Archive for agosto, 2017

Verano en Comillas, otoño de odio en Cataluña

DESPUÉS DE UN VERANO de paz, alegría, suave tiempo y verdor en el corazón de Cantabria (La Montaña de Castilla), entre San Vicente de la Barquera y Comillas, donde por cierto se agolpaban españoles de todas las Españas para ver el Capricho de Gaudí, incluidos catalanes, por supuesto, llegó el terrible atentado de Barcelona y Cambrils, fruto del odio.

Y para este otoño, se anuncia más odio por tierras catalanas porque de nada ha servido tampoco las muestras de solidaridad que han llegado desde las restantes tierras de España.

Quien se ha imbuido de la ideología de odiar… a España, por ejemplo, y en eso el catalanismo es maestro desde hace 150 años, ya no sabe hacer otra cosa, que encontrar la causa de todos sus males, España, aunque en realidad del resto de España ha recibido históricamente casi todos sus bienes.

Cataluña se ha superdesarrollado en los siglos XIX y XX, gracias a una coalición de poder que algunas veces he denominado Triespaña,

http://blogs.periodistadigital.com/juan-pablo-manueco/2017/02/12/una-defensa-de-castilla-de-jesus-torbado-juan-pablo-manueco/

Pero ahora después de un bello y pacífico verano en Comillas, en la Montaña de Castilla, que la Transición le quitó a esta flagelada Castilla desde hace muchos siglos…

http://blogs.periodistadigital.com/juan-pablo-manueco/2017/08/29/2210/

Ahora, digo, tras el odio yihadista de agosto, es la hora de un otoño de odio antiespañol del sectarismo (que no nacionalismo) catalán contra la otra parte no catalanoparlante de Cataluña y contra España en general… Odio sembrado concienzudamente por los medios de comunicación y los planes de estudio sobre una población escolar indefensa.

Veremos lo que ocurre este otoño de odio unilateral. Ya expresé mi solidaridad poética con Barcelona por lo ocurrido este mes de agosto:

http://www.guadalajaradiario.es/el-rincon-del-lector/24041-barcelona.html

Ahora elevo la oración de mi poesía porque la sensatez triunfe finalmente y no la ideología catalana del odio tan sembrado desde hace tanto, pero que no debe ser recogido, porque sería muy mal fruto, perjudicial para todos, a una y otra parte del Ebro.

Ese río ibérico que nace también en la Montaña de Castilla y va a desembocar por la Cataluña de Tarragona (precisamente donde nació Hispania), sin saber nada de las ideologías humanas que exaltan el odio entre los propios catalanes y entre éstos y el resto de los españoles:

http://www.guadalajaradiario.es/el-rincon-del-lector/24174-ante-los-atentados-de-barcelona-y-cambrils.html

 

 

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Más “Sombra del sol III” en Guadalajara

COMENTABAMOS EN EL NÚMERO anterior algunos párrafos de la novela “La sombra del sol” que parcialmente ocurre ya en las tierras de Guadalajara, aunque sus protagonistas tienen el decidido propósito de encaminarse hacia la capital arriácense, el 29 de agosto de 1601, que los expertos en la Historia de Guadalajara sabrá que fue un día muy especial, por el fallecimiento de alguien y por la sucesión de la hija de ese mismo personaje.

Pues bien, este verano me ha dado tiempo a escribir dos continuación más de “La sombra del sol”, que está en las librerías desde febrero de este año. Y en otoño se publicarán esas dos nuevas partes.

Los protagonistas de la serie de novelas, para quien no lo sepa todavía, son Miguel de Cervantes Saavedra, el hidalgo manchego Alonso Quijano y el cura seguntino Pedro Pérez.

Este es el extracto de un capítulo que corresponde a “La sombra del sol III”

“XXIX. Donde el séquito de caballeros, héroes, juglares, frailes, poetas y autores de teatro y pensamiento continúan avanzando entre la niebla hacia donde vayan

 

NO LE OÍAN SUS COMPAÑEROS de viaje porque don Alonso Quijano se había adentrado bastante trecho entre la niebla hasta encontrar un claro y oquedad en la misma, por donde iba avanzando la comitiva cultural precisamente, lo cual le permitió tener una visión amplia de los integrantes de la misma que iban por delante del cortejo y de la más numerosa sucesión de los que venía por detrás.

Pero esto último era más conjetura que certeza, porque el claro de luminosidad no era suficiente para mostrar su final, por lo que después de ver cuanto por detrás de la comitiva la niebla dejaba observar, volvió a picar espuelas sobre Rocinante para tornar a través de la niebla donde se hallaban sus amigos. Y cuando lo consiguió, les dijo:

-¡Yo no había visto nunca tal densidad de caballeros heroicos ni tal número de canciones lírica hermosas en boca y voz de enamorados y doncellas como las que por ahí se nos acercan!

Y luego completó:

-Ni tampoco tantos autores de teatro valiosísimos como los que por detrás de nosotros vienen, prosistas de bellas historias de los más diversos asuntos, autores de libros de viajes, pensadores y creadores de ideas y opiniones, novelistas, historiadores, tratadistas de religión o de leyes.

