A Sánchez le puede salir la cuadratura del círculo

 

A pesar de que el PSOE ha cosechado los peores resultados desde 1977, tal y como pinta el panorama, Pedro Sánchez  puede convertirse  en el próximo presidente del gobierno de España, ya sea en minoría o en coalición, aunque su partido solo tenga 90 diputados de los 350 que conforman el Congreso. Todo está a su favor, empezando por las matemáticas, que es en lo único en lo que ahora piensa Sánchez.  Tiempo tendrá el nuevo gobierno resultante de vender el producto,  e incluso de disfrazarlo para que no aparente estar demasiado a la izquierda, y no asuste a los poderes económicos. Pero eso será a partir de pasado mañana.

Sánchez tiene claro que su futuro político pasa por ser el próximo presidente, porque si no lo logra lo más probable es que no sería ni el candidato socialista a unas nuevas elecciones a celgbrar en Primavera. Y el caprichoso sistema electoral español, que no deja al electorado opinar en una segunda vuelta,  como en los países serios, ha dado a Sánchez  y a sus 90 diputados la llave del cofre. Con la composición que tiene el Congreso, hacia donde Sánchez haga girar la llave, allí que irá el gobierno. En sus manos está que gire desde la izquierda moderada hacia el centro y la derecha, o desde la izquierda hacia la izquierda más extrema. La aritmética parlamentaria no posibilita otras combinaciones que no pasen por Sánchez.

Lo primero que hará Sánchez es cerrar el paso a la investidura de Rajoy, que como candidato del partido más votado será, presumiblemente, el primero al que proponga el rey  Felipe, por pura cortesía. Para ello a Sánchez le vale con votar en contra, porque el resto de partidos con representación parlamentaria harán el resto. A buen seguro que liberado de los corsés que han hecho de él el presidente más previsible y aburrido de la democracia, Rajoy hará una vibrante defensa de su candidatura con un discurso reformista y trasversal,  que tanto hemos echado en falta en su legislatura de mayoría absoluta. Lo previsible es que Rajoy sume los 123 votos de su partido, las 40 abstenciones de Ciudadanos,  una más de Coalición Canaria, y seguramente  186 votros en contra, que proceden de la conjunción de los tres partidos de izquierda de ámbito nacional (PSOE, Podemos e IU)  y cinco formaciones nacionalistas (ERC, DL, PNV y EH-Bildu).

Una vez cerrada la posibilidad de gobierno del partido más votado, todas  las cartas estarán en manos de Sánchez, que solo tendrá que jugarlas con un poco de habilidad, y escondiendo algunas hasta el último momento. Llegado a este punto, solo hay un obstáculo en el camino del soldado Sánchez, que entonces ya sería comandante de las fuerzas de la izquierda. Sería que Pablo Iglesias no lo aceptara, y que por estrategia Podemos quisiera forzar unas nuevas elecciones para dar el sorpasso definitivo al Partido Socialista. No apuesto por ello. Como dice un amigo mío, Iglesias es un político poco sólido, pero  tiene una extraordinaria capacidad de adaptación al medio, y aunque Podemos no entre en el Gobierno, por lo menos oficialmente, no es previsible que fuerce unas nuevas elecciones en las que entre el PP y Ciudadanos pudieran aproximarse a la mayoría absoluta de 176 diputados (ahora solo suman 163)

Empecemos a sumar: entre PSOE y Podemos habría 159 votos favorables. A Sánchez le quedaría por buscar solo 15 en el magma del soberanismo. ¿Es esto posible? ¿Tendría que saltarse muchas rayas rojas, como se temen en el sector del PSOE próximo a Susana Díaz y a algunos barones  socialistas, entre ellos Emiliano García-Page?

Hasta en esto las cartas juegan a favor de Sánchez. Con Podemos aparentemente se alza como un muro la defensa del derecho a decidir, aunque si la estrategia de los cuatro grupos -¿parlamentarios? -, que integran esa formación es salvar al comandante Sánchez, habrá varias fórmulas para diferir ese derecho, que se podrían presentar mediante una promesa de consulta no vinculante y una reforma de la Constitución, que sería pura poesía. ¿Por qué? Porque para cualquier reforma constitucional hay quer contar ariméticamente con el PP y Ciudadanos, y no saldría adelante en los términos que ahora viene en el programa de Podemos y sus tres marcas blancas.

