Archive for diciembre, 2016

Tradiciones navideñas a punto de desaparecer

No son muchas las manifestaciones tradicionales de la Navidad que van quedando en los pueblos de Guadalajara. La despoblación progresiva y, como consecuencia, la falta de juventud en los pueblos, ha conducido a esta situación, exceptuando algunos casos muy honrosos en los que aún se conservan, aunque con cierta desgana.

Recogemos seguidamente algunas formas de sentir y ver la Navidad. En muchos casos son hechos que forman parte del pasado, de eso que ahora podemos llamar sin miedo a equivocarnos arqueo-etnografía, en otros, afortunadamente, aún se conservan algunas manifestaciones.

En Casas de San Galindo, según comenta Dionisia Cancho Sopeña [“Cultura tradicional en Casas de San Galindo”, Cuadernos de Etnología de Guadalajara, 10 (1989), 38-46], aparte de los actos religiosos propios de estas fechas, era la juventud la que se encargaba de organizar sus propias fiestas, especialmente la del día 26 de diciembre, que allí recibía el nombre de “La Pascuilla”, consistente en meriendas y rondas que corrían a cargo de los mozos.

Mucha mayor importancia adquirió la Navidad en Sigüenza, donde era tradicional cantar las “Doce palabritas…”, cuya interpretación se hacía interminable, puesto que los encargados de ello debían cantarlas sin equivocarse: “Las doce palabritas, dichas y retorneadas, dime la una, la una es una, la que parió en Belén la Virgen pura es…”. Se tenía que ir ascendiendo, es decir, incluyendo cada vez, las dos tablas de Moisés, las tres personas de la Santísima Trinidad, los cuatro evangelistas, las cinco llagas, los seis candelabros, los siete dolores, los ocho gozos, los nueve meses que la Virgen llevó a Jesús en su vientre, los diez mandamientos, las once mil vírgenes y los doce apóstoles, para tras haberlas repetido todas de forma ascendente, volverlas a cantar en descenso, desde la doce a la una. Viene a ser algo así como tejer y destejer cada una de las palabras que se mencionan. O como señala Juan Antonio Martínez Gómez-Gordo [“Folclore seguntino”, Cuadernos de Etnología de Guadalajara, 11 (1989), 7-50] -de quien tomamos estos datos- interpretar también “El caracol”, bastante menos complicado que la anterior:

“Caracol,

Si vas a las doce, las once, las diez,  

las nueve, las ocho, las siete,  

las seis, las cinco, las cuatro,

las tres, las dos, la una

de la mañana.  

No hay nada”.

Para terminar:

“Caracol,

¿para qué nadabas,  

caracol,

debajo del agua?

Morenita,

 tu pecho me agrada”.

 

Pero también se cantaban otras canciones como “El naranjel” o “La huida a Egipto”, extraídas de algunos evangelios apócrifos, además de los “aguinaldos” y “nochebuenas” propias de las rondas de Navidad, que van cantando acompañadas por el sonido de todo un variado repertorio  instrumental compuesto por guitarras, bandurrias, hierros, campanillas, botellas de anís restregadas con cucharas metálicas, y zambombas de gran tamaño, para desde allí recorrer la ciudad, casa por casa, en cuestación de aguinaldos para ellos o destinados a los ancianos del asilo, hasta la hora de  la misa “del Gallo”, para después de finalizada reunirse en la Plaza Mayor para ver cuál de ellas se hace con el Premio del Ayuntamiento, donde es costumbre que cada una airee en sus coplas los sucesos más destacados ocurridos a lo largo del año, arremetiendo a veces contra las Ordenanzas Municipales o contra los concejales, incluido el alcalde puesto que todo está permitido, siempre que se cante con buen humor y mejores palabras.

Cada pareado se repite por los rondadores que hacen de coro y, tras el grito de ¡Hierro!, se repite el estribillo musical del que sobresale la voz ronca de las zambombas.

Por lo general cada barrio tiene su propia ronda y, en ocasiones se han llegado a juntar hasta veinte que antiguamente se hacían acompañar por un borriquillo en el que llevaban un serón de gran tamaño donde ir recogiendo los aguinaldos que recibían. Al finalizar las rondas solía ser costumbre visitar los hornos de pan para entrar en calor.

Son muy pocos los villancicos que se cantan en estas fechas puesto que, como hemos visto, lo tradicional es cantar coplas satíricas. Sirva la siguiente como ejemplo de copla satírica:

Todos prometían mucho

cuando hacían la campaña,

pero una vez que están dentro

ya no se acuerdan de nada.

