No es muy conocido la existencia de este castro celtibérico, que sin embargo merece una visita de mediodía. Lo más normal es llegar a él desde Sigüenza, tomando la carretera de Guijosa.
Veremos una muralla de piedra de doble hilera que mide unos 90 metros y tiene un espesor de 2 metros, con cinco tramos diferenciados y un pequeño foso.Es fácil pasarnos el acceso al castro, ya que no está museizado, aunque hay un ligero ensanchamiento para aparcar el coche. Subiendo por un sendero llegaremos en unos diez minutos hasta un pequeño cerro, de base caliza, que tiene una altura máxima de 1.150 metros. Al llegar arriba nos topamos con los restos del poblado, que está bastante deteriorado aunque sigue visible su diseño primitivo. Así veremos una muralla de piedras de doble hilera que mide unos 90 metros y tiene un espesor de 2 metros, con cinco tramos diferenciados y un pequeño foso.
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En la zona sur hay una torre para defender el acceso por el lado sur y servir de punto de observación. Aunque lo que nos pareció más curioso es una barrera formada por piedras hincadas y que servía para dificultar la llegada de los atacantes, y especialmente a caballo, ya que están dispuestas para dejar solo un pasillo central de unos 4 metros de altura.
Lo que más llama la atención del castro es esta barrera formada por piedras hincadas y que servía para dificultar la llegada de los atacantes, y especialmente a caballo.
Se tiene conocimiento de este castro desde 1929, aunque los primeros trabajos arqueológicos datan de 1977 y fueron llevados a cabo por M. Belén, R. Balbín y M. Fernández Miranda y promovidos por la añorada sección de arqueología de la desaparecida Institución de Cultura “Marqués de Santillana”, de la Diputación Provincial, y completados en los veranos por la comunidad de Castilla-La Mancha.
El primer poblamiento sata de la edad del Bronce (siglos XII-X a.C.), y desde el siglo VII estuvo ocupado por los arévacos hasta el siglo VII a.C.; y teniendo posteriormente función de atalaya durante la dominación islámica (X-XI d.C.).
Bajamos por el mismo sendero que hemos subido y aprovechamos lo que queda de la mañana, hasta regresar a Sigüenza para comer, para hacer una visita tanto a la iglesia como al castillo de Guijosa, de propiedad particular, y que está parcialmente rehabilitado por su dueño, que lo tiene puesto en venta. Consta de una gran torre del homenaje que está restaurada. La puerta tiene un arco apuntado sobre el que se ven dos escudos. Uno de ellos corresponde al blasón de la casa de Orozco, y ello viene a confirmar que fue D. Íñigo López de Orozco, hacia mediados del siglo XIV, según estima el cronista Antonio Herrera.
