Queremos que la Alcarria tenga salida al mar

Tras la aprobación de la Constitución de 1978 y salvo el acongoje al que nos abocó Tejero en aquel 23-F de 1981 que, visto con perspectiva, tenía más fondo de astracanada que de ruido de sables afilados, si bien no dejó de ser un intento de golpe de Estado, España ha vivido el más largo y sosegado período de democracia, libertad y progreso económico y social de toda su historia. El “procés” catalán y su estrambótico “referéndum” del 1-0 de 2017, también desafinó lo suyo y vino a pegar una patada en la espinilla a la general concordia de la Transición. Hay mucho mejorable en la realidad política española de los últimos 45 años, sí, pero todavía hay más empeorable y parece que el actual inquilino de la Moncloa y los variopintos socios que le ayudaron a cambiar el colchón de Rajoy se han empeñado en lo segundo. Esta reciente etapa de tensión política que ha devenido en un evidente alejamiento del espíritu de la Transición tiene una de sus causas, aunque no sea la única, en el momento en que eclosionaron los populismos, cuando a finales de 2013 nace Vox y semanas después lo hace Podemos, dos actores que han radicalizado y polarizado la política, extremándola hacia la derecha y la izquierda, respectivamente. La aparición y acción de ambas fuerzas ha sido aprovechada por los siempre interesados y ventajistas partidos nacionalistas catalanes y vascos —tanto de derechas como de izquierdas, aunque todos disfrazados de “progresistas” cuando no hay nada más retrógrado que reivindicar la tribu— que, a río revuelto, han querido ser quienes más pescaran. Y lo han conseguido, porque es evidente que Sánchez ha estado y está dispuesto a cambiar de opinión lo que haga falta y a tragar sapos y culebras, con barretinas y txapelas incluidas, con tal de permanecer en la Moncloa. Los partidos nacionalistas siempre han vivido de la debilidad de los estatales cuando han necesitado sus votos para llegar a la mayoría absoluta para gobernar. Es una estrategia recurrente que, con Sánchez al frente del PSOE más alejado de la centralidad que hemos conocido, ha llegado a límites casi insospechados hace apenas unos meses, como son la concesión de la ley de amnistía, incluidos en ella delitos de terrorismo, la financiación autonómica asimétrica que favorece a los ya más favorecidos, el establecimiento de negociaciones —obviamente con un futuro referéndum encima de la mesa— con el fugado Puigdemont y con verificador internacional y todo, y la cesión de competencias a Cataluña y el País Vasco en materia de Seguridad Social y Transportes que superan el estado de las autonomías y son ya vísperas federales.

Cartel de carretera en las proximidades del Pico del Lobo

Así las cosas, con los nacionalistas vascos y catalanes teniendo cogido al gobierno por los dídimos —perdón por la expresión, pero el ministro Puente has puesto de moda las expresiones chuscas—, no son pocos los pescadores que también quieren lo suyo en el río revuelto de la política española. Es uno de los peajes de la debilidad en la que ha querido empeñarse en gobernar Sánchez, el “césar” que dirige el PSOE de hoy como le llama el exministro socialista Corcuera. El último pescador que ha tirado la caña ha sido el alcalde socialista de León, José Antonio Díez Díaz, quien ha reivindicado que su provincia se segregue de Castilla y León y se convierta en la decimoctava comunidad autónoma española, con rango de uniprovincial. Díez apela a la particular historia leonesa, que sin duda la tiene pues hasta el primer parlamento del mundo nació allí en 1188 y fue un poderoso reino con personalidad propia hasta que se unió con el de Castilla. Todos los nacionalismos se cimentan en una historia singular, sí, pero después apelan a la pela, y el alcalde leonés también lo ha hecho, alegando el, a su juicio, injusto trato político, en general, y financiero, en particular, que Castilla y León otorga a su provincia, favoreciendo sobre todo a Valladolid, la capital regional. Díez, sin cortarse un pelo, ha dicho que la actual legislatura, con todas las concesiones hechas por Sánchez a los nacionalismos catalán y vasco, invita a revisar el título VIII de la Constitución y por ello considera, no solo legítima, sino también oportuna su reivindicación que, de no quedarse únicamente en palabras, pondría patas arriba el statu quo autonómico actual. Que nadie se tome a broma el leonesismo, me consta que es creciente y ya veremos a donde conduce, pero se está abriendo la caja de los truenos y no sabemos dónde, cuándo y a quién le van a explotar.

Así las cosas, con los nacionalismos/separatismos catalán y vasco condicionando la gobernabilidad y el gobierno de España más débil de la democracia, con Navarra en el ojo de mira de Bildu y PNV para ser real y no solo en sus delirios panvasquistas la cuarta provincia vasca de la península —de las tres francesas que se olviden pues el jacobinismo galo nunca dará opción— y con León cuestionando su pertenencia a Castilla y León, no descarten próximas reivindicaciones de modificación del actual mapa autonómico, que ya parecía definitivamente cerrado. Y, efectivamente, sí, estoy pensando en nuestra Guadalajara como una de esas provincias que, si se abre el melón de las segregaciones como parece haberse abierto, levanten la mano y digan: somos la única provincia sin un milímetro cuadrado de comarca manchega de Castilla-La Mancha y únicamente limitamos con esta región a través de Cuenca; geográficamente, estamos al norte de la región, como si fuéramos un apéndice, una especie de joroba que le ha salido a las otras cuatro provincias; la mancheguización de la región es evidente y progresiva; nuestra identidad castellana es más parecida a la de Madrid, Segovia o Soria que a la de Albacete y Ciudad Real; nuestra capital natural es Madrid, no Toledo, y, precisamente, Toledo, como denuncia el alcalde leonés sobre Valladolid, está siendo descaradamente favorecida por las inversiones regionales, además de ejercerse desde allí un poder recentralizador y a veces hasta despótico, con el (chusco) asunto del Fuerte de San Francisco como última y más palpable prueba. Otro día me detendré en ello porque lo del fuerte es fortísimo… Y luego se extraña Page de que Guadalajara sea la provincia de España que menos identificada se siente con su región, como quedó acreditado en una encuesta nacional realizada por “Electomanía” en 2020 y que arrojaba los expresivos y contundentes datos de que un 78,6% de la población de Guadalajara se siente más identificada con la provincia, el 18,8% tan identificada con la comunidad como con la provincia y solo un 2,6% más identificada con la región. ¿Y saben cuál fue en esa encuesta la segunda provincia, tras Guadalajara, en identificarse menos con su región? Pues sí, efectivamente, León.

A este paso recupero aquella vieja proclama del ALI —una jocosa ensoñación juvenil de partido llamado “Alcarria Libre e Independiente”— que algunos convertimos en nuestra desternillante reivindicación cuando Guadalajara fue forzada, en un pacto político de salón de la UCD y el PSOE, a alejarse de Madrid y de las provincias castellanas del norte e integrarse en Castilla-La Mancha: “Queremos que la Alcarria tenga salida al mar”. Por cierto, también reivindicábamos que los “donuts” no tuvieran agujero y así nacieron los “dupis”…

Yo facha

El domingo 12 de noviembre será ya para siempre un jalón en mi vida. En esa fecha, supongo que por casualidad, se celebra San Josafat, un obispo greco-católico al que asesinaron cristianos ortodoxos —la historia de Caín y Abel se repite de forma recurrente— y que es homónimo al personaje bíblico del famoso valle en el que las escrituras proféticas sitúan el lugar donde se celebrará el juicio final; o sea, la liquidación de los tiempos, en feliz, una más, expresión orteguiana. Efectivamente, habrá un antes y un después del 12 de noviembre en mi devenir vital porque ese día, como he dicho, festividad de San Josafat, ya me he ganado de una vez y para siempre el apelativo de “facha” puesto que, lo confieso públicamente, estuve en la concentración de la plaza de Santo Domingo, de Guadalajara, en rechazo a la amnistía a los delincuentes del “procés” —pronúnciese “prusés”, así, como con intención de diferenciar significante y significado al estilo Saussure— que reunió a 9.000 personas, según fuentes de la Delegación del Gobierno en Castilla-La Mancha y del PP, partido convocante de la concentración. Es casi un fenómeno paranormal que tanto peperos como sociatas —lamentablemente las delegaciones del gobierno son más de los partidos que lo gobiernan que de los ciudadanos gobernados— se pusieran de acuerdo en dar esa cifra de asistentes en Guadalajara porque en el conjunto de España el PP dijo que había movilizado a dos millones de personas y el gobierno que no habían llegado a ser ni 600.000. Ojalá todas las guerras fueran solo de cifras.

