El Hayedo de Tejera Negra es el primer Parque Natural que se declaró en la provincia de Guadalajara. Con sus vecinos de La Pedrosa, en Segovia, y el de Montejo, en la comunidad de Madrid, en la linde con El Cardoso de la Sierra, acoge la masa más importante de hayas y robles del sur de Europa. Ello es posible gracias al microclima que se dá en este bosque aislado, caracterizado por veranos suaves y frescos, e inviernos muy duros, con nieve durante dos o tres meses. La superficie protegida después de su última ampliación, que data de 1987, es de 1.641 hectáreas. El otoño, que empieza a llegar al hayedo,es la mejor época para recorrerlo.
El Parque Natural se extiende por el norte hasta el cauce río Lillas y el límite con la provincia de Segovia. El monte de «Los Cuarteles» hace de línea divisoria en el este y las cuencas del río Jaramilla y el naciente Sorbe en el sur. En el oeste se empina el terreno hacia las cumbres que dividen las cuencas del Duero y el Tajo, sucediéndose una cuerda de montañas notables: La Buitrera, Alto del Parejón, Alto del Cernuvalillo, Las Becerras, Collado de las Lagunas y Peña de la Silla.
En Tejera Negra termina en inicio de octubre el ciclo estival, y el otoño, siempre retrasado, empieza a hacer mella en las hojas de las hayas y melojos. Con él llega el gran estallido de color que convierte al Parque Natural, hasta finales de noviembre, en un maravilloso espectáculo de la naturaleza.
Cantalojas es el típico pueblo serrano de casonas construidas a base de sólidos sillares, portones con dovelas, forja de hierro en las ventanas y algunos escudos hidalgos que delatan un pasado de prosperidad ligada al oficio ganadero. El núcleo urbano está rodeado por extensas praderas, muy adecuadas para el pasto de altura, explotación ganadera que siempre proporcionó riqueza y bienestar a los pueblos de la Transierra, y que se mantiene entre los usos permitidos en el perímetro del Parque Natural. Por un camino que sale cerca del Hostal, convenientemente señalizado, llegaremos a las inmediaciones de Tejera Negra, hasta al lugar donde se ubica el Centro de Interpretación del Parque, donde los monitores nos solicitan el permiso que se requiere en la época de mayores visitas. Se solicita en la delegaciòn de Medio Ambiente de la consejería de Agricultura.
Es recomendable echar un vistazo a dicho Centro, para familiarizarnos con la vegetación, la flora y la fauna que vamos a encontrar luego en el Parque. Esta última es muy variada, aunque difícil de ver en una simple caminata para el visitante menos avezado. Hay diferentes especies de lagartijas, liebres ibéricas, chovas, aviones roqueros, buitres leonados...El interior del bosque es el hábitat natural de carboneros, mitos, pinzones, reyezuelos o trepadores azules, y con la caída del día se despereza el gavilán, el cárabo y el búho chico. Entre los mamíferos que anidan en la fértil y húmeda tierra de Tejera Negra, están lirones, ardillas, murciélagos, comadrejas y gatos monteses, y al refugio de las cumbres más altas, el corzo o el jabalí. En las praderas, junto a los límpidos cauces del Lillas y el Zarzas, juegan mirlos y lavanderas, petirrojos y chochines, o pequeños mamíferos acuáticos de especies endémicas como el musgaño de cabrera.
De todos ellos hay fotografías en el Centro de Interpretación, que abandonamos para seguir por un camino asfaltado que nos llevará hasta el aparcamiento del Parque, situado en una amplia pradera junto al río Lillas. Allí, lo que se impone es coger una mochila con bocadillos y bebidas, e iniciar una de las dos rutas señalizadas, que figuran en el folleto divulgativo que reparten los monitores.
La más corta y frecuentada por los excursionistas es la «Senda de carretas», que se hace aproximadamente en unas tres horas, sin apenas dificultad. Parte del mismo aparcamiento, y en un primer tramo recorre un mullido manto de verdes praderas, apenas horadado por pequeños agujeros de topos y por el cauce del Lillas, todavía un aprendiz de río, que va saltando de piedra en piedra, y en verano se esconde, tímido, hasta perderse, para aparecer pocos metros más allá. A la izquierda vemos un tupido bosque de pinos silvestres, de piñas casi diminutas, que alimentan a las ardillas y da abrigo a pájaros insectívoros, rapaces y corzos.
