Tres “ochaítas” que caben en un fardel

La poesía es una de esas cosas —perdón por cosificarla, llamémosla mejor “ámbito”, como la colección de poemas del Nobel del 27, Vicente Aleixandre— que aún necesitan un día al año porque el resto de los días están desplazadas, fuera de foco y atención, cuando no menospreciadas, o, lo que es peor aún, ignoradas. El adjudicado a la poesía es el 21 de marzo, el día en que comienza la primavera. Muy poética elección porque, como decía Antonio Gala, con esa sensibilidad epidérmica que poseía y transmitía, “en una rosa caben todas las primaveras”.

                Han querido las circunstancias, benditas ellas en esta ocasión, que hace unos días compartiera amistad, palabra, mesa y mantel con los tres últimos ganadores del Premio Provincia de Guadalajara de Poesía “José Antonio Ochaíta”, en sus ediciones de 2021, 2022 y 2023, a quienes ya considero amigos pese a que los he conocido personalmente después de obtener sus premios. Ellos son Jorge Pozo Soriano —Madrid, 1985—, Manuel Francisco Reina —Jerez de la Frontera (Cádiz), 1974— y Eduardo Herrera Baullosa —La Habana (Cuba), 1973—, tres grandes poetas que ya tienen un importante camino recorrido, tanto editorial como de éxitos en el mundo de los premios literarios. Sin ánimo —ni posibilidad, pues eso agotaría el espacio— de extenderme en otros importantes galardones por ellos logrados, baste decir que Jorge Pozo también fue ganador del XV Premio Internacional de Poesía Antonio Gala, que Manuel Francisco Reina mereció el XXXII Premio Internacional de Poesía Jaime Gil de Biedma, y que Eduardo Herrera se hizo con el premio de la “World National Writers Union” en 2019, en Estados Unidos, país en el que reside y trabaja como médico y escritor, aunque su origen es cubano, si bien con raíces asturianas.

                Tuve el honor, y el placer, de formar parte de los jurados que concedimos a Jorge y a Manuel sus respectivos premios “Ochaíta” en 2021 y 2022 y, sin desvelar las deliberaciones pues son y han de ser reservadas, les aseguro que sus poemarios, titulados “Hogares impropios” y “Musa insumisa”, son dos piezas de arte mayor poético, y no por la extensión de sus versos, sino por su enjundia, voces personales y “temblor poético”, en feliz expresión del maestro Alberti, gaditano como Manuel y uno de sus referentes junto a otros tres poetas andaluces: Góngora, Juan Ramón Jiménez y Antonio Hernández. No he estado en el jurado que, en la edición de 2023, ha dado el premio “Ochaíta” a Eduardo Herrera, pero sí he tenido la oportunidad de leer su poemario ganador, titulado “Las locas piedras de Alejandra”, y puedo afirmar y afirmo que es una obra de auténtica categoría poética en la que hay un telón de fondo de dolor, por causa ajena, y depresivo, por propia, paralelo al de Alejandra Pizarnik, la gran poeta argentina considerada como la última surrealista. Y el creacionismo del chileno Huidobro también está en los versos de Herrera, como el conjunto de la tradición poética española, en la que bebe sin complejos.

Los tres últimos ganadores del premio Ochaíta de Poesía, junto a Jesús Orea

                “Hogares impropios” es un poemario que, pese a aflorar culturalismo en él, huye de “los novísimos” que lo pusieron en boga y apostaron por el pensamiento y la creación ajenos y despreciaron los propios. Jorge Pozo no huye de nada por esnobismo ni por extranjerofilia, sino que simplemente referencia su poesía —más bien metapoesía e, incluso, metafísica existencial— en musas griegas como Calíope, diosas como Mnemósine y atletas como Cleómedes, que están en nuestra propia tradición pues Grecia es parte notoria de nuestros cimientos culturales. Y en ese terrible Cléomedes, que hundió un colegio de niños, me parece ver la evidente vocación pedagógica de Jorge Pozo. Un gran poemario, sin duda, como también lo es “Escrito bajo las uñas”, con el que ganó el premio Antonio Gala.

                Manuel Francisco Reina es muy grande en todo lo que hace, algo que su porte ya avanza. Es un crítico literario con curriculum en los mejores culturales patrios, “Babelia” y ABC incluidos, experto en copla, novelista, guionista, dramaturgo y poeta de los buenos, de los que siempre les pilla la inspiración trabajando, como decía Picasso. Y perfeccionista donde los haya, algo que le honra, aunque nos impaciente a sus amigos que esperamos pronto de él un nuevo poemario. En “Musa insumisa”, la obra con la que ganó el Ochaíta en 2022, hay mucho tiempo y muchas emociones en transcurso. Su poesía es como él: sensible, brillante, honesta y profunda, y, como el agua tras la tormenta, busca los cauces y los ríos por los que llegar a la mar que, en su caso y al contrario del de las coplas de Jorge Manrique, no es el morir, sino el vivir. Andalucía, y especialmente, Cádiz y su viento atlántico y su luz mediterránea, están al fondo de su palabra, precisa y sentida siempre, dolida alguna vez y polivalente cuando quiere jugar, y juega, al escondite de sus emociones.

                El poemario de Eduardo Herrera Baullosa es también como él: sensible, no, lo siguiente, además de inteligente y brillante. Trasciende que se trata de una obra terapia, que pretende calmar el dolor (que ahora ya lo sé, pero no cuando lo leí) que supone ser testigo y acompañar el deterioro de su madre, enferma de ELA. “Las locas piedras de Alejandra” me parece un gran conjunto de piezas, pleno de sensibilidad y tono poético, con evidentes tintes creacionistas y muy bien traídos la inspiración y los exergos de Alejandra Pizarnik. Se me antoja una novela poética por su unidad temática, planteamiento, nudo y desenlace. Hay una historia completa detrás, profunda, muy profunda, y cercana, muy cercana; no son pinceladas poéticas o retazos sueltos. Puede que con él estemos ante el mejor poeta cubano de su generación.

                Pues con estos tres “ochaítas”, a quienes he querido rendir el mejor homenaje posible en el Día de la Poesía, como es hablar de su poética y difundirla, compartí mesa y mantel el viernes, 15 de marzo, en el restaurante “Fardel”, esa ya sobresaliente referencia gastronómica que está construyendo en el paseo de San Roque Nacho Padín, gran cocinero y mejor persona, se lo aseguro. De casta le viene al galgo. Nacho es un buen alcarreño con raíces gallegas y fardel es una voz castellana, de origen galaico, que significa el saco o la talega en la que se lleva alimento cuando se come fuera de casa (y que solían llevar los pobres, casi siempre vacío, todo sea dicho). Pues en ese fardel nos metimos, en vísperas del Día De la Poesía, mis tres amigos poetas, además de Renato, el marido de Eduardo Herrera —un productor brasileño de cine que irradia simpatía y dinamismo— y yo, que soy migrante en el país de la palabra. ¡Lean poesía, sentirán más y soñarán mejor! 