            No se el resto de las 8.999 personas que asistieron a la concentración de Santo Domingo el día de San Josafat de 2023, pero yo, además de rechazar la amnistía de los forajidos —porque están fuera de la ley, que es el origen etimológico de esta grave palabra— del “procés” catalán, también fui a mostrar mi oposición frontal al ignominioso y vergonzante pacto global con los separatistas de izquierdas y de derechas de Cataluña y del País Vasco, y, muy especialmente, con Bildu, la organización, simpatizante, no, lo siguiente, y heredera de ETA a la que Sánchez está blanqueando. Se que es duro lo que voy a decir, pero al PSOE le gusta mucho la cal; no hace tanto la viva y ahora la enjalbegadora…

Me detengo aquí para contar una experiencia propia que muchos desconocen y que quiero que dejen de desconocer, sobre todo los más jóvenes, a quienes el terrorismo de ETA les suena tan lejano como a mi el racionamiento de la posguerra pues soy un hijo del llamado “baby-boom”, de la España desarrollista, ye-yé y del 600, y no conocí las cartillas del hambre; pero haberlas, las hubo. Voy a lo que iba: Cuando fui elegido concejal del ayuntamiento de Guadalajara en junio de 1999, como independiente dentro de las listas del PP, en ese momento ETA estaba muy viva a costa de ser la responsable de muchas muertes (inocentes), o sea, era un auténtico vampiro político y social, un sanguinario grupo terrorista que mataba cuando podía y a quien quería y podía. En aquellos años, no solo asesinaba a militares, jueces, policías —incluidos ertzaintzas— y guardias civiles, sino que también daba muerte a concejales y otros cargos políticos, sobre todo del PP y del PSOE, en cualquier lugar de España: Fernando Buesa (PSOE, en Vitoria), Gregorio Ordóñez (PP, San Sebastián), Martín Carpena (PP, Málaga), Juan Mari Jáuregui (PSOE, San Sebastián), Miguel Ángel Blanco (PP, Ermua), Ernest Lluch (PSOE, Barcelona), Manuel Jiménez Abad (PP, Zaragoza), Alberto Jiménez-Becerril (PP, Sevilla, junto a su esposa) … Creo recordar que, en total, fueron 14 los políticos asesinados por ETA de cada uno de los dos partidos mayoritarios de España en esos años de finales del siglo XX y principios del XXI. No lo he confesado nunca ni con ello pretendo ir de valiente, porque no lo soy, pero uno de los motivos que me llevaron a aceptar integrarme en 1999 en las listas municipales del PP sin militar en este partido fue el asesinato de Miguel Ángel Blanco y el impacto que causó en mi hija mayor cuando, yendo camino del festival medieval de Hita, conocimos tan impactante noticia por la radio del coche aquel fatídico 13 de julio de 1997. Aquella injustísima muerte joven, a sangre gélida, anunciada y casi televisada removió muchas conciencias en el rechazo a ETA y, a mí, que ya la rechazaba sin paliativos, me hizo movilizarme y salir de mi sitio de confort, de observador y opinante liberal de la política para pasar a tomar partido en ella hasta mancharme, como dice Celaya en “la poesía es un arma cargada de futuro”. Y sigo con la confesión pública de aquel tiempo no tan lejano: cuando tomamos posesión la corporación municipal arriacense de 1999-2003 —fue el último mandato de José María Bris como alcalde—, al estar amenazados todos los concejales del PSOE y del PP de España, nos reunieron para informarnos de las medidas de autoprotección que debíamos tomar, incluido el hecho de inspeccionar con un espejo con mango telescópico debajo de nuestros coches cada vez que nos subiéramos a ellos, por si nos habían puesto una bomba. Además, sobre todo a algunos como yo que nos consideraron más vulnerables por el lugar en que vivíamos y las rutinas diarias que seguíamos, nos pusieron también escolta. Si a mi hija mayor le partió su corazón, entonces adolescente, el vil asesinato etarra de Miguel Ángel Blanco, a mi hija pequeña, una niña de primera comunión en esos años, le parecía un juego que su papá la llevara al colegio con unos “amigos” —que en verdad lo fueron, lo son y lo serán siempre, entre ellos el actual concejal de seguridad de la ciudad, Chema Antón— que nos esperaban cada día en la puerta de casa. Yo fui un amenazado de ETA, sí; en realidad, lo fuimos todos los españoles porque ETA era una organización asesina que, maquiavélicamente, despreciaba el dolor de sus actos terroristas —el medio— para conseguir el fin de la independencia vasca que quería imponer, al tiempo que su socialismo revolucionario. ETA ya no mata, no, porque ha sido derrotada por la sociedad, pero sus herederos (in) morales están en Bildu y buscan el mismo fin que la propia organización terrorista, no se han distanciado de sus crímenes ni han pedido perdón por ellos y, lo que es peor, no han colaborado un ápice en que se esclarezcan los casi 400 asesinatos que aún están pendientes de esclarecer. Se parece más a un aquelarre de brujas de Zugarramurdi que a un pacto político legítimo el hecho de que un partido con 14 víctimas de ETA, aún en caliente, como es el PSOE, vaya a gobernar gracias a Otegui, etarra convicto y confeso y actual jefe de los herederos y cómplices de sus verdugos… Una cosa es superar etapas y promover la paz y otra es enterrar, junto a las víctimas, la memoria, la dignidad y la justicia.

Concentración en Guadalajara contra la amnistía del «procés»

            Termino ya diciendo que el pacto al que ha llegado Sánchez con el separatismo vasco y catalán, de izquierdas y de derechas —incluida la extrema, pues Junts lo es por muchas cosas—, para seguir en la Moncloa, ha traspasado todos los límites de lo razonable y que puede ser legal, pero no legítimo, porque está basado en promesas políticas incumplidas, manipulaciones, cuando no mentiras, históricas, en falsos agravios, y en ideas filo-racistas y xenófobas, al tiempo que va a suponer una descarada discriminación positiva a favor de las regiones más prósperas de España en detrimento de las que menos lo son y un ataque frontal a la división de poderes, esencia de las democracias liberales, las únicas que garantizan la libertad e igualdad de todos los ciudadanos.

            Y el día de San Josafat terminé de ganarme el apelativo de “facha” ya para siempre porque, después de la concentración contra la amnistía y el frontal ataque de Sánchez y sus socios a la unidad constitucional y a la libertad e igualdad de todos, fui a misa de 12,30 a San Ginés. Y en el Evangelio del día tocaba la parábola de las doncellas sensatas y necias… Yo, facha, tengo mi lámpara encendida.

El Tenorio Mendocino: hito, rito y mito

En 1984, el mismo año que en Alcalá de Henares comenzó a representarse, en la víspera del día de Todos los Santos, el afamado Tenorio al aire libre de la ciudad complutense, en Guadalajara se iniciaban las representaciones de algunas escenas de la célebre obra de Zorrilla, en el histórico restaurante “El Ventorrero”, a los postres de las “Cenas de Ánimas con Don Juan” que abrían la temporada de la Asociación de Amigos de la Capa guadalajareña y que terminaron evolucionando a lo que desde 1992 ya se conoce como el “Tenorio Mendocino”. Bien alto podemos decir, y no es provincianismo de vía estrecha sino verdad de la buena, que, pese a que es larga y ancha la tradición de representar el Tenorio en la víspera de Todos los Santos, no solo en España sino incluso en otros lugares del mundo, especialmente en Hispanoamérica, el de Guadalajara es uno de los más reputados de todos ellos. Esa buena y notoria reputación no nos ha salido gratis —a esta ciudad pocas veces le sale de balde algo bueno para ella—, sino que se ha cimentado en una brillante idea original, como es unir los textos y la acción de Zorrilla con lo más destacado de nuestra monumentalidad de forma itinerante, con un compromiso de llevarla a cabo y darle continuidad con rigor y calidad realmente encomiable por parte de “Gentes de Guadalajara”, el colectivo que hace posible que el mito de don Juan regrese cada año a la ciudad, se cumpla el rito y se haya convertido en un hito.

