Archive for abril, 2019

La división de “las derechas” multiplica a la izquierda

Las noches electorales suelen ser muy largas pero la de ayer fue inusualmente corta -a las 11 estaba ya todo el pescado vendido- porque las encuestas, especial y sorprendentemente la del CIS de Tezanos, se acercaron mucho a los resultados finales por lo que no hubo demasiadas sorpresas, más bien constataciones de lo ya previsto, aunque algunas previsiones se quedaron cortas y otras se fueron de largo. La noche del 28-A se podría resumir en estos cinco titulares:

1/ Triunfo y mayoría suficiente del PSOE para gobernar (123 diputados, 38 más que en 2016)

2/ Histórico batacazo del PP (66 diputados, 71 menos que en 2016)

3/ Gran resultado de Ciudadanos (57 diputados, 25 más que en 2016)

4/ Irrupción atenuada de Vox en el Congreso (24 diputados y con representación parlamentaria por primera vez, aunque lejos de sus mejores expectativas)

5/ Debilitamiento de Unidas Podemos (35 diputados, 10 menos que en 2016)

Para conocer las consecuencias que de estos resultados se van a derivar en la gobernabilidad de España aún tendremos que esperar unas semanas pues es improbable que se cierren pactos de gobierno antes de las elecciones municipales y autonómicas del 26 de mayo, por pura estrategia política pues esos pactos podrían levantar el faldón de algunos partidos -especialmente de Ciudadanos- y vérseles el verdadero color de la enagua, lo que podría tener repercusiones negativas directas en las urnas para sus candidatos autonómicos y municipales y sus socios. En todo caso, parece claro que Pedro Sánchez va a seguir siendo presidente del gobierno y no va a tener que cambiar el colchón de la Moncloa, lo que aún no sabemos es con qué apoyos contará para volver a surcar los cielos en el Falcon presidencial de la Fuerza Aérea Española. Aunque cabrían otras opciones matemáticas, parece evidente que son dos las combinaciones más probables: PSOE + Cs (sumarían una holgada mayoría absoluta con 180 escaños) y PSOE + UP (158 escaños) + Otras fuerzas políticas que aportaran los 18 restantes hasta alcanzar la mayoría absoluta, siendo imprescindible que alguna de ellas fuera soberanista o nacionalista, que yo tengo claro que es lo mismo o muy parecido. Esta segunda opción, mucho más compleja y poliédrica que la primera, volvería a ser un remedo del pasado “Gobierno Frankenstein” de Sánchez y, supongo, no será su hipótesis de trabajo preferida, si bien ya sabemos cómo se las gasta cuando a aquéllas las eleva a tesis. El obstáculo principal para que el PSOE pacte con Ciudadanos radica en que el líder de los naranjas, Albert Rivera, se ha hartado a repetir en campaña que no apoyaría bajo ningún concepto a Sánchez para volver a ser presidente del gobierno. Sabido es que en las campañas se suele sobreactuar y decir cosas por pura estrategia y para la afición que no siempre se respetan tras la celebración de los comicios, encontrándose fácilmente argumentos para justificar esos incumplimientos: que si la gobernabilidad de España, que si el interés general, que si hemos tomado nota de lo que han dicho los ciudadanos en las urnas, que si patatín, que si patatán… Cierto es que, en esta ocasión, sí que creo que lo más conveniente para España sería un gobierno de coalición entre el PSOE Y Ciudadanos que tenga estabilidad, que convierta los escaños soberanistas en irrelevantes y no en decisivos como hasta ahora, al tiempo que aleje a los socialistas de las posiciones populistas y neomarxistas de Unidas Podemos, especialmente en materia económica pues ya hay síntomas de posible recesión y con fórmulas de aumento del gasto y del déficit público, a las que son tan aficionadas las moradas -sigo su ridículo juego de lenguaje inclusivista-, las recesiones no se atenúan sino que se incrementan y derivan en crisis. Zapatero ya nos llevó por ese camino.