Medalla de plata castillera

Que Guadalajara es Castilla inmaculada —primera acepción de esta entrada en el diccionario de la RAE, o sea, que no tiene mancha—, es algo notorio, evidente, palmario, patente, incuestionable, indudable… aunque algunos se empeñen en referirse a nuestra provincia como manchega, eliminando hasta lo de castellana, incluso en medios de comunicación nacionales que de tanto estar errados, ya parece que también estén herrados. Por cierto, los sucesivos medios que ha dirigido Pedro J. Ramírez —Diario 16, El Mundo y ahora El Español—, se han llevado y llevan la palma en ello, algo inexplicable pues el susodicho va de redicho y divino por la vida, pontificando como si sentara cátedra, periodística por supuesto, pero no sé yo si no le gustaría cambiar la pluma por el báculo papal, aunque solo fuera por el protagonismo y el foco mediático que otorga… Pedro Jota, antes muerto que sencillo, vamos. Pero no inmaculado…

Esto de llamar manchega a la provincia de Guadalajara e ignorar, por desconocimiento o simple reduccionismo, lo de que fue, es y será castellana, es un hecho recurrente, ya cansino, pero que lamentablemente va a más, en vez de a menos, como debería suceder gracias al conocimiento que, para eso está, para ampliar saberes y enmendar yerros. De este asunto ya me he ocupado en unas cuantas entradas en este mismo blog y comprendo que a alguno que no le da ninguna importancia pueda parecerle repetitivo y aburrido, pero yo sí se la doy y, como el asunto no cesa, como el rayo del poemario de Miguel Hernández, pues me veo obligado a abordarlo periódicamente, aunque siempre procuro darle una perspectiva de fondo o una referencia de actualidad diferentes.

Castillo de Jadraque. Fotografía con dron. Nacho Abascal (Suite Alcarria)

Hoy voy a revindicar la indiscutible castellanía de Guadalajara precisamente con un dato que evidencia que es una de las más importantes tierras de castillos de la propia Castilla —que como territorio histórico se expande por las actuales regiones de Castilla y León, Castilla-La Mancha, Cantabria, La Rioja y Madrid— y del conjunto de España: en la superficie que ocupa nuestra actual provincia hay un total de 198 castillos o fortalezas, siendo la segunda de toda España en contener este tipo de fortificaciones. La primera es Jaén que tiene 237 y la tercera es Zaragoza con 183. Este hecho nos permite afirmar que Guadalajara es la provincia castellana con mayor número de castillos y fortalezas, aunque evidentemente —también lamentablemente— no todos presentan un buen estado de conservación y, en realidad, solo medio centenar lo ofrecen en grado aceptable. De hecho, el propio Colegio de Arquitectos de Guadalajara está trabajando, en colaboración con la Diputación Provincial, en un interesante proyecto de creación de una base planimétrica digital completay con la mayor precisión posible del conjunto de castillos de la provincia y ha incluido en él 49 castillos o torreones: 18 en la Alcarria, 6 en la Campiña, 10 en Molina de Aragón, 8 en el Alto Tajo, 2 en la Ruta del Cid —Atienza y Jadraque—  y  5 en las Serranías. Esta base de datos se está elaborando con vuelo de drones y técnicas de fotogrametría, que incorporan escáner láser y mallas 3D, fotografías y vídeos en alta definición (HD) y nubes de puntos. Todo ello permitirá tener planos y alzados de absoluto detalle de los castillos y fortalezas sobre los que se ha trabajado ya o se va a trabajar, con evidente utilidad para poder actuar en ellos en materia de restauración y conservación, así como para poderlos estudiar en mayor profundidad y divulgar con imágenes muy elocuentes e impactantes, incluso con la potencialidad de hacer tours virtuales de ellos. Poder conocer, estudiar y divulgar más y mejor los más importantes castillos de la provincia castellana de Guadalajara es, sin duda, un hecho del que congratularnos y por el que cabe felicitar a nuestro Colegio de Arquitectos y a la Diputación.

Pero si Guadalajara ocupa, digamos, la “medalla de plata” en la castillería española desde un punto de vista cuantitativo, también está muy arriba en el escalafón cualitativo pues algunas de nuestras fortalezas destacan en el conjunto del castillaje nacional. En algunos escalafones que, con mucha frecuencia, aparecen en los medios digitales para incitar al “bicheador” a entrar en ellos por curiosidad y así aumentar los ingresos por hits de la web que los publica, he comprobado que varios castillos de Guadalajara aparecen en ellos con recurrencia. Es, sobre todo, el caso del de Zafra, en Campillo de Dueñas, y al que la conocida serie internacional “Juego de Tronos” dio una visibilidad tremenda al grabarse en él unas escenas. La ficción quiso llevar a este espectacular castillo roquero de la Sierra de Caldereros la “Torre de la Alegría” de “Juego de Tronos” y se cuentan por centenares las personas que van a visitarlo por este motivo, algo que, por cierto, está incomodando a sus propietarios privados pues no permiten su acceso y algunos han intentado forzar la entrada. Otro castillo de la provincia vinculado a “Juego de Tronos” es el de Atienza, no porque allí se rodara escena alguna, sino porque la productora de esta serie, HBO, situó en 2019 ante él uno de los seis tronos de hierro que colocó en otros tantos países del mundo para promocionar la última temporada hasta ahora producida. Recordemos que el castillo atencino sí que fue el escenario natural elegido para filmar una mítica película, “Las troyanas”, con la gran Katharine Hepburn de protagonista. Otros castillos de la provincia que aparecen con alguna frecuencia como “más bonitos”, “más espectaculares” o “más curiosos” en esas relaciones que citaba son el de Jadraque, el de Molina y el de Sigüenza, este último, uno de los siete paradores nacionales ubicados en este tipo de fortalezas.

Guadalajara, medalla de plata en castillería y cuchara de madera —por utilizar el simbólico “premio” que se concede al equipo que no gana ni un solo partido en el trofeo de rugby de las seis naciones, que siempre será el de las cinco— para quienes ignoren nuestra inmaculada castellanidad. O sea, sin mancha.

“Metafortísimo”

Como es sabido, cuando un adjetivo se usa en su forma de intensidad máxima estamos ante su grado superlativo. Fortísimo es el superlativo de fuerte y con él titulé hace un par de meses la entrada publicada en este mismo blog que dediqué a la incumplidora, inaceptable, incoherente, irresponsable, sorprendente y cambiante actitud de la Junta con el histórico Fuerte de Guadalajara desde hace 20 años, cuando se aprobó un Plan de Singular Interés (PSI) a instancias de la propia administración regional que varió los planes iniciales del ayuntamiento con estos antiguos terrenos militares, pero que después se ha incumplido de manera incomprensible. Y ya han pasado 20 años y cinco gobiernos regionales desde entonces, 4 del PSOE y 1 del PP. Pueden leer ese post en este enlace:

A día de hoy, aquel titular de “Fortísimo” que utilicé para calificar los reiterados incumplimientos y vaivenes de la Junta con el Fuerte, se ha quedado corto y, como ya no se puede superar el grado superlativo, he tenido que inventarme un nuevo adjetivo y acudir a una forma compuesta para calificar la nueva acumulación de despropósitos del gobierno de Page sobre este asunto: Metafortísimo es la palabreja que me ha surgido en el magín ya que “meta” es un prefijo que tiene su origen en una preposición griega que significa “después” o “más allá”. Así que, como la Junta ha superado el adjetivo fortísimo por su obsesiva y maniquea intención, vía trágala, de que se construya una pomposamente llamada “Ciudad del Cine” en el Fuerte que ni Guadalajara necesita ni el ayuntamiento parece querer, al menos como está planteada, pues calificaremos su actitud como más allá de fortísima. O sea, metafortísima.