                Guadalajara no solo está matrimoniada con el Tenorio de Zorrilla por su variante mendocina que aquí se representa cada año desde 1992, el año de los fastos hispanos —Expo, de Sevilla, y Juegos Olímpicos, de Barcelona, especialmente—, sino que uno de sus precursores literarios más evidentes, “El burlador de Sevilla y convidado de piedra”, fue escrito por Tirso de Molina, seudónimo de Gabriel Téllez, freire mercedario cuyo noviciado lo realizó en el desaparecido convento de San Antolín, situado en el arrabal de la antigua alcallería de Guadalajara, entre el alcázar y el recinto del antiguo hospital provincial que, no en vano, tomó el nombre de La Merced cuando decayó el de Ortiz de Zárate. O sea, que más de dos siglos antes de que Zorrilla, en 1844, estrenara su “Don Juan”, ese mito ya bulló en la cabeza y se trasladó a la pluma de un dramaturgo y poeta fraile que vivió una larga temporada en Guadalajara. El Don Juan, en forma de burlador sevillano que pudo ser creado en una celda conventual alcarreña, ya estaba ahí, a principios del siglo XVII. Y su posible vinculación con los Mendoza mucho antes de nacer el “Tenorio Mendocino”, también, pues dos libertinos personajes vinculados a tan poderosa familia, Juan de Tassis —conde de Villamediana e infiel esposo de Ana de Mendoza—, y Miguel de Mañara —libertino marido de otra dama mendocina, Jerónima Carrillo de Mendoza—, en quien se inspiraron los Machado para escribir su “Don Juan de Mañara”, bien pudieron ser conocidos por Tirso durante su larga estancia aquí. Estas, que tienen pinta de ser más causales que causales referencias, las aportó nuestro querido y admirado Josepe Suárez de Puga en un texto introductorio que escribió para el libro que edité en 2015, titulado “Crónicas del Tenorio Mendocino”. Como es sabido, Josepe, no solo es el actual Cronista Oficial de la Ciudad de Guadalajara —honor que compartió con su amigo José Antonio Ochaíta hasta que el poeta jadraqueño falleció hace ya 50 años—, sino un escritor, sobre todo poeta, realmente eximio, al tiempo que uno de los grandes referentes del propio “Tenorio Mendocino” pues ya en su primera edición de 1992 hizo el papel del escultor en la escena del cementerio y desde 1993 el de Don Juan maduro que, literalmente, bordó los muchos años que lo representó, ofreciendo a los espectadores algunos de los mejores y más esperados momentos de la obra.

Javier Borobia- en el carismático papel de El Comendador que hizo entre 1992 y 2008- en la escena de la Hostería del Laurel

                El “Tenorio Mendocino” es un proyecto coral, de suma de esfuerzos y de voluntades, al que se han ido incorporando y del que se han ido separando —muy a su pesar en casi todos los casos, pero la edad y las circunstancias obligan, como la nobleza— muchas gentes de Guadalajara. En ello, a mi juicio, ha radicado buena parte de su éxito: en que, al ser un proyecto abierto y participativo, ha podido superar las ausencias de personas claves en su nacimiento y crecimiento de los primeros años, los que cimentan el futuro de las cosas. Ningún proyecto se consolida del todo hasta que no supera la marcha de quienes lo iniciaron. Y aunque aún quedan en “Gentes de Guadalajara” algunos miembros de la etapa fundacional del “Tenorio Mendocino”, la gran mayoría de ellas ya son de generaciones posteriores que han asumido el tinglado como propio. Lo digo aún más claro: solo perdura lo que sobrevive a sus creadores. Llegado este momento, considero obligado recordar a mi (y de tantos) querido maestro, compañero, amigo y, sobre todo, hermano, Javier Borobia, el “alma mater” de quien partió la brillante idea y gestó la puesta en marcha del “Tenorio Mendocino” hace ya 39 años cuando, siendo secretario —“Fiel de fechos” como a él le gustaba decir— de la Asociación de Amigos de la Capa de Guadalajara, se le ocurrió invitar a don Juan a los postres de la cena que cada año, en la víspera de Todos los Santos, abría la temporada capista. Con afecto, admiración y agradecimiento, me desembozo la capa y me quito el sombrero ante él y el resto de gentes de Guadalajara que nos regalaron este “Tenorio Mendocino”, destacando especialmente también entre ellas a Fernando Borlán, el poeta “majestuoso”, como lo calificó Benjamín Prado, y profesor cultivador del peripatetismo que no escribía versos, los bordaba. Como estos escritos al final de su vida y con los que doy por finalizada esta entrada, con el deseo de una larga vida al “Tenorio Mendocino” y a “Gentes de Guadalajara”:

“Que el río no se para

que eres tú quien lo lleva”

El fin del “veroño”

El año hidrológico comienza en octubre y hay quienes defienden que el verdadero final del año es el del verano y el principio del otoño porque es cuando las vidas, las cosas y las circunstancias, materiales o inmateriales, tangibles o no, más suelen acusar el fin de un ciclo y el inicio de otro. Ciertamente, el albor del otoño parece un punto de partida, sobre todo en el ámbito escolar al ser en él cuando comienzan los cursos por lo que el final del año natural solo es el del primer trimestre, el famoso “first term” inglés, como el que relata Enid Blyton en su novela sobre el internado de las Torres de Malory. Con ella me inicié en la lectura del inglés, pero ya no pasé ni siquiera al escalón de Charles Dickens y Mark Twain, pese a saberme la trama y el final de casi todas sus obras a través del cine o de la lectura en nuestro propio idioma. Cuando se piensa en español y se lee o habla en inglés, se lee y habla también en español.

Amanecer del “veroño” en el puente del Henares


Octubre es el primer mes completo del otoño y el más representativo de todos porque noviembre, pese a estar en su ecuador, suele presentarse con más cara de invierno que de verano, aunque los meteoros son tan caprichosos y el cambio climático tan notorio —negar las evidencias es taparse los ojos con manos transparentes— que ya no sabe uno ni en qué mes vive si solo se fía del tiempo que hace. Con la medio contraída/medio sincopada palabra de “veroño” han bautizado algunos al cálido tiempo que ha estado haciendo desde el famoso “veranillo de San Miguel” hasta el Pilar y que apuntaba prolongarse incluso a San Lucas, pero un “río atmosférico” parece que va a traer una borrasca que acabará con el último ramalazo estival. Cuando lean esta entrada es probable que ese río ya haya llegado a la mar, que en este caso y a diferencia del de las coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique, no es el morir, sino el llover y comenzar a refrescar. Ojalá. Por cierto, San Lucas se celebra el 18 de octubre y, por si no lo sabe alguno, le recuerdo que en esa fecha tenía lugar una de las dos ferias anuales que Alfonso X concedió a Guadalajara, precisamente la que ahora se celebra en septiembre y que fue huyendo de octubre y del otoño por el frío y la lluvia que solía traer aparejados
Cada vez que oigo un término meteorológico nuevo para mí, como ha sido el caso de este “río atmosférico” que trae una fuerte borrasca, anunciado por el televisivo Roberto Brasero —además de un gran meteorólogo y comunicador es un tipo muy simpático con el que coincidí este verano en Comillas—, me acuerdo de Mariano Medina, el inolvidable y sempiterno “hombre del tiempo” de TVE, cuando era la única televisión de España, aunque emitía por dos canales, VHF y UHF. Al señor Medina, tan circunspecto él, pero con un aura de credibilidad casi absoluta, jamás le oí en sus previsiones televisivas del tiempo palabras que ahora son casi recurrentes en ellas: “DANA”, “tormenta perfecta”, “río atmosférico”, “vorticidad”, etc. A él le bastaban para explicarnos lo que podría ocurrir con el tiempo, la “b” de borrasca, la “a” de anticiclón y las famosas isobaras… y, por supuesto, los paragüitas y los soles en forma de pegatina que colocaba en el mapa de España según procediera. El lenguaje técnico, la jerga meteorológica, llegó cuando dejó de haber una sola televisión y las cadenas privadas comenzaron a competir entre ellas por la audiencia, incluso en la previsión del tiempo, que todo suma para el rating y el share… Así, de la seriedad y circunspección intencionadas de Mariano Medina para lograr credibilidad, pasamos a la extraversión y capacidad de comunicación de meteorólogos para captar audiencia, como el ya citado Brasero, José Antonio Maldonado o Mario Picazo, entre ellos, y de Pilar Sanjurjo, Mónica López o Himar González, entre ellas. La verdad es que la Sanjurjo —que creo que no tiene nada que ver con el famoso general del mismo nombre— también es de los tiempos de “Cuéntame”, como Medina, aunque esa serie ya hace tiempo que dejó el blanco y negro y se va a despedir estos días, después de 23 temporadas, contando cosas que yo ya viví hace tiempo y no precisamente de niño. Tempus fugit, como decían los romanos…
Pese a ser el primero que nos aleja del verano y nos mete de lleno en una espiral que acabará en el frío y largo invierno, octubre siempre fue un mes muy apreciado por mí, supongo que porque en él cumplo los años. Y digo ”fue” y no “es” porque cumplir años cuando se quiere ser mayor, es una gozada, pero cumplirlos cuando no se quiere serlo más, es una putada, con perdón. Claro que querer cumplir años y no poder es mayor putada aún… Y lo dejó ahí porque las cicatrices del alma nunca se terminan de cerrar. Como se puede advertir en algunos pasajes de “Octubre, octubre”, la gran novela de José Luis Sampedro, si no la mejor, el abandono y la pérdida son dos sentimientos recurrentes en ella y que, entre otras muchas consecuencias, terminan derivando en la melancolía, el estado de ánimo que pinta el otoño en los espíritus más sensibles.
De momento, si aún no han leído la novela de Sampedro que no se conforma con un solo octubre, sino que reivindica dos en su propio título, se la recomiendo encarecidamente. Y si octubre y su “veroño” o su ya otoño, otoño, los llevan a la melancolía, piensen como Ítalo Calvino que “la melancolía es la tristeza que ha sido tomada de la luz”… y que algún día saldrá el sol.

