Este artículo trae causa del que publiqué en este mismo periódico, un mes después de las elecciones, bajo el título Barreda, Díaz y Sánchez ante la prueba del Kobayashi Maru. Es tiempo de ver, pues, qué pasó con tan singular prueba.
A la vista de cuanto ha acontecido en estos meses me reafirmo en lo escrito entonces sobre lo que viene siendo la actuación de Susana Díaz y el grupo de barones que parece capitanear, y me hubiera gustado que la postura de Barreda –que reclamó para Sánchez el margen de maniobra que todo secretario general ha tenido siempre– hubiera corrido mejor suerte. Pero antes de seguir tal vez sea preciso hacer una primera reflexión sobre lo obvio, por una parte, y sobre aquello que es mucho más discutible o enjundioso. Lo obvio es que el camino que ha seguido Sánchez para intentar conformar una mayoría que le llevara a la Moncloa ha sido un completo desastre. Lo que ya no está ya tan claro es si se ha visto forzado a seguir el camino que ha seguido, que no conducía a parte alguna, o tenía un margen de maniobra mayor que no ha sabido o no ha querido explorar. “Todos los caminos conducen a Roma”, se suele decir; “…menos el de la Casa del Lobo, que no pasa de allí”, dicen por mi pueblo. Cierto: se acaba en un precipicio en cuyo fondo discurre el Jaramilla.
Lo fácil, una vez consumado un fracaso que pasará una abultada factura al Partido Socialista, es echar la culpa al maestro armero. Sánchez responsabiliza estos días públicamente a algunos de los actores que han intervenido en el estéril culebrón que hemos vivido (singularmente Podemos), pero en su fuero interno seguramente tendrá algún resquemor frente a las fuerzas de su propio partido que le han marcado un terreno de juego en el que era imposible ganar porque, sencillamente, era casi imposible jugar. Empecemos primero por esto último, porque seguramente tiene mucha importancia desde el punto de vista orgánico pero a los españoles, empezando por los votantes socialistas, no les interesará tanto el marcaje a que ha sido sometido el secretario general como el fiasco final del proceso. Porque lo cierto es que aunque los líderes territoriales hayan condicionado su actuación más allá de lo que parecía lógico, ha sido suya la decisión de tolerar, de admitir, lo que las presiones que no ha podido o no ha querido resistir implicaban.
A estas alturas pocos de los iniciados dudarán ya de cómo se conforman el poder formal y el poder real en el Partido Socialista, que bien poco tiene que ver con aquél que dirigieron González y Guerra. Sánchez fue elegido en unas primarias, como Zapatero, pero nunca se conoció líder más capidisminuido: desde el principio se ha constatado la debilidad del secretario general, elegido por los militantes, y la preponderancia de un Comité Federal dónde son los barones y no los afiliados los que mandan. Se podrá argumentar que los partidos, en este caso el PSOE, se configuran de abajo hacia arriba porque tienen una estructura y un funcionamiento interno democráticos, pero ya se encargó –entre otros– el profesor Jorge de Esteban de explicar por qué tal afirmación es sólo una ficción constitucional. Por eso no perderé el tiempo sobre esa cuestión que ya he tratado en anteriores ocasiones; y por eso, precisamente, se han dado en estos meses dos circunstancias que parecen (no sólo lo parecen) ir en sentido contrario: una, cuando el Comité Federal restringió más allá de lo razonable el margen de maniobra de Sánchez; dos, cuando los militantes apoyaron mayoritariamente la etérea propuesta de pactos de Sánchez.
