De regreso a París, por mi cabeza desfilan estampas de la provincia de Guadalajara. ¿Por qué tardé tanto en conocerla?. Acabo de descubrir una tierra maravillosa. En mi exploración se juntaron el aspecto lúdico y el sentimental. El pasado 19 de diciembre, tras unos 1.200 km de ruta e interminables horas en el coche, aparqué mi vehículo en el Parador de Sigüenza. Había dejado el día anterior mi domicilio en la capital francesa, y tras pernoctar en San Sebastián, llegué a tan atractiva ciudad medieval.
Como periodista de una agencia internacional de prensa como la Agence France Presse (AFP), había visitado bastantes países. Y también a nivel personal, tengo también un alma viajera. Pero nunca había estado en la tierra de mis ancestros. Y ya era hora. Además existía el agravante de que conozco muchas provincias españolas, mientras que Guadalajara, y Castilla-La Mancha, en general, es muy desconocida para mí.
Se trataba de un viaje que tenía en mente desde hace tiempo. Había crecido escuchando a mi madre hablando de la tierra de mi familia. Emilia García, mi abuela, había nacido en Codes, una pedanía de Maranchón, mientras que Pablo Checa, del que heredé el nombre, era de Alcolea del Pinar. Mi madre pasó largas temporadas en Mazarete, donde la crió una tía suya tras el fallecimiento de mi abuela.
Mi madre, muy mayor en la actualidad, tuvo una vida azarosa. Tras sus primeros años en Mazarete, vivió en Madrid, donde le pilló la guerra, y fue enviada a Úbeda (Jaén), durante la contienda. En Madrid se casó, con mi padre de origen segoviano, y emigró al País Vasco con él. Y durante mi infancia en Santurce, cerca de Bilbao, siempre me contaba cosas de la familia de Guadalajara.
Tras acabar mi carrera de periodismo, y vivir en Inglaterra y Francia, me asenté en París, donde soy jefe del servicio de deportes en lengua española en la capital francesa.
"El viaje tenía un contenido sentimental, pero descubrir Sigüenza me hizo ver que esta tierra me iba a gustar".Pero siempre pensé en descubrir esos pueblos de los que me hablaba mi madre. Lástima haberlos descubierto cuando ya he cumplido los cincuenta.
Cuando entré en el Parador de Sigüenza y paseé por tan majestuoso edificio, pensé en mis antepasados, que estuvieron durante siglos en un radio de 20-30 km alrededor del Castillo. El viaje tenía un contenido sentimental, pero descubrir Sigüenza me hizo ver que esta tierra me iba a gustar.
Impresionante esa primera tarde en Sigüenza, conociendo el Castillo, la Catedral de Santa María, la Plaza Mayor, la Casa del Doncel, y pasando por sus entradas, comenzando por la Puerta del Sol, por donde salimos para regresar al castillo por detrás.
Por la noche aprovechamos para cenar en la ciudad y hacer unas compras en la Zapatería Cortezón, donde departimos con un señor muy simpático, que era un gran aficionado a la fiesta nacional. El primer contacto con la tierra de mis ancestros no había podido ser mejor. Una visita a Atienza, la mañana siguiente, otro pueblo de gran belleza y mucho componente medieval, sobre todo la imponente Plaza del Mercado, confirmó las primeras impresiones.
Tras aquellas dos visitas, tocaba adentrarse en el principal propósito del viaje, que era el contacto con mis raíces. Nuestra primera parada fue Alcolea del Pinar, el pueblo de mi abuelo, un hombre aventurero como yo, que dejó su lugar de nacimiento para trabajar en Cuba en una empresa llamada La Unión Resinera, según los relatos de mi madre, y que regresó para instalarse en Francia un tiempo, donde tuvo una tienda de ultramarinos dos años, antes de residir en Madrid.
Difícil encontrar a gente que recordara a la familia de mi abuelo. Me faltó encontrar su casa, ya que en la partida de nacimiento, solo ponía que venido al mundo en la "casa del declarante", mi bisabuelo, un jornalero del pueblo.