Un pequeño gran teatro de pueblo

El último día de septiembre, que cayó en sábado, fue cálido, luminoso y estuvo a la altura del renombrado “veranillo de San Miguel”. No solo por trabajo, también por gusto, viajé a Milmarcos donde esa mañana se presentaba públicamente e iniciaba “Guadaescena”, un nuevo programa que la Diputación Provincial ha puesto en marcha para fomentar la actividad teatral en la provincia, a través de la Red Cultural de Guadalajara que creó hace un par de años la propia institución provincial, y que va a llegar a diez municipios en este otoño. A muchos les sorprenderá que una gira teatral se inicie en un pueblo tan alejado de la capital y de casi todas partes y con apenas 78 habitantes censados. La zona rural de esta provincia, que ocupa el 80 por ciento de su territorio, pero apenas agrupa al 20 por ciento de la población, si nos atenemos solo a las matemáticas es prácticamente inviable. No salen los números porque, al haber tan pocos habitantes, los costes de los servicios se disparan, más aún si incrementamos el factor distancia a los centros de su prestación y en los que se concentra el poder y la administración. No obstante, a esa Guadalajara hay que analizarla, comprenderla y atenderla como es debido dejando las matemáticas a un lado y llevando al primer plano la filosofía y las letras, lo cualitativo frente a lo cuantitativo, la dialéctica antes que el coraje como dijo Ortega y Gasset ante la estatua del soldado lector, casi una paradoja, que no deja de ser El Doncel de Sigüenza. Si por estrictos criterios de eficacia y eficiencia economicista fuera, deberían “cerrarse” literalmente muchos pueblos, pero su viabilidad no hay que medirla con esos parámetros numéricos, sino asegurarla a través de la antropología más positivista que es la que apuesta por el hombre, uno a uno tomado. Las casas no hacen los pueblos, los hacen las personas y mientras haya una sola dispuesta a vivir en un pueblo, habrá pueblo.

Gonzalo Albiñana. Teatro de sombras.


Dicho esto, en clave de necesaria introducción, afirmo con rotundidad que la elección de Milmarcos para dar inicio a “Guadaescena” fue un absoluto acierto porque se hizo en uno de los pueblos más alejados de la capital de la provincia, evidenciándose así que la Guadalajara despoblada —que no vaciada, como muy bien repite cuantas veces sea necesario el buen alcalde de Milmarcos que es Fernando Marchán— aún late y cuenta. Además —y este hecho es el definitivo, cierra el círculo y pone hasta lazo a la decisión— este histórico pueblo de la Sexma del Campo del Señorío de Molina, cuenta con un histórico teatro que lleva el nombre del autor del Tenorio, Zorrilla, que es una “joyita”, un auténtico “bombón” escenográfico porque, pese a su pequeño tamaño, dispone de todo el equipamiento básico de una sala: patio de butacas, platea, caja escénica equipada con luz y sonido, telón, bastidores y camerino; además, es realmente bonito. El teatro Zorrilla, de Milmarcos, que dentro de unos años cumplirá su centenario, fue restaurado por el ayuntamiento con tan buen criterio como gusto en 2014, tras haber dejado un tiempo de prestar sus servicios como tal y haberse utilizado como alhóndiga por sus propietarios privados. Es, sin duda, un teatro muy completo a pequeña escala, un lugar absolutamente emblemático para los amantes de las artes escénicas y que debería ser considerado como un referente del compromiso de un pueblo por no resignarse a vaciarse además de despoblarse y luchar por ser un lugar en el que la cultura, en general, y el teatro, en particular, aún sea posible conjugarlos en presente y en futuro, no solo en pasado. Mientras haya un teatro, incluso un teatrito como es el de Milmarcos, y aunque solo quede un único espectador dispuesto a acudir a la próxima función, los tespis con sus carros, los cómicos de la legua, los bululús, los ñaques, las gangarillas, los cambaleos, las garnachas, las mojigangas, las farándulas, los titiriteros, las compañías y demás actores ambulantes podrán hacer camino al andar. Y cultura y teatro al llegar.
“Guadaescena” no llevó al Zorrilla de Milmarcos un espectáculo cualquiera para cumplir y ya está. La gira la inauguró un joven artista guadalajareño, Gonzalo Albiñana, que ya es un ilusionista, mago y actor de referencia a nivel nacional e, incluso, internacional pues este mismo verano ha trabajado, y con mucho éxito, en Las Vegas (USA) y Alemania, además de recorrer gran parte de España. Su espectáculo, en el que combina magia, ilusión y teatro de sombras chinescas, es una auténtica delicia pues en él se alternan las risas y las sonrisas por lo que dice en escena, junto a los “oes” de admiración por lo que hace. Gonzalo ya es, pero está llamado a serlo aún en mayor medida, un referente español dentro del campo del ilusionismo y la magia internacional, algo que no solo lo digo yo, lo afirman sus propios compañeros de profesión al haberle otorgado a principios de verano, en Valladolid, con ocasión del 38º Congreso Mágico Nacional, el Gran Premio Extraordinario, reconocimiento que solo han logrado hasta el momento artistas de la talla de Juan Tamariz o Miguel Ajo y que no se concede anualmente pues entre 1949 y 2023 se ha otorgado sólo en 23 ocasiones. El artista alcarreño también recibió el Premio Nacional de Magia, entregado por primera vez en la historia a las sombras chinescas, y, además, obtenía la máxima puntuación que le situó como campeón en la Categoría de «Magia de Salón”. Por todo ello, será uno de los representantes españoles en el próximo Campeonato Europeo que se celebrará en Italia en 2024.
Termino ya con un guiño a Andrés Berlanga, el gran periodista y escritor fallecido hace cinco años, natural de Labros, pueblo muy cercano a Milmarcos, y autor de “La Gaznápira”, una extraordinaria novela que rescata el lenguaje dialectal del medio rural propio de la zona molinesa, al tiempo que retrata, crea y recrea pequeñas historias —relatorias las llama el autor— trufadas de aconteceres y anécdotas de aquellos pueblos, situadas entre 1949 y 1984, el período principal en que se despoblaron, que no vaciaron. Aunque en un pueblo solo viva una persona, siempre estará lleno de recuerdos, sombras (que no solo hacen teatro) y cultura material e inmaterial hasta sus bordes. Ahora sí, concluyo con estas gaznápiras palabras de Berlanga: “¡Este es mi pueblo, esta es mi Casa-Lugar! Saldré de aquí cuando salgan mis paisanos.”