Examinada la cuestión organizativa, miremos ahora al causante del desastre a juicio de Pedro Sánchez: Podemos. Descartada por el propio candidato socialista la gran coalición con el Partido Popular (“¿Qué parte del no no han entendido?”, se preguntó y preguntó Antonio Hernando), sólo cabía una posibilidad matemática: un pacto con Ciudadanos y Podemos (luego haré alguna referencia a los nacionalistas), o, al menos, un pacto con Podemos (incluyo aquí a las denominadas confluencias). Sánchez se puso entonces manos a la obra, pero el camino que siguió, si es que se proponía realmente conseguir un resultado positivo, fue chocante. Blanqueó y centró a Ciudadanos, empujando a esta formación hacia un delicado punto de encuentro con los votantes socialistas más centristas; dejó de considerar al de Albert Rivera un partido tan de derechas como en la campaña había asegurado que era (hoy Batet, ¡qué descubrimiento el pensamiento dual de esta mujer!, vuelve a decir que sí lo son, y que están muy lejos del PSOE); y consideró que Ciudadanos ya no era la marca blanca del PP, ni sus dirigentes militaban en las nuevas generaciones de este partido.
Después de tal operación, el gran pequeño pacto PSOE – C’s consiguió el apoyo de ¡130 diputados! de los 350 con escaño en el Congreso. Brillante, sí, ¡cómo negarlo! Un punto de partida, aseguró Sánchez, al que, según su parecer, deberían incorporarse (o adherirse) otras fuerzas políticas. Pero es que los inconvenientes, y los errores, eran demasiado numerosos, y no formales sino de fondo. Veamos:
En Cataluña está el problema y la solución
Se empezó descartando expresamente (aquí doña Susana y el Comité Federal fueron tan claros que entraron de cabeza en la total oscuridad) a los nacionalistas catalanes de derechas (la antigua Convergencia, para entendernos) y de izquierdas (Esquerra Republicana), porque plantean la independencia de Cataluña. De este modo, los dos partidos del pacto, que suman 13 diputados en aquella parte de España, no han querido ni oír hablar de formaciones que obtuvieron 17 de los 47 escaños en liza. Si se tiene en cuenta que, al final, tampoco se han entendido con En Comú, hay que sumar otros 12 diputados con los que no entenderse (29 de 47, pues). Extraña manera de proceder, me parece. Y cuando digo que la claridad de la postura de doña Susana y el Comité entra de cabeza en la total oscuridad, es porque parecía posible, necesario, casi imprescindible, aprovechar tan delicada coyuntura (política, cultural, afectiva) para empezar a negociar una solución realista para Cataluña, necesariamente intermedia entre los máximos que postulan los nacionalistas (la independencia, aunque no sea realmente buscada y sí utilizada como elemento táctico, como elemento de negociación) y el inmovilismo, el tancredismo, de Rajoy. Pedro Sánchez, secuestrado no por la idea de España sino por la idea sesgada que algunos tienen de lo que es España, ha confundido lo que era imposible con lo que sólo en apariencia era imposible. Y así, claro, ni se pueden resolver los problemas de Cataluña ni los de España (Cataluña, desde luego, incluida). Un error de calado, de esos grandes, de los más grandes. En Cataluña estaba el problema…y la solución, creo que también lo escribí en enero. Sobre esa solución intermedia aceptable se terminará negociando, bien seguro estoy; si no ha tenido Sánchez genio suficiente para hacerlo, tal vez lo hará otra persona. Que podría ser del propio PSOE o…del PP.
Si miro al País Vasco, mi desconcierto aumenta. Captó mi atención, hace ahora diez días, la primera página del periódico El Correo que descansaba sobre la mesa del hotel de Bilbao en el que me encontraba: “Urkullo aboga por blindar el autogobierno para convivir dentro de España”. De nuevo conviene distinguir entre lo que es España y la idea que cada cual tenemos de España, porque eso ayuda a comprender algunas cosas. Habrá quien considere, tras la lectura de la frase del lehendakari, que estos señores van, como siempre, a lo suyo. Pero sólo pensarán así aquellos que desconocen cual ha venido siendo la postura del PNV (no digo ya de ETA, o de Batasuna), y de los anteriores lehendakaris (Ardanza, el más moderado, incluido) hasta hace un cuarto de hora. Que busquen una fórmula de confluencia, de vida en común con España, es muy positivo. Casi increíble si echamos la vista atrás. ¿Es un privilegio el Concierto Vasco? Lo es, pero está en la Constitución, en los Derechos Históricos, y en el ser de la sociedad vasca. Cuando C’s habla de suprimir las diputaciones provinciales, así, sin más correcciones, se equivoca; cuando habla de suprimir las diputaciones forales, ya no sabe de lo que habla; si quiere suprimir el Concierto, ya ignora del todo dónde se mete. Otra cosa es que el Cupo, que no es sino la cuantificación de lo que debe pagar Euskadi por los servicios que presta el Estado en la comunidad, sea mayor o menor, pero el Concierto ha arraigado en el País Vasco (y en Navarra) y no parece lógico replantearlo en esta situación. La realidad es, además, diferente a como en ocasiones nos parece: en estos momentos, por ejemplo, Euskadi está financiando las obras del AVE (obra estatal), y aunque luego deduzca el importe del Cupo es para hacer reflexionar. Conclusión: El PNV cambió de actitud en cuanto el PSOE buscó como único aliado a Ciudadanos. Y ni siquiera lo explicó, sólo se retiró. ¿Se dieron cuenta? ¡Cuidado!
