El metro de Guadalajara

Las redes sociales las carga el diablo porque tienen más peligro que un vampiro infiltrado en una asociación de donantes de sangre. Cierto es que como a ellas puede acceder cualquiera, sea cual sea su intención y voluntad, un mensaje a través de las redes más utilizadas (Facebook, Youtube, Whats App, Messenger, Instagram, etc) puede hacerse viral en minutos y tener más difusión e impacto que una noticia en el telediario de cualquier televisión; evidentemente, los alentadores y aventadores (“haters” y “trolls”) de noticias falsas (“fake news”), de “zascas” malintencionados y otras formas de expresión perversa, tienen un filón en las redes sociales para que sus falsedades y comentarios injuriantes y/o calumniadores se difundan, algo que puede ser aún peor a que en vez de que tu sangre donada termine en el cuerpo de una persona que la necesita, acabe goteando en los colmillos de un vampiro.

Eso es bien cierto, sí, pero como comunicador también he de reconocer que, gracias a las redes sociales, los canales y medios de comunicación entre emisor y receptor se han ensanchado, acercado y acelerado de tal manera que, en la información actual, quien emite y quien recibe casi van de la mano, se pueden hasta tocar y, lo que es más importante, interactuar, de tal manera que se acabó el frontón comunicativo en que los intentos del receptor por contactar con el emisor eran prácticamente rechazados por norma, como las pelotas son devuelvas por un frontis cuando chocan contra él. No pretendo en tan limitado espacio revisar críticamente los “Elementos para una teoría de los medios de comunicación”, de ese gran referente del ensayo, no exento de polémica, que es Hans Magnus Enzensberger, sino simplemente llamar la atención sobre un hecho que está ahí, que ha llegado para quedarse, que forma parte de nuestras vidas cada vez de forma más notoria e influyente y que, bien utilizado, puede ser una extraordinaria herramienta de progreso, pero que, malamente -como canta Rosalía, la chavalita catalana que se ha puesto tan de moda-, puede hacernos regresar a las cavernas en muchos aspectos, aunque en vez de enfrentarnos a mamporros, lo hagamos ahora a “tuits”, “GIFs”, “stickers” y “zascas”. Como decía Aristóteles en su gran obra “La política”, en el medio está la virtud, lo que él llamaba el “Aurea mediocritas”, que no deja de ser un elogio de la moderación, algo no solo aconsejable de aplicar a la comunicación actual, sino también a la propia política pues ambas van cada vez más de la mano.

Tras esta pretendidamente breve introducción que se ha ido más lejos de lo que pensaba, quiero comentar la guasa que se han traído las redes sociales en los últimos días con el hundimiento de una pequeña máquina excavadora que estaba realizando unas primeras tareas de reforma en la Plaza del Concejo, que falta le iba haciendo desde hace ya mucho tiempo. La excavadora en cuestión se hundió súbitamente en la plataforma de la plaza que está más cerca de la calle del Arco, justo enfrente del edificio que sustituyó hace unos años al viejo en cuyo local comercial se situaba “La Popular”, el comercio de baratijas y chucherías que fue un referente para muchas generaciones de chavales arriacenses, entre las que estaba la mía. A la excavadora se la comió literalmente la tierra -parece ser que por su peso se desplomó el terreno que cubría una antigua bodega-, como se encargaron de difundir, en apenas unas horas, las redes sociales, pero con un cachondeíto y un pitorreo que a mi me parecieron muy ocurrentes y que provocaron no pocas sonrisas, algo que en los taciturnos tiempos que corren es realmente de agradecer.

     De entre todos los mensajes, de los muchos que recibí, sobre la excavadora que se había tragado la plaza del Concejo, me quedo con un fotomontaje en el que se veía el tan reconocible logotipo del Metro de Madrid, pero en el que se anunciaba la guadalajareñísima estación de “Plaza del Concejo”. En otro fotomontaje, que si se hubiera producido el día 28 de diciembre ya habría sido la remonda, con la imagen de fondo de la excavadora tragada por la tierra y el alcalde, Antonio Román, en primer plano, se podía leer el siguiente texto: “Íbamos a quitar unas baldosas pero nos vinimos arriba”, comentaba el alcalde, echando las culpas a Carnicero al decir éste la mítica frase de “No hay huevos”. Estoy seguro que también ellos se lo tomaron con humor, porque es como debía tomarse.

Termino ya diciendo que el alcalde que precedió a Antonio Román, el socialista Jesús Alique, habría dado mucho juego en estos tiempos de tuit y zasca porque le gustaba mucho sobreactuar en asuntos de comunicación. A veces, aunque fuera por su parte con la mejor intención, incluso le “vendían” alguna burra -en este caso, seguro que fue un promotor que se vino arriba en la efervescencia del ladrillazo- como, por ejemplo, construir un túnel prácticamente a lo largo de todo el paseo de las Cruces para soterrar el tráfico a su paso por esta calle, la plaza de Santo Domingo y la Carrera, desembocando en la plaza de Bejanque. La propuesta la hizo en la campaña electoral de 2007, su coste lo valoró en 32,6 millones de euros, incluida la construcción de un parking y una nueva plaza de toros cubierta, pero los ciudadanos no se la “compraron” pues perdió las elecciones. Del tranvía que iba a subir desde la estación hasta el centro de la ciudad ya hablaremos otro día.

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