Las ferias eclécticas del balcón

Hacía ya unos cuantos años que la lluvia no condicionaba tanto las ferias de Guadalajara, pese a ello, especialmente a la tromba de agua que cayó en la madrugada del viernes, solo se ha suspendido un encierro —precisamente el de ese día— y una corrida —la de rejones del domingo—, habiéndose podido celebrar la mayor parte de los espectáculos previstos en el programa que, en general, han gustado y congregado a numeroso público. Las ferias de Guadalajara que, como la sociología y personalidad de la propia ciudad, son un tanto eclécticas —encierros a lo pamplonica, peñas también al estilo de las de la capital navarra y al de las cuadrillas sorianas, y ferial (es) con acento andaluz—, han terminado deviniendo en un modelo propio de fiesta en la calle prácticamente las 24 horas del día que gusta tanto a locales como a visitantes —que cada vez son más pues la fama se extiende—, por utilizar un símil futbolero, sobre todo a los más jóvenes. Fiesta y juventud conforman un binomio indisoluble y aquí se articula especialmente a través de la agrupación y militancia en peñas que aportan calor y color a la calle y un espacio, una barra, una verbena o un DJ, una charanga y unos colores con los que identificarse a quienes se hacen de ellas, que cada vez son más. Creo que ya se cuentan por 20 las peñas festivas estables que hay en Guadalajara, un número que casi se ha doblado en lo que va de siglo pues despedimos el anterior con una docena. No seré yo quien ponga un palo a esa rueda de animación y jolgorio juvenil militante superlativo que aportan las peñas, bien al contrario, pero sí le pongo un pero —como ya lo hice el año pasado cuando ocurrió por primera vez— al hecho de que prácticamente la mitad de las peñas se concentren en la Concordia porque es muy elevado su impacto antrópico sobre el parque. En los tiempos de creciente sensibilidad medioambiental que imperan, no parece una buena práctica permitir que miles de jóvenes tomen, literalmente, un parque histórico como el de la Concordia durante una semana y, al acabar la fiesta, esté como si hubiera pasado Atila por él. No me vale que los árboles, arbustos, flores y praderas de césped dañados se repongan y recuperen en unas semanas, eso sería tratar a especies vegetales vivas como si fueran objetos inertes. Lo mismo se puede decir de los centenares de pájaros, pequeños mamíferos e, incluso, insectos que son habituales o estacionales residentes en el parque, a los que durante la semana de ferias se somete a un estrés importante y evidente. Sobremanera el causado por los decibelios de los equipos de música, pero también por los numerosos cuadros eléctricos que, muchos de ellos adosados a troncos de árboles, emiten radiaciones electromagnéticas —entiendo que no ionizantes porque, si lo fueran, ya hablaríamos de palabras mayores— que, a pesar de ser bajas, sumadas todas ellas junto al masivo consumo eléctrico allí concentrado, no deja de ser un foco de alteración del hábitat animal y, por supuesto, vegetal. Incluso entiendo que este hecho comporta sus riesgos para las propias personas. Los parques son de los árboles y de los pájaros, pero sobre todo para los niños y los mayores; aunque solo sea por unos días, también me chirría el hecho de que, junto a las zonas de juegos infantiles, haya peñistas a los que no se les cae el vaso de la mano mientras niños y niñas tratan de jugar entre olor a alcohol, a pis, basura orgánica e inorgánica… y un ruido casi ensordecedor.

Corrales de la Plaza de Toros en la mañana del viernes de Ferias

Lo dije el año pasado y lo repito este: pese a que entiendo que se debe actualizar con los criterios medioambientalistas de hoy la vigente ordenanza de parques y jardines, pues data de 1985 y está obsoleta, su artículo 16 dice que “No se realizará una actividad (en los parques, jardines y zonas verdes) salvo en las zonas especialmente acotadas para el desarrollo de la misma, cuando ocurra alguna de las siguientes circunstancias: Que puedan causar daño a cualquier especie vegetal, mobiliario y elementos decorativos del parque. Que impidan o dificulten el paso de personas. Que perturben o molesten la tranquilidad intrínseca del parque”. Es evidente que el propio ayuntamiento está incumpliendo esta ordenanza, tanto en su espíritu como en su letra. Entiendo que las peñas quieran estar ubicadas en un foro tan céntrico, estancial y de paso, como es la Concordia, pero también deben comprender que una excesiva concentración de ellas en él perturba y molesta la tranquilidad intrínseca del parque, daña o estresa sobremanera a especies vegetales y animales e impide su uso y disfrute plenos a personas, sobre todo a niños y mayores. Hay un año por delante para, entre todos y siempre buscando el entendimiento a través del sentido común y el diálogo, darle una vuelta a este asunto con una perspectiva medioambientalista que hasta ahora ha sido opacada por la estrictamente festiva.

Y termino ya diciendo que el equipo de gobierno municipal se equivocó el día del pregón de peñas vedando el paso al exalcalde, Alberto Rojo, al balcón del ayuntamiento y que éste y su partido se equivocaron sobreactuando y poniéndose estupendos denunciando con toda la artillería mediática e institucional que manejan este incidente protocolario. Cuando los políticos se preocupan tanto de aparecer en los balcones o en las fotos, degradan la política. Y cuando los políticos utilizan las instituciones como si fueran su cortijo, también. Por favor, tengamos la fiesta en paz.

50 ferias con peñas

Las de 2023 van a ser las ferias de la capital en las que se cumplirán 50 ediciones ininterrumpidas con presencia de peñas festivas en ellas. Efectivamente, fue en las ferias de 1974, que se celebraron del 22 al 29 de septiembre, cuando inició su andadura el actual movimiento peñista, si bien hubo una primera época anterior con peñas que apenas duró tres “partes” —como se le llamaba entonces a los “telediarios”—, a mediados de los años sesenta. La primera peña festiva fundada en Guadalajara tuvo un nombre muy alcarreñista: “La Colmena” y, como las demás que tuvieron actividad en los años sesenta —alrededor de 15 y que fueron bautizadas con nombres bastante menos identitarios: “Los Garrulos”, “La Chimenea”…—, debieron luchar lo indecible para ser legalizadas porque el tardofranquismo aún apretaba y los derechos de reunión y asociación no eran tales al estar muy condicionados, tutelados y controlados a través de los entonces todopoderosos gobernadores civiles. Eran tiempos casposos de “Cuéntame” y aquellas peñas arriacenses sesenteras y pioneras estaban muy limitadas, condicionadas y obligadas a mucho, incluso a tener un sacerdote como asesor porque en el poder establecido y en la mayoría de la sociedad, dócil a él, imperaba obsesivamente la “moralidad”. Y, claro, una reunión de jóvenes con hormonas haciendo la ola, fiesta, alcohol y música de por medio era el ecosistema perfecto para que Belcebú hiciera de las suyas, sin perder de vista a los perniciosos “rojos” y masones que parecían no ser, pero estaban. En las ferias del año 1968, cuando los adoquines de París se levantaron en busca de la playa en el histórico mayo francés, la autoridad gubernativa decidió que hasta ahí habían llegado las peñas festivas alcarreñas en su primera época, incluso con asesor religioso, porque “la edad de piedra” aún no había pasado, pese a lo que decía la canción de “Los chicos con las chicas” que cantaban Los Bravos. Bastaron un par de enfrentamientos verbales entre peñistas y “guardias”, alguna copa de más y algún “decoro” de menos para que aquellas pioneras peñas fueran prohibidas. Era la respuesta del entonces gobernador civil, Luis Ibarra Landete, al conocido lema de “prohibido prohibir” del mayo del 68.