Hizo una pausa, durante la cual sus compañeros de viaje le pidieron nombres, pero don Alonso Quijano se excusó porque ni había visto íntegro el cortejo ni las facciones de algunos de pasados siglos le resultaron indudables, por lo que temía confundirse.

Mientras tanto el coro de voces que entonaban cantos mientras desfilaban continuaban con su tonada que a veces parecía himno de celebración. Cantaban desde la niebla:

Poema de Mío Cid

Mas cualquiera que fuese

a lo anterior, prosa y verso citado,

el valor que se diese,

monumento ha llegado

que habla eterna hace, en sólo su rimado.

 

Cantar de Mío Çid,

«exíe el sol, ¡Dios, qué fermoso apuntaba!».

Su verso recibid

«que en buena ciñó espada

quien fizo» esta pedrería tallada.

 

-Han vuelto a usar la estrofa que conocemos como lira, e incluso han conseguido incrustar versos del “Poema del Cid” que son largas series de versos asonantados entre las liras. No está mal pensado el logro –comentó el alcalaíno-.

-Contrasta la alegría y jovialidad con que ahora se nos ha presentado la figura de Rodrigo Díaz de Vivar, con la soledad y el dolor del Cid herido de muerte en las playas de Valencia, por flechas almorávides que hemos visto y oído ante –expuso don Alonso Quijano-.

Los cánticos continuaban:

 

(…)

-Ahora parece que es el propio idioma castellano el que agradece a Rodrigo Díaz de Vivar haberle dado ocasión para cantar tantas y tan grandes gestas como en esta lengua de Castilla sobre él se han narrado –apunto Miguel de Cervantes-

-Pues otro encomio y homenaje mayor no cabe, que sea el propio idioma quien celebre y agradezca a la persona haberle procurado tanta hazaña para que la lengua tenga donde escoger, a la hora de buscar su propio lucimiento –dijo el manchego-.

(…)

-Han hecho mención incluso a esta tierra y camino por la que nos encontramos, ente Hita, Guadalajara y Alcalá, que son citadas en el “Poema del Cid” –comentó el alcalaíno-. Verdaderamente estamos en unas tierras esenciales para la comprensión de la cultura castellana.

-¿Y quién lo duda? –saltó en ese momento el cura Pedro Pérez, como si hubiera notado un asomo de vacilante indecisión o de sospecha en la atribución a las tierras del Henares al corazón mismo de la cultura castellana-.

-Nadie lo duda. Yo desde luego no lo he dudado en ningún momento –respondió el letrado en lengua castellana Miguel de Cervantes-. Recordad que yo mismo soy alcalaíno, señor cura. Y sé lo que aporta este río a la cultura castellana.

-Por un momento me pareció haberle entendido.

-Ni por asomo.

Y añadió:

-Estoy seguro de que jamás un sistema político querrá negar la castellanidad esencial de las tierras del Henares. Y si lo hubiere, por algún incomprensible extravío, no creo que durara mucho semejante desatino y despropósito anticastellano que más bien entraría en los terrenos de la enajenación, el desvarío y el dislate nunca por mí hasta ese extremo concebido.

 

 

 

“La sombra del sol” llega a Guadalajara

QUIENES SIGAN ESTA SECCIÓN literaria sabrán que abril de este año me trajo la noticia de que premiaban mi novela “La sombra del sol” con el Premio “LOS TRAS GRANDES (Cervantes, Cela, Buero Vallejo)” concedido por la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha.

La novela, que es un viaje ocurrido en 1601, cuatro años ANTES de la publicación del Quijote, plantea un sinnúmero de posibilidades porque precisamente son el hidalgo Alonso Quijano y el cura Pedro Pérez quienes conocen a un Miguel de Cervantes alicaído y desanimado por no encontrar tema sobre el que escribir, el cual decide acompañar a los otros dos viajeros en un viaje que están realizando hasta Sigüenza.

Las tierras de Guadalajara y Sigüenza van a ser recorridas y descritas por estos personajes a lo largo de esta serie de libros (porque serie va a ser: ya escrita también la segunda parte y ando escribiendo la tercera).

Pero incluso en la ya publicada “La sombra del sol” ocurre el momento en que el cura seguntino Pedro Pérez entra en contacto con las tierras de Guadalajara, donde pasó su infancia.

Creo que se produce un momento de gran emotividad, que agradará a los lectores, y además se citan lugares y pueblos de media provincia:

Aquí incluyo este capítulo de “La sombra del sol”

 

Capítulo XLVI. En que el cura Pedro Pérez lleva a feliz término un pequeño sueño que tenía en la mente, parecido al del peregrino que retorna a su patria.

 

ARREÓ LA MULA CUANTO PUDO y pasó al lado de la venta de Meco, sin detenerse, pues era otro el motivo que le impulsaba a su sin freno carrera.

Meco quedaba un tanto separada del Camino Real de Aragón, que seguían nuestros viajeros.