Corrida de toros en Guadalajara con San Francisco al fondo. Grabado de Jenaro Pérez Villaamil. 1838. Museo Thyssen. Málaga

Aunque el post se va a alargar por ello bastante, conviene recapitular la cronología esencial del asunto del Fuerte: En 2000 se van los militares de allí y lo ceden al ayuntamiento, reservándose el Ministerio de Defensa parte de los aprovechamientos urbanísticos. El ayuntamiento, inicialmente, se propone desarrollar las 25 hectáreas ya previamente reservadas a viviendas en el Plan General del 99, cuando la Junta decide poner en marcha un Plan de Singular Interés (PSI) que suponía construir menos viviendas, pero quedarse con los aprovechamientos urbanísticos municipales —10 por ciento del valor del suelo— para aplicarlos después en la rehabilitación de los edificios de este singular e histórico cantón militar que, en la Edad Media, surgió inicialmente como monasterio. En 2005, siendo Alique alcalde, se firma el correspondiente convenio entre el ayuntamiento y la Junta y ésta comienza a licitar la urbanización de los terrenos y la construcción de las viviendas. En 2010, ya gobernando Román, comienzan a estar terminados los primeros bloques de viviendas y se solicita la correspondiente licencia de primera ocupación. Pese a que la Junta no había invertido en ese momento en el Fuerte nada más que lo empleado en la creación del llamado “Espacio TYCE”, incumpliendo descaradamente lo que contemplaba el PSI, el ayuntamiento, para no perjudicar a los propietarios de las viviendas, concede licencia provisional de ocupación, condicionada a que la administración regional cumpliera con sus obligaciones en materia de recuperación patrimonial y nuevos usos de los inmuebles históricos. Pasan los años y la Junta sigue sin cumplir, pese a los requerimientos del ayuntamiento, y éste se ve obligado a acudir a los tribunales. Gana el consistorio local en las sucesivas instancias hasta que, en 2018, el Tribunal Supremo, finalmente dicta ya sentencia firme condenando al gobierno de Page a invertir 22 millones de euros en la rehabilitación y acondicionamiento de los inmuebles del Fuerte para los usos que decida el ayuntamiento, pese a que la plusvalía que obtuvo en Guadalajara fue de 30 millones. La sentencia siguió sin cumplirse hasta que, en mayo de 2021, el entonces alcalde de Guadalajara, Alberto Rojo, y el consejero de Fomento de la Junta, Ignacio Hernando, anuncian a bombo y platillo que, por fin, la Junta va a empezar a cumplir con su obligación, que databa de 16 años antes, y con la STS de 2018, y a habilitar la Biblioteca Central Municipal en el taller de forja del Fuerte y en la nave de talleres, tras su rehabilitación, se iban a ubicar las Escuelas Municipales del entonces ya extinto Patronato de Cultura. Unos incompletos, pero buenos y adecuados usos de partida, sin duda. La Junta contrata el proyecto para la biblioteca y se gasta 45.000 euros en él. Tirados a día de hoy. El proceso de redacción se dilata casi 2 años, pero por fin, se solicita licencia de obra al ayuntamiento, que la concede en julio de 2023, siendo alcaldesa ya Ana Guarinos. No obstante, en febrero de ese mismo año —electoral, recordemos—, el alcalde y entonces candidato, Rojo, y el vicepresidente regional, Martínez Guijarro, firman un protocolo para construir la Ciudad del Cine en el Fuerte. Un nuevo conejo sale de la chistera. El proyecto inicial, dijeron con las urnas ya casi abiertas, era compatible con la biblioteca y las escuelas, o, al menos, así lo vendieron y pareció ratificarlo el hecho de la solicitud de licencia de obra para la biblioteca. Llegan las elecciones, se dan los resultados que se dan. Y otro giro más, este ya de tuerca hasta trasroscarla: En otoño de 2023, el delegado de la Junta en Guadalajara, Escudero, sin mantener conversación alguna con el ayuntamiento sobre el tema, ya filtra a la prensa que la Ciudad de Cine es innegociable y que, además, va a ocupar todos los terrenos del Fuerte. El equipo de gobierno municipal, pese a enterarse por la prensa del enésimo (des) propósito, desprecio y vaivén de la Junta, decide mantener silencio públicamente para no enquistar el tema y se reúne en noviembre con sus representantes para tratar de llegar a un acuerdo. En Toledo —dónde si no— se encuentran que no hay proyecto de Ciudad del Cine, solo una tormenta de ideas en seis folios. Quedan en que, a primeros de año, les presentarán ya el “proyecto” completo. Esto, por fin, tiene lugar el viernes, 16 de febrero, aunque algún día antes se filtra información a los medios sin duda con ánimo de presionar. Llamémosle inelegancia o vísperas de falta de respeto institucional. El delegado de la Junta y una persona de la empresa a la que se ha encargado el tema, son los interlocutores de los tenientes de alcalde, Esteban y López Pomeda, a quienes acompaña una técnico municipal de Urbanismo. Lo que la Junta decía que iba a ser un proyecto, no pasa de memoria valorada con números muy gruesos —sólo 500.000 euros para rehabilitar el claustro, por ejemplo— y absolutamente decepcionante pues, en realidad, no se van a rehabilitar los edificios, sino a consolidarlos para que no se caigan —se terminen de caer, mejor dicho—, y a dedicar todo el espacio a la supuesta Ciudad del Cine con algún uso complementario formativo y museístico que no se sostienen, pues son meramente cosméticos. Para colmo, el Fuerte lo gestionaría una empresa privada por concesión —incluso ya han salido nombres de posibles concesionarios que se asoman al asunto al igual que cotillea a los vecinos la vieja del visillo del humorista manchego José Mota—, tendría acceso restringido y por lo tanto los ciudadanos quedaríamos otra vez a espaldas de él, como cuando lo custodiaba una guardia militar. Además, la Junta viene a decir al ayuntamiento que “esto son lentejas” y que si no “traga” con su “proyecto” se perderán para la ciudad 7,8 millones de euros de fondos europeos que a 31 de diciembre deben estar ejecutados, al menos, al 30 por 100. Ni con voluntad política se llegaría a esa fecha porque los técnicos municipales creen que este nuevo PSI que planeta la Junta perjudica al ayuntamiento en términos jurídicos y económicos, al deber renunciar a los 22 millones de euros —más el interés legal del dinero desde 2018— de la STS, por 7,8 millones de fondos europeos. Además de estas consideraciones, hay otras de legalidad urbanística que asaltan a los técnicos y que deberían solventarse con el nuevo PSI propuesto, para lo que se necesitarían varios meses, como también se necesitan para licitar y adjudicar las obras. Vamos, que no se llega a diciembre con el 30 por ciento ejecutado ni aunque Page apoye la amnistía de Sánchez para los delincuentes del “Procés”.

Voy terminando ya: El equipo de gobierno municipal nos ha manifestado a los firmantes de la solicitud pública para que no se construya la llamada “Ciudad del Cine” en el Fuerte, sino que éste acoja una Ciudad de la Cultura con las importantes infraestructuras que le faltan en esa materia a la ciudad — colectivo en el que nos incluimos gentes vinculadas a la cultura de amplia experiencia y sensibilidades políticas distintas—, que está en nuestra línea de pensamiento. Si así es, tienen mi apoyo total. La Junta debe rectificar y dejar que Guadalajara decida lo que quiera para ella misma, incluso aunque se equivoque, que no es el caso, porque eso de la “Ciudad del Cine”, según se ha planteado y “proyectado”, tiene más sombras que luces y, sin luz, no se puede mirar ni siquiera a través de visillos. Guadalajara, además, necesita perentoriamente su biblioteca central municipal, sus escuelas municipales en un espacio amplio y adecuado, un Centro de Cultura Activa —o Casa de la Cultura, como se le quiera llamar— pues somos, probablemente, la única capital de provincia que no lo tiene, y otros espacios que completen las infraestructuras y servicios culturales de la ciudad. Y que no se pierdan esos fondos europeos será responsabilidad de la Junta, jamás del ayuntamiento, pues propone una actuación que no depende de ella, lo que sí depende es cumplir la STS de 2018 y respetar la voluntad de Guadalajara y de sus legítimos representantes municipales.