 

También fueron frecuentes los “belenes vivientes” que se compaginaban con los artísticos, realizados por particulares, colegios, iglesias y conventos, algunos como el de las M. M. Ursulinas que escenificaban al detalle los diversos misterios, o el de Santa María con figuras en movimiento.

 

En la Sierra del Alto Rey, concretamente en Bustares, los mozos se reunían un una casa que tenían a su disposición el día de Año Nuevo y allí procedían a los nombramientos de cargos para todo el año: el Alcalde (de los mozos), que era el que mandaba; el Regidor, que cuidaba de las llaves y los comestibles; el Ranchero, encargado de las comidas con la ayuda de otro, y los Aguadores, cargo que se reservaba para los novatos, cuya misión era ir a por agua a la fuente.

Recogen Ángel Luis Toledano, Juan Ramón Velasco y José Lorenzo Balenzategui [“Cultura tradicional de Bustares (I)”, Cuadernos de Etnología de Guadalajara, 18 (1991, 2º.), 7-78], que se comenzaba a ser mozo al salir de la edad escolar y que para entrar en el grupo de mocedad había que pagar la costumbre, es decir, una cuartilla de vino y un paquete de tabaco, satisfecho lo cual se podía participar en todo.

A la vez se preparaban las zambombas y los “grajos”. Las primeras se solían hacer utilizando pucheros o cántaros y pieles de oveja, cordero, cabra o cabrito; los segundos, son unos instrumentos que se construyen con un bote y una vejiga -que podía ser sustituida por otra piel- a la que se ataba en el centro un cordón untado de cera. Al tirar del cordón sonaba de forma bronca.

 

“La zambomba está preñada

 y ha de parar en enero

 y le ha de sacar de pila

 al señor alcalde nuevo”.

 

Se refiere, claro está, al alcalde de los mozos recién elegido.

 

También se cantaba esta otra coplilla llena de gracejo y sabor popular:

 

“La zambomba pide pan

el grajo pide tocino

y el que les ayuda a tocar

un buen jarrito de vino”.

Probablemente porque la cuerda del grajo instrumental debió untarse primitivamente con tocino, ya que la cera era mucho más cara.

Normalmente se tocaba desde Nochebuena hasta Carnaval y, como zona serrana y pastoril, se empleaban instrumentos desconocidos en otras partes de la provincia: cencerros, caracolas marinas (de las que se utilizaban para tocar a “dula”), cuernos de vaca, etc.

El día de Nochebuena, al terminar la cena familiar, salía la ronda de Navidad. Comenzando su actuación en la puerta de la iglesia, seguía a la casa del cura y desde allí iba a las casas de las mozas. Era una ronda en la que no se utilizaban instrumentos musicales, solo la voz de los mozos. A las doce en punto tenía lugar la misa “del Gallo”, en la que solían interrumpir la predicación del cura, empleando para ello zambombas, vejigas que hacían reventar, grajos y un gallo de carne y hueso al que pinchaban y tiraban de la cresta, mientras otros mozos preparaban una sartenada de migas que le ofrecían al Niño Jesús, para, en el momento de ir a adorarlo, arrojárselas a las mozas y mancharlas.

En el momento de la adoración todos seguían un orden: en primer lugar el Ayuntamiento, después los hombres seguidos por las mujeres, finalizando los niños. Terminada la misa continuaba la ronda de las mozas que no lo fueron antes de la misa.

Por estas fechas, continúan Toledano, Velasco y Balenzategui, también se juntaban los mozos y por la tarde celebraban el “baile de la rueda”. Para ello se dibujaba un círculo en la pista dentro del cual el alcalde los mozos debía bailar con todas y cada una de las mozas del pueblo, cobrándole a cada una diez céntimos o un real, ya que era una forma más de conseguir dinero para sus comilonas. Después bailaban las parejas que quisieran, pero sin salirse del círculo puesto que si eso ocurría los demás mozos propinaban buenos correazos al mozo torpe. Lo acostumbrado era que los mozos fuesen a buscar a su casa a las muchachas para ir al baile y estaba muy mal visto que alguna moza fuese sola.

En El Recuenco, según María José Sánchez Moreno [“Cancionero de El Recuenco”, Cuadernos de Etnología de Guadalajara, 30-31 (1998-1999), 141-226], hacia el día 10 de diciembre ya se oían las primeras zambombas que se solían hacer utilizando vasos de colmena, bidones de madera y pieles con carrizos entresacados. Luego, no faltaban en la misa “del Gallo” junto a otros instrumentos, botellas y cucharas, almireces y panderetas… Después, los mozos hacían sus rondas por grupos casa por casa pidiendo el aguinaldo a cambio de villancicos como este, del que se estaba perdiendo la música y la letra:

 

“El niño Dios se ha perdido

por el mundo va pidiendo

llega a la puerta de un rico

 y le achuchan los perros.

