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¡Larga vida a La gaznápira!

A.berlanga13Andrés Berlanga en agosto de 2004 en el 20 aniversario de la publicación de "La gaznápira".Foto: Sonia Castillo/ Archivo El Decano. En la noche del pasado domingo falleció en Madrid Andrés Berlanga (Labros, Guadalajara), de 77 años, recuperador del lenguaje rural castellano que aprendió en su pueblo y que plasmó en la “La gaznápira”, novela publicada en 1984, uno de los libros más elogiados de la década. Con este motivo hemos querido recuperar, y en homenaje suyo, el excelente reportaje que con motivo de los 20 años de la publicación de “La gaznápira” publicó la revista El Decano, escrito por Óscar Cuevas, con fotografías de Sonia Castillo.

 Estos días cumple 20 años, y como quien dice, parece que fue ayer. Pero efectivamente, han pasado ya dos décadas desde que un periodista guadalajareño, Andrés Berlanga (Labros, 1941), publicó su segunda y hasta la fecha última novela: La gaznápira. Seguramente, mientras escribía aquella historia Berlanga no era consciente de que estaba dibujando una de las páginas más brillantes de la narrativa en castellano del último cuarto del siglo XX. Pero lo cierto es que la crítica especializada de la época se deshizo en elogios, y en aquella segunda mitad del año 1984 el libro comenzó a trazar una dilatada trayectoria vital. Esta «larga vida» de La gaznápira comenzó discretamente. De hecho, incluso le costó nacer. Pero meses después, había pasado a ser un best seller del momento. Y a la vuelta de los años, las relatorias de Sara Agudo -aquella inquieta muchacha que sirve de notaria del final de una manera de vivir, la de los pueblos del Señorío- se han convertido en todo un clásico, en el sentido grande de la palabra. Hoy, La gaznápira es lo que los entendidos llaman «un libro de fondo», uno de esos monstruos de la literatura que son referencia imprescindible. Y que todavía se vende.

berlangamozoAndrés Berlanga en 1985. La novela estuvo mucho tiempo entre los libros más vendidos./ Archivo El Decano. Sólo busco compensar con nueve horas de lectura placentera a quien ha cometido el acto de fe de gastarse unos cientos de pesetas en leer un libro. Hay crisis económica, leer requiere un esfuerzo -¡con lo fácil que es enchufar la tele!-, 6.000 novelas aparecen cada año en España queriendo hacerse un hueco... ¿cómo pagar a quien apueste por mi libro?». Así contestaba Andrés Berlanga a este semanario, cuando se le preguntaba, en agosto de 1984, qué es lo que pretendía publicando La gaznápira. Unos «cientos de pesetas» -como decía Berlanga- que concretamente eran siete, en una edición de bolsillo de 202 páginas, y que había sacado a la calle la editorial Noguer apenas dos meses antes. Había nacido así una novela cuyo ciclo vital se iba a convertir en infinito. 

Berlanga había publicado anteriormente otra novela (Pólvora mojada), que pasó con mucha discreción por el mundo literario 12 años atrás, en 1972. También había editado un buen volumen de relatos cortos (Barrunto, 1967)y estaba firmemente dedicado a su trabajo como director de Comunicación de la Fundación Juan March, en Madrid. Ex profesor de la Escuela de Periodismo, y ex redactor en los desaparecidos diario «Ya» y agencia «Logos», el autor molinés no era, en cualquier caso, un escritor muy conocido, ni «pertenecía a ningún clan cultural», tomando prestadas las palabras del crítico literario Leopoldo Azancot. Sin embargo, eso no impidió que su novela superara un buen puñado de dificultades, para acabar convirtiéndose en la gran sorpresa editorial de aquel año.

Todo aquel trabajo dio unos frutos extraordinarios. El libro es un texto estremecedor, de una belleza deliciosa, y en el que dos vertientes se combinan con precisión. Por un lado está la historia de Sara Agudo, alias «La gaznápira», que es el personaje protagonista, a través de cuyos recuerdos se recrea la desaparición de la manera de vivir en los pueblos de la Paramera molinesa. La línea narrativa se divide en siete capítulos, cada uno de los cuales enfoca un momento concreto de la vida de Sara, entre 1949 y 1981.

portada noguerPor otro lado está la vertiente formal, el plano meramente lingüístico, que es precisamente aquel en el que La gaznápira destaca sobremanera, y por el que se ha convertido en una obra de referencia. El autor hace un trabajo minucioso y exquisitamente cuidado, con el que recupera toda una manera de hablar y de expresar sentimientos, un lenguaje coloquial rico y preciso, y cargado de matices. «Yo quería contar de modo indirecto la historia del fin del pueblo, de la moribundez de una manera de vivir, la pérdida de unas costumbres, de unas tradiciones, el fenómeno de la inmigración... También me importaba muchísimo la situación de la mujer en el pueblo. Todo eso dio como resultado un trabajo muy cuidadoso en el lenguaje y la expresividad, a través del uso de modismos y localismos, pero esforzándome en que no pareciera un pastiche costumbrista», recuerda Berlanga. 

