Pareció durante un instante que José María Barreda, profesor, ilustrado en el buen significado que esta palabra tiene, experto en El Quijote y paladín de La Mancha, político partidario de las distancias cortas y afable en las relaciones humanas, pasaría a la Historia por ser el protagonista de la histórica derrota del socialismo castellano – manchego en 2011 (después de que Bono hubiera gobernado desde que se tenía memoria), por el deterioro de las finanzas públicas, y por el fiasco del aeropuerto de Ciudad Real. Sin embargo, sólo cuatro años más tarde el aeropuerto va a tener dueño y actividad –y, siendo así, el tiempo hará que el debe ser convierta en haber–; las finanzas públicas están más o menos como siempre –como corresponde a una región poco favorecida económicamente y con mala adaptación de sus arterias naturales y artificiales al medio físico–; Bono parece ahora una figura diferente a aquella que durante décadas se consolidó en el subconsciente colectivo; y la era Cospedal, prevista para dieciséis, se agotó en sólo cuatro años (por una cuestión de “aceleradores históricos”, ya lo escribí), unos días antes de que lo que quedaba del cuerpo expedicionario madrileño, ya diezmado por las bajas que sucedieron a la derrota, embarcara en el AVE que esperaba en la estación de Toledo y se acomodara en la capital del Reino.
Durante largo tiempo, seguramente, la mayoría de la población castellano – manchega consideró que las decisiones esenciales fueron adoptadas siempre por Bono. Su figura y su sombra fueron, desde luego, largas (hasta consiguió el imposible de hacer parecer a Castilla – La Mancha como una entidad física, política y económicamente homogénea). Pero cuando activo los archivos de la memoria me devuelve ésta, por ejemplo, la universidad de Castilla – La Mancha, esencialmente manchega pero conviviendo con el legítimo interés de Guadalajara por estar unida a la de Alcalá de Henares; un modelo sanitario en el que se atendieron en exceso los intereses locales y localistas, pero que representó un salto cualitativo sobre lo conocido; el aeropuerto de Ciudad Real e iniciativas conexas, de suerte desigual; la Autovía de los Viñedos, única de factura regional; y, en fin, a lo que ahora vamos, la denominada eufemísticamente (como si fuera la que suministra agua a mi casa) Tubería a la Llanura Manchega. En estos asuntos se reconoce la mano de Barreda, generalmente con acierto.
Hablemos, que es lo que toca, de agua; causa de seguras guerras a lo largo del presente siglo.
Mis consideraciones fundamentales sobre el Trasvase Tajo – Segura ya las he expuesto en una decena de artículos, el último de ellos en este mismo periódico (A favor del Trasvase lo intitulé); y éste no es sino un complemento del anterior, alumbrado a la vista de nuevos acontecimientos tanto en la cuenca del Tajo como en la del Segura. La enorme manifestación de Sacedón del día 26 de septiembre pasado, de entre 500 y 1000 personas según distintas fuentes (muchas de ellas cargos públicos o allegados), radiografía la potencia de fuego de los que se sienten discriminados –con razón– en la ribera de los embalses de cabecera. En un día suave y soleado de principios del otoño, las concentraciones de Toledo y Talavera tuvieron parecida dimensión en relación con la población de estas ciudades.
¿Cómo es posible, si es que el asunto es tan importante, tan sensible? Muy sencillo: el ser humano suele manifestarse o por un interés personal o familiar próximo, o por un ideal superior por quimérico que sea. Y la mayoría de la población de Guadalajara ni tiene un interés personal y próximo en Entrepeñas y Buendía (seguramente son más los guadalajareños con casa, u otros intereses, en el Levante que en Sacedón), ni un ideal regional o patriótico. Antes al contrario: el subconsciente colectivo parece recibir un susurro –más aún con la que ha caído en estos últimos siete años– en el que se le advierte de que Murcia contribuye a equilibrar en lo posible la deficitaria balanza comercial española exportando el 95% de los productos agrícolas que produce; que sólo este sector genera en Alicante (4ª provincia por aportación al PIB español, por delante de Sevilla, Bilbao o Zaragoza) más de 600 millones de euros; y que las dos provincias citadas, igual que Valencia, tienen un potentísimo sector turístico que también depende del agua. En Castilla se mata por una linde, en el Levante por el líquido elemento.