Una vez que Sánchez acuerde con Iglesias el  pacto de investidura para un gobierno en minoría,  con participación de personalidades próximas a la nueva  “mayoría progresista”, la investidura de Sánchez está en el bote. La aritmética juega otra vez a favor suyo: aunque seguirían faltandole 15 votos más para la mayoría absoluta,  que necesariamente tiene que pescar en el foso del independentismo (entre ERC y DL, ya tiene 17), tampoco creo que Sánchez vaya a tener mayor problema para lograrlo. De hecho , ya lo dijeron claramente tras la investidura del presidente independentista Puigdemont: “Rajoy es un presidente en funciones y no colaboraremos para que siga”. Lo último que quieren los nacionalistas es un gobierno nacional fuerte en Madrid formado por PP y PSOE,  porque saben que contra él se acabaría estrellando cualquier veleidad independentista. A ERC, DL e incluso al PNV les viene bien un gobierno multipartido, apoyado por una ensalada de siglas a las que solo les une un objetivo común: sacar al PP a escobazos del gobierno. Por todo ello, y aunque habrá una importante escenificación de los desacuerdos, no lo duden. Al final, como sucedió con la CUP,  los independentistas no frustrarán la investidura de Sánchez y diferirán, por unos meses, la única tarea que les ocupa, que no es el paro, la sanidad,  la seguridad o la calidad educativa, sino la desconexiòn con España.  Y me atrevo a añadir algo más: hasta la investidura de Sánchez no se va a visualizar ningún acto de desobediencia que haga intervenir con contundencia al presidente en funciones. Harán exhibiciones soberanistas, como el juramento de Puigdemont, porque no tiene trascendencia jurídica. Pero no se saltarán  la Ley.  Porque no les interesa.  Un minuto después de su elección será otra historia bien  distinta.

Paradojas de la vida, la cuestión secesionista no solo va a perjudicar a Sánchez, le va a catapultar a la presidencia.De hecho, ni tan siquiera haría falta que todo ese magma soberanista votara a favor de su investidura. Aunque PP y Ciudadanos, previsiblemente,  lo hicieran en contra, solo suman 163 votos. PSOE y Podemos tendrían 159, así que en la segunda votación de su investidura al comandante Sánchez solo le harían falta cinco votos para tener más sufragios  favorables que en contra, como exige la Ley. Y le podría servir hasta el PNV, que tiene 6, con que el resto de fuerzas nacionalistas,  IU  (2 escaños)  y Bildu (otros dos), se abstuvieran. Así que si sabe jugar bien sus cartas, Sánchez lo tiene chupao.

A la mayor parte del PSOE le habría gustado más que se pudiera haber precindido de los soberanistas para la investidura, aunque es una opción que si seguimos lo que ha venido diciendo Albert Rivera parece descartada. Una importante parte del electorado de Ciudadanos se ha pescado entre antiguos votantes del PP defraudados por la gestión de Rajoy, especialmente en asuntos de corrupción, y no estarían entusiasmados con que un partido que se reclama de centro  participara de un pacto de investidura con populistas de izquierdas, anticapitalistas  e independentistas.  Lo descarto por completo.

Todo esto es lo que interesa a Sánchez y todo esto es lo que creo que va a pasar. Pero habrá que preguntarse:  ¿Los intereses de Sánchez coinciden con los del PSOE para mantenerse como formación hegemónica  socialdemócrata de la izquierda española? ¿Y con los de España?  ¿Podría una mayoría parlamentaria  tan variopinta, y con intereses tan diferentes, dar soporte a un gobierno de un país que solo  ha empezado a sacar un poquito  la cabeza de la crisis, y, sobre todo,  tendría ese Ejecutivo credibilidad en el mundo de la economía y en los mercados,  que nos refinancian con 400.000 millones de deuda  al año, en un país que necesita seguir creciendo al 3% para no volver a destruir empleo, como antes de 2012?

Hoy tocaba hablar de lo que interesa a Sánchez. No de España.  Y  esto es lo que hay.

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