Iriépal “cazó” su botarga

Las botargas son los personajes enmascarados más reconocibles y singulares de la cultura tradicional de la provincia de Guadalajara. No son exclusivos, ni mucho menos, pues en otras partes de España, especialmente de la mitad norte, también se dan, eso sí, con otras denominaciones: mojigangas, zaharrones, zamarrones, zagarrones, zarramacos, zorromacos, cigarrones, harramachos, cachimorros, guirrios, peliqueiros, colachos, jarramplas, carantoñas, foliones, visparras, jurrus… Lo que sí es muy particular de nuestra provincia es la denominación de botargas y el hecho de que éstas suelen salir en enero y febrero, antes del carnaval, mientras la mayor parte del resto de enmascarados son personajes que se suelen enmarcar ya en el tiempo de las carnestolendas. Mucho se ha hablado —a veces, más bien, especulado— sobre su ancestral origen que, evidentemente, algo debe haber de ello pues si podemos afirmar que los dioses no emigran, los diablillos tampoco. Uno de los principales etnógrafos españoles y estudiosos de esta tradición de los enmascarados pre o carnavalescos, Julio Caro Baroja, defendió que las botargas poseen una evidente raíz europea y medieval. El sobrino de don Pío, que conoció bien nuestra tierra e incluso la frecuentó con su familia pues los Baroja llegaron a tener casa en alquiler y olivar en propiedad en Tendilla, identifica las botargas con los bufones contratados por consistorios europeos que salían en festividades especiales en la alta edad media y principios del renacimiento, si bien consideraba posible que los bufones pudieran tener unos antecedentes aún más primitivos. Lo que sí afirmaba es que “el atuendo y la palabra botarga implican una modernización renacentista” frente a otros enmascarados peninsulares, sobre todo del norte. La palabra botarga, que está en el diccionario de la RAE, se define así en su primera entrada: “En las mojigangas y en algunas representaciones teatrales, vestido ridículo de varios colores”. En la segunda, se limita a decir: “Persona que lleva la botarga”. Confío en que nuestras dos académicas actuales, la molinesa Aurora Egido —que, además, es la secretaria— y la guadalajareña, Clara Sánchez, aporten su cercanía a nuestro singular personaje, para que, bien se corrija, bien se matice la definición que de él hacen los vigilantes de nuestro idioma porque ni es exacta, ni es adecuada pues ni siquiera se hace referencia a que sea un personaje enmascarado, algo tan determinante como su vestido que, más que ridículo, a mi me parece colorista o multicolor. Para gustos, precisamente, los colores, y el concepto de ridículo hace tiempo que no se puede definir de manera pacífica.

Máscara de la recuperada Botarga de San Blas, de Iriépal

Volviendo a Caro Baroja, éste publicó en la Revista de Dialectología y Tradiciones Populares, en 1965, un interesante artículo sobre las botargas de Guadalajara que reimpulsó su hasta entonces mínima presencia en el panorama etnográfico nacional. Doce años antes, en esa misma y prestigiosa revista de aquel tiempo, nuestro recordado y querido Sinforiano García Sanz, maestro y librero de viejo en Madrid, nacido en Robledillo de Mohernando, ya había publicado un gran trabajo titulado “Botargas y enmascarados alcarreños”. Me consta que Caro tuvo noticias directas y más detalladas de las botargas por el artículo de Sinfo, como era conocido “Gesanz” —seudónimo que también utilizaba Sinforiano—, y por las conversaciones que con él mantuvo, hasta el punto de llegar a visitar algunos pueblos de Guadalajara con botargas, como el propio Robledillo, Retiendas, Aleas o Beleña. En ese viaje y en esos pueblos filmó una mítica película para el NO-DO, titulada “A caza de botargas”, y tomó datos y notas para varios artículos publicados en revistas especializadas y libros.

El tema de las botargas es recurrente en mis artículos y raro es el año que no les dedico alguno en el que es probable que me repita, al menos en parte, pero su arraigo y relieve en nuestra cultura tradicional es tal que, última y felizmente, me veo obligado a ello porque hay noticias, o sea novedades —que ese es el origen etimológico de la palabra—, en torno a ellas, algo que me agrada sobremanera. En los últimos años se han ido recuperando botargas que no salían desde hacía, incluso, más de un siglo, el año pasado la Diputación y La Tradición Oral iniciaron el proyecto “La Ruta de las Botargas” y este año, Iriépal ha recuperado —ha “cazado”, si seguimos la huella de Caro Baroja—, su tradicional botarga de San Blas, saliendo el sábado 3, festividad del santo con fama de curar los males de garganta. Acompaña estas líneas la imagen de la máscara con la que salió la rediviva botarga de San Blas, de Iriépal. Es de madera, como las antiguas que hacía el recordado “Mere”, de Arbancón. Con ella y con buen criterio, han huido de los insostenibles —y, a veces, infumables— de plástico. Representa una abubilla con su característico penacho de plumas y pico largo porque las gentes de este hoy barrio de la capital tienen el mote de “Bubillos”, como los de Taracena tienen —tenemos— el de “Ahumaos”. Sobre este asunto de los motes entre pueblos, algo muy común entre vecinos y comarcanos, nos ocuparemos en otra ocasión, como ya se ocupó el hoy tantas veces citado Caro Baroja calificándolo como un hecho evidente de socio-centrismo.

Vamos terminando, que es gerundio y necesario por razones de espacio: Cuando Sinfo publicó, mediado el siglo XX, su importante artículo sobre las botargas y otros enmascarados alcarreños —más bien guadalajareños, pues los había no solo de la comarca de la Alcarria—, dio datos de la existencia de 29, de los que en ese momento solo salían ya 12. Por cierto, entre esas 29 estaban la recuperada, en 2017, botarga de San Ildefonso, de Taracena, y la igualmente recuperada, este año, botarga de San Blas, de Iriépal. En la actualidad, son más de medio centenar las botargas, zarragones, vaquillas, vaquillones, diablos y otras denominaciones particulares de enmascarados de la provincia que ya tienen una —y algunas hasta dos— citas en el calendario. Doy por hecho que se están recuperando personajes tradicionales y no que se está intentando hacer tradicionales personajes por imitación o moda.

Los latidos de Taracena

¿Late la tierra más allá de cuando las fuerzas de la naturaleza la agitan en forma de terremoto o cuando las interesadas y, las más de las veces, agresivas y nocivas prospecciones del hombre buscan minerales en sus entrañas con explosivos, o petróleo y gases a través del fracking? Solo los indios americanos, con su agudísimo oído, eran capaces de poner la oreja en el suelo y detectar movimientos de personas o de caballos a kilómetros de distancia, una forma de latido de la tierra, aunque no surgido desde el corazón, sino desde los pies y las patas, lo más periférico del cuerpo humano y animal que desde él se riega mediante su bombeo sanguíneo. O al menos eso es lo que nos hacían creer John Houston, Howard Hawks, King Vidor y otros grandes del cine del Oeste que tantas horas nos entretuvo de niños cuando la vida pasaba muy despacio, casi a cámara lenta, por todo lo que nos quedaba por vivir. Vuelvo al principio: ¿Late la tierra? Es obvio que el reino mineral, que es el predominante en ella, no tiene corazón y, por tanto, no late, aunque pueda vibrar, que no es lo mismo. Y al no tener corazón, tampoco puede tener si quiera extrasístoles ventriculares, que no dejan de ser latidos cardíacos, pero a distancia, algo parecido a las réplicas de los terremotos que se producen a kilómetros de su epicentro. ¿Late, pues, la tierra? En un sentido figurado, que es el que quiero dar yo a esta entrada, por supuesto que sí; de hecho, yo la oigo latir a diario y a todas horas. Esa que oigo latir a cada momento no es cualquier tierra de las guadalajaras, a las que tanta afección tengo y a las que soy yo quien he dado mi corazón más que ellas el suyo a mí; la tierra que me late es la de Taracena, el pueblo de mi familia materna y, por tanto, el mío propio. Uno es de donde nace y también de donde pace, pero sobre todo es de donde nace su madre porque la propia tierra es femenina sin necesidad de aplicar la perspectiva de género, ni discriminación positiva alguna, de ahí ese concepto de la deidad frigia que era la “magna mater”, la madre tierra.