Y sin embargo, ¡ay, sin embargo! Si dentro de quince años –demos tiempo a que se concluya, a la vista del retraso que las obras llevan– hubiera riesgo real de que el trasvase a La Mancha (eso y no otra cosa es la Tubería a la Llanura Manchega) se cancelase, se manifestarían cien mil personas en Alcázar de San Juan o lugar semejante, pueden darlo los Ribereños por seguro. Si esto es así, hemos de insistir un poco más en esta obra emblemática (según la propia definición de la Agencia del Agua de Castilla – La Mancha) y su relación con el trasvase Tajo – Segura, de cuyo tronco común se desgaja en Cuenca.
¿Constituye un gravísimo ataque al río Tajo el trasvase al Segura? Sí, sin duda. ¿Fue bueno construirlo? Con la dimensión que tiene, y pese a la riqueza que ha generado, no; con una capacidad menor y en consideración a los mayores aportes del río en aquella época, sí –Barreda sabe muy bien que el pecado capital de cualquier historiador es el anacronismo, de modo que no explicaré más esta cuestión–; acompañada la obra de otros trasvases, que hubieran llegado a constituir un sistema integrado, habría estado justificada del todo. ¿Hay que demoler el trasvase Tajo – Segura o ponerle fecha de caducidad? Desde mi punto de vista, no. ¿Es el Trasvase una carga insoportable por el río Tajo? En su actual concepción, sí; pero también es, por lo que luego diré, una oportunidad para el Levante, para La Mancha, para los Ribereños y, sin duda, para la cohesión de España y la sostenibilidad de su economía y su medio ambiente.
¿Es un hecho grave el trasvase al Guadiana? Lo es, sin duda ninguna, por mucho que se argumente que, en principio, sólo se derivarían 60 hm3 y únicamente para abastecimiento humano; y lo es por, al menos, cuatro razones: a) porque agrava hasta límites insoportables la herida del Tajo – Segura; b) porque se hace en un tiempo –el actual– donde ya son conocidos los demoledores efectos medioambientales que ha experimentado el río y su entorno (como nunca le he prestado atención al argumento tonto de que el Trasvase es una obra franquista, no insistiré mucho en que un gobierno democrático utiliza la instalación del autócrata para agravar la situación del rio y para construir otro ramal del Trasvase); porque el interés nacional del trasvase a La Mancha no es superior –sino igual– al del trasvase al Levante, y su valor añadido es seguramente menor; y d) porque, ¡parece mentira!, los Ribereños o no se han enterado de lo que la obra realmente significa, o consienten voluntaria y conscientemente –no he escuchado ninguna protesta contra la tubería manchega– lo que no deberían consentir, y por eso, quizás, tienen el apoyo que tienen. O bien, es que se han creído la cantinela de la “preferencia de la cuenca cedente” e identifican la cuenca del Tajo con el territorio de la comunidad autónoma.
Pues bien; por si alguien aún no lo sabe, esto es “la Tubería”: Una obra hidráulica emblemática (dice la Agencia del Agua) para 600.000 castellano – manchegos que viven en 59 municipios (45 de ellos de Ciudad Real); una inversión inicial (datos, quizás, desfasados) de 518 millones de euros; más de 1000 kilómetros de tubería (¡y qué tubería!), con una conducción principal y varios ramales de distribución. Desde Puerto Lápice a Puertollano; desde Villarrobledo a la tierra de Calatrava. A Valdepeñas, Manzanares, Alcázar o Almagro. A las Tablas de Daimiel y a lo que las necesidades presentes o futuras exijan o aconsejen… Creáronse necesidades en el Levante a la vera del agua trasvasada; necesidades mil hay, y surgirán nuevas, en La Mancha.