Tenemos, pues, arrinconados a los nacionalismos catalán (echado al monte, más por táctica o estrategia que por sentimiento independentista profundo) y vasco (deseoso de colaborar siempre que se salvaguarden sus esencias). ¿Gobernaremos el país sin unos y sin los otros? Ya me extraña, ya.
Podemos y la incomprensible táctica de Sánchez
Nos queda el gran demonio, el lobo al que me refería irónicamente en mi artículo de enero para poner de manifiesto que el PSOE se adentraba en un camino del que le resultaría difícil salir. Dije entonces, y mantengo ahora, que Podemos no ha surgido por un contubernio judeo–masónico, ni porque Maduro (que pronto desaparecerá por las cloacas de la Historia como corresponde a un personaje de su calaña) haya blandido la espada del Libertador en algún ceremonial sagrado en el que, además, se haya manifestado Chávez en forma de pajarito. Podemos es hijo de la crisis, de las reformas poco equitativas de Rajoy, y de la incapacidad del PSOE para oxigenar el partido y configurar una oposición creíble y con músculo. Siendo así las cosas, el PSOE debió iniciar una lucha encarnizada para rescatar del partido de Pablo Iglesias a los millones de votantes que ha ido perdiendo en los últimos años. Pero la táctica seguida por Sánchez ha sido, de nuevo, incomprensible. Si realmente creía que pactando con Ciudadanos obligaría a Podemos a incorporarse al pacto, es que aún no se ha enterado de nada. Podemos, por varias razones que no da tiempo a explicar pero que son bien evidentes, no es la Izquierda Unida que se veía obligada a apoyar elección tras elección a un Partido Socialista hegemónico al que terminaba entregando no sólo apoyo parlamentario, también en municipios y comunidades autónomas, sino a sus más señeros militantes.
La siguiente fundamentación huelga desde el momento en que Sánchez formalizó su pequeño pacto de hierro con Rivera, porque le dio a Podemos la excusa perfecta. Es posible que Iglesias, forofo de Juego de Tronos y no sé si del juego de go, no quisiera realmente pactar con el Partido Socialista (muchas ganas, desde luego, no se le han visto). Es posible, digo, que prefiriera unas nuevas elecciones para ver si así mejoraba su posición relativa y se convertía en la primera fuerza ¿de la izquierda? Es posible –cada cual tendrá aquí su opinión– que sea un ciudadano con el que es difícil establecer y mantener pactos. Lo cierto es que esta batalla la ha perdido también Sánchez. ¡Cómo convencer a los votantes de Podemos, aquellos que debería recuperar, que es Iglesias el culpable de que no haya pactos! ¿Acaso no fue el Comité Federal del PSOE el que estableció tajantes prevenciones frente a esa formación política? ¿No fue Sánchez el que pactó con Rivera sin haber intentado, seriamente, pactar con Iglesias? Mal asunto para el PSOE, me temo. No se puede sostener a un tiempo una cosa y la contraria.