Imagen de finales de los años 70 de la peña Búfalo´s que, junto con Agapito´s, es la única que ha mantenido su actividad desde 1974. Foto: Luis Barra  

            En 1973, meses antes de ser asesinado por ETA Carrero Blanco — el entonces presidente del gobierno y llamado a ser el sucesor de Franco— hubo algún intento de recuperar las peñas porque ya se divisaban unos tímidos rayos de las primeras luces tras la larga noche franquista. Eran los tiempos de los gabinetes ministeriales tecnocráticos y del Opus Dei, también de la crisis mundial por el encarecimiento del petróleo que a la economía de España le hizo especial pupa. No fue hasta 1974 cuando, por fin y ya de forma sostenida hasta ahora, las peñas festivas volvieron a ser el pulmón y el corazón, la sal y la pimienta de las ferias de Guadalajara, dándoles a estas un carácter popular, alegre, dinámico y bullanguero que hasta entonces no tenían pues su caldo de cultivo era el oficialismo. Las fiestas arriacenses de aquel tiempo comenzaban y terminaban en la Concordia —donde se instalaba el ferial y se machacaba literalmente el parque—, las principiaban los desfiles de carrozas con “reinas” importadas y con papás muy poderosos, y las complementaban la feria de muestras de la cámara de comercio e industria —heredera de las históricas ferias de ganado—, el “bombero-torero” y tres corridas de toros —de toritos, más bien— y algunas actividades de ocio, cultura y deporte más para completar el programa. No todo era moco de pavo en aquellas ferias setenteras aún en dictadura pues el Coliseo Luengo solía tener una muy buena programación de espectáculos de música y teatro, muchos de ellos venidos gracias a un programa nacional de calidad llamado “Festivales de España”. También de vez en cuando el ayuntamiento se estiraba y ofrecía algún evento de altura, como una recordada actuación de María Dolores Pradera en el sin par palacio del Infantado, recién restaurado entonces tras ser bombardeado y muy dañado en la Guerra Civil.

            Las cinco primeras peñas del renacido movimiento peñista de Guadalajara que tuvieron actividad en las ferias de 1974 fueron “Agapitos”, “Búfalos”, “Guatequeros” —con su lema “la peña de los toreros”—, “La Ponderosa” y “Acetilenos”. Pedro Zaragoza Orts —el hombre que inició el despegue turístico de Benidorm cuando fue su alcalde—, entonces Gobernador Civil de Guadalajara, pese a ser una persona afecta al régimen y no tener inclinaciones precisamente liberales, se puso de lado y permitió al alcalde de Guadalajara, Antonio Lozano Viñés, algo más aperturista que él, que autorizara aquellas cinco peñas históricas de las que hoy continúan teniendo actividad las dos primeras. No obstante, les fueron exigidos varios requisitos a todas: certificados de Sanidad y de un arquitecto de la salubridad y condiciones estructurales de los locales donde iban a tener sus sedes, relación completa y detallada de todos sus componentes con sus datos de filiación, expedición de un carné identificativo y designar un responsable ante la autoridad gubernativa y municipal. Y, por supuesto, guardar la “compostura” debida, tanto en la calle como en los locales, con permanente supervisión policial, con riesgo de cierre si a juicio de los agentes se estuvieran haciendo cosas indebidas. Al contrario que en los años sesenta, en esos momentos la autoridad temía más que esas “cosas indebidas” fueran de carácter político que relacionadas con la moralidad pues ésta, al fin y al cabo, podía ser preservada con discreción y “ojos que no ven…”, mientras que la creciente oposición política al franquismo postrero cada día se hacía más evidente, aunque aún fuera clandestina. De hecho, del “Club Juvenil” de Guadalajara, tras el que estaba el todavía ilegalizado PCE pues del PSOE alcarreño de entonces no había rastro, surgieron buena parte de los líderes del movimiento peñista, entre ellos Chani Pérez Henares o José Antonio López-Palacios. No es una casualidad que una de las peñas pioneras se llamara “Acetilenos” y tuviera por logotipo una doble A encerrada en un círculo, o sea, el símbolo anarquista elevado al cuadrado… En 1974 se inició el camino con no pocas piedras en él. En 1975 hubo mucha política en la famosa “Casa de las Peñas” porque la celebración de las ferias coincidió con los cinco últimos fusilamientos del régimen franquista, tres miembros del FRAP y dos de ETA, que levantaron una oleada de protestas a nivel nacional e internacional. En 1976, muerto ya Franco, se constituyó la “Comisión de Peñas” y se relanzó el movimiento, ya de forma imparable, y a partir del 77, año en que tuvieron lugar las primeras elecciones generales democráticas, el viento soplaba a favor y pasó a hacerlo de popa y a toda vela cuando en 1979 llegó a la alcaldía Javier Irízar tras las primeras elecciones municipales democráticas de la Transición.

            No quiero terminar este post dando la impresión de que solo hubo política en el re-nacimiento de las peñas de Guadalajara en el año 1974 y siguientes porque no es cierto; lo que más hubo fueron ganas de divertirse y echarse a la calle y tomarla que, en el fondo, es una aspiración de cualquier joven, como la de cambiar a mejor las cosas. Y eso sí que es política, pero de verdad, no la que muchas veces practican los partidos, nutridos de profesionales de ella y trufados de endogamia y sectarismo.

El Volapük y la Migaña en el Congreso

La provincia de Guadalajara, que es la decimoséptima en extensión del conjunto de las provincias españolas —tiene 12.214 Km2, según el INE—, en cambio es la novena que menos población posee —256.461 habitantes, según la misma fuente—. Sin contar Ceuta y Melilla, que son ciudades autónomas, de las 50 provincias que tiene España en la actualidad, la nuestra solo supera en población a Ávila, Cuenca, Huesca, Palencia, Segovia, Soria, Teruel y Zamora. Esto lo manifiesta la estadística gruesa porque la fina dice que hay dos guadalajaras, si bien, según la base de datos de topónimos “Maxmind”, que incluye ciudades, pueblos, aldeas, distritos, barrios y cualquier núcleo de población, en todo el mundo ese número en realidad se eleva a 19, curiosamente el código de Guadalajara en el nomenclátor de provincias españolas, de ahí que nuestros códigos postales comiencen por esos dos dígitos. Esas dos guadalajaras a las que me refiero no están ni en Méjico, ni en Colombia, “ni en desiertos remotos, ni en lejanas montañas”, como alguien dijo en un conocido circunloquio para afirmar gráficamente la proximidad de las cosas, sino que se localizan dentro de esos doce mil y pico kilómetros cuadrados en los que se extiende la actual provincia de Guadalajara. Una realidad territorial finita desde que Javier de Burgos cerrara definitivamente en 1833 —aunque en España lo definitivo casi siempre tiene fecha de caducidad— los mapas provinciales, siendo ministro de Isabel II.

               Hablar de una sola Guadalajara es ignorar a la otra ya que ambas solo comparten límites provinciales, geografías similares, bastante historia común y no mucho más, que no es moco de pavo, pero es evidente que poco tiene que ver la Guadalajara del Corredor del Henares con la rural. Mientras que la primera crece y crece en población y en el establecimiento de industrias, sobre todo logísticas —que ocupan mucho suelo y generan bastante menos empleo que las de bienes de producción, de capital o de consumo, pero que son muy tecnológicas y crean bastante empleo diferido—, la segunda, decrece y decrece en población y cada día tiene menos y peor acceso a servicios. Resumiendo: al tiempo que la Guadalajara más cercana a la capital y vertebrada por el Corredor, sube y sube, la otra, baja y baja. Tenemos dos guadalajaras en una y, encima, la más pequeña en extensión es la que más población y actividad económica concentra, mientras que la otra, que ocupa más de tres cuartas partes de la provincia, presenta datos demográficos similares a los de Laponia. A las mismas puertas de Madrid porque Laponia está lejos de todas partes y tiene un clima verdaderamente extremo, pero la Guadalajara rural está en el centro de España, es limítrofe con la capital del país y su pujante región, y no son excesivas y hasta en algún caso, cercanas, las distancias con Zaragoza, Valencia y Barcelona, tres de las más importantes capitales y provincias españolas. No es la intención de este artículo entrar a analizar esta situación de bifrontalidad o bipolaridad que presenta desde hace unos años nuestra provincia y que sigue en manos del maximalismo porque se acrecientan progresivamente las distancias entre las dos guadalajaras, pero quede ahí el dato porque la despoblación no cesa en la zona rural pese a que hay no pocos que viven, y muy bien, de trabajar para combatirla. En España seguimos haciéndonos líos muchas veces con los fines y los medios, incluso mejorando a Maquiavelo dándole la vuelta a su conocido aserto porque, aquí, frecuentemente, el fin no justifica los medios, sino que los medios justifican el fin.

