Maquiavelo, entrenador de España

Me fui tan solo un par de días a disfrutar de un viaje familiar a “la flor de España”, como nominó a su Córdoba natal el gran poeta culterano Luis de Góngora, y cuando regresé a “la flor de la Alcarria” me encontré con que España había cambiado de presidente del gobierno y el Real Madrid de entrenador, produciéndose ambos relevos con bastantes dosis de sorpresa, aunque, en realidad, no tantas. Ahora lo que queda por ver es si esos cambios son buenos para España y para el Real Madrid, algo que a día de hoy está en el aire, como el amor en la vieja y conocida canción setentera y discotequera de John Paul Young.

Confieso públicamente que no me ha agradado ninguno de los dos relevos, especialmente el de Zidane, aunque alguien pueda tacharme de frívolo por poner un deporte, un juego, el fútbol, a la par que un país, una nación, España. No se trata de frivolidad, se lo aseguro, sino simplemente de la convicción personal de que el gran “Zizou” era el entrenador idóneo para el Real Madrid, por muchas circunstancias, mientras que, a mi parecer, Mariano Rajoy no era precisamente el presidente ideal para España, aunque estimo que de las grises opciones que actualmente ofrece la política nacional, era la menos mala. Yo, lo reconozco, votaba a Rajoy por exclusión, es decir, porque no me gustaban ninguna de las demás opciones pues, para mí, la abstención, el voto en blanco o nulo, no lo son.

La diferencia sustancial que ha habido entre la marcha de Rajoy del gobierno y de Zidane del Real Madrid es que al presidente lo han echado y Zinedine se ha ido. El resultado es el mismo, ambos están fuera, pero las circunstancias en que han abandonado sus responsabilidades son muy distintas y sus estados de ánimo seguramente que también. No es lo mismo que te corran a gorrazos hasta sacarte de un lugar que marcharte tu diciendo “ahí os quedáis”.

Aunque ni soy Rappel ni lo pretendo, el futuro que espera a ambos también se vislumbra muy distinto pues mientras que al ex entrenador madridista es más que probable que se lo rifen los mejores clubs de Europa y, especialmente, la selección francesa, al expresidente del gobierno, por edad y, especialmente, por desgaste, parece aguardarle un futuro de “jarrón chino”, esos horrendos armatostes que nadie sabe dónde colocar en que terminan convirtiéndose los expresidentes del gobierno. Ahí tienen el caso, por ejemplo, del socialista Zapatero, al que le están abrasando su proverbial inconsistencia y su proximidad a Maduro, o del popular Aznar, que ha incomodado a Rajoy más de lo que sería razonable y le ha cargado la pesada mochila del desgaste de casos de corrupción que, en gran parte, surgieron bajo su mandato como presidente del gobierno y del PP. Aznar, a mi juicio, fue un buen presidente del gobierno, con sus lógicas sombras, pero me está pareciendo un mal expresidente, con alguna luz, como cuando ha reclamado a su sucesor menos “dontancredismo” y más liberalismo.

A Mariano Rajoy no se lo ha llevado del gobierno la corrupción, porque él, mientras no se demuestre lo contrario, y de momento no se ha demostrado, no es corrupto; se lo ha llevado el uso torticero e hipócrita de la corrupción. Esta ha sido la excusa para que el PSOE, el populismo extremo de izquierda, los independentistas catalanes de PDCAT -o sea, Puigdemont– y ERC, los “bilduetarras” y el siempre poliédrico y tibio PNV hayan sumado sus votos para echar a Rajoy y al PP del gobierno, olvidándose de que alguien que tiene culo, no puede llamar a otro cagón, con perdón por utilizar tan escatológica expresión. No hay ética, ni para Amador -como la de Savater– ni para Sánchez, ni para nadie, que pueda avalar esta operación política cainita del PSOE, un partido que fue el primero en acumular una extensa nómina de gravísimos casos de corrupción – Filesa, Malaya, Mercasevilla, Guerra, GAL, Astana, AVE, CCM, Roldán, BOE, etc.-, que actualmente está en el banquillo por el caso institucional más grave -EREs de Andalucía- y que tiene otros 77 casos abiertos por corrupción. Para mayor “inri”, algunos de los “inquisidores políticos” con los que se ha aliado contra-natura para echar a Rajoy como si fuera un apestado, han protagonizado también algunos de los casos de corrupción política más graves, como el PDCAT, heredero de CiU y, por tanto, del famoso y muy lucrativo “3 por ciento” y, por supuesto, del “caso Pujol”. Podemos, para llevar tan poco tiempo en el poder y en no demasiados sitios, ya acumula unos cuantos escándalos, especialmente el de su opaca financiación a la que parecen haber contribuido sus peligrosas amistades iraníes y venezolanas. Militantes de ERC, aunque el preso Junqueras presuma de “84 años de historia y cero casos de corrupción”, están implicados en varios casos como el “Innova/Shirota”, el “Manga” o los de Jordi Ausás y Ricard Calvo, entre otros. Sobre el PNV, que también ha presumido siempre de honradez, igualmente pesan algunos graves casos de corrupción, sobre todo el llamado ‘caso De Miguel’, una presunta trama de cobro de comisiones ilegales por contratos públicos que implica a exdirigentes del PNV alavés. Y de Bildu, qué decir: no hay mayor corrupción que apoyar, justificar y hasta homenajear al terrorismo etarra.

Como en las “Divinas palabras” de Valle Inclán, Sánchez y sus aliados no tienen autoridad moral para tirar la primera piedra a la Mari Gaila, en este caso a Rajoy, porque no están libres de pecado. Ciertamente, la corrupción es siempre censurable; pero la de todos, no solo la del rival, mientras con la propia se mira para otro lado. Un gran pacto de todas las fuerzas políticas contra la corrupción, sincero, contundente y eficaz, hubiera sido mucho más beneficioso para España que esta moción de censura en la que se han aliado tirios y troyanos, pero que no posibilitará la estabilidad del país, sino todo lo contrario.

Con el precipitado y forzado ascenso de Sánchez al poder, solo se garantizan de por vida las prebendas de expresidente -con sus 80.000 euros anuales incluidos- a que tendrá derecho cuando deje la Moncloa, probablemente no tardando porque con los compañeros de viaje que ha elegido, solo se puede ir a ninguna parte. O, peor aún, el único destino puede ser desmantelar el muy beneficioso pacto constitucional, sacar a la economía de la carretera nacional por la que transita a una comarcal llena de baches y reeditar esa famosa frase/ocurrencia de Zapatero que tantos males ha traído: “el concepto de nación es discutido y discutible”. Discutir que España es una nación y tratar de liquidarla es de independentistas corruptos a la par que de cómplices ilusos que no saben que el maquiavelismo no solo es un camino de ida, sino también de vuelta. El fin no siempre justifica los medios.

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