La casa por el tejado

Hace unos días visitaba, junto con mi familia, el Museo Arqueológico Nacional situado en pleno corazón de Madrid, centro neurálgico del lujo, de las marcas más  exclusivas – y caras- del mundo. Consumismo aparte, fuimos directos al edificio y una vez dentro, lo de fuera es como si nunca hubiera existido; ahora estábamos en otro tiempo, en otra época, en otro lugar.

¿Por dónde empezar? Por la pre-historia. Periodo que todos estudiamos en el cole y el cual ya recorrimos algunos en su día cuando nos trajeron de excursión a este mismo museo, hace casi 20 años (madre mía).

Refugios, cabañas, herramientas – muchas de ellas halladas en la provincia de Guadalajara -de un periodo y otro: el Imperio Romano; los reinos cristianos, las civilizaciones de Egipto, Grecia… Un recorrido espacio-temporal que nos descubre y muestra antiguas y extrañas costumbres, anécdotas que en su día se te escaparon porque estudiar “era un rollo”.

Después de unos cuantos siglos de viaje, volvíamos al XXI: gente por todas partes, coches, autobuses, tiendas, más tiendas, bares… la calle Serrano en estado puro.

Parece una nimiedad, pero he aquí el gran salto de la humanidad, el “dónde hemos ido a parar”, la importancia que ha adquirido el cómo y dónde comemos; cómo nos vestimos… Y es precisamente en este punto, cuando volvemos al origen. Y este origen de todo, se materializa en la desnudez.

No, no me he vuelto loca. Para locos, los concursantes del nuevo juguete de la televisión pública de nuestro país, el reality show “Adán y Eva”.

Privilegiados que no lo habéis visto, os pongo en situación. El contexto, una isla “desierta”, una “Eva” y un “Adán”, estos son los concursantes, que no se conocen entre sí, y los juntan en la playa en la que aparecen como su madre les trajo al mundo. Allí tienen un par de días para conocerse de forma inversa a lo que la sociedad a lo largo de los siglos ha establecido: primero se ven desnudos, si se gustan, la siguiente fase es vestirse y así comenzar “una relación” en la vida real. Nada forzado, nada…

El pudor no existe, y la vergüenza tampoco. Una vuelta a los orígenes artificial, una básica desnudez pero compleja a la vez, sin intimidad,  porque ha sido creada para ser retransmitida. Un “empezar la casa por el tejado” que algún día fueron los cimientos de la humanidad, sin testigos. Hoy, los testigos son 2.558.000 espectadores con un 13,8% de share.

Ver la tele está muy bien, es más, ver realitys también, por qué no. Pero no está nada mal tampoco hacer una visita que otra a los museos, leer libros, descubrir de la forma que sea lo que algún día fue nuestro modo de vida…en resumen, mantener viva nuestra cultura. Cuidémosla.

 

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