Sánchez, y el PSOE, tenían dos posibilidades realistas, y las dos hubieran sido legítimas. Una, la gran coalición con el PP y Ciudadanos: habría sido una solución tremenda para el PSOE al dejar a Podemos toda la oposición, más aún con la que se avecina, pero el país tendría estabilidad y el Partido Socialista cierto poder moderador. Es verdad que hubiera sido una revolución en todos los sentidos, muy difícil de tragar por los votantes socialistas y de justificar con Rajoy presente en la primera fila; más aún con los tremendos lastres que arrastra el Partido Popular, que ni atrición ni contrición manifiesta por los incontables casos de corrupción. La otra, meterse al barro de verdad en un triple sentido: Colocando a Podemos (sin Ciudadanos) ante el escenario de tener que pactar, al menos, la investidura, en lugar de darle excusas para no hacerlo; enfrentando el desafío de Cataluña mediante acuerdos de compromiso con los partidos catalanes, singularmente con Esquerra Republicana (lo de Convengencia, o como se llame, vendría de suyo); defendiendo tales postulados, con todas las consecuencias, en el seno del Comité Federal del PSOE: tirando para adelante si hubieran ganado su tesis; dimitiendo y dejando a la gran estadista Susana Díaz que defendiera, en el mismo terreno de juego, el uso alternativo de sus argumentos.
Sánchez ha perdido la guerra antes de enfrentarse realmente a la batalla. No ha superado la difícil prueba del Kobayashi Maru, que ya saben los seguidores de la serie Star Trek que es una prueba de carácter. A diferencia del capitán James Tiberius Kirk no ha tenido valentía, o talento, para reprogramar las condiciones de una prueba en la que no se podía vencer: no lo intentó en el Comité Federal (que le marcó los contornos de un escenario imposible), no enfrentó el problema de Cataluña como si sirviera taparse los ojos para resolverlo, no se dejó acompañar por un más que moderado PNV, no puso contra las cuerdas a Podemos. Y Podemos, que le ha quitado una gran parte de su electorado, tal vez le quite algo más. Que aquél que quiera hacerlo piense para sí quien ha interpretado en este caso el papel de los Klingons; lo que me parece más relevante es constatar que el fuego ha alcanzado de lleno al capitán Sánchez.
Va a ser una campaña dura de verdad. ¿Volverá Sánchez, como Batet, a decir que Ciudadanos ya no es de centro sino que vuelve a ser de derechas? ¿Dirá en campaña que quiere pactar con Podemos antes que con Ciudadanos? ¿Con Ciudadanos antes que con Podemos? ¿Dirá que va a ganar las elecciones de calle y por eso no le harán falta pactos? ¿Seguirá en la tesis, como Susana, de que las periferias no juegan la partida?
No encuentro razones por la que pueda recuperar votos por el centro (que en alguna medida ha cedido a Ciudadanos), ni por la izquierda (al haber preferido un pacto con el centro–derecha). Una izquierda que, además, corre el peligro de la desmovilización. Con un sistema electoral, recordemos, en el que un punto menos puede implicar diez diputados menos.
En mala situación se ha situado el PSOE, y bien que lo siento: España lo necesita fuerte. Los afectos, además, no se nos van a los humanos de la noche a la mañana. Porque de ser así, es que nunca los tuvimos. Me gustaría equivocarme, esa es la verdad, pero no encuentro asideros.
Mientras, España no insufla energías a su tejido productivo dañado. Mientras, la Unión Europea elabora nuestros presupuestos para los próximos años (gobierne el que gobierne, ya sabe que el Presupuesto de 2016 se lo dan hipotecado). Mientras, los partidos políticos de ámbito nacional y estructura regionalizada –sobre todo el PSOE– defienden el Trasvase en Murcia y Valencia, piden que desaparezca en Castilla–La Mancha, y a nivel estatal, que es donde deberían hablar, callan. Mientras, en fin, el Pisuerga, el Órbigo, el Cea, el Luna, el Esla, han aumentado esta primavera el caudal del padre Duero, camino de los Arribes del Duero, hasta superar los 1000 metros cúbicos por segundo.
RUFINO SANZ PEINADO