   Del análisis de los resultados que se han producido en la provincia, donde se han repartido los tres escaños en juego PSOE, PP y Cs, se deduce muy claramente que la división de “las tres derechas” -como Sánchez bautizó a PP, Cs y VOX, aunque a los naranjas es probable que les dé el carnet de progresistas si pactan con él- ha permitido al PSOE ganar por primera vez en Guadalajara, algo que no ocurría desde 1982 cuando el centro derecha también se presentó dividido, entonces entre una pujante AP y una UCD ya en liquidación. Las matemáticas electorales dicen que el “trifachito” -el otro apelativo de los de Sánchez para PP, Cs y Vox, que el propio PSOE pronto dejará en “bi” si hay pacto con Rivera-, ha sumado un 55,45 por ciento de los votos en la provincia, mientras que PSOE+UP suman tan solo el 42,52. El 18,79 por ciento obtenido por Cs le ha permitido lograr un diputado por Guadalajara, mientras que el 16,48 por ciento alcanzado por Vox no se ha traducido en escaño.

En lo que al Senado respecta, el PSOE ha logrado también tres actas por primera vez desde 1982 (Rafael Esteban, Riansares Serrano y Julio García), mientras que el PP sólo ha conseguido un senador, Antonio Román, que, además, ha sido el más votado en la capital; en el total provincial ha sacado más de 10.000 votos de diferencia a sus compañeros de candidatura, Juan Pablo Sánchez y Ana González. Es evidente que Román tiene un voto personal, especialmente en la capital, pero también es un hecho que le ha beneficiado para distanciarse tanto de sus compañeros la circunstancia de que en muchas papeletas se hiciera caso a la perversa campaña mediática -hasta Jiménez Losantos la avaló- y muy extendida en las redes sociales -a mí me llegaron una veintena de whatsapp aconsejándome hacerlo- de votar en el Senado al primero de las listas de PP, Cs y Vox.

Y aún nos espera la segunda vuelta, que son las municipales y autonómicas del 26-M, en las que queda mucho por jugar porque habrá que despejar bastantes incógnitas, entre ellas qué harán los votantes de Vox y Cs de las generales en los municipios donde no se presentan estos partidos, qué influencia tendrán los candidatos y, lo que es más importante, a quién darán su apoyo los naranjas donde sean decisivos, que parece que lo van a ser en muchos sitios, incluidos el Ayuntamiento de la capital, la Diputación Provincial y la Junta de Comunidades.

 

Pie de foto: José Luis Blanco, Magdalena Valerio, Julio García y Pablo Bellido, unidos en un mitin.  

La España que yo quiero

Si no fuera porque el tema es muy muy serio, el eslogan que ha elegido el PSOE para la campaña electoral de las generales del 28-A es, como tomaba la gente al pobre “Piyayo” del conocido poema de José Carlos de Luna, para tomárselo a chufla: “La España que tu quieres”. Imagino que ese eslogan no se elegiría al albur y que lo habrá escogido y aprobado un sesudo “think tank”, pero a mí se me antoja como un pernicioso cóctel con base de provocación y angostura de desatino porque la España de Sánchez es justamente lo contrario de lo que yo quiero: Un Estado cada vez más país y menos nación, un Estado con su unidad en alquiler y además zaherida y denostada con impunidad, un Estado en el que en varias partes de su territorio no se puede hablar si quiera en su idioma oficial y en el que las personas ni son libres ni iguales, un Estado que progresivamente se endeuda, recauda y gasta más, pero peor, un Estado que cada vez invade más terrenos que le deberían corresponder a la sociedad, un Estado, en fin, en el que la política es cada vez menos solución y más problema.

Yo quiero una España unida, plural y diversa, pero unida de verdad, y las contemplaciones de Sánchez con los partidos separatistas e, incluso, algunas complicidades, guiños y gestos que ha tenido con ellos han ido mucho más allá de la pluralidad porque sólo concibo a ésta desde la igualdad y la libertad, mientras que el independentismo la contempla desde el supremacismo. El separatismo catalán y el vasco que llevaron a Sánchez a La Moncloa y que han dejado entrever -“para que no ganen las derechas”- que su intención es volver a llevarlo allí después del 28-A, están en las antípodas de mi forma de entender la pluralidad, porque quieren elevar las diferencias a fronteras, no verlas como simples matices o adjetivos, fundamentalmente porque se creen distintos y mejores. Me escandaliza pensar que aún haya políticos como el presidente de la Generalitat catalana que, lejos de enterrar aborrecibles tesis racistas como las de Sabino Arana, se agarran a ellas para liderar el llamado “procés” que tanto daño está haciendo a Cataluña y a España; incluso amenaza con hacérselo también a Europa despertando nacionalismos que parecían ya superados tras el daño que la hicieron en la primera mitad del siglo XX, siendo una de las causas directas de las dos guerras mundiales. Si Arana, el fundador del PNV, dijo a finales del XIX que “Antiliberal y antiespañol es lo que todo bizkaino debe ser” y que muchos de los españoles “más que hombres semejan simios”, Torra ha dicho no hace mucho que en Cataluña -refiriéndose a los independentistas, obviamente- hay «Gente que ya se ha olvidado de mirar al sur y vuelve a mirar al norte, donde la gente es limpia, noble, libre y culta. Y feliz». Con personas que piensan y dicen esto, entre otras muchas lindezas, no se puede tener complicidad alguna. Sánchez, lamentablemente, ha ido en su tiempo de gobierno más allá de las complicidades con Torra y su Generalitat, que solo lo es de una parte de los catalanes.