Me preguntaré lo mismo de antes. ¿Es necesario el trasvase a La Mancha? Sí, lo es. ¿Es defendible tal como ha sido planteado? Desde mi punto de vista, no; es un mal necesario que echa sal sobre la herida abierta del trasvase al Levante. ¿Hizo Barreda lo que tenía que hacer? Desde mi punto de vista, sí: hizo lo que en el momento le era exigible en su condición de presidente de la comunidad autónoma de Castilla – La Mancha. ¿Es posible defender posiciones tan ambivalentes, tan aparentemente contradictorias? La situación es, desde luego, algo rara. El origen del mal, empero, está en la abdicación que hace el Estado de sus competencias y responsabilidades, al optar siempre por un parche antes que por una planificación hidrológica coherente: Madrid planifica poco; cede a la presión en función de quién y cómo la ejerza. En su condición de estadista –un paso más allá, por tanto, de su condición de presidente de la comunidad autónoma; en su condición, podríamos decir, de representante ordinario del Estado en la comunidad autónoma, ¿es homologable la actuación de Barreda con el interés nacional, y con el interés de todas las provincias de Castilla – La Mancha? Pues depende.
Barreda, de Ciudad Real, diputado por Ciudad Real, presidente de Castilla – La Mancha entonces, arrancó del ministerio una obra destinada a cambiar la faz de La Mancha, en parte para que no diera mucho la lata con aquella cuestión (jurídicamente esperpéntica, siempre lo sostuve) de introducir en la malograda proposición de reforma del Estatuto de Autonomía la caducidad del trasvase Tajo – Segura. La reforma feneció; la obra quedó. Barreda cumplió con lo que le demandaban sus paisanos de La Mancha, y también con el interés regional. Aunque –y esta sí que es una cuestión delicadísima y puede que muy dolorosa a medio plazo– tal interés (general, insisto) beneficiara a una parte de la comunidad autónoma (la llanura manchega) tanto como agravaba la posición relativa de otra (desde Entrepeñas a Talavera). Para Barreda era, insisto, una obligación; el Estado abdicó de sus obligaciones, permitió una segunda herida en el ser del largo río ibérico, y no buscó nuevos aportes que aliviaran su penosa situación. Nada se oyó ni en la ciudad de Toledo ni en la de Talavera –salvo las manifestaciones contra el trasvase al Levante–, aunque parece claro que se estaba instalando otra bomba de relojería sobre el caudal del Tajo y la calidad de sus aguas; nada se oyó tampoco en los Ribereños, quizás porque –como en el caso anterior– los actos no son considerados objetivamente buenos o malos sino sólo –subjetivamente, por tanto– en función de quien los realice. Y una última cuestión sobre esto, que escribiré con cuidado al encerrar una verdad que puede hacer cierto daño: se piden recurrentes explicaciones por los Ribereños sobre el destino del dinero que pagan los agricultores levantinos por el agua del Trasvase, y se exige en ocasiones que se invierta fundamentalmente en la zona de los embalses de cabecera. ¿El destino actual del dinero? Obras hidráulicas en Castilla – La Mancha, a veces en los Ribereños, a veces en el abastecimiento o depuración de otros municipios, a veces en la financiación que corresponde aportar a la comunidad autónoma para ejecutar la tubería a la llanura manchega, esa por la que también circulará el agua del Tajo camino de las tierras por las que serpentea el Guadiana ¿O.K.?
Demostrado, creo yo, el acierto objetivo de Barreda al impulsar la obra, toca ahora valorar sucintamente si su actuación en beneficio de Ciudad Real (y otras poblaciones manchegas de Cuenca y Albacete) fue excesivamente gravosa para las provincias de Guadalajara y de Toledo (“cuenca cedente”, esta sí); y si el interés regional que exigía la construcción del nuevo trasvase justificaba ahondar en el destrozo del río Tajo, un río de la España continental, con severos estiajes, sobre el que a medio plazo gravitará un trasvase a La Seca y persistirá otro al Levante y a la España Subtropical.