Al llegar a la confluencia de un arroyo con el cauce del río Lillas, y con el pico de la Buitrera (1991 metros) como telón de fondo, la senda se desvía a la izquierda y pronto se convierte en un camino que nos adentra en el bosque. Recibe el nombre de «carretas», ya que por él transitaban los lugareños que explotaban la rica madera de Tejera Negra y elaboraban el carbón vegetal. Esta actividad hace tiempo que fue desterrada, por abrasiva, aunque el caminante podrá encontrar, a modo de resto etnológico, una réplica de una carbonera con un panel ilustrativo que nos relata esa laboriosa forma de obtener carbón vegetal con madera...de ¡hayas y robles!, que ahora cuestan un potosí. De hecho, las talas de madera en el parque están prohibidas, con la excepción del clásico ramoneo para mejorar el crecimiento de las especies.
Desde allí recomiendo coger un camino empinado, de unos 500 metros, que nos lleva a un magnífico mirador --está señalizado--desde el cual tendremos una vista panorámica de parte del parque. Al frente, la cuerda de montañas que abrochan y protegen el parque de la Tejera Negra, en la que destaca el pico de la Buitrera, y el barranco de la Culebra.
Hay que bajar otra vez por donde hemos subido y, luego, el camino se empina y la foresta lo acaba cubriendo de ramas que se entrecruzan casi a la altura de nuestras cabezas.
Al principio nos encontraremos con los robles, que aquí se llaman rebollos o melojos, de hojas lobuladas, que se resisten a caer hasta avanzado el invierno. La senda se estrecha hasta cruzar un arroyo y muy pronto el camino vuelve a subir por una zona de hayas largas y puntiagudas, en busca de los rayos del sol, que a duras penas se abren paso entre las copas de los árboles. A la izquierda encontraremos, señalizado, un magnífico ejemplar de tejo (foto de la izquierda) , árbol de madera muy resistente que se utilizaba para hacer arcos, y que puede llegar a vivir hasta 1.500 años. Como el acebo -cuyas hojas son típicas en las postales navideñas-, está protegido por ser escaso y de crecimiento muy lento.
La senda llega hasta las proximidades del collado del Hornillo, y allí se puede coger el otro itinerario que nos llevará hasta el valle del río Zarzas y el barranco de Tejera Negra, que da nombre al parque, un área pródiga en hayas, robles, abedules, serbales y acebos. Lo que prefieran volver hacia el aparcamiento, deberán iniciar el descenso en el cruce de ambos recorridos, por un sendero que atraviesa una zona de rocas, con abundante gayuba que recubre la ladera, hasta llegar a un pequeño claro con grandes vistas panorámica de la zona noroeste del parque.
El último tramo cruza por una pendiente con abundante matorral, brezos y retamas, entre el que destacan los pinos silvestres.
Para el viaje de regreso, los más aventureros pueden tomar un camino de tierra, que sale junto al Centro de Interpretación, y que comunica con Majaelrayo. Son unos veinte kilómetros de magníficas vistas que atraviesa una zona de pinares y praderas de alta montaña, donde se divisan barrancos profundos, entre los que brotan los ríos Sorbe y Jarama. Naturaleza en estado puro.
COMO LLEGAR
Desde Guadalajara, el camino mejor y más corto es por Cogolludo. Cruzaremos la villa Ducal y a unos 4 kilómetros, hay una rotonda en la que confluyen varias carreteras. Tomaremos la de Galve de Sorbe. De este último pueblo a Cantalojas hay unos 7 kilómetros, y el camino hasta el hayedo está indicado. Para visitar el Parque los días se Semana Santa, fines de semana y festivos del mes de Octubre y Noviembre, hay que hacer la reserva en la Delegación de Agricultura de Guadalajara (Tfno.949885386).
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