasión y de Soledad.

Las procesiones de calle de la Guadalajara que vivía ya los años finales de la segunda década del siglo XX, se limitaban a algunas parroquiales de palmas el Domingo de Ramos, al traslado de la Virgen de la Soledad desde su ermita -situada frente a San Ginés, al inicio del paseo de las cruces- a Santa María, al del Cristo de la Agonía desde San Nicolás a San Ginés,  y a la del Santo Entierro que, con varias imágenes -al igual que viene sucediendo con la también llamada del Silencio desde hace décadas- salía de Santa María y la conformaban un grupo de pasos, destacando entre ellos un Nazareno y un Cristo de la Cruz, del Carmen, y las imágenes de la Soledad y la Virgen de los Dolores, ésta última venerada en la propia Santa María, como hoy en día. Como es sabido, en la Guerra Civil, fueron pasto de las llamas, al tiempo que la propia ermita de la Soledad en la que se custodiaban, una imagen antigua de la Virgen de la Soledad, un Cristo Yacente y un Cristo atado a la columna, entre otros pasos. Por motivos desconocidos, en décadas e, incluso, en siglos anteriores habían desaparecido ya otras imágenes históricas de la Semana Santa arriacense, algunas de ellas de gran valor artístico, obra de afamados imagineros como Tamayo, Barrojo, López de la Parra o los Hermanos Rueda.

Retomamos ya esa filípica que “el cura de Santa María” -es probable que se trate de un pseudónimo y no de mosén Caraballo, párroco entonces de este templo que aún no era concatedral, status que adquirió en 1959- dirigió a los fieles de la ciudad -incluidas congregaciones religiosas, ¡ojo al parche!- denunciando, entre otras cosas, que había mucho “mirón” en la Procesión del Silencio y pocos penitentes. Lean, lean, no tiene desperdicio:

(…) Es deshonroso, escandaloso, ridículo, lo que ocurre con las procesiones de Guadalajara en las que el Señor, las Sagradas Imágenes van solas por la calle mientras las personas piadosas, como si no lo fueran, ven la procesión desde los balcones, dejando al Señor solo, entre la confusión de los chiquillos que cruzan en todas direcciones, y otros que no son chiquillos que atraviesan ¡con la cabeza cubierta y fumando!

Estas procesiones son informes, absurdas, indevotas, y lejos de ser una manifestación de la piedad, son el triunfo doloroso del indiferentismo y la despreocupación; son un nuevo e incruento padecer de Jesucristo, son la más gráfica reproducción de la “Calle de la Amargura” con sus desprecios y escarnios.

La culpa la tienen los que no asisten a la procesión en apretada fila, que no pueda ser atravesada por los indevotos y los frescos.

Hubiera dos filas compuestas de fieles, desde la cruz parroquial hasta el último paso, y esto parecería procesión, que, de no ser así, parece exhibición de esos animales raros que entre chiquillos y curiosos suelen conducir por nuestras calles los húngaros y piamonteses, ¡¡Qué vergüenza!!

¿Decís que exagero? Decidme ¿qué sociedad o corporación sale a la calle de forma tan indecorosa como nuestras procesiones? Ninguna.

¡No puede Dios bendecir a los pueblos que le tratan con desprecio!

Es cuestión de conciencia para todos, que las procesiones, si salen, salgan decorosamente.”

Dada la contundencia de lo expresado por “el cura de Santa María”, casi procede concluir ya diciendo “amén”, aunque lo haremos tras comentar que las procesiones de Semana Santa de la Guadalajara de hace un siglo concluían, como ahora, con la Procesión del Resucitado, el Domingo de Resurrección, si bien entonces ésta solo salía por el entorno del barrio de Santiago. Precisamente en esta tradición, de la que hay constancia que ya se celebraba en el primitivo templo de esta parroquia, situado junto al palacio del Infantado y demolido por fases entre 1873 y 1903, se basó la reinstauración de esta procesión en el programa de Semana Santa de la ciudad, hecho que ocurrió a principios del siglo XXI. Por cierto, con polémica entre algunos miembros de la Junta de Cofradías y el Obispado, pronto y felizmente superada.

Ahora ya, sí, amén.

