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Castilla, una nacionalidad histórica

 
Castilla y León, 750 años de unidad (Parte I)
 
EN ESTAS FECHAS SE ESTÁ CONMEMORANDO el 750 aniversario de la unión definitiva de Castilla y León, acontecimiento de importancia singular, que condujo a la única opción posible tras una entrelazada historia anterior, prácticamente imposible de deslindar puesto que estuvo entreverada en todo momento.
La unión definitiva surtió efectos desde el 11 de diciembre de 1230, momento en que, a la muerte del rey Alfonso IX de León, tanto su esposa Teresa como sus hijas, Sancha y Dulce renuncian a cualquier derecho sucesorio a la corona leonesa, a favor de quien ya era rey castellano desde trece años antes, Fernando III, hijo del fallecido rey leonés y de la reina de Castilla, Berenguela, que había abdicado del trono castellano a favor de su hijo Fernando en 1217.
Se consolidaba de esta forma la unidad de dos reinos tan vinculados entre sí –entonces, antes y después de esta fecha unificadora- que desde el 711 (es decir, desde la invasión árabe) hasta ese momento del siglo XIII tan sólo habían estado separados políticamente ochenta años y aún así más bien por motivos meramente coyunturales, puesto que compartían una misma casa real, la castellana.
Tales separaciones, básicamente, cuando las hubo, se fundamentaron en el sentido patrimonial de los reyes castellanos, que entregaban el reino secundario (el de León) al segundogénito, reservando el reino más pujante (el de Castilla) al primogénito y primer heredero.
Un común origen gótico-hispanorromano-prerromano norteño
 
AL PRODUCIRSE EL REPLIEGUE hacia el norte de los restos del reino visigodo, confluyeron en las tierras montañosas del Sistema Cantábrico sucesivas capas de pobladores hispano-romanos y visigóticos, que, dando cohesión, a los primigenios pueblos autóctonos de la zona, constituyeron el fermento de los núcleos de resistencia allí creados.
El principal componente de esta fusión es el elemento visigótico recién llegado, junto con el componente hispano-romano, sin cuya intervención no puede entenderse el deseo de re-conquistar y de re-poblar hacia el sur, lo que ya antes había sido por ellos conquistado y poblado. La patria central y sureña de España que había quedado en su memoria colectiva y en sus narraciones orales y escritas.
 
En la zona montañosa y marítima de Santander, Burgos y Palencia fue mayor la presencia del estamento visigótico popular y el de la nobleza media, mientras que la nobleza alta visigoda se asentó con preferencia en la zona asturiana.
La importancia del componente godo, ya romanizado en religión e idioma, en el nacimiento de Castilla puede comprobarse no sólo en la raíz germánica de los patronímicos de los primitivos castellanos (Fernando, Rodrigo, Gonzalo…), sino también en la de los topónimos (empezando por la ciudad de Burgos, cabeza de Castilla, o de Santander, el San Emeterio o Sant Emeter, mártir hispanorromano del siglo IV que daría origen a la principal ciudad de la costa castellana).
 
Asimismo, las formas más genuinas de expresión de la cultura de Castilla son de origen visigodo, por ejemplo, el origen de la épica castellana está en los cantos históricos del pueblo godo, como demostrara en su día Menéndez Pidal.
También se aprecia esa influencia goda en las formas organizativas como el derecho consuetudinario, en la institución visigótica de los “gudzman” –hombres buenos o jueces populares- de donde viene el apellido actual Guzmán, la propiedad comunal de montes, pastos y bosques, la asamblea decisoria de todos los hombres libres, que se transformaría en los futuros concejos abiertos, etc.
 
Para León, junto a la misma presencia de godos populares, hay que señalar una mayor incidencia de la alta nobleza goda, más romanizada, que prefería regirse por las normas jurídicas jerárquicas de la cultura romana más que por las más tradicionales e igualitarias costumbres visigodas que iban a ser preferidas en la primigenia Castilla.
Esta mayor presencia de un estamento elevado en León que en Castilla, pero dentro de un mismo componente étnico o pueblo, regido por una muy similar escala de pensamiento, es lo que hará aparecer tensiones sociales fratricidas –nunca nacionales o de pueblos distintos- en el interior del reino de León.
 
Tales disensiones se aprecian particularmente en la parte del mismo que comenzará a denominarse, a partir del año 800, como “Castella”, todavía como una denominación geográfica –“los castillos”, por la gran abundancia de pequeños castros o castillos defensivos que en los pasos montañosos se fueron erigiendo-, y poco después ya como designación política.
 
