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La Procesión del Fuego y una Inmaculada (XXI)

44) Dice don Epifanio en su artículo “Fuego en el rastrojo” (67), que en la fiesta intervienen, junto a los elementos religiosos, la música y los bailes, con añadidos de reina y damas de honor, toros, pólvora, teatro, deportes… (habría que añadir también la comida -que de la panza sale la danza- y la bebida, muy especialmente).

Pues, bien, dos de estos elementos, el religioso y el fuego, que no deja de contener un sentido religioso de purificación, se dan la mano en esa fiesta entrañable y vistosa que es la “Procesión del Fuego” que tiene lugar en Humanes de Mohernando, con motivo del traslado de su patrona, la Virgen de Peñahora, desde su ermita -donde se venera todos los días del año- a la parroquia de San Esteban, con la que el pueblo se despide del verano.

Allí, el segundo sábado de septiembre, durante los casi tres kilómetros que hay de distancia entre ambos templos, la procesión camina a cielo abierto por la carretera, mientras a ambos lados arden los rastrojos que, según va oscureciendo la tarde, contribuyen a iluminar a la Virgen que avanza entre cánticos de alegría que entonan las mujeres. Por el cielo los cohetes, la pólvora, dejan su trazo de humo blanco y estallan atronando el paso… y, ya cercanas, se oyen las campanas avisando de la próxima llegada de la patrona.

Pero además de los rastrojos, son tantos los haces de paja a los que se prende fuego, que la noche se convierte en luminaria en la tierra, y el cielo, en una inmensa nube de humo que, posiblemente, sirva para allegar las almas de quienes siguen la procesión entre cánticos de gloria y salmodias peregrinas y dolorosas en exculpación de sus pecados. Purificación por el fuego y por la voluntad de cada cual. Humo psicopompo o transportador que eleva el alma a Dios, entre nubes manejadas por angelotes turiferarios escapados del retablo barroco de la vida.

La tierra, que ha dado sus frutos, se prepara para una nueva sementera y vuelva a fructificar en un ciclo imparable. Tierra, fuego, simiente, fruto… vida.

45) En alguna ocasión hemos hablado del interés de don Epifanio hacia la Virgen, pero especialmente hacía la Inmaculada, cosa que deja nuevamente de manifiesto en ese artículo, breve como todos los suyos, que titula “Fiesta Blanca” (68) y que, en esta ocasión, se centra en la Inmaculada que celebran los habitantes de Morillejo (antes tuvo presentes las de Molina de Aragón, Matillas, Villarejo de Medina y Aldeanueva de Atienza, que también la tienen como Patrona).

Morillejo sobrevive, escribía entonces don Epifanio, “de cabras y ovejas, huertos y vides”, pero los tocones viejos indican un pasado más boyante, una mayor cosecha y un mayor número de vecinos. Y de tales uvas, el “churú” ese aguardiente que tanta fama tiene en la actualidad, también conocido como orujo de Morillejo (o “alcarreñito”)…

Don Epifanio dice que “A la “marca” de sus vinos y licores se une también el amor a su celestial Patrona, cuyo sentir y querer se remonta a época medieval, cuando la aldea pertenecía al Cabildo catedral de Sigüenza, y luego al monasterio de Murel (Óvila)”.

Luego hay cierto entristecimiento en la palabra del escritor y añade que los hijos del pueblo que se marcharon a la ciudad todavía pueden vivir la religiosidad de su fiesta al igual que “recordarán aquellos primeros vinos que tomaron por asalto en la bodega del abuelo”.

Es decir, para don Epifanio, la fiesta sirve para poner las cosas en su sitio y fijar los límites éticos a la hora de la exaltación de la vendimia de los placeres.

(67) Guadalajara por dentro, op. cit., p. 263.  (Flores y Abejas,26/IX/1990).

(68) Op. cit., p. 277 (Flores y Abejas, 5/XII/1990).

 

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