 

Los perros le achuchan

y nada le hicieron

¿cómo no castiga Dios

a esos soberbios? 

 

Madre a la puerta hay un niño

más hermoso que el sol bello,

y sin duda que tiene frío

porque el pobre viene en cueros.

Anda y dile que entre

 y se calentará

porque en este mundo

ya no hay caridad

ni nunca la ha habido

 ni nunca la habrá…”.

 

Algo distinta era la celebración de la Navidad en La Vereda. El día 31 de diciembre, San Silvestre, los mozos se reunían en una casa con el fin de elegir al que haría de botarga ese año, que por lo general era el que demostraba mayor interés en ello. Vestía “rayas” y “chambra” (blusa) de colores oscuros, alpargatas y un cinturón del que pendían algunos cencerros. No llevaba máscara y por eso se tiznaba la cara, cubriéndose, además, con un pañuelo y un sombrero de paja, llevando un largo garrote.

Así vestido y con otros mozos acompañando la ronda al sonido de un gran tambor propiedad del Ayuntamiento, salía el botarga recorriendo todas las casas del lugar. Al llegar a cada una entonaban el aguinaldo -“el cantar de San Silvestre”- con el único acompañamiento del mencionado tambor. El botarga llamaba a las puertas con la garrota y, cuando le abrían, entraba corriendo a la cocina para remover las ascuas del fuego en busca de patatas y chorizos asados. Daba saltos haciendo sonar los cencerros y si había mozas o niños en la casa bailaba con ellos, mientras que los más pequeños le cantaban eso de:

 

Botarga la larga, la cascaruleta

que más vale mi pelo que tu chaqueta”.

 

El grupo llevaba cestas y alforjas para recoger por separado el aguinaldo de los mozos y el de los hombres, que se subastaba el día de Año Nuevo y que solía consistir en chorizos, legumbres y cereales.

Si en casa había algún mozo, éste invitaba a la comparsa a entrar y comer torreznos, pastas con anís y así continuaba la ronda durante toda la noche.

La noche de Año Nuevo se juntaba todo el pueblo en la “casevilla” (Casa de Villa) donde se subastaba el aguinaldo de los hombres recogido la noche anterior. Allí se repartía vino entre los asistentes, finalizando la noche con un baile. El dinero recogido se gastaba en sufragar los gastos del “común”.

Señala también Francisco Marín Moreno (de la Asociación Cultural “Hijos de La Vereda”) [“El ciclo festivo tradicional de La Vereda”, Cuadernos de Etnología de Guadalajara, 38 (2006), 261-267], que el día de Reyes se celebraba un concejo abierto entre vecinos, donde se elegían los cargos del “Ayuntamiento popular”, especie de Ayuntamiento ficticio y paralelo, que regía a lo largo del año la vida cotidiana del lugar: “el alguacil” y “el perito”.

Hasta que a finales de los años sesenta del siglo XX, la despoblación hizo que dejara de celebrarse.

Como vemos, tradiciones de gran interés folclórico que si todavía no han desaparecido, lo irán haciendo paulatinamente.

Villancicos y jotas en la Navidad de Atanzón

Llega un año más el tiempo navideño, este tiempo raro, quizá actualmente un tanto comercializado, pero a la vez, un tiempo que todos esperábamos con ganas renovadas, acaso para recordar aquellos años pasados ya, infantiles, y no tanto, cuando en la casa de nuestros abuelos se juntaba toda la familia, los que se fueron y regresaban, los casados con toda su prole, y los solteros, que después de la cena, especial siempre, se iban con los amigos a pedir el aguinaldo de casa en casa.

Cuando hacía frío y nevaba y las puertas se abrían para todos los que se acercaban con zambombas y panderetas, pero con ilusión sobre todo, a cantar como fuera, bien, mal o regular, aunque casi siempre para salir del paso, a cambio de unas monedillas y un puñado de “casquijo” o de fruta escarchada y piñones y peladillas.

Eran otros tiempos.

zambombadacabanillaspqHoy, eso también ha cambiado, las gentes se reúnen para cantar, aunque sin afán agonístico, sin premios por delante, y ofrecer lo mejor que en su pueblo se cantó desde quién sabe cuándo.

La verdad es que, por lo general, los villancicos de los pueblos de Guadalajara no son suyos propios, que siempre han tenido algo prestado; pero eso no entorpece a su naturalidad, ni a su espontaneidad, su gracia y su sal, sino que incluso la potencian.