 

Foto: Desaparecida Ermita de la Soledad que, hasta 1936, en que fue incendiada, albergaba varias imágenes de la Semana Santa de Guadalajara que también ardieron con ella. Foto: Fondo Camarillo.- CEFIHGU.- Diputación de Guadalajara.

 

 

Los sabios nunca mueren

Se nos ha muerto José Ramón Lopez de los Mozos y lo digo así porque no solo se ha muerto para su familia y amigos, sino para todos nosotros, los guadalajareños. Al igual que las campanas de la conocida novela de Hemingway ambientada en la Guerra Civil española no solo doblaban por quien ya era cadáver y esperaba su funeral, sino por todos, las que han doblado por la muerte de José Ramón lo han hecho por uno de los nuestros, por alguien que, por su importantísima labor como investigador, etnógrafo, historiador y bibliógrafo era un poco familia de bastantes, amigo de muchos y conocido de casi todos. Con él ha muerto un sabio, aunque, mejor pensado, los sabios nunca mueren porque su legado siempre les hará ser tiempo presente o futuro, pero jamás pasado.

José Ramón, como digo, no solo es patrimonio de su familia y amigos -entre quienes me honro en encontrarme-, sino que lo es de todos los guadalajareños, por quienes también han doblado las campanas en su funeral. Con él se nos ha ido un hombre erudito, estudioso de las ciencias sociales, sobre todo de la historia, el arte y la sociología, un gran especialista de la etnografía provincial -quizá sea más oportuno calificarlo con el determinado “el” que el indeterminado “un” para ser exacto- y una persona de una intelectualidad plena, casi renacentista por su afección y culto al conocimiento y el saber.

Gracias a José Ramón esta provincia ha encontrado el justo e importante lugar que a nivel nacional le corresponde en el singular campo de los personajes tradicionales enmascarados, que aquí llamamos botargas, pero que en otros lugares de España tienen nombres tan variados y dispares como irrios, arrios, cinseiros, choqueiros, madamitas, vellos, maragatos, muradanas, cigarróns, felos, borralleiros, murrieiros, cocas, charruas, troteiros, entroidos, zaharrones, zafarrones, zamarrones, sidros, bardancos, cardonas, zarramones, mazarrones, mozorros, cachimorros, guirrios, aguilarderas, ceniceras, vexigueos o zarragones, según nos dejó escrito Sinforiano García Sanz, el librero de antiguo y etnólogo natural de Robledillo de Mohernando, buen amigo de José Ramón y uno de sus grandes maestros, junto a Julio Caro Baroja, en la investigación, estudio y difusión de las botargas, su gran especialidad. Precisamente una de las grandes aportaciones que López de los Mozos nos ha dejado es la Biblioteca de Investigadores de la Provincia de Guadalajara que nació gracias a su empeño e impulso personales y a la adquisición de la amplia y completa colección de libros sobre Guadalajara de Sinforiano, amistosamente conocido como “Sinfo”. Aún recuerdo cuando los dos, bromeando, se denominaban el uno al otro, respectivamente, “ ‘elefantito’ o ‘mamut’ sagrado de la etnología y el folclore de Guadalajara”. En las iglesias de los pueblos de toda esa retahíla de personajes enmascarados hoy están doblando también las campanas por José Ramón, como en su día doblaron por Sinfo.

  Para poderse hacer una idea de la vasta labor que López de los Mozos ha desarrollado en sus 67 años de vida en el campo de la investigación histórica, en general, y de la etnología, en particular, baste un número: en la base de datos de la propia Biblioteca de Investigadores de la Provincia que él contribuyó decisivamente a crear hay 213 referencias suyas, es decir, libros, ensayos o artículos, en bastantes casos escritos en colaboración con otros autores, pues él era muy gregario. Su primer gran trabajo publicado data de 1974 y lleva por título “La fiesta de la Octava del Corpus”, obviamente dedicado a la conocida y singular fiesta valverdeña, y vio la luz en la publicación nacional de referencia en el ámbito de la investigación etnográfica: la Revista de Dialectología y Tradiciones Populares. El primer libro escrito y editado por José Ramón fue “Miscelánea de folclore provincial” (1976), complementado poco después por uno de sus preferidos: “Notas de etnología y folclore” (1979), si bien su obra que más ediciones alcanzó y que ha sido, es y seguirá siendo toda una referencia bibliográfica en el ámbito del costumbrismo popular es “Fiestas tradicionales de la provincia”. A este respecto, cabe también señalar que, en su día, fue el autor de los informes técnicos que llevaron a la Diputación Provincial a declarar las primeras y más importantes “Fiestas de interés turístico provincial”. José Ramón fue funcionario de carrera de la institución provincial desde 1979 hasta 2014 en que se jubiló, ocupando en ese momento la jefatura de sección de Administración de Cultura, de la que ahora soy yo titular y en la que procuro seguir sus pasos porque sé que así voy en la buena dirección.

