“Yo no busco problemas ni aventuras, hay que ofrecer la política que ha votado la gente”. Así de claro se mostró Emiliano García-Page durante su toma de posesión por segunda vez como presidente de Castilla-La Mancha.
Un acto que comenzó a las ocho de la tarde en el patio central del Palacio de Fuensalida, casa de emperador Carlos V, con el juramento -formula que empleó- como presidente de Castilla-La Mancha y que terminó con la interpretación del himno nacional.
No estuvo el presidente del Gobierno Pedro Sánchez, como hace cuatro años en la primera toma de posesión de Page, aunque le agradeció que enviara a tres ministros: la ministra de Hacienda en funciones, María Jesús Montero, que ocupó un lugar preferente, y sus compañeros de gabinete la titular de Trabajo y Seguridad Social en funciones, Magdalena Valerio y el ministro de Ciencia, Innovación y Universidades en funciones, Pedro Duque. También estuvieron los expresidentes autonómicos socialistas José Bono Martínez y José María Barreda Fontes. No acudió María Dolores Cospedal, ni los dos miembros del gobierno en funciones en representación de Podemos, que muy probablemente dejará de estarlo mañana mismo con el nombramiento del segundo Ejecutivo de Page, monocolor, y con apenas cambios sobre el actual.
Entre el medio millar de invitados, los alcaldes de las capitales de provincia y algunas ciudades de la región, los presidentes de la Diputación, representantes de todos los estamentos de la sociedad de Castilla-La Mancha, y los líderes del PP y Ciudadanos.
Una “socialdemocracia de 180 grados en una región muy conservadora”.
El gobierno de García-Page seguirá practicando una “socialdemocracia de 180 grados en una región muy conservadora”, como él mismo la definió, “porque es un modelo en el que se siente cómodo la inmensa mayoría de la gente”. Y por ello avisó a su Consejo de Gobierno que no se van a dedidar a sacar conejos de la chistera, y lo que deben ofrecer es más diálogo con los agentes sociales, más cercanía, más moderación, más humildad y más honestidad. “La moderación no es tibieza “, razonó, “para decir que no, insultar y ser radical valemos todos”.
A ese fututo gobierno, y a sus colaboradores en general, les pidió humildad y que la importante mayoría que el ciudadano les ha otorgado no se traduzca en soberbia, ni se les suba a la cabeza. Porque la soberbia es “el pecado que está detrás de todos los grandes fracasos en la vida”.
Con anterioridad, tuvo una mención para Guadalajara, para el presidente de las Cortes Pablo Bellido y para Antonio Buero Vallejo. Y un recuerdo muy especial para Elena de la Cruz, “una consejera extraordinaria”, y para Alfredo Rubalcaba, las dos personas a las que esta tarde más ha echado de menos.
“España hemos pasado de latifundio al minifundio político”
Sobre la situación política nacional, contadas alusiones. Tras agradecer la mayoría obtenida: “Nosotros sabemos lo que es no tener mayoría. Alguna de mis hernias llevan su nombre”; Page lamentó que en España hemos pasado de latifundio al minifundio político, “como si se pudiera gobernar sin mayorías”. Por ello hizo un elogio del pacto y avisó que quien tiene las de perder es el que obstruye a las mayorías.
De Castilla-La Mancha, dijo que es una historia de éxito. Que estamos en el corazón de España y que “tenemos a España en el corazón”. Y citó para finalizar la cuestión nacionalista, que ya no obedece a problema de libertad (“aquí todo el mundo puede decir tonterías en cualquier idioma”) sino a un propósito de obtener más privilegio. Y en ese objetivo, tendrá a Castilla-La Mancha enfrente “porque no nacimos para ser más que nadie, pero tampoco menos”.
Page tuvo un recuerdo muy cariñoso para toda su familia. Y fue delicado con los ministros presentes, dejando fuera de su discurso la reivindicación del agua y su crítica al trasvase, a pesar de ser uno de los ejes de su política. En todo caso recurrió al humor cuando el vaso se quedó sin agua, y se puso a buscar la botella: “Quiero agua, y no es una indirecta a los ministros por el trasvase”.
Sonrisas.