Pueblos de las Alcarrias, las Sierras y la Campiña, del Señorío de Molina, que antaño fueron cruce de caminos, que quiere decir tanto como de culturas, es decir, de otras formas de ver la vida y ocupar el tiempo, que dejaron que unas cosas se fueran para siempre pero que adoptaron otras a su forma de ser.

De ahí la variedad de tantos cánticos populares, especialmente de tantos villancicos, algunos muy parecidos a los que se cantan en otros lugares de esta tierra nuestra, e incluso de otros más lejanos de Extremadura y Andalucía, que como los que aquí se presentan hoy, fueron el alma y la alegría de tantos otros sitios, pueblos y lugares anclados en su existencia, agrícola, ganadera o ambas a la vez, como es el caso de Atanzón.

Sin embargo, siempre hay algo por pequeño que sea, que hace que estas formas de expresarse el pueblo, estas formas de sentir, sean más atractivas en un lugar que en otro, quizá porque estén mejor asimiladas y asentadas o quizá desde hace más tiempo, que en el mundo de lo popular y más siendo oral, el tiempo apenas cuenta.

Pero desde luego, lo que no debe permitirse bajo ningún concepto es dejar que estas muestras, aún latentes, se pierdan en el transcurrir de la vida y, menos aún, que esa pérdida se deba a la desidia del propio pueblo.

Atanzón debe estar de enhorabuena, porque ha sabido mantener viva la llama cultural de ese patrimonio tan importante, recibido de sus antepasados que son sus villancicos: patrimonio que consiste en una recuperación y puesta en valor de aquella forma de vivir que les dejaron sus abuelos y sus tatarabuelos, una deuda que había que satisfacer a tiempo y dejar que ese patrimonio siguiera su curso normal hasta que llegase a las nuevas generaciones, ya llegadas, y lo conservasen como la joya que es, -por lo que significa y representa-, y para que, a su vez, sea transmitido a las generaciones que todavía habrán de venir.

Porque, realmente, los villancicos recogidos no son el verdadero y auténtico patrimonio, sino que lo fueron y lo siguen siendo los hombres y mujeres que los cantaron a lo largo de sus vidas y quienes todavía los siguen cantando.

No sabemos, ni sabremos nunca, quienes fueron los autores de tales villancicos, eso nos importa poco, pero sí sabemos que quienes los cantaron lo hicieron con todo su amor, podría decirse que con el mismo cariño que una madre pone al acunar a su hijo recién nacido, igual que hiciera la Virgen María con el Niño Jesús en un pesebre abandonado en Belén.

Recientemente he podido oír los villancicos y dos jotas: la de Atanzón y la dedicada a los Títeres, y he pensado al oír determinados versos que hay algo que siempre me ha llamado la atención en casos parecidos: ¿Cómo es posible que un pastor o un rudo labrador sean capaces de manejar el lenguaje de manera tan fiel a lo que quieren decir? Usando siempre la palabra perfecta, esa y no otra, la que corresponde al contexto, siempre dicha con una seriedad absoluta, pero con requiebros casi amorosos, a veces de forma un tanto cantarina.

Recuerdo ahora algunas estrofas de las canciones de “mayo” o algunas jotas y seguidillas de ronda, casi siempre describiendo delicadamente, casi melifluamente, la belleza femenina.

Sí, noches de ronda y de aguinaldos menguados por la precariedad, pero alegres por ser Navidad, donde, alrededor de una jarrilla de vino se daban la mano el pastor y el labrador, la Ganadería y la Agricultura, para conformarse en uno solo, aunque fuera por unos días, y cantar todos juntos alabanzas al niño Dios, que no otra cosa son los villancicos, se llamen como se llamen y se titulen como se titulen (que eso es más bien ficticio), porque todos tienen como fin celebrar la llegada del Mesías y, ya de paso, alegrarnos también a nosotros a través de las letras de las canciones, del sonido alegre y bullicioso, a veces masculino, de los instrumentos, siempre básicos que emplean: guitarras y laúdes, huesos y hierrillos, almireces, botellas de anís raspadas con cucharas metálicas, sartenes, y cómo no, los que nunca pueden faltar en estos casos que son la zambomba y la pandereta bien restregada con ajos.

Luego vendrán las distintas variaciones, los ritmos, los compases y los acompañamientos, que darán piezas distintas, pero siempre, si nos fijamos un poco, con letras muy semejantes.