Tratar de resumir en tan breve espacio el gran legado que José Ramón nos deja es tarea imposible, pero no quiero, ni debo, olvidar en este obituario de urgencia, recordar algunos hitos de esa contribución como son, además de a los que ya he hecho alusión, su decisiva aportación en el nacimiento y consolidación de los Cuadernos de Etnología de la Provincia, cuyo número “0” vio la luz en 1986 y acaba de ser presentado el 49 -ya en formato digital-, el impulso que siempre dio a los Encuentros de Historiadores del valle del Henares o, últimamente, su trabajo como presidente de la Asociación de Amigos del Museo de Guadalajara, de la que anteriormente fue también secretario. En la más antigua y singular cofradía de la ciudad, la de los Apóstoles, también nos ha dejado su impronta como buen amigo y hermano, titular de san Bernabé hasta su renuncia por razones de salud en junio de 2017, además de excepcional secretario.

Si toda esta -y mucha más que queda en el tintero- ha sido la labor pública de José Ramón, no quiero despedirme de él sin agradecerle, a través de estos blogs de GD en los que él también colaboró hasta que pudo, la amistad y el afecto que siempre me brindó, pero, sobre todo, reconocer en él a uno de mis principales referentes para conocer, sentir y querer lo mejor posible a Guadalajara. Termino despidiéndole como los romanos -esa gran cultura cuya huella en la provincia él tanto siguió- despedían a los suyos: ¡Que la tierra te sea leve!

¡Hasta luego, hasta siempre, pero jamás adiós, José Ramón!
Fotos: Superior, Alvaro Díaz-Villamil (CEFIHGU, Fondo Guadalajara 2000) y la segunda (en color)
López de los Mozos en Robledillo de Mohernando en el homenaje a Sinforiano García Sanz, 1993. Foto: Archivo Ángel de Juan

 

Loa de la vieja política

Aunque, por supuesto, no era oro todo lo que en ella relucía, vista la deriva que está tomando la llamada “nueva política”, sin dudar lo más mínimo me quedo con la “vieja” y mi elección no la condiciona la nostalgia ni compartir lo afirmado en el manriqueño verso de “cualquier tiempo pasado fue mejor”, sino la constatación de que la política de ayer fue capaz de lograr esa gran “fazaña” política española que fue la Transición -no confundir esta “fazaña” con las sentencias de los viejos comunes castellanos que, compiladas, formaban sus viejos fueros-, mientras que la de hoy es, en gran medida, puro tweet y populismo de tres al cuarto, irresponsable en no pocas ocasiones y hasta disparatado en algunas también.

El término “vieja política” lo han acuñado, precisamente, quienes pretenden beneficiarse de la por ellos también bautizada como “nueva”, con el fin de que aquella parezca pura obsolescencia, óxido y hasta detritus, mientras que ésta irrumpe como si de un sol naciente se tratara, brillante, esplendoroso y límpido. Puro marketing político que, de momento, va dando, sobre todo a dos de los adalides de la “nouvelle politique” española, Podemos y Ciudadanos, muy buenos resultados. Así las cosas, los morados han pasado de las acampadas de protesta, los “scratches” y las posiciones y acciones antisistema a tener 67 diputados en el Congreso. Por su parte, los naranjas, tras ser una opción solo con cierta relevancia en Cataluña, virar ideológicamente de la socialdemocracia al liberalismo como el que cambia de jersey -no he querido decir chaqueta intencionadamente- y abstenerse de ejercer el poder e inclinarlo con cierta veleidad, ora a la izquierda ora a la derecha, han logrado tener 32 señorías en el palacio de la Carrera de San Jerónimo. Y continúan subiendo como la espuma, según las encuestas, al menos los de Rivera.