Botarga de San Ildefonso, de Taracena, evolucionando ante la imagen del santo. La botarga fue recuperada en 2017, tras haber salido por última vez en 1900, y la imagen del santo en 2021, después de desaparecer en la Guerra Civil la anterior que había esculpida sobre tabla.

            A mi me late a diario la tierra de Taracena, no solo porque yo descienda de allí por vía materna, sino porque a ella volveré cuando se cumpla el tiempo en mi particular biología circular que es una forma de llamar, puede que un tanto pretenciosa pero expresiva, a lo que el propio Génesis gráficamente resume como la vuelta del polvo al polvo, un eufemismo grandilocuente de la muerte que algún día me llegará, como a todo quisque. Eso sí, no la tiento porque tengo aún muchas cosas por hacer, y confío en que esa llegada de la parca con mi nombre en el filo de la guadaña sea más tarde que pronto, sobre todo si es con salud. A quienes lamentablemente ya les ha llegado es a los demás miembros de mi núcleo familiar más cercano, el formado por mis padres y hermanos. Sus corazones, enterrados en el cementerio de Taracena, son, precisamente, los que oigo latir a cada momento, porque viven en el mío. ¡Claro que late la tierra! El polvo de guijo, marga o arcilla, no, pero el de los seres más queridos late con mucha fuerza, a veces en taquicardia por la angustia y la ansiedad de no tenerlos presentes de otra forma, otras en bradicardia por el sosiego que transmiten los cementerios. El de Taracena, pequeño y jalonado de cipreses que creen en Dios y dan sombras alargadas, como los de las magníficas literaturas de Gironella y Delibes, es un dormitorio —origen etimológico de la palabra cementerio— en el camino de la Huerta del Grama y que da vistas a la vega del arroyo de Santana, tributario del Henares, riachuelo que estos días bajaba con la fuerza de un venero joven y no con la debilidad de uno ya en su tercera edad, como acostumbra. Los latidos de Taracena, para mí, son los de los corazones allí descansando en paz de mis queridos y añorados padres y hermanos. Mis padres se marcharon en horas previsibles, ya en la ancianidad, pero mis hermanos se murieron a deshoras, cuando eran demasiado jóvenes, incluso para el rock and roll, porque, como dice la canción de Jethro Tull, “nunca eres demasiado viejo para el rock ‘n’ roll si eres demasiado joven para morir”, como les ocurrió a Alfonso y Carlos que se fueron con 37 y 61 años respectivamente. Los cuatro se me murieron en invierno que es el tiempo en que la tierra más necesita corazones para latir, porque el frío la paraliza y consume, y las semillas se depositan inertes en ella para que después renazcan en primavera.

            Justo enfrente del paraje en el que radica el cementerio de Taracena, vega de Santana por medio, está el alto de la Muela, un paraje en el que se encontró hace 50 años un tesoro conformado por 168 denarios hispanorromanos, con el epígrafe “Bolscan”, acuñados en la ceca de Huesca y que datan de principios del siglo I a. de C. Es obvio, por tanto, que Taracena fue, al menos, un lugar de paso en tiempo de los romanos, nada extraño pues apenas a 3 kilómetros de allí, Henares de por medio, se localiza Arriaca, y el hoy barrio anexionado a Guadalajara está en el entorno del Itinerario Antonino Vía XXV, que unió Emerita (Mérida) con Caesar Augusta (Zaragoza). Esta de romanos viene a cuento de que el pueblo latino, hasta el siglo IV, tenía por costumbre despedir a sus muertos con la inscripción “STTL”, siglas que responden a la expresión “Sic tivi terra levis”: “Que la tierra te sea leve”. Es, de alguna forma, el RIP precristiano. Pues bien, a mis muertos, a los corazones que hacen que me lata la tierra de Taracena, yo les despedí, precisamente, con esta coda que cierra mi poema titulado “Los latidos de Taracena”, que forma parte de mi poemario “Suite Alcarria” y que allí presenté el día 18 de enero, dando con este acto inicio a sus fiestas de invierno, patroneadas por San Ildefonso y la Virgen de la Paz:

“Quiero a Taracena tanto como me duele.

En su cementerio reposan muchos corazones que viven en mí…

… Y algún día también reposará el mío.

¡Que nos sea leve su alcarreña tierra!”

            Pues lo dicho.

El camino que no lleva a Belén

Hay dos momentos en el año en que a Guadalajara se le pone cara de circunstancias, como de acusado cambio de ciclo que le deja un rictus de entre cansada por lo vivido y expectante por lo que espera vivir. Uno de esos dos momentos deviene con el final de las ferias y que, desde que se fijaron a mediados de septiembre, también coincide con el final del verano. Es mucho decirle adiós a la vez a la fiesta y al buen tiempo, aunque cada vez hay más veranillos en otoño y el de San Miguel nunca falta a su cita en los últimos días septembrinos. El otro momento en que a la ciudad parece gripársele el motor, suspirar profundo e iniciar un largo camino es cuando finalizan las navidades; otra vez el final de unas intensas fiestas y el inicio de otra estación, en este caso el invierno que, pese a que, desde el solsticio, cada día nos regale ya algunos minutos más de luz y apunte hacia la no tan lejana primavera, suele venir acompañado de un frío intenso, los consabidos virus y, sobre todo, la sensación de que se ha acabado lo bueno y falta aún mucho para que llegue siquiera lo regular. Pongamos que lo regular es el carnaval, mediado ya el invierno, y que viene disfrazado de festivo, aunque el tiempo también llamado de antruejo comporta en esta tierra castellana una festividad contenida porque la mascarada encuentra mejor acomodo en temperos y febreros más cálidos que los nuestros.

´Guadalajara, ciudad de belenes`, mensaje central del Belén Monumental Municipal de Santo Domingo

