No es que Guadalajara sea un lugar donde se prodiguen los saltos de agua, como sucede con los arroyos y los ríos quese escapan desde las grandes cadenas montañosas, pero hay algunos interesantes en el alto Tajo, en las hoces del Dulce, el alto Sorbe o en el río Cifuentes, en su desembocadura con el Tajo. Sin embargo, creo no caer en la exageración si digo que la cascada del Aljibe es el salto de agua más bello de nuestra provincia. Hasta ese paraje maravilloso de la sierra castellana nos vamos de ruta, que iniciamos en el pueblo negro de Roblelacasa, una encantadora pedanía de Campillo de Ranas.
El desvío a Roblelacasa se toma a la izquierda en Campillo de Ranas, el Ayuntamiento del que dependen administrativamente después de que éste y otros pueblos serranos, como los vecinos Campillejo, El Espinar o Robleluengo, quedaran deshabitados en los años setenta.
La prosperidad que vivió España antes de esta maldita crisis incidió directamente en la fisonomía urbana de toda la sierra del Ocejón y evitó la ruina total de esa arquitectura negra, hecha a base de piedra y lajas de pizarra en los tejados. En los años ochenta, de Roblelacasa sólo quedaba en pie la parte baja de la aldea, en torno a la plaza y a su pequeña iglesia con espadaña románica, que sin embargo carece de tejado. Hoy en día se aprecia que gran parte de las casas antiguas han sido rehabilitadas y las que se han construido de nueva planta no desentonan con el conjunto.
La cita es en la plaza, donde hay una fuente moderna de piedra. Por un callejón que hace esquina con la calle de la Fuente salimos directamente a un prado y tomamos una senda que allí nace. Aunque está cortada a unos cien metros por una valla metálica, que se puede franquear, y luego cerrar, al existir servidumbre de paso.
El camino discurre en un primer momento por un piso de rocas y piedras, que no ofrece mayores dificultades. Después se adentra en el jaral, a medida que vamos dejando atrás Roblelacasa, cuyo caserío aparece estratégicamente asomado a la zona de la Solana, para acaparar lo más posible los rayos del sol. A la izquierda, según avanzamos, podemos disfrutar de una evocadora imagen del Ocejoncillo y el Ocejón.
Se eleva la senda hasta llegar a a unos salientes rocosos, que nos servirán de referencia. Es una atalaya privilegiada desde la que se ve Roblelacasa, Campillo y, el último, Majaelrayo, en la misma falda del Ocejón. A continuación se inicia un descenso que se agradece. Mientras caminamos, sobresale a la derecha el puntiagudo pico de Cabeza de Ranas. Al final de la cuesta, el camino pasa junto a un robledal, aunque lo que me llama la atención es la altura de una encina centenaria que consiguió abrirse camino hasta las copas más altas. A lo largo del camino un campo de jaras que por esta época han empezado a florecer. En unos días estas laderas aparentarán estar cubiertas por un manto de nieve. Como contraste al blanco de la flor de la jara, el intenso morado de la flor del cantueso.
Continuamos durante unos minutos más hasta llegar a una bifurcación, malamente señalada por una montañita de piedras. La senda de la derecha nos llevará hasta el cauce del Jarama y el puente de Matallana, cuya espadaña de su iglesia abandonada sobresale en el horizonte. Es una ecursión que merece otra jornada por si sola.
Bifurcación, malamente señalada por una montañita de piedras
Por ello, tomamos la bifurcación por este punto, que es la que nos conducirá hasta la cascada del Aljibe. La senda es pequeña, en sentido ascendente y casi hay que ir apartando las pringosas jaras con la mano hasta que llegamos a un claro formado por un pequeño prado. Se respira un olor intenso a resina de jara y la vista del Jarama, abajo, es espectacular. Enfrente, al otro lado del río, prados de alta montaña son los mejores pastos para las vacas de la sierra, que producen una carne excelente.
Desde allí se ve el río Jarama. La cascada del Aljibe se encuentra diez minutos adelante, río arriba, en la desembocadura del arroyo del Soto. Se llama así porque está formada por dos grandes pozas o aljibes, que desde lo alto nos recuerda a la morfología de los camellos.
Las mejores vistas están al otro lado del barranco por donde discurre el arroyo del Soto antes de desembocar en el Jarama. Antes tenemos que cruzar el cauce del arroyo. Hubo un tiempo en que hubo allí un pequeño puente, pero se cayó y ahora tenemos que vadearlo, pero con remangarnos un poco los pantalones se puede cruzar sin dificultad. En el verano y en años de sequía apenas baja agua.
Subimos hasta lo más alto de las rocas, evitando la senda más baja, que va directamente al precipicio, y que puede resultar peligrosa, especialmente si hay humedad. Mejor tomar otro camino más seguro, alejándonos un poco del cauce, y que nos lleve directamente hasta un alto desde el que veremos una vista espectacular de las dos pozas y de la cascada. Como este año el caudal es generoso, el rumor del agua despeñándose casi da vértigo. Pero el espectáculo merece la pena. Eso sí, mucho cuidado al asomarse porque la caída en vertical es de casi treinta metros. Traslas últimas lluvias es una buena época para hacer nuestra excursión, ya que cuando hay sequía habrá menos agua e incluso las cascadas desaparecen y quedan solo las pozas.
Más rutas de Santiago Barra: “Guadalajara íntima”, de Santiago Barra. Libro de 138 páginas y más de 200 fotografías en color. PVP: 10 euros + gastos de envío. Recogida gratis en el Centro de Nuevas Empresas. Avda. del Vado, 11. Guadalajara
Pedidos al autor: sbarra@guadalajaradiario.es