Kirieleisón, Señor, apiádate del hombre en guerra consigo mismo
Kirieleisón, oh Señor, que la espada
no haga gemir el vientre de la tierra.
Ten piedad, que concluya toda guerra
por la mano del hombre desatada.
Que veamos que sólo paz se encierra
debajo del suelo y que, rebrotada
-por la sed de ser sólo ya mojada-,
lo más hondo del mundo desentierra.
Kirieleisón, Señor, que tenga asiento
la paz sobre gente, necesitada
de ella. Ten piedad. Y que la jornada
nueva dé esa agua en paz siempre al sediento.
Kirieleisón, Señor, que la llamada
de la paz en el viento esparza el viento.
Y que luzca por todo el firmamento
el sol que paz dé a tierra germinada.
Kirieleisón, Señor, que la llamada
de la paz esparza en el viento el viento
por todo el firmamento,
a tierra germinada.
Kirieleisón, Señor, que la llamada
de la paz dé paz a quien está hambriento,
en su interior sangriento,
de oír esa llamada.
Juan Pablo Mañueco, del libro "Cantil de Cantos VIII, Los poemas místicos"
(2017)
http://aache.com/tienda/654-cantil-de-cantos-viii.html