Yo quiero una España en la que todos seamos libres e iguales, vivamos donde vivamos, pensemos lo que pensemos y votemos lo que votemos. Eso no quiere decir que cada uno podamos hacer lo que queramos, sino lo que la ley nos permita. Lamentablemente, la libertad y la igualdad ya son una quimera, especialmente en Cataluña, pero también en el País Vasco. Una prueba palpable y muy reciente de ello es el escrache que padeció Cayetana Álvarez de Toledo, la candidata número 1 del PP al Congreso por Barcelona y, precisamente, portavoz de la “Plataforma Libres e iguales”, cuando acudía a un debate en la Universidad Autónoma barcelonesa. Lo peor ya no fue el vergonzoso acoso e intimidación al que fue sometida la periodista para tratar de impedir su participación en el debate, sino la ignominiosa equidistancia del rectorado de la Autónoma con escracheadores y escracheada, o las lamentables declaraciones de los portavoces de Junts per Catalunya sobre este incidente: “Quien busca problemas, los encuentra”. Los acosos vividos estos días en otros lugares de Cataluña y el País Vasco por candidatos de PP, Cs o Vox –“las 3 derechas” que Sánchez ha bautizado, como si no lo fueran el PDCat y el PNV, sus socios de investidura- también evidencian que la libertad y la igualdad en España, actualmente, son asimétricas, como la España que quiere el líder del PSOE para dar contento a los que inspiran y alientan a los escracheadores, o sea, los separatistas. Ya nos sabemos la historia porque nos la contó taimadamente el recientemente fallecido Xavier Arzalluz: unos mueven el árbol y otros cogen las nueces.

Tampoco es la España que yo quiero un Estado que aumenta su déficit y gasto públicos con la actitud del que se funde más de lo que tiene, pero después pagan otros; además, vendiéndolo como “gasto social”, cuando muchas de las medidas de Sánchez, especialmente las de última hora y ya con las elecciones convocadas, tienen más de electoralismo cortoplacista y comprador de votos que de otra cosa. Y quiero una España en la que el Estado proteja y cuide a quienes lo precisen de verdad, sí, pero que no premie indolencias, comodidades y quietudes. Y quiero una España en la que la sociedad de un paso al frente y el Estado uno atrás; con Sánchez ha ocurrido justo lo contrario. Y también quiero una España de la verdad de la buena, no de la posverdad marxista de Groucho; tristemente, en los tiempos de Sánchez la posverdad ha ganado bastante terreno a la verdad, aunque, ciertamente, él solo no haya sido el culpable.

Tras 42 años de experiencia democrática es ya de general conocimiento que las campañas electorales, más que períodos de promoción y divulgación pública de programas y propuestas políticas, son pura cohetería, política-espectáculo de cada vez más baja estofa. Cuando están en campaña, los partidos se alejan más que nunca de la definición que de ellos hace el artículo 6 del Título Preliminar de nuestra vigente Constitución Española: Los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política”. Metidos en la harina de la campaña electoral, lejos de expresar pluralismo, los partidos suelen amplificar su habitual sectarismo hasta límites casi asfixiantes y la voluntad popular se solapa con la suya y sus intereses.

España no necesita una nueva Constitución, lo que precisa es una segunda Transición, pero que se produzca y termine como la que lideró Adolfo Suárez y que bien resumen su epitafio: “Y la concordia fue posible”. Pero para ello hace falta más talento y más talante del que ahora hace gala buena parte de la actual clase política.

 

 

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