En los anales de la historia de España, el año 1085 es protagonista de un hecho trascendente y capital como pocos: la conquista de Toledo por el reino de Castilla, que a la sazón estaba gobernado por su monarca Alfonso VI. Este hecho condicionó el paso de muchas otras localidades y territorios a la corona de Castilla. Entre ellos estaba la ciudad de Guadalajara y buena parte de la Alcarria Baja, nos dice el cronista Antonio Herrera Casado.
Abriendo el capítulo de la leyenda, debemos saber que en su avance hacia el sur, las tropas cristianas de Alfonso VI iban conquistando ciudades y pueblos, en lucha permanente y en asedios continuos, con la visión final puesta en Toledo, la capital del reino. Avanzando por el ancho valle del Henares, y después de haber tomado las fortalezas de Castejón (la actual Jadraque), de Hita y otros pueblos pueblos como Horche [allí también escenifican esta efemérides] , y Uceda, las mesnadas castellanas se situaron frente a las murallas de la ciudad de Wadi-l-Hiyara, poniéndole sitio. Los árabes guadalajareños ofrecieron intensa resistencia, de modo que se veía difícil, por parte del ejército que comandaba Alvar Fáñez de Minaya, tomar el burgo en un periodo más o menos corto de tiempo.
Para conseguirlo fraguaron un plan: uno de los cristianos, disfrazado de bereber, se introdujo en la ciudad, y a la noche (que era precisamente la de San Juan del 1085) abrió las puertas para que entraran su capitán Alvar Fáñez con su Ejército. Antes de ello, pusieron las herraduras de sus caballos al revés, para dejar las huellas en sentido contrario al que realmente habían llevado, y así a la mañana siguiente, los árabes arriacenses pensaron que aquellas huellas eran de otros paisanos que habían salido de madrugada al campo. Cuando realmente muchos de ellos habían salido de la ciudad a trabajar en los capos cercanos, los hombres de Alvar Fáñez salieron de sus escondrijos y se apoderaron de la ciudad. Por supuesto que la entrada la hicieron cubiertos por las sombras de la noche por la puerta que vigilaba el torreón del Cristo de la Feria, luego llamada de Alvar Fáñez hasta hoy mismo.
Pero tras esta versión legendaria vienen los escuetos datos históricos y las interpretaciones de los indicios existentes. De muy distintas maneras trataron los antiguos cronistas este tema de la reconquista. El historiador Núñez de Castro dice que ocurriría en el año 1081 cuando en el primero de los cercos que Alfonso VI hizo a Toledo, consiguió la entrega por el rey árabe Al-Quadir de diversos castillos y lugares estratégicos (Canales, Zorita y Canturias). Ya el también cronista Francico de Torres nos da la fecha de 1085 como cierta, y explica que la ciudad fue tomada en la misma campaña de Toledo.
Respecto al protagonista de la hazaña reconquistadora, la tradición quiere que fuese Alvar Fáñez de Minaya, y algunos autores se han afirmado en esa idea por lo que el “Cantar del Mío Cid” dice respecto a las asonadas que el capitán de Rodrigo Díaz de Vivar hizo los años antes por el valle del Henares.
Y sobre la forma de la conquista también existen opiniones encontradas. Puesto que los historiadores no se han puesto nunca de acuerdo en la que esta se realizó. Es muy posible que no existiera una toma militar propiamente dicha, con asedio, asalto y lucha, sino que todo consistió en el simple envío de mensajeros o representantes que hicieron ver a los jefes musulmanes de Wad-l-Hiyara de la caída de Toledo y el paso a Castilla de la soberanía de la ciudad.
Alonso Núñez de Castro, historiador del siglo XVII, opina que ocurrió del siguiente modo: estando el asedio implantado desde hacía muchos días ya, los moros decidieron hacer una salida al campo y procurar dañar y diezmar a los sitiadores. Pero éstos, más fuertes, les atacaron y persiguieron, entrando tras ellos en el interior de la ciudad, haciendo en ella y sus soldados tanto daño, que pocos días después se rindieron. Por el contrario, Francisco de Torres, a quien vemos en todo mucho más razonable y menos fabulador, piensa que la toma de Guadalajara se hizo sin violencia alguna, por rendición ante hechos políticos consumados.
El cronista Layna Serrano va más allá, y trata de razonar científicamente el modo de la conquista, consiguiendo solamente fabular por su cuenta. Dice que la rendición fue pactada entre Alvar Fáñez y los jerarcas de la ciudad, y que al entrar a tomar posesión del burgo, la población se amotinaría y protestaría, poco menos que estableciéndose un régimen de guerrilla urbana. También propone Layna la versión de que una vez pactada entre los jefes árabes y el capitán cristiano la entrega de la ciudad, con objeto de evitar alborotos de la población, la entrada se hiciera por la noche, y se ocupara de inicio todo el barrio en torno a la iglesia de Santo Tomé, donde residía la colonia mozárabe y los simpatizantes de la causa castellana, siendo al día siguiente un hecho consumado.
Lo único cierto es que Guadalajara pasó en la primavera de 1085 del poder musulmán del reino de Toledo al cristiano de Alfonso VI de Castilla. Y en la historia de Castilla entró para no salir nunca.
Fuente: “Historia de Guadalajara”, de Antonio Herrera Casado. El Decano 1992 y posteriormente reeditada por Aache.