            Antes de pensar en lo que va a ser, que ya va siendo, repasaremos lo que ha sido. Las navidades, no solo en Guadalajara, por supuesto, cada año son más convencionales y menos singulares. El evidente e imparable proceso de globalización explica ese cambio progresivo en el que lo singular y lo autóctono de la Navidad cada vez da más pasos atrás en favor de lo general y lo importado e impostado, al menos desde el punto de la estética. Así, los árboles decorados, Papá Noël y las iluminaciones cada vez más espectaculares y hasta por las que compiten ciudades —Vigo y Málaga, por ejemplo—, le van ganando terreno progresivamente a los tradicionales belenes o los Reyes Magos. Precisamente, este año, se ha conmemorado el 800 aniversario del que es tenido por el primer belén de la historia católica, el que instaló San Francisco de Asís en Greccio, en la región italiana del Lazio, con el fin de catequizar a la población representando en miniatura la escena del nacimiento de Jesús en un humilde pesebre de Belén. En Guadalajara, como viene siendo costumbre desde principios del siglo XXI, el Ayuntamiento de la capital ha instalado su belén monumental, desde hace unos años ubicado en Santo Domingo, y la Diputación también acoge a las mismas puertas de su palacio provincial un gran belén artístico; en el montaje de ambos, como en los de otros en distintos lugares de la provincia, ha participado la Asociación Provincial de Belenistas, activa y comprometida con el belenismo desde su fundación hace ya más de 50 años. Es reconfortante que en Guadalajara se siga la huella belenista del “poverello” de Asís, un santo cuya obra está muy unida a la ciudad pues ya en 1330, las infantas que dan su nombre al puente que hay junto al torreón del Alamín, Isabel y Beatriz, hijas de Sancho IV y señoras de Guadalajara, donaron el primitivo convento templario de lo que después fue y es el Fuerte a la orden franciscana. Dos siglos más tarde, Doña Brianda de Mendoza también erigió una comunidad franciscana en el convento que desde entonces pasó a llamarse de la Piedad y cuyo inmueble ocupara previamente el palacio de su tío, don Antonio de Mendoza. El primer renacimiento español, traído por los Mendoza a Guadalajara a través del arquitecto Lorenzo Vázquez, dejó allí su señera huella. Me alegra sobremanera que el Ayuntamiento y la Diputación de Guadalajara sigan dando aliento y espacio público al ya octocentenario belenismo. Por el contrario, lamento que en el palacio de la Moncloa, que es la sede de la presidencia del gobierno de todos los españoles, tradicional y muy mayoritariamente católicos, no se monten ya belenes, supongo que por los muchos que su inquilino tiene montados fuera, y no precisamente con figuritas de barro. Eso sí, en la Moncloa de Sánchez —también ocurría ya con Zapatero— no hay belén, pero se les han colado dos “caganers”, Puigdemont y Junqueras, y en vez de Reyes Magos han puesto a un “olentzero” de Bildu y otro del PNV; el primero es fácil distinguirlo porque va encapuchado.

            No era mi intención inicial agriar este post, pero, como dijo alguien que sabía mucho de política, sobre el silencio no se puede construir el futuro, como tampoco se puede —o, al menos, se debe— erigir sobre “verdades” oficiales que nos van a costar 440 millones de euros, que es lo que Sánchez se va a gastar en los próximos meses en propaganda política, a la que eufemísticamente llaman “publicidad institucional”. Al presidente que no le gustan ni los belenes ni los reyes —ni los magos ni los que residen en la Zarzuela—, Papá Noël, el Olentzero vasco, el Esteru cántabro, el Apalpador gallego o el “Tío de Nadal” catalán, o cualquier otro personaje tradicional regalador del tiempo de Navidad —menos los magos de oriente, por supuesto—, le han traído cinco veces más del monto total del presupuesto de la Diputación de Guadalajara de 2024 para que se lo gaste en propaganda. Prepárense en esta cuesta de enero para el bombardeo de mensajes progubernamentales y filosanchistas que nos esperan. No se si finalmente nevará este invierno —parece que sí y además no tardando—, pero los intentos de blanqueamiento del gobierno con tanta “pasta” —y no precisamente dentífrica— van a llevarnos a un paisaje político muy parecido al de un belén espolvoreado con harina.

El barrio de los toreros

Que Guadalajara no se gusta a sí misma es una frase genial de las muchas que debemos a Javier Borobia, perito en guadalajaras como no ha habido nadie y es improbable que lo haya en el futuro, al menos de su talla humana. Gustarse uno a sí mismo en exceso tiene muchos riesgos, como queda evidenciado en el mito de Narciso, pero gustarse poco, como le pasa a Guadalajara consigo misma, es aún más arriesgado porque a lo que no quieres, aunque sea a ti mismo, lo desprecias y haces muy poco por conservarlo; incluso pones de tu parte para derribarlo. Así, con ese proverbial y lacerante autodesprecio, Guadalajara ha permitido en unos casos y hasta aplaudido en otros que buena parte de su patrimonio material haya desaparecido a manos de piquetas —también de la especulación—, cuando no, directamente, de destructivas máquinas de derribo que son capaces de arrasar siglos en poco más de media mañana. Esta que hoy parece una ciudad inacabada o, peor aún, que en bastantes de sus muchas heridas urbanas del casco histórico no se sabe bien si se está construyendo o demoliendo, también ha dejado caer por pasiva, o derribado adrede, una significativa parte de su patrimonio inmaterial. Aquí compramos muy caro lo que nos venden de fuera y vendemos muy barato lo propio. La raíz de ese mal también está en que Guadalajara no solo no se gusta a sí misma por su aspecto, sino también por su alma y se la vende al diablo con tal facilidad que Mefistófeles tiene puesto fijo en el mercado de los martes. Al de los sábados ni siquiera se molesta en venir.
Esta reflexión, nacida cuando los pastores están de vuelta en el camino que viene de Belén, no es producto de la resaca del cava o el champán, ni de la hiperglucemia que suele devenir tras el hartazgo de turrones y alfajores, es consecuencia de una reflexión en positivo, aunque pueda parecer lo contrario, pues con ella quiero rendir homenaje a la Ronda del Alamín, lo mejor y más autóctono, genuino y singular que le queda a la Navidad tradicional de Guadalajara. Cuanto menos se gusta Guadalajara, cuanto más se desprecia a sí misma, cuanto más barata vende su alma y compra cara las de otras geografías e historias, cuanto más de su tradición se ha dejado en la gatera del tiempo, más brilla y me gusta la Ronda del Alamín, que es la más antigua y mejor cara del folclore arriacense de este tiempo. Nada ha podido hasta ahora con ella, ni siquiera ir perdiendo algunos de sus más significados miembros —como es el caso últimamente de Mariano García o Ángel Calvo, entre otros— porque la vida no perdona ni siquiera a quienes parecen insustituibles. El “castil de judíos”, que es el topónimo histórico del paraje de nuestro actual cementerio y que data de mediados del XIX, está lleno de imprescindibles. Precisamente en ese saber enterrar imprescindibles, no solo los ya citados, sino muchos otros que les precedieron, y querer y saber sobreponerse a ello, radica la fortaleza inmaterial y la continuidad material de la Ronda del Alamín, todo un ejemplo de resiliencia, ahora que está tan de moda esta palabra.

El Torreón del Alamín y la torre de Santa María vistos desde el histórico y popular Lavadero del barrio, restaurado hace unos años.