Por lo que conocí a Barreda en mi tiempo, creo que su personalidad tiene una característica sobre las demás: tiende a asegurar el bienestar de los próximos, pero no quiere lesionar el interés de los que están algo más lejanos. Siendo esto así, quiero pensar que, de haber seguido gobernando, el trasvase al Guadiana, a su provincia, se hubiera ido compensando con el impulso de otras iniciativas tendentes a equilibrar el desajuste del Tajo (ya con dos trasvases) y la desairada posición de las provincias de Guadalajara (por los Ribereños) y de Toledo (por la lamentable situación de sus dos ciudades principales). Y como se da la buena suerte de que es diputado al Congreso, y lo seguirá siendo – en Ciudad Real ha contraído méritos bastantes como para ser diputado vitalicio y para que, a un tiempo, erijan en su honor una estatua de cincuenta metros de altura en el centro geográfico de la manchega llanura–, formas tiene aún de demostrar que es partidario de que las decisiones se tomen en beneficio de todos y no sólo de una parte. En este asunto del agua –también en otros–, Ciudad Real ha tenido la inmensa suerte de tener próceres en puestos relevantes que han acudido cumplidamente a satisfacer sus necesidades; Guadalajara, muy particularmente los Ribereños, no han tenido tal fortuna: por eso, es un suponer, sienten la necesidad de manifestarse. En cuanto al caso de Toledo, deben valorarlo los toledanos.
El Partido Popular de Murcia ha anunciado que llevará a la Asamblea Regional la propuesta de que se conecte el Duero con el Tajo; y más pronto que tarde –pasado este tiempo electoral que será duro como ninguno anterior–, cuando los partidos estatales recobren el sosiego, creo que se irán apuntando a esta tesis otras regiones y otras fuerzas políticas: sencillamente porque el agua está donde está, y el clima en España es como es y no como a veces pretendemos. A Castilla – La Mancha –y aquí los intereses de Guadalajara, Toledo y La Mancha coinciden–, le va mucho en ello; y, al propio tiempo, el Levante es un aliado natural en la defensa de esta demanda. Es de desear, por tanto, que esa incipiente posición del Gobierno regional, racionalmente partidaria de que el problema del agua se solucione desde una perspectiva estatal –superando la dialéctica de enfrentamiento quejoso y estéril con el Levante–, se consolide e inicie un camino que pueda ofrecer resultados. Porque o hay aportes de otras cuencas (no insistiré sobre lo que escribí en mi anterior artículo), o en el Tajo alto y medio sólo quedará barro, suciedad y frustración. Los menos de 20 m3 por segundo del río antes de comenzar a embalsarse, no dan más de sí.
Entrepeñas y Buendía deben ser esos grandes aljibes nacionales receptores de recursos hídricos sobrantes de los ríos que nacen en la Cordillera Cantábrica (un eventual, improbable y, en cualquier caso, insuficiente trasvase sólo desde el Ebro, condenaría más que aliviaría al Tajo). Desde Entrepeñas y Buendía ha de garantizarse por el Estado (planificador hidrológico y planificador económico general) el suministro a La Mancha y al Levante, además de mejorar la posición relativa de los Ribereños, oxigenar el hábitat del río y aliviar la frustrante situación de las ciudades de Toledo y Talavera. De no ser así, dentro de unos lustros veremos a los ribereños (de Entrepeñas, de Toledo, de Talavera), mirando unos el barro y otros la porquería, clamar contra el trasvase al Guadiana y contra el trasvase al Levante. Y reclamando, claro, la preferencia de la “cuenca cedente”; la real, la del Tajo, no la del Guadiana, que esa es una cuenca receptora, parece mentira que haya de señalarse tantas veces lo obvio.
Y eso sí que sería malo, malo, malo.
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Rufino Sanz Peinado es abogado y fue director general de Administraciòn Local en CLM