Decidimos visitar la Casa de Piedra, una vivienda excavada en una roca por un señor llamado Lino Bueno, a principios del siglo XX, y que fue visitada por Alfonso XIII y Primo de Rivera en 1928 y por los Reyes Juan Carlos y Sofía en 1978. Toda una obra de tesón y constancia realizada por un hombre que empleó 21 años de su vida en realizarla. Llamamos a un teléfono móvil que estaba a la entrada y uno de sus nietos se acercó para mostrárnosla.
Tras comer en Maranchón, subimos a Codes, un pequeño pueblo situado en un cerro, con una bonita vista. Nos sorprendió la buena carretera de acceso al lugar. Aparcamos el coche entre la iglesia, del siglo XVI, y la Charca del Navajo. En el pueblo ni un alma después de comer. Pudimos descubrir la casa, abandonada y en ruinas, donde nació mi abuela, en el número 8 de la calle de las Peñuelas. Después dimos un paseo por Mazarete.
Aquella tarde-noche, ya de vuelta en Sigüenza, mientras cenábamos, estuve relatándole a mi esposa, todas las historias que recordaba, que me había relatado mi madre. Encontrar a alguien de mi familia era complicado en unos pueblos en los que muchos de sus habitantes se han marchado a las ciudades, pero al menos tenía una visión de lo que fueron mis raíces.
"El pueblo que más nos impresionó en su conjunto fue Brihuega, con sus murallas, sus arcos, su Plaza de Toros, sus iglesias, sus fuentes, pero sobre todo sus Cuevas Árabes, en la Plaza del Coso".Nos quedaban dos días en Guadalajara y, con el deber cumplido y la emoción a flor de piel, nos lanzamos a descubrir La Alcarria.
Había leído el libro de Camilo José Cela y elegimos visitar Trillo, Brihuega y Torija. Nos encantaron estos tres pueblos.
Dimos una vuelta por Trillo, con su impresionante cascada sobre el Río Cifuentes y el Puente sobre el Tajo. Un paisaje maravilloso. El pueblo que más nos impresionó en su conjunto fue Brihuega, con sus murallas, sus arcos, su Plaza de Toros, sus iglesias, sus fuentes, pero sobre todo sus Cuevas Árabes, en la Plaza del Coso, en las que te abre la puerta un carnicero muy simpático.
Durante más de media hora recorrimos solos los pasadizos árabes y visigodos, que desembocan en la parte de atrás de la Carnicería Hermanos Gutiérrez.
"Brihuega tiene un color gris azulado, como de humo de cigarro puro. Parece una ciudad antigua, con mucha piedra, con casas bien construidas y árboles corpulentos. La decoración ha cambiado de repente, parece como si se hubiera descorrido un telón", escribió Cela en Viaje a La Alcarria.
Continuamos nuestro particular 'Viaje a La Alcarria' en Torija, donde en su castillo, otra de las muchas fortalezas medievales con que cuenta la provincia de Guadalajara, existe un museo, el único del mundo dedicado a un libro.
No podía dejar la provincia de Guadalajara sin visitar su capital. Aparcamos el coche en la calle de Sigüenza y recorrimos el paseo del Doctor Fernández Iparraguirre, con las estatuas de los personajes que han influido en la historia de la ciudad. Bonita iniciativa la de mezclar personalidades de diferente religiones. Guadalajara y Castilla en general fue un ejemplo de la armoniosa convivencia entre gentes de diferentes creencias, una actitud que necesitamos más que nunca en la actualidad.
Tras bajar por la Calle Mayor y visitar el impresionante Palacio de los Duques del Infantado, construido en el siglo XV, uno más de los innumerables edificios medievales de la provincia, regresamos al Parador de Sigüenza, donde su director nos trató de forma excelente, en nuestra última noche en este viaje en el tiempo.
Un paseo por la edad media, los paisajes de La Alcarria y mis raíces se juntaron para formar un recuerdo imborrable. Volveré.
PABLO SAN ROMÁN
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Pablo San Román trabaja en la Agence France Presse (AFP), y es jefe de deportes del servicio en español. Aunque su familia materna es originaria de la provincia, él nunca la había visitado hasta hace unas semanas en que realizó este emocionante viaje de contenido sentimental.