El Volapük y la Migaña en el Congreso

               Y en esa Guadalajara bifronte como Jano y bipolar como Van Gogh o Virginia Woolf, se acumulan aconteceres y circunstancias notables, pese a que la nuestra sea una de las provincias más desconocidas y menos visitadas de España; de hecho, la estadística dice que solo tenemos menos turistas que otras tres provincias: Palencia, Soria y Zamora, que copan el podio negativo de la recepción de visitantes. Precisamente, uno de esos aconteceres notables con Guadalajara como escenario me ha venido al recuerdo hace unos días, cuando se constituyó el Congreso de los Diputados para iniciar la nueva legislatura y la recién elegida presidenta, la socialista y pancatalanista balear, Francina Armengol, anunció que, desde ya, el catalá, el esuskara y el galego iban a ser lenguas de uso corriente y frecuente en la cámara, pese a que el reglamento actual no lo permita. Canta Joaquín Sabina, en una de sus mejores canciones, “Peces de ciudad”, que “en la Torre de Babel, desafina un español”. Pues eso… ¿Y Guadalajara, qué tiene que ver con que se vaya a instalar una sucursal de Babel —y no tardando, también del bable y del cántabru y de la fabla y del…— en la Carrera de San Jerónimo?. Pues que, sin salir de esta pequeña y semidesconocida provincia, tenemos dos proverbiales ejemplos de lo que es la “centrifugacidad” y la “centripetez” —permítanseme sendos palabros— de las lenguas: fuimos sede de la academia española del Volapük, un proyecto de idioma universal en la línea del Esperanto, nacido en la segunda mitad del siglo XIX y que tenía como lema “menade bal püki bal” —“para una humanidad, una lengua”— y en la zona nordeste de la provincia se habla la Migaña o Mingaña, una jerga de tratantes, muleteros y esquiladores. Mientras que el Volapük pretendía que todos los hombres se pudieran entender en un mismo idioma, aunque fuera artificial, porque eso contribuiría a tender hacia una humanidad más unida y fraterna, con la Migaña, sus hablantes, lo que perseguían era entenderse solo entre ellos y que nadie supiera qué estaban diciendo. Ustedes mismos pueden juzgar si lo que se busca con el uso de lenguas cooficiales en el Congreso es unir o separar, entender o confundir, acercar o alejar… Más que hermanos, los españoles cada vez somos más primos.

Los secretos de Comillas

               Regresé ayer de mis vacaciones anuales en Comillas que, como saben los lectores habituales de mi blog, es el lugar en el mundo donde me cogería la liquidación de los tiempos si, cuando llegara el apocalipsis, no estuviera en Guadalajara. Hace ya muchos años, un inquieto concejal de turismo que tuvo Sigüenza, Emilio Pinto, que tiempo después murió porque se cansó de vivir, creó un acertadísimo eslogan turístico que decía “Búscame en Sigüenza”. No es difícil encontrarme en la ciudad del Doncel, no, porque desde bien pequeñito, cuando mi hermano Alfonso estudiaba en la SAFA, me cautivó ya para siempre, pero si no me encuentran en Guadalajara, búsquenme en Comillas porque es bastante probable que allí esté. Guadalajara me eligió, pero yo elegí Comillas, y en ambos lugares soy una figura tan integrada en su paisaje que no es fácil distinguir donde terminan ellas y donde empiezo yo.

               A pesar de viajar a finales de julio a la villa cántabra de los arzobispos —así llamada pues han sido varios los en ella nacidos pese a su escasa población, poco más de 2.000 habitantes censados que se multiplican por diez cuando llega el estío—, en plena canícula, la lluvia nos recibió sin complejos porque allí nunca es extemporánea. Los comillanos se quejan de que cada vez llueve menos, y es cierto, pues el intenso verde cántabro amarillea últimamente en exceso, sobremanera en la impresionante campa de Sobrellano, pero, no obstante, el agua caída del cielo como solo cae en el norte, despacito, casi como si fuera espray, sigue sin ser noticia porque allí es lo habitual. De vuelta a Castilla, la nueva porque cuando aquí llegaron los castellanos ya los había viejos en el norte del que procedían, el sol cegador y el calor abrasador, como solo se describe en el poema del destierro del Cid, de Manuel Machado —“polvo, sudor y hierro…”—, nos han recordado que esta es una tierra maximalista, meteorológicamente hablando, de inviernos largos y fríos y estíos calurosos y secos. Dejamos Comillas con 23 grados de máxima y nos recibió Guadalajara con 38, aunque esta actual ola de calor del ferragosto es tan intensa que hasta allí se anuncian temperaturas que rondarán los 30 grados, algo ignoto donde la montaña se hace playa en sus faldas. Es evidente que hay un cambio climático, lo que ya no se es si se trata de un microciclo o de un macrociclo, pero el amarillo le está ganando terreno al verde en el norte y en el centro avanza el páramo y en el sur el desierto. Algo habrá que hacer, pero sin ismos de más.

               Pasear con lluvia ligera por la playa de Oyambre —un parque natural excepcional de rías, montañas y bosques, donde los robles y las hayas quieren, pero no pueden, ser tan altos como las secuoyas de Monte Cabezón— es un refrescante placer al tiempo que una especial sensación pues los pies los abraza el agua salada del mar y el rostro y las manos los salpica el agua dulce caída del cielo. En ese contraste de aguas saladas y dulces, surgen las rías cántabras, hijas nacidas de amoríos entre el río y el mar como parece decir y dice este poemita mío de “Suite Comillas”, mi primer poemario “a capricho”, como no podía titularse de otra manera, Gaudí mediante:

Dorado arenal
de aguas dulces y saladas,
marismas del norte.
Paraíso de anátidas:
Los ánades reales juegan al bolo palma,
las cercetas al “veo-veo”
y las fochas a las aguadillas.
Mientras,
los cormoranes pescan sin anzuelo ni sedal
y la mar hace el amor con el río.

Palacio de Sobrellano (Comillas). Foto Jesús Orea.

               He vuelto a Comillas porque allí he encontrado un equilibrio de clima, paisaje, monumentalidad y naturaleza que rayan la excelencia y de los que disfruto junto a mi familia que es más callada y contenida que yo, pero que también ama aquel lugar de la región que desde hace cuatro décadas llaman Cantabria, pero que es, ha sido y siempre será la Montaña de Castilla pues, no en vano, allí radicaban los bárdulos, medio vascones y vecinos de los astures, pueblo que está en las raíces y en el ADN de los castellanos. Además, Comillas es una ventana del modernismo catalán que, a finales del XIX y principios del XX, cambió la luz del Mediterráneo por los vientos fragantes del Cantábrico. Por ser, fue hasta capital de España por unas horas cuando Alfonso XII celebró allí un Consejo de Ministros, en el palacete conocido como Casa Ocejo, aún en pie y primera propiedad del Marques de Comillas cuando regresó triunfante a su pueblo después de hacer las américas. Y hasta allí se hizo la primera luz eléctrica pública de España cuando el propio Marqués quiso impresionar al rey en su inicial visita a la villa cántabra que, por cierto, estuvo dentro del señorío jurisdiccional del mendocino marquesado de Santillana, no siempre bien avenido con los comillanos. La actual iglesia de la villa es una prueba de esa desafección pues la construyeron las gentes del lugar tras negarse a ir a misa a la capilla del Mendoza en el viejo convento por los abusos y desprecios de su administrador, y en cuyas góticas ruinas radica hoy el impresionante cementerio de Comillas, donde el magnífico ángel exterminador de Llimona protege a los allí enterrados encaramado a sus muros.

