A Saturnino Martínez Pérez
Según se va desde Usanos
a Galápagos por senda
planicie alzada es la rienda
que llevan pasos lejanos.
No otra cosa que meseta
se ve según adentramos,
por cielo arriba nos guiamos
con estrellas en silueta.
Villa de Usanos incluso
desaparece tras grieta;
hasta la torre se veta,
pues no se ve nada ayuso.
Larga y alta es la meseta
que a soledades conduce
y que el paisaje reduce
a sí misma, plana y escueta.
Solitaria y misteriosa
a primer claror del alba,
sólo la luna nos salva
con la poca luz que posa.
El cerro de Castillejo
rompe luego la llanura
trescientos metros de dura
curva bajando en cortejo.
Hacia arroyo Albatajar
hay pozas que manan agua,
una de esas pozas fragua
la historia que he de contar.
Dentro de una de esas pozas
que alcor Castillejo sella
mujer joven, rubia y bella
canta canción entre brozas.
Cuentan que sea una lamia
que dentro de cueva vive,
cerca de arroyo y aljibe
y duerme un año la lamia.
Sólo el día de San Juan,
del sol el turno más largo,
sale lamia del letargo.
Veinticuatro horas serán
las que escape del zaguán
para cumplir el encargo
de dar a otro el trago amargo
de dormir en su desván.
La lamia peina su pelo
entre el cabello ondulado
con peine de oro preciado
tras los árboles del suelo.
Espejo de plata mira,
por la cintura el cabello;
no habría aspecto más bello,
pero su hechizo conspira.
A los pies de claro arroyo,
que forma limpio remanso,
sus pies baña y da descanso,
forjando agua bello escollo.
Peina sus cabellos blondos
en la espesura del bosque,
esperando que se embosque
persona en aquellos fondos.
El espejo ya ha mostrado
que por entre los canchales
se están notando señales
de alguien que se ha aproximado.
Daga de hierro cenizo
la lamia en la mano blande;
su mano es blanca y es cande,
la otra mano peina un rizo.
Espejo, puerta del alma
que lleva a otras dimensiones;
quienes miren corazones
atrapa, y a ellos ensalma.
Peine, navío con remos
que por ondas de mechones
boga de cueva a salones
a quien use de esos remos.
Ella misma es el cabello,
que esbelta y blanca silueta,
por trocarse, es una treta
a quien escoja su vello.
¿La peor estratagema?
Lo dulce de su mirada,
que en su lugar la hechizada
deje a quien mire esa gema.
Cuando los pasos ya llegan
de la persona anunciada,
lamia melosa en su grada
dice palabras que ciegan.
-¿Peine, pelo, espejo o daga?
Pídeme lo que tú quieras
de todo lo que aquí vieras
pues tu visita me halaga.
¿Peine, pelo, espejo o daga?
Puedo concederte todo,
pelo, peine, espejo o lodo
con mi hierro, pues soy maga.
Sus ojos le están buscando
con una dulce mirada,
¿La anilla en sus ojos, guiada,
anillará a quien entrando?
Respóndele el visitante
-Ni a ti quiero, ni a tu peine,
ni espejo en que lamia reine,
dame la daga al instante
y apártame la mirada,
que visión de hechicería
aun dulce, más es sombría
en criatura malhadada.
Se ha formado un resplandor,
allí donde lamia estaba,
relámpago en que sonaba
ya con apenas vigor:
-Me has condenado otra vez
a estar un año dormida.
La fecha de Juan venida
será de nuevo mi juez.
Goza de veinticuatro horas
lamia a romper el hechizo,
en todo advenedizo
por montañas tan traidoras.
Si al final de la jornada,
lamia aún no se ha trocado,
las hogueras que han quemado
llevan triste su mirada.
Hogueras son de San Juan
con fuego que el mal esfuman,
de noche llamas perfuman,
rescoldo de amor serán.
Dará calor al verano
la hechicera que ha ardido,
su humo se habrá ya escondido
forado adentro cercano,
con un arroyo, en que vive
y sueña dentro la lamia
en el año en que la infamia
rompa el hechizo y lo esquive.
Esta es la historia, señores,
de lamia que hay en Usanos,
cuidado tengan humanos
de requerirla de amores.
Copyright © Juan Pablo Mañueco Martínez