Cierto es que la “nueva política” nace porque la “vieja” se enroca, envicia y enfanga en exceso, dando lugar a que muchos sectores de la sociedad, especialmente los más críticos de ella, generalmente los jóvenes, se harten de la añosa y se entreguen a la bisoña. Un darse a ella que, en algunos casos, se ha hecho con verdadera y hasta peligrosa fruición; y digo peligrosa porque a la política, sea vieja o nueva, no conviene abrazarla apasionadamente como si fuera una amante larga e intensamente deseada, sino, simplemente, tomarla de la mano como si de una novia y con mucho camino por delante para llegar a mayores se tratara. Pero, aunque la “vieja” política haya cometido muchos errores y hecho no poco por sí misma para dar paso a la que se vende como “nueva”, aquella no puede, no debe ser laminada y excluida como si estuviera apestada, incluso por mucha corrupción que la salpique y por no haber sabido atajar o, al menos, amortiguar una dura crisis que ha hecho y aún hoy hace sufrir a muchas personas. En defensa de la “vieja política” es justo recordar que nos ha traído el período de democracia plena más amplio en fondo y forma y de mayor bienestar social y económico de la historia de España, un período que corre el riesgo de finiquitarse porque, precisamente, a algunos actores de la “nueva política” les conviene que así ocurra por sus intereses de bandería y no generales.

Muerta la “vieja política”, piensan algunos -en este caso los morados- mientras se frotan las manos al tiempo que echan cuentas de futuros réditos electorales, morirá también su gran obra, la Transición, y así podrán retrotraerse a un tiempo en el que acabarían con la monarquía constitucional -para dar paso a la república, tras dos fiascos previos en el XIX y el XX-, con las autonomías -para posibilitar el federalismo plurinacional y, llegado el caso, la independencia de algunas comunidades-, y con el modelo económico social liberal -para regresar a los modelos marxistas que, por cierto, no es que sean viejos, es que son pura antigualla-.

Muerta la “vieja política”, piensan otros -en este caso los naranjas-, al tiempo que calculan con tics de avaro las cotas de poder que van a alcanzar, iniciaremos una nueva “Transición” hacia un mundo feliz de verdad, no el de Aldous Huxley, en el que quitaremos a los que están para ponernos nosotros, porque los que están son malos y corruptos, y nosotros, buenos y honorables hasta el extremo; además, nosotros, como pedía Galileo Galilei, podemos dar al mundo de la política española un punto de apoyo imprescindible para que pueda moverse y otros la tienen con freno y marcha atrás. Hay muchas diferencias ideológicas de fondo entre Podemos y Ciudadanos, sin duda, y tengo claro que serían mucho más útiles para España las posiciones políticas de los segundos frente a las de los primeros, pero me preocupan sus excesivas coincidencias en formas y estrategias, sobre todo en ese leitmotiv común de ambos que parece concretarse en un “vuestro tiempo ha pasado y ahora nos toca a nosotros”.

Sé que es un síntoma de que me estoy haciendo mayor, incluso de que ya lo soy más de lo que a mí me gustaría, pero echo de menos aquellos años de finales de los setenta y los ochenta del siglo XX en que fue posible que, no solo las tradicionales dos de Machado, sino muchas “españas” más, se pusieran de acuerdo -renunciando todas a muchas cosas, incluso algunas casi a alguno de sus principios- para hacer posible un camino democrático pleno para España, ejemplo de revolución pacífica y desde la ley a la ley dado al mundo por un pueblo hasta entonces tenido por belicoso, vehemente y racial. Ese camino no puede, no debe acabar en un precipicio que es al que algunos están dispuestos a conducir a España con tal de llevar razón y acaparar poder.

Y a los de la “vieja política” les pido autocrítica, reflexión, regeneración -refundación, incluso llegado el caso- y renovación, pero que nunca se olviden del espíritu e, incluso, la letra de la Transición.

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