Una parte de esta epopeya castellana se puede leer en el largo poema narrativo que aparece en el libro: “Castilla, este canto es tu canto” (2015)
 
http://blogs.periodistadigital.com/juan-pablo-manueco/2016/09/07/castilla-este-canto-es-tu-canto-la-historia-de-castilla-desde-el-siglo-ix-al-xxi-en-liras/
 
En el siglo VIII, el duque de origen godo Pedro de Cantabria se apresura a ponerse a las órdenes de don Pelayo, reconociéndole como su rey y señor natural, con lo cual todos los habitantes de la futura Castilla pasaban a ser regidos –más o menos efectivamente- desde Asturias.
 
Por el contrario, en el siglo X, un noble rural, Fernán González, pero muy eficaz en la lucha contra los invasores musulmanes y muy querido por el pueblo castellano, aprovecha las discrepancias con la corte real para emparentar con la familia del rey y para convertir el condado de Castilla en hereditario, con lo que se acentúa el carácter singular de lo castellano.
 
Hacia la unificación bajo el predominio de Castilla
 
EL MOMENTO DECISIVO QUE CONVIERTE el anterior Condado de Castilla en núcleo primordial de la unificación castellano-leonesa, bajo el predominio del nombre del antiguo condado dependiente, tiene lugar en el año 1037.
En este año, Fernando I de Castilla, ante la pretensión de Bermudo III de León de ocupar la Tierra de Campos palentina y vallisoletana (tierra de disensión entre ambas partes, pero que ya había sido castellana desde la época condal) derrota y da muerte al rey leonés en la batalla de Tamarón.
Con ello se extingue la Casa Real leonesa, y Fernando, conde de Castilla, toma el título de rey y se titula a partir de entonces Fernando I de Castilla y de León, dando origen a la Casa Real castellana, que reinaría sobre ambos territorios, aunque por conveniencias familiares fueran repartidos y separados entre sus hijos hasta el advenimiento definitivo de Fernando III, el Santo, que pondría fin a esta anomalía de disgregación a capricho del monarca.
La Transierra de Castilla, luego Castilla la Nueva
 
DESPUÉS DE FERNANDO I, sucesivos reyes, bien conjuntos de Castilla y León (Alfonso VI y Alfonso VII), bien específicos de Castilla (Alfonso VIII, porque Alfonso VII volvió a cometer el error de repartir los reinos entre sus diversos hijos) extendieron la reconquista hacia el sur, cruzando definitivamente la Cordillera Central.
 
De esta forma se consolida la presencia de Castilla en el antiguo reino musulmán de Toledo, y se logra que Sigüenza, Guadalajara, Madrid, Toledo, Cuenca, pasen a ser conocidas como la Transierra castellana (la Castilla que está más allá de la Sierra o Sistema Central) y posteriormente como Castilla la Nueva.
 
En efecto, el 25 de mayo de 1085 tiene lugar la capitulación de Toledo ante Alfonso VI de Castilla y León (ciudad la toledana en la que se formaría un poderoso Común o Comunidad, propietario en conjunto de los llamamdos Montes de Toledo hasta el siglo XIX, según la más genuina tradición comunal castellana, lo que garantizaba unos ingresos mínimos a todos los comuneros de las Comunidades de Castilla), y con ello entra a formar parte de Castilla todo el extenso reino toledano.
 
La consolidación de la reconquista castellana al sur de la línea del Tajo tendrá lugar con Alfonso VIII, rey exclusivo de Castilla (a principios del siglo XIII), aunque la forma de repoblación de estas tierras manchegas ya no fue mediante labradores y hombres libres como en la Castilla Vieja o en la Transierra.
 
El cambio de los tiempos –dos siglos que habían dado lugar a una sociedad más jerarquizada-, las duras condiciones para vencer en la batalla de las Navas de Tolosa a los almohades (en 1212) y la falta de potencial demográfico de Castilla hizo que la repoblación de las tierras del sur de Castilla la Nueva se llevase a cabo preferentemente por las Órdenes Militares castellanas, con una menor libertad de los campesinos que la repoblaron de lo que había sido común en la Castilla más norteña.
 
Ello explica la abundancia de numerosos pequeños núcleos de población en los pueblos de la Transierra castellana (allí donde los repobladores decidían asentarse, libremente) frente al escaso número de municipios, pero de tamaño grande del sur de Castilla la Nueva (allí donde las Órdenes Militares decidían que se asentasen sus vasallos).
 
Juan Pablo Mañueco

Este artículo fue publicado en “Guadalajara. Diario de la mañana”en diciembre de 1980
(Continuará en tres partes, hasta llegar a nuestros días)

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