El Alamín, pese a la evidente evolución y transformación física que ha vivido en las últimas cuatro décadas, es el barrio con más personalidad que le queda a aquella Guadalajara medieval en la que convivían judíos, moros y cristianos en tres espacios físicos distintos, pero conurbados. Los cristianos en el eje vertical de la calle Mayor, los judíos en el horizontal de la calle Museo y aledaños, y los árabes, mejor mudéjares, en el entorno de Santa María, con el Barranco del Alamín separando Budierca de la Alaminilla. El propio nombre de Alamín ya nos evoca a la España andalusí y su toponimia, según el diccionario de la RAE, tiene tres acepciones: “juez de riegos”, “oficial que antiguamente contrastaba las pesas y medidas y tasaba los víveres” y “alarife diputado antiguamente para reconocer obras de arquitectura”. Los alarifes eran los arquitectos o maestros de obras en la cultura musulmana y diputado es sinónimo de enviado o mandatado. Revisando estos tres significados de la voz Alamín, he pensado que en la segunda pueda estar la clave del nombre de este barrio arriácense pues el Puente de Infantas y el Torreón alaminero formaban parte destacada de la muralla medieval de la ciudad y sin duda fueron aduana y control de paso y pesos de mercancías, tanto de entrada como de salida de la ciudad. Por cierto que de nuestra histórica muralla apenas quedan algunos trozos de paños aislados: el ya citado Torreón del Alamín, un arco de la antigua y compleja —por su disposición pentagonal y laberíntica— puerta de Bejanque, un mínimo resto de la antigua puerta de Mercado subsumido en la cimentación del edificio que se construyó al inicio de la calle Mayor sobre el antiguo solar que ocupó el popular comercio llamado “El Buen Gusto” y el Torreón de Alvarfáñez, también llamada Puerta de Feria, cuya fábrica es tres siglos posterior al tiempo del amigo del Cid a quien la leyenda atribuye la reconquista de la ciudad. Y digo leyenda y digo bien, como también que fue conquista porque la fundaron musulmanes y más bien por pacto político de ocupación que por épica lucha. Para una vez que ternemos una bonita historia que contar, resulta que es leyenda… Con lo que acabo de decir, no quiero contribuir a un solo derribo más, solo a poner las cosas en su sitio porque las leyendas históricas son las formas con que los hombres han querido explicar y contar su pasado, cuando no lo han recordado bien o cuando han querido engrandecerlo. Y la leyenda de Alvarfáñez y de Guadalajara está escrita en el Poema de Mio Cid, en la conocida como algarada del Henares. O sea que estamos unidos a este personaje histórico que hasta da nombre a uno de nuestros torreones, más por la literatura que por la historia. Bendita literatura. Bendita historia.
Termino ya volviendo a revindicar y a aplaudir a la Ronda del Alamín como el santo y la seña, el corazón, el alma y la voz de la Navidad de Guadalajara. El Alamín, como dice una de sus más conocidas coplas de ronda, es el barrio de los toreros y han ido relevándose primeros espadas y banderilleros sin solución de continuidad, manteniendo una tradición de barrio que ha trascendido y ha asumido como propia el conjunto de la ciudad. De lo particular, se han proyectado a lo universal que también diría, inspirándose en Ortega, mi amigo y hermano del alma Javier Borobia. ¡Larga vida a nuestro “Torito” y a nuestros toreros! ¡Viva la Guadalajara más viva, viva la Ronda del Alamín!

Fortísimo

En mi anterior entrada ya anunciaba que no tardaría en abordar el chusco (y chungo y chingado, añado hoy) asunto de la Junta de Comunidades y sus reiterados incumplimientos con el Fuerte (de San Francisco, de Guadalajara) y con la propia ciudad porque es muy fuerte, fortísimo diría yo. Pasado el largo puente de la “Inmaculada Constitución” —un sincretismo religioso y civil que solo es mera retórica porque la política actual ha llevado a la Carta Magna al pie del monte de piedad— y antes de imbuirnos en las navidades que todo lo invaden y casi todo lo opacan, incluso su sentido más profundo, no quiero dejar pasar un día más sin denunciar por enésima vez los desafueros de la Junta con este histórico recinto de la capital. Un conjunto monumental hoy semiarruinado que, como la conocida obra de Stendhal, ha vestido su larga historia entre el rojo de la casaca militar y el negro de la sotana, aunque más bien deberíamos hablar del amarronado hábito franciscano en este caso.

El último incumplimiento del gobierno regional con el Fuerte —y con Guadalajara— y que ha retrotraído a la actualidad este asunto es el anuncio de que, pese a lo públicamente comprometido en 2021 y al dinero y el tiempo invertidos en el proyecto, finalmente no se va a construir allí la sede central de la red de Bibliotecas Municipales, prevista para el antiguo y singular Taller de Forja, una joya arquitectónica de la primera tecnología industrial. Tampoco se van a habilitar en otras naves del antiguo TYCE las Escuelas Municipales que hace ya casi tres años también se anunciaron. La Junta de Page ha decidido, unilateralmente, sin contar con el ayuntamiento, que esos dos proyectos pactados entre ambas instituciones cuando las gobernaba el PSOE ya no se van a llevar a cabo porque ha dispuesto, también unilateralmente, que en el Fuerte se va a construir una “Ciudad del Cine”, aprovechando los fondos Next Generation europeos. El ayuntamiento de Guadalajara, gobernado ahora por el pacto PP+Vox, se enteró por la prensa de este cambio radical de planes que es un trágala en toda regla y, casi tres meses después de ello, solo ha recibido seis folios de la Junta en los que se explica el “proyecto” de la “Cinecittá” alcarreña. He entrecomillado lo de proyecto porque un documento de media docena de folios no pasa de resumen, de sinopsis, de recensión, de idea de tormenta aún con legañas y poco más. Aunque albergo muchas dudas, puede que sea una buena opción lo de la Ciudad del Cine en el Fuerte, pero para ello se tendrá que explicar con detalle y luces largas qué se pretende hacer, cuánto va a costar construirla y mantenerla, cómo se va a gestionar y qué ingresos va a reportar a la ciudad, con un plan de negocio serio, no unos pocos folios y seguramente escritos o sugeridos por algún interesado de parte u ocurrente con despacho oficial. O no. Recordemos que, al menos de momento, las muchas películas y series que allí se han rodado últimamente apenas han dejado unos centenares de euros en Guadalajara porque los actores y demás personal de rodaje van y vienen a Madrid en el día —y así se evitan las productoras gastos de alojamiento—, los cáterin también vienen de Madrid y aquí lo único que pagan son los 616,86 euros diarios de la ordenanza fiscal reguladora de la tasa de rodajes cinematográficos, si es que la pagan. Otra cuestión importante a tener muy en cuenta es que, si se construye esa “Ciudad del Cine”, el Fuerte dejaría de ser un complejo cultural al servicio de la ciudad para pasar a ser un lugar de uso privativo de las productoras de cine. Y desde un punto de vista histórico, los inmuebles, especialmente el taller de forja y resto de naves del antiguo TYCE y el claustro del primitivo convento franciscano, dejarían de restaurarse, poner en valor y reutilizarse para pasar a ser meros decorados de cartón piedra y quita y pon. Un parque temático, en suma, para un cogollo histórico que arranca en el siglo XIII. Y, la ciudad, a vivir otra vez de espaldas al Fuerte, como lo hizo cuando vestía de rojo y negro.

Iglesia y parte del antiguo convento franciscano del Fuerte. Foto Nacho Abascal

Pero el chusco, chungo y chingado asunto del Fuerte no radica únicamente en la unilateralidad, despotismo y menosprecio con los que la Junta está tratando al ayuntamiento —y a la ciudad en su conjunto— con esta última ocurrencia —hasta que no se haga público un proyecto serio, no cambiaré este término— de la “Ciudad del Cine”, lo verdaderamente indignante es el rosario de afrentas e incumplimientos que la administración regional acumula con este histórico cantón desde que a finales del siglo XX cesó en su uso militar y la propiedad revertió al ayuntamiento. La Junta, en 2004, decidió aplicar en el Fuerte un Proyecto de Singular Interés (PSI), el primero en toda la región tras aprobarse la Ley de Organización del Territorio y la Actividad Urbanística de CLM (LOTAU), que parecía sonar bien: Subasto el suelo para construir viviendas de protección pública —por cierto, 300 menos que las que tenía en su propio proyecto el ayuntamiento— y el beneficio que obtengo del aprovechamiento urbanístico lo invierto en restaurar los edificios históricos y los pongo después a disposición de la ciudad. Lo dicho, aquello parecía sonar bien, aunque ya partía del “trágala” que en el fondo comporta un PSI porque da competencia a la administración regional en un asunto y una propiedad municipales. La primera parte se cumplió: Se subastó el suelo, se comenzaron a construir las viviendas y la Junta se llevó calentito a Toledo el dinero de su “pelotazo” en Guadalajara… pero los edificios históricos, veinte años después, siguen estando ahí, aún peor que entonces porque el paso del tiempo los ha deteriorado sin que el gobierno regional los mantuviera mínimamente, como era su obligación según sentencia de hace apenas unos meses. Incluso el ayuntamiento, siendo alcalde Román, cansado de incumplimientos de la Junta, la llevó a juicio para que por fin invirtiera en los inmuebles históricos los recursos obtenidos por la venta de las parcelas del Fuerte. Los distintos tribunales competentes, y en firme el Supremo, han venido sentenciando desde 2015 que la administración regional debía invertir 20 millones de euros, unas sentencias manifiesta y reiteradamente incumplidas y que iban a comenzar a cumplirse, tímida y tardíamente, con la Biblioteca Municipal y las Escuelas Municipales que, ahora, Page ha negado a Guadalajara, más causal que casualmente cuando la ciudad no la gobierna el PSOE. Entre desacatos a la justicia y sectarismo desde el ejecutivo, lo que la Junta le está haciendo a Guadalajara con el Fuerte, no es fuerte, es fortísimo.   