Unas en petición directa del aguinaldo como sucede con “El Caballero”; otras, dejando el comienzo a la voz bronca e inconfundible de la zambomba, que se entremezcla con el choqueteo de las castañuelas y que, al poco, dejan paso a la propia voz humana que invita a ir a Belén -sin olvidar la bota de vino- y allí alegrar al Niño, y cuya ruptura podemos escuchar, tan “gráficamente” -permítaseme escuchar gráficamente- en el villancico titulado “Manuela”.

El acordeón también es buen compañero para las noches de ronda y así lo podemos comprobar en el conocidísimo villancico “La Virgen camina a Egipto”, cuyo texto procede de uno de los Evangelios Apócrifos, y que le da al villancico cierto regusto urbano, en contraposición a tantísimas otras versiones más rurales que hemos oído en alguna que otra ocasión; aunque mayor carácter “culto” puede apreciarse en “¡Oh! Mi niño está dormido”, quizá debido a la pluma de algún clérigo letrado, donde aparecen palabras y frases como buena nueva, por mensaje, y la salutación Hosanna, tan propia de las gentes de iglesia; “Nochebuena” es otra forma, yo diría, más actual de ver la Navidad, tal vez por haberla oído muchas veces: “Esta noche es Nochebuena y mañana Navidad…”, “Alegría, alegría y placer, esta noche nace el Niño en el portal de Belén”.

Y como no podía ser menos en estas fechas de alegría general, surge la broma navideña a través de los diversos “Popurrí”, donde los pastores llaman al rico del pueblo para que les acompañe a adorar al Niño, llevándole algún presente: el diálogo de Joselillo y Panchito, y donde la presencia de Curro, Bartolillo y los demás de la comparsa, con sus lenguajes y sus jergas, tiene su gracia, su sal, su miga y su aquel, aunque al final cada cual le llevará lo mejor que tenga, acaso una oveja y miel y, si no tiene nada que ofrecerle, lo mejor es que le cante, que a veces la palabra y la canción con ella, alegran más que la hogaza de pan a secas.

También es muy conocido el villancico “Ay, ay, ay”, donde aparece la Virgen como una madre más, muy parecida a las de hace años, lavando los pañales y tendiéndolos a secar sobre el romero… “En el portal hay estrella, sol y luna, la Virgen y San José y el Niño, que está en la cuna” y “La Losa”, pues que casi tratan del mismo tema, aunque la losa sea de fino cristal por lavar en ella los pañales del niño divino; y todavía más si añadimos “Alegría”, también ampliamente extendido y conocido: “Alegría, alegría y placer…

En otros villancicos destaca el uso de los instrumentos por encima de la letra, por ejemplo, en los tradicionales “Ole, ole, ole”.

Otros, como ya hemos dicho, aun siendo muy conocidos, no dejan de tener sus variantes en algún que otro caso, como por ejemplo “Pampanitos verdes” (“hojas de laurel la Virgen camina a Belén”), o la llamada a los pastores que es el motivo principal de “A la selva” (“pastores dejad el ganado y al monte subid”); y de nuevo la zambomba con su llamada penetrante “esta noche nació el Hombre que por nosotros murió y no es noche de dormir”. Villancico algo triste si se piensa que es premonitorio de la muerte que sufrirá ese recién nacido cuando llegue el tiempo cuaresmal de su Pasión, en la próxima Semana Santa.

En fin una serie de cancioncillas navideñas, villancicos, que bien pudiera concluir con “Pastorcillos”, a los que se les pide que bajen de sus majadas y acudan al portal a ver al recién nacido. En este villancico San José pregunta al pastor donde está el pueblo más cercano, y cuando llega no encuentra posada. Lo que no deja de ser un “lugar común” que también aparece en el poema de Mío Cid, cuando el caballero “que en buen hora nació” espolea la puerta de una casa, pidiendo posada y ante el miedo de la gentes, de los villanos, una niña débil e indefensa le contesta en nombre de todos: que no había posada para él e que aquel que se la diese perdería la vida e hasta los ojos de su cara.

Las dos jotas de que hablé al principio, que podrían ser una sola puesto que los contenidos de ambas son muy parejos, son la “Jota a los Títeres” y la “Jota de Atanzón”, en la que aparece algún que otro dictado tópico y, nuevamente, algunas cualidades de la belleza femenina, cantaores y zambomberos que han llegado al pueblo o las pocas ganas que algunos tienen de trabajar -y menos de ir al molino-, y cuya despedida es la que echan los cazadores con la escopeta en la mano…

Felices Navidades y que los Reyes Magos vengan cargados lo mejor que puedan, pero especialmente de salud y amor, que lo demás ya vendrá por añadidura.

 

 

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