La novela fue rechazada por ocho editoriales

Berlanga remató la obra dos años antes de que viera la luz para el gran público. Pero luego no fue fácil conseguir una editorial que apostase por la novela. «La mandé a ocho diferentes, que la fueron rechazando. En unos sitios me decían que no encajaba en su línea de trabajo. En otros que, aunque era interesante, tenían el cupo de publicaciones cubierto para tres años... diferentes excusas. Tengo una maravillosa, en un documento que me enviaron por escrito desde Plaza y Janés, en la que una persona me devolvía el original asegurándome que no era nada comercial. Con una terminología pontificia, me decía: ‘Con total fiabilidad, te auguro un completo fracaso de la novela’», recuerda el escritor, quien relata también cómo una de aquellas negativas le costó el puesto al director de una editorial: «Cuando al año siguiente la novela era un éxito, el presidente de una editorial se enteró de que su director la había rechazado. Le llamó a capítulo, y le dijo que si tenía esa visión a la hora de conseguir nuevos originales, se buscara otro acomodo; cosa que sentí bastante, porque uno no hace novelas para que ocurran estas cosas».

portada australBerlanga remató la obra dos años antes de que viera la luz para el gran público. Pero luego no fue fácil conseguir una editorial que apostase por la novela. «La mandé a ocho diferentes, que la fueron rechazando. En unos sitios me decían que no encajaba en su línea de trabajo. En otros que, aunque era interesante, tenían el cupo de publicaciones cubierto para tres años... diferentes excusas. Tengo una maravillosa, en un documento que me enviaron por escrito desde Plaza y Janés, en la que una persona me devolvía el original asegurándome que no era nada comercial. Con una terminología pontificia, me decía: ‘Con total fiabilidad, te auguro un completo fracaso de la novela’», recuerda el escritor, quien relata también cómo una de aquellas negativas le costó el puesto al director de una editorial: «Cuando al año siguiente la novela era un éxito, el presidente de una editorial se enteró de que su director la había rechazado. Le llamó a capítulo, y le dijo que si tenía esa visión a la hora de conseguir nuevos originales, se buscara otro acomodo; cosa que sentí bastante, porque uno no hace novelas para que ocurran estas cosas».

Pero finalmente la novela cayó en las manos adecuadas cuando recaló en la barcelonesa editorial Noguer. «Allí tenían un lector de originales llamado Benet, un señor muy ancianito, que murió poco después. Se la dieron un día, y se pasó la noche leyéndola. Al parecer, se enamoró de la novela. Al día siguiente, a las ocho de la mañana, ya me estaban llamando para fijar la primera reunión», rememora el novelista labreño.

La gaznápira salió a la calle en una edición bastante pobre, y no muy cuidada presentación. Sin ningún gasto en publicidad, y con una pequeña tirada, sus comienzos fueron titubeantes. Fundamentalmente, porque Noguer no era una editorial que viviera precisamente sus mejores días. Había sido una casa potente, que llegó a publicar a Cela y algunas buenas novelas extranjeras. Pero luego entró en un «bache editorial». «Tenía un cierto pedigrí, pero desde luego, no era Planeta, Alfaguara o Seix Barral», explica Berlanga.

A.berlanga21Andfrés Berlanga en 2004./ Sonia Castillo/Archivo revista El Decano.Para entender aquellos comienzos, baste recordar el inicio de la excelente crítica de Leopoldo Azancot en el «ABC» del 9 de junio de 1984: «En tiempos como el presente, exaltadores de lo verbal en la narrativa, un libro como La gaznápira debería concitar la atención masiva de la crítica. Mucho me temo, sin embargo, que no sea así, dado que su autor, Andrés Berlanga, no pertenece -que yo sepa- a ningún clan cultural, y dado también que la novela ha sido publicada por una editorial que no posee poder de cara a la prensa. ¿Quién podrá negar, no obstante, que nos encontramos ante uno de los textos más ricos estilísticamente de los últimos años?»

La crítica, pasmada

Efectivamente, la novela «se mantuvo», más o menos, en sus primeros meses de vida. Sin embargo, erró Azancot en su pronóstico: la crítica sí se volcó con ella. Un mes después, el 1 de julio, uno de los especialistas más reputados de España, Rafael Conte, publicaba en «El País» una elogiosísima y larga crítica: «Es una novela espléndida, rica, densa, perfectamente construida, y sobre todo, un ejemplo asombroso de respeto a un lenguaje popular y de recreación de un mundo en trance de agonía (...) Se trata de una elegía, desde luego. Una elegía donde abundan los trazos negros, trazados con serenidad y cierto humor en ocasiones, y que en resumidas cuentas reviste también carácter de homenaje (...) En suma, una buena novela, un emocionado testimonio, un homenaje castellano y un texto de insólita hermosura. ¿Qué más se puede pedir?», concluía, rotundo, Conte. «Hay que saludar la aparición de esta novela como un auténtico acontecimiento», decía Luis Blanco Vila en «Ideal». «Nos ha dejado a todos un tanto pasmados. Su amor por las palabras y el réquiem por nuestros pueblos no son un ejercicio de lexicografía, sino una novela que apasiona, interesa y seduce», manifestaba por su parte Alejandro Fernández Pombo, del «Ya»...

Junto a las críticas formidables, a finales de noviembre de 1984 vinieron a coincidir una serie de circunstancias que supusieron el definitivo despegue en ventas de la obra: La recomendó algún venerable político en una entrevista, comenzó a hablarse de ella, funcionó el boca a boca, e incluso un director como José Luis Garci adquirió los derechos para realizar una película (una historia que, por cierto, acabó en los tribunales, por lo que el proyecto quedó aparcado).

Noguer empezó a sacar edición tras edición, hasta llegar a la octava, y en esa línea creciente se mantuvo La gaznápira durante casi una década. «Su gran época de ventas fue entre el 85 y el 87, y luego se fue estabilizando, hasta la situación actual. Pero me ha seguido dando dinero, incluso hasta el día de hoy», explica Berlanga. De hecho, en aquellos meses del boom, estuvo muchas semanas en los listados de los periódicos con los libros más vendidos, coincidiendo con obras como La ciudad de la alegría (Dominique Lapierre), El nombre de la rosa (Umberto Eco) o Caballo de Troya (J.J. Benítez), por citar algunos best sellers de la época.

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