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En la hora de las alabanzas de Francisco Tomey

Adiós a un gran presidente y un buen amigo

Francisco Tomey concejal GU 1Francisco Tomey en su primera toma de posesión como presidente de la Diputación de Guadalajara en 1983. Foto: Luis Barra.

Juan Orea Segovia, mi abuelo paterno, nacido en Otilla, una minúscula aldea del Señorío molinés que depende de Torrecuadrada de Molina, decía de forma recurrente, como ya lo hacían los romanos, que “Dios te libre de la hora de las alabanzas”.

Ciertamente, cuando los elogios llegan generalizados hacia una persona, suele ser tras su muerte, ese momento final en el que se descuenta y relativiza casi todo y al finado se le juzga con más indulgencia que nunca. A Francisco Tomey Gómez le ha llegado ya —mucho antes de lo que nos hubiera gustado a su querida familia y a quienes nos consideramos sus amigos—, su hora de las alabanzas, una hora en la que habrá muchos lamentos sinceros por su irreparable pérdida, pero también los de algunos hipócritas y fariseos que mancillaron su nombre y trataron de emborronar su brillante trayectoria política, simplemente porque fue un enorme rival, incluso para gente de su propio partido, y a quien querían derribar a toda costa. El Dios de los cristianos, en el que tanto creía Tomey por su misericordia y capacidad de perdonar, pondrá a cada uno en su sitio y estoy seguro que a él le reservará uno cercano porque era, fundamentalmente, un hombre bueno, lleno de defectos hasta los bordes. Como toda persona que se precie de serlo.

Francisco Tomey fue, primero, mi presidente, mi jefe, y, después y ya para siempre, mi amigo. Le admiraba tanto como le apreciaba. Como presidente de la Diputación —que lo fue durante 16 años, entre 1983 y 1999— no he conocido a otro mejor. Fue un líder carismático, con ideas, proyecto y equipo, sobre todo conformado por funcionarios, a quienes procuró sacarnos el máximo partido posible, limitando nuestros defectos y aprovechando nuestras capacidades en favor de la institución. A algunos, como es mi caso, nos cautivó tanto su proyecto provincial al tiempo que nos sedujo su liderazgo, que hasta nos implicó políticamente en él. Yo solo duré ocho años en política porque, además de un liberal convencido, soy un marxista irredento —seguidor de Groucho, no de Karl— y jamás pertenecería a un partido que me aceptara como militante. El PP me aceptó a regañadientes cuando solicité la militancia, precisamente, para tratar de colaborar en impedir que el proyecto de Tomey y su propio nombre acabaran denostándose intencionada, interesada e injustamente. En cuanto pude, me marché, claro, incluso teniendo ofertas para ocupar cargos por los que algunos se matarían, literalmente, y a los que yo renuncié para volver a mi trabajo en Diputación perdiendo mucho poder y dinero en ese camino de regreso. No obstante, gracias a él, pude conocer la política por dentro, una experiencia impagable para un periodista curioso como soy yo y que me permitió ver su lado más amable, el del servicio público que puedes prestar y las cosas que puedes hacer y cambiar estando en ella, y el menos amable, por utilizar un eufemismo, como son los espurios y lucrativos intereses que se manejan en torno a ella.

Francisco Tomey, como decía, fue un extraordinario presidente que llevó a la Diputación en la Transición y cuando aún el proceso autonómico estaba en ciernes, a su máxima potencia institucional. Entre sus principales logros cabe destacar que, bajo su mandato, se arreglaron centenares de kilómetros de carreteras y caminos, se mejoró la iluminación de gran parte de los pueblos de la provincia, sus abastecimientos, distribuciones y saneamientos de agua, se construyeron o reformaron edificios civiles, sobre todo ayuntamientos, centros sociales, consultorios, cementerios, etc., también instalaciones deportivas, especialmente frontones, pistas polideportivas y piscinas, etc. etc. Además, gracias a su gestión llegaron a la provincia el conservatorio provincial de música —que después pasó a ser profesional cuando la Junta asumió su competencia— y la UNED, además de estrecharse el vínculo con la Universidad de Alcalá cuando había riesgo de que dejara de ser el alcalaíno nuestro campus, para integrarnos, forzada y erráticamente, en el de la Universidad de Castilla-La Mancha, tan distante, tan impropia. También se convirtió a la vieja parcela del Colegio San José en un Complejo Educacional, el Príncipe Felipe, que muchos años después sigue siendo un referente gracias a los servicios públicos que en él se ofrecen: Centro San José —con oficinas y servicios propios de la Diputación, aulas, oficinas, biblioteca de la UNED y sede de varias asociaciones—, el ya citado conservatorio, la residencia de estudiantes, el polideportivo San José -referente nacional de actividad y gestión deportiva- y la escuela de folklore que, cuando él llegó, apenas era un reducto de los viejos coros y danzas de la Sección Femenina y transformó en un activo, moderno y completo centro formativo y de canalización del ocio activo en torno a las costumbres y las tradiciones provinciales, materiales e inmateriales. Podría seguir relatando lo mucho y bueno que hizo Tomey por la Diputación Provincial pero necesitaría más tiempo y espacio de los que dispongo en este obituario que he sentido la necesidad de escribir para hacerle justicia y, sobre todo, sentir un cierto consuelo en estas primeras y difíciles horas tras su sorpresiva pérdida pues, aunque estaba ya delicado, ha fallecido de un infarto fulminante, de madrugada, en su propia casa de Guadalajara, un sencillo apartamento próximo a Santa María, adonde acudía con frecuencia casi diaria en busca de esa misericordia que él tuvo para casi todos, pero algunos no tuvieron con él.

Quiero que sepan quienes no le conocieron de cerca que Francisco Tomey era una bellísima persona y tenía un corazón tan grande que le ha terminado reventando en el pecho porque cada día crecía y crecía más y no solo por su isquemia. Quienes únicamente tuvieran de él la imagen de un hombre de fuerte carácter y con un punto entre soberbio y orgulloso, han de saber también que, de cerca, ganaba muchísimo y que era una muy buena persona, en el sentido más machadiano de la expresión, familiar y amical. Me parece una decisión inteligente, elegante, justa y oportuna, que el actual presidente de la Diputación, José Luis Vega, haya decretado por la muerte de Tomey dos días de luto en la Diputación, en los que ondearán las banderas a media asta y con crespón negro. Mi corazón está de luto y espero que el de muchos guadalajareños porque se nos ha ido un hombre que trabajó mucho y bien por nosotros y nuestra tierra.

Quiero terminar despidiéndole con unos versos de mi último poemario publicado, titulado “Ha callado el silencio”, y que brotaron de mi alma y de mi corazón cuando murió mi madre, hace año y medio de ello:

“Hay ocasiones en que decir adiós /
no basta para despedirse, /
más aún si se trata de una despedida absoluta /
la que se esconde tras ese adiós”

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