               Se ha dado la circunstancia de que este año se ha programado en Comillas —y en parte ha coincidido con nuestra presencia allí— un festival de música conmemorativo del XX aniversario de los “Caprichos musicales”, un notable evento para los melómanos, generalmente conformado por música clásica, del que es director honorario Ara Malikian, otro fijo como nosotros y muchos más en los veranos comillanos. Y en esa programación especial, abierta a otros sonidos y tendencias musicales, ha destacado la presencia de “Los Secretos”, un grupo muy querido en Guadalajara por la indeleble huella que dejó en él Pedro Antonio Díaz, el extraordinario batería pelirrojo que se nos murió cuando era demasiado joven, incluso para el rock and roll. Comillas + Los Secretos es una combinación para mí pluscuamperfecta y no lo escribo sobre un vidrio mojado.

Ochaíta termina de recitar su poema alcarreño 50 años después

El pasado sábado, día 22 de julio, atípica y extemporánea jornada de reflexión electoral, en el atrio de la espléndida Colegiata de Pastrana, a los pies de la llamada Cruz del Cementerio, tuve el placer y el honor —aunque suene a tópico les aseguro que no lo es— de prestar mi voz a José Antonio Ochaíta para que, 50 años y 5 días después de morir allí mismo, pudiera concluir el poema que estaba recitando cuando, inesperada y sorpresivamente, le sobrevino la muerte en la velada de “Versos a medianoche” que se celebraba el 17 de julio de 1973. Quienes bien me conocen e, incluso, quienes solo me conocen un poco, saben que soy una persona emocional y emotiva y que dejo traslucir mis sentimientos sin excesiva contención —iba a decir pudor, pero puede malinterpretarse—, lo que no se si es tan bueno para mí, pero desde luego da muchas pistas a los demás sobre mi. Pues bien, con la emoción a flor de piel y, no lo niego, con cierta sensación de estar en el sitio adecuado y en el momento justo, participé en el homenaje que el Ayuntamiento de Pastrana y la Diputación, como una semana antes se había hecho en Jadraque, tributaron al poeta jadraqueño con ocasión del 50 aniversario de su muerte.

Jesús Orea recitando en Pastrana los versos que recitaba Ochaíta cuando murió hace 50 años. Foto: Mario Bernal.

El acto, sencillo, íntimo y contenido, como no debía ser de otra manera, lo vertebró la poesía del propio homenajeado, recitándose una medida y escogida selección de sus obras en verso. Juan Carlos Pérez Arévalo, escritor, poeta en experimentación, actor y director de teatro, agitador cultural y tantas buenas cosas más, además de profesor de instituto, precisamente en Pastrana, comenzó el recital bordando el “Autorretrato” de Ochaíta, un extenso poema escrito cuando tenía “la edad de Cristo” —o sea, 33 años—. Juan Carlos dio al poema el ritmo —ágil, pero no atropellado— y el tono —irónico y festivo— que su autor querría haberle dado y llegó con brillantez a ese verso que es una inmejorable definición de Jadraque y la Alcarria: “Nací donde Castilla se viste de perfume”. ¿Se puede definir mejor la Alcarria?
Angélica Santos, actriz aficionada pero ya de largo recorrido, mujer de teatro total y muy activa culturalmente, sucedió a Juan Carlos en aquella rapsodia en malva que aportó la oportuna iluminación de la Cruz del Cementerio y que sirvió de idóneo decorado al recital. Ella recitó sendos poemas de Ochaíta dedicados a las dos grandes mujeres de la historia de Pastrana: Santa Teresa de Jesús (… “Mientras Madre Teresa funda y sueña / hila Pastrana la estameña / para el soldado y para el Carmelita…”) y la Princesa de Éboli (“ …Pero dualizáis tan bien / paganía y cristianía / que el acólito decía / “Amor” por decir “Amén”). Ochaíta, jadraqueño hasta la médula, amaba Pastrana y hasta unas horas antes de allí fallecer, como presintiéndolo, dijo a su amigo, Francisco Cortijo —la carne y hueso del personaje de Don Paco del último capítulo de “Viaje a la Alcarria” (CJC), médico, historiador y exalcalde—: “Me gustaría morir en Pastrana”, aunque después dejó claro que querría ser enterrado en su pueblo, junto a su madre. Y en Jadraque y junto a ella, conforme a su voluntad, fue sepultado el 18 de julio de 1973, tras ser conducido su cadáver en ambulancia en una cálida madrugada alcarreña con el cielo cuajado de estrellas, momento excelso que siempre recuerda Josepe Suárez de Puga pues fue quien le acompañó en su último viaje. Ambos fueron grandes amigos y son y serán siempre grandes poetas.
Tras Angélica llegó el turno de recitación de Carmen Niño, escritora, poeta y “alma mater” de los “Versos a medianoche” y el “Ágora de la poesía” de Guadalajara, además de actriz aficionada de experiencia. Carmen es una mujer pequeña de talla, pero grande en ilusiones y empeños literarios y artísticos. De casta le viene pues su padre fue un gran actor que no llegó a profesional pese a tener ofertas para serlo y su hermano también es actor y hombre de teatro. “La Niño”, que es una gran mujer, recitó una breve pero preciosa pieza que Ochaíta tituló “Enero” y dedicó a su madre, a quien veneraba: “¡Pero enero y ella lejos! / ¡Pero enero sin su amparo! / ¡Pero enero sin la cuna, / milagros es de sus brazos”. Tras este poemita, Carmen recitó el “Romance del acabose”, una de las obras más populares de Ochaíta y que sirvió para que estuviera presente en su homenaje su faceta de compositor de letras de coplas, de canciones y de romances que tanto calaron en la gente entre los años 30 y 70 del siglo pasado, cuando José Antonio desarrolló su más fructífera etapa profesional. Carmen, con su buena recitación, nos ayudó a meternos en la harina de un romance en el que la extrema sensibilidad de Ochaíta tiene rienda suelta y el amor y la muerte (el eros y el thanatos griegos) fluyen en cada verso: “El amor cuando es amor / solo tiene dos certezas: / el odio, verdad de sangre; / la muerte, certeza negra”.
Y al final, y como colofón del acto que hizo regresar, si no la voz, sí la palabra de Ochaíta a Pastrana, exactamente al mismo lugar y a la misma hora donde muriera hacía medio siglo, me tocó a mi el privilegio de completar el poema que estaba recitando cuando le sorprendió la muerte, titulado “Manos nuevas para una tierra vieja”. Es un poema excelso dedicado a la Alcarria y que, a mi parecer, está a la altura de ese otro gran poema alcarreño que escribiera León Felipe en Almonacid (“Sin embargo…/ en esta tierra de España / y en un pueblo de la Alcarria,/ hay una casa / en la que estoy de posada, / y donde tengo prestadas / una mesa de pino y una silla de paja”). Ochaíta murió cuando recitaba estos versos de sus “Manos nuevas para una tierra vieja”, una de sus últimas composiciones: “Tengo la Alcarria entre las manos / pero no se si pesa o no pesa…”. Les puedo asegurar que, cuando en mi recitación llegué a ellos, consciente del épico —y también lírico— momento que 50 años antes habían protagonizado, mi emoción terminó de desbordarse y, al detenerme para que las autoridades —Carlos Largo, alcalde de Pastrana, José María Bris, como representante de la familia, y Plácido Ballesteros, en representación de la Diputación— hicieran en ese preciso instante una ofrenda floral en la placa que recuerda al poeta en el atrio de la Colegiata, di un traspiés y caí al suelo, dando lugar a que alguno pensara que era una sobreactuación mía recordando el último suspiro del poeta bañado en poesía. Y no lo fue, no. Torpe y sobreemocionado, tropecé con el escalón más bajo de la grada de la Cruz del Cementerio y di con mis huesos en el mismo lugar donde Ochaíta cayera fulminado 50 años y 5 días antes. Como pragmático y ya canoso castellano que soy, creo más en las causalidades que en las casualidades, pero en esta ocasión, les aseguro que Ochaíta no me agarró la pierna para hacerme caer, en protesta por mi, solo regular, recitar de sus versos, sino que me caí solito, quizá porque me sobrepasaba el acto.
Como decía al principio, siempre llevaré en mi corazón y en mi recuerdo el día en que terminé de recitar en Pastrana los versos que Ochaíta no pudo culminar porque la sombra de la muerte quiso callar al poeta. Y calló su voz, pero no su palabra. Y que sepa la muerte que a los poetas se les puede hacer callar, pero sus versos hablarán siempre por ellos.

Ir a la barra de herramientas