Desde la vía de comunicación se veía del municipio, sobre todo, la imponente parroquia de la Asunción, monumental como un canto gregoriano elevado hacia el sol de Castilla y la tierra de la Campiña para entonar alabanzas de piedra, elogios de espíritu, loas de alma, loores de esencia, ditirambos de ánimo, lauros de aclamación y laureles de esperanza…

(“Alabanzas de piedras, elogios de espíritu, loas de alma…” líricos comenzamos este capítulo”)

Todo ello creciendo en punta hacia el cielo azul de Castilla, como una torre total que absorbiese y concentrase la vista de cuantos junto a ella o lejos de ella pasaren.

Pero ni en la torre de Meco, situada bastante a su izquierda, ni tampoco en la Venta de Meco que estaba dejando al lado, justo a su mano izquierda, el cura Pedro Pérez se fijaba.

Era otra cosa la que traía en suspenso su ánimo.

La villa de Meco había pertenecido en época medieval al común de Villa y Tierra de Guadalajara, y así se lo recordaban a toda la chiquillería que se había formado en la ciudad arriacense, como una espina de injusticia que alguna vez debía subsanarse, por lo que el cura Pedro Pérez ya casi se sentía en su patria chica mientras galopaba a lomos de su mula de viaje.

Pero la realidad era terca. No lo estaba. Debía seguir galopando hasta el límite del término municipal de Meco para lograrlo.

Y eso hacía.

Galopar.

Correr.

Cabalgar.

Desbocarse.

Ir al todo meter de su caballería mular para llegar de inmediato a donde pretendía.

Al borde mismo de Meco.

Hasta el encuentro con las tierras de Azuqueca de Henares, donde ya así podía sentirse en la Guadalajara de su infancia.

Volvía, como el peregrino, a su patria.

Después de mucho, después de tanto, luego de haberse ido, luego de haber soñado durante tanto tiempo con su regreso.

Estaba llegando a la Tierra de Guadalajara.

Detuvo su cabalgadura, para caminar ahora al paso, como un rito, quería saborear el momento en que Pedro Pérez, el niño, que luego fue seminarista, que se había criado entre Guadalajara y Sigüenza, que había partido después para ejercer su ministerio a lejanas tierras, que había recalado finalmente en un lugar de la Mancha, tornaba ahora a su patria, a su ciudad de Guadalajara, medio campiñesa y medio alcarreña.

Debía entrar en su tierra despacio, saboreando el momento.

Y así lo hizo.

Saludaba con ambas manos alzadas mitad al cielo, mitad a la tierra.

Lloraba de los sus ojos, como el Cid cuando partía la destierro.

Se emocionaba.

Reía.

Lloraba.

Estaba en casa, de nuevo.

La mula del sacerdote traspasó el borde arriacense y cuando ya estuvo pon entero dentro, Pedro Pérez detuvo su cabalgadura.

Saludaba a diestra y siniestra

Se inclinaba ante el pasado de su vida, ante su infancia, ante sus padres, sus tíos y tías, sus hermanos, sus primos, sus amigos, sus años niños, mozos, adolescentes, jóvenes… Se inclinaba ante Guadalajara entera.

Se le humedecían los ojos.

Miraba hacia la Alcarria, la comarca más elevada cuyo largo borde corría a la derecha del valle del Henares, semejando una montaña longitudinal boscosa, aunque él supiera que no había tal montaña sino una altiplanicie muy elevada y ancha, la primera de ellas, que luego en su sucesión de ventorreros y altozanos boscosos darían lugar a una de las regiones geográficas más peculiares de España.

Atisbaba hacia esa parte derecha por donde sabía estaban Albolleque, en realidad una gran finca ganadera, y Chiloeches, mitad a pie de monte, mitad subida en él.

Oteaba hacia el frente, donde se divisaban los caseríos de Azuqueca de Henares, Alovera, Quer, Cabanillas del Campo y, recostada sobre su pendiente en ascenso, también medio campiñesa y medio alcarreña, Guadalajara. La Arriaca ibera.

Avizoraba hacia su izquierda, por donde reposaban los casales de Villanueva de la Torre, Valbueno, Marchamalo, Usanos, Galápagos…

Y entrecerrando los ojos, contemplaba en su interior Tórtola de Henares, Torre del Burgo, Hita, Jadraque, Bujalaro, Matillas, Baides, Mandayona, Mirabueno, Aragosa, La Cabrera, Pelegrina, ¡Sigüenza!

Los lugares a los que debían ir en las jornadas siguientes, si todo discurría según lo previsto, hasta completar el motivo y fin de su viaje: llegar a la ciudad mitrada, arriba, en el naciente Henares, el Faenarius romano, el Fenares cidiano, el lugar de heno que Pedro Pérez llevaba en su corazón, desde mucho antes de haberse ordenado sacerdote

«La sombra del sol», Juan Pablo Mañueco. Premio «Los Tres Grandes -Cervantes, Cela, Buero Vallejo-«, otorgado por la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha

 

 

 

 

 

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