La España que yo quiero

Si no fuera porque el tema es muy muy serio, el eslogan que ha elegido el PSOE para la campaña electoral de las generales del 28-A es, como tomaba la gente al pobre “Piyayo” del conocido poema de José Carlos de Luna, para tomárselo a chufla: “La España que tu quieres”. Imagino que ese eslogan no se elegiría al albur y que lo habrá escogido y aprobado un sesudo “think tank”, pero a mí se me antoja como un pernicioso cóctel con base de provocación y angostura de desatino porque la España de Sánchez es justamente lo contrario de lo que yo quiero: Un Estado cada vez más país y menos nación, un Estado con su unidad en alquiler y además zaherida y denostada con impunidad, un Estado en el que en varias partes de su territorio no se puede hablar si quiera en su idioma oficial y en el que las personas ni son libres ni iguales, un Estado que progresivamente se endeuda, recauda y gasta más, pero peor, un Estado que cada vez invade más terrenos que le deberían corresponder a la sociedad, un Estado, en fin, en el que la política es cada vez menos solución y más problema.

Yo quiero una España unida, plural y diversa, pero unida de verdad, y las contemplaciones de Sánchez con los partidos separatistas e, incluso, algunas complicidades, guiños y gestos que ha tenido con ellos han ido mucho más allá de la pluralidad porque sólo concibo a ésta desde la igualdad y la libertad, mientras que el independentismo la contempla desde el supremacismo. El separatismo catalán y el vasco que llevaron a Sánchez a La Moncloa y que han dejado entrever -“para que no ganen las derechas”- que su intención es volver a llevarlo allí después del 28-A, están en las antípodas de mi forma de entender la pluralidad, porque quieren elevar las diferencias a fronteras, no verlas como simples matices o adjetivos, fundamentalmente porque se creen distintos y mejores. Me escandaliza pensar que aún haya políticos como el presidente de la Generalitat catalana que, lejos de enterrar aborrecibles tesis racistas como las de Sabino Arana, se agarran a ellas para liderar el llamado “procés” que tanto daño está haciendo a Cataluña y a España; incluso amenaza con hacérselo también a Europa despertando nacionalismos que parecían ya superados tras el daño que la hicieron en la primera mitad del siglo XX, siendo una de las causas directas de las dos guerras mundiales. Si Arana, el fundador del PNV, dijo a finales del XIX que “Antiliberal y antiespañol es lo que todo bizkaino debe ser” y que muchos de los españoles “más que hombres semejan simios”, Torra ha dicho no hace mucho que en Cataluña -refiriéndose a los independentistas, obviamente- hay «Gente que ya se ha olvidado de mirar al sur y vuelve a mirar al norte, donde la gente es limpia, noble, libre y culta. Y feliz». Con personas que piensan y dicen esto, entre otras muchas lindezas, no se puede tener complicidad alguna. Sánchez, lamentablemente, ha ido en su tiempo de gobierno más allá de las complicidades con Torra y su Generalitat, que solo lo es de una parte de los catalanes.

Yo quiero una España en la que todos seamos libres e iguales, vivamos donde vivamos, pensemos lo que pensemos y votemos lo que votemos. Eso no quiere decir que cada uno podamos hacer lo que queramos, sino lo que la ley nos permita. Lamentablemente, la libertad y la igualdad ya son una quimera, especialmente en Cataluña, pero también en el País Vasco. Una prueba palpable y muy reciente de ello es el escrache que padeció Cayetana Álvarez de Toledo, la candidata número 1 del PP al Congreso por Barcelona y, precisamente, portavoz de la “Plataforma Libres e iguales”, cuando acudía a un debate en la Universidad Autónoma barcelonesa. Lo peor ya no fue el vergonzoso acoso e intimidación al que fue sometida la periodista para tratar de impedir su participación en el debate, sino la ignominiosa equidistancia del rectorado de la Autónoma con escracheadores y escracheada, o las lamentables declaraciones de los portavoces de Junts per Catalunya sobre este incidente: “Quien busca problemas, los encuentra”. Los acosos vividos estos días en otros lugares de Cataluña y el País Vasco por candidatos de PP, Cs o Vox –“las 3 derechas” que Sánchez ha bautizado, como si no lo fueran el PDCat y el PNV, sus socios de investidura- también evidencian que la libertad y la igualdad en España, actualmente, son asimétricas, como la España que quiere el líder del PSOE para dar contento a los que inspiran y alientan a los escracheadores, o sea, los separatistas. Ya nos sabemos la historia porque nos la contó taimadamente el recientemente fallecido Xavier Arzalluz: unos mueven el árbol y otros cogen las nueces.

Tampoco es la España que yo quiero un Estado que aumenta su déficit y gasto públicos con la actitud del que se funde más de lo que tiene, pero después pagan otros; además, vendiéndolo como “gasto social”, cuando muchas de las medidas de Sánchez, especialmente las de última hora y ya con las elecciones convocadas, tienen más de electoralismo cortoplacista y comprador de votos que de otra cosa. Y quiero una España en la que el Estado proteja y cuide a quienes lo precisen de verdad, sí, pero que no premie indolencias, comodidades y quietudes. Y quiero una España en la que la sociedad de un paso al frente y el Estado uno atrás; con Sánchez ha ocurrido justo lo contrario. Y también quiero una España de la verdad de la buena, no de la posverdad marxista de Groucho; tristemente, en los tiempos de Sánchez la posverdad ha ganado bastante terreno a la verdad, aunque, ciertamente, él solo no haya sido el culpable.

Tras 42 años de experiencia democrática es ya de general conocimiento que las campañas electorales, más que períodos de promoción y divulgación pública de programas y propuestas políticas, son pura cohetería, política-espectáculo de cada vez más baja estofa. Cuando están en campaña, los partidos se alejan más que nunca de la definición que de ellos hace el artículo 6 del Título Preliminar de nuestra vigente Constitución Española: Los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política”. Metidos en la harina de la campaña electoral, lejos de expresar pluralismo, los partidos suelen amplificar su habitual sectarismo hasta límites casi asfixiantes y la voluntad popular se solapa con la suya y sus intereses.

España no necesita una nueva Constitución, lo que precisa es una segunda Transición, pero que se produzca y termine como la que lideró Adolfo Suárez y que bien resumen su epitafio: “Y la concordia fue posible”. Pero para ello hace falta más talento y más talante del que ahora hace gala buena parte de la actual clase política.

 

 

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