Queremos que la Alcarria tenga salida al mar

Tras la aprobación de la Constitución de 1978 y salvo el acongoje al que nos abocó Tejero en aquel 23-F de 1981 que, visto con perspectiva, tenía más fondo de astracanada que de ruido de sables afilados, si bien no dejó de ser un intento de golpe de Estado, España ha vivido el más largo y sosegado período de democracia, libertad y progreso económico y social de toda su historia. El “procés” catalán y su estrambótico “referéndum” del 1-0 de 2017, también desafinó lo suyo y vino a pegar una patada en la espinilla a la general concordia de la Transición. Hay mucho mejorable en la realidad política española de los últimos 45 años, sí, pero todavía hay más empeorable y parece que el actual inquilino de la Moncloa y los variopintos socios que le ayudaron a cambiar el colchón de Rajoy se han empeñado en lo segundo. Esta reciente etapa de tensión política que ha devenido en un evidente alejamiento del espíritu de la Transición tiene una de sus causas, aunque no sea la única, en el momento en que eclosionaron los populismos, cuando a finales de 2013 nace Vox y semanas después lo hace Podemos, dos actores que han radicalizado y polarizado la política, extremándola hacia la derecha y la izquierda, respectivamente. La aparición y acción de ambas fuerzas ha sido aprovechada por los siempre interesados y ventajistas partidos nacionalistas catalanes y vascos —tanto de derechas como de izquierdas, aunque todos disfrazados de “progresistas” cuando no hay nada más retrógrado que reivindicar la tribu— que, a río revuelto, han querido ser quienes más pescaran. Y lo han conseguido, porque es evidente que Sánchez ha estado y está dispuesto a cambiar de opinión lo que haga falta y a tragar sapos y culebras, con barretinas y txapelas incluidas, con tal de permanecer en la Moncloa. Los partidos nacionalistas siempre han vivido de la debilidad de los estatales cuando han necesitado sus votos para llegar a la mayoría absoluta para gobernar. Es una estrategia recurrente que, con Sánchez al frente del PSOE más alejado de la centralidad que hemos conocido, ha llegado a límites casi insospechados hace apenas unos meses, como son la concesión de la ley de amnistía, incluidos en ella delitos de terrorismo, la financiación autonómica asimétrica que favorece a los ya más favorecidos, el establecimiento de negociaciones —obviamente con un futuro referéndum encima de la mesa— con el fugado Puigdemont y con verificador internacional y todo, y la cesión de competencias a Cataluña y el País Vasco en materia de Seguridad Social y Transportes que superan el estado de las autonomías y son ya vísperas federales.

Cartel de carretera en las proximidades del Pico del Lobo

Así las cosas, con los nacionalistas vascos y catalanes teniendo cogido al gobierno por los dídimos —perdón por la expresión, pero el ministro Puente has puesto de moda las expresiones chuscas—, no son pocos los pescadores que también quieren lo suyo en el río revuelto de la política española. Es uno de los peajes de la debilidad en la que ha querido empeñarse en gobernar Sánchez, el “césar” que dirige el PSOE de hoy como le llama el exministro socialista Corcuera. El último pescador que ha tirado la caña ha sido el alcalde socialista de León, José Antonio Díez Díaz, quien ha reivindicado que su provincia se segregue de Castilla y León y se convierta en la decimoctava comunidad autónoma española, con rango de uniprovincial. Díez apela a la particular historia leonesa, que sin duda la tiene pues hasta el primer parlamento del mundo nació allí en 1188 y fue un poderoso reino con personalidad propia hasta que se unió con el de Castilla. Todos los nacionalismos se cimentan en una historia singular, sí, pero después apelan a la pela, y el alcalde leonés también lo ha hecho, alegando el, a su juicio, injusto trato político, en general, y financiero, en particular, que Castilla y León otorga a su provincia, favoreciendo sobre todo a Valladolid, la capital regional. Díez, sin cortarse un pelo, ha dicho que la actual legislatura, con todas las concesiones hechas por Sánchez a los nacionalismos catalán y vasco, invita a revisar el título VIII de la Constitución y por ello considera, no solo legítima, sino también oportuna su reivindicación que, de no quedarse únicamente en palabras, pondría patas arriba el statu quo autonómico actual. Que nadie se tome a broma el leonesismo, me consta que es creciente y ya veremos a donde conduce, pero se está abriendo la caja de los truenos y no sabemos dónde, cuándo y a quién le van a explotar.

Así las cosas, con los nacionalismos/separatismos catalán y vasco condicionando la gobernabilidad y el gobierno de España más débil de la democracia, con Navarra en el ojo de mira de Bildu y PNV para ser real y no solo en sus delirios panvasquistas la cuarta provincia vasca de la península —de las tres francesas que se olviden pues el jacobinismo galo nunca dará opción— y con León cuestionando su pertenencia a Castilla y León, no descarten próximas reivindicaciones de modificación del actual mapa autonómico, que ya parecía definitivamente cerrado. Y, efectivamente, sí, estoy pensando en nuestra Guadalajara como una de esas provincias que, si se abre el melón de las segregaciones como parece haberse abierto, levanten la mano y digan: somos la única provincia sin un milímetro cuadrado de comarca manchega de Castilla-La Mancha y únicamente limitamos con esta región a través de Cuenca; geográficamente, estamos al norte de la región, como si fuéramos un apéndice, una especie de joroba que le ha salido a las otras cuatro provincias; la mancheguización de la región es evidente y progresiva; nuestra identidad castellana es más parecida a la de Madrid, Segovia o Soria que a la de Albacete y Ciudad Real; nuestra capital natural es Madrid, no Toledo, y, precisamente, Toledo, como denuncia el alcalde leonés sobre Valladolid, está siendo descaradamente favorecida por las inversiones regionales, además de ejercerse desde allí un poder recentralizador y a veces hasta despótico, con el (chusco) asunto del Fuerte de San Francisco como última y más palpable prueba. Otro día me detendré en ello porque lo del fuerte es fortísimo… Y luego se extraña Page de que Guadalajara sea la provincia de España que menos identificada se siente con su región, como quedó acreditado en una encuesta nacional realizada por “Electomanía” en 2020 y que arrojaba los expresivos y contundentes datos de que un 78,6% de la población de Guadalajara se siente más identificada con la provincia, el 18,8% tan identificada con la comunidad como con la provincia y solo un 2,6% más identificada con la región. ¿Y saben cuál fue en esa encuesta la segunda provincia, tras Guadalajara, en identificarse menos con su región? Pues sí, efectivamente, León.

A este paso recupero aquella vieja proclama del ALI —una jocosa ensoñación juvenil de partido llamado “Alcarria Libre e Independiente”— que algunos convertimos en nuestra desternillante reivindicación cuando Guadalajara fue forzada, en un pacto político de salón de la UCD y el PSOE, a alejarse de Madrid y de las provincias castellanas del norte e integrarse en Castilla-La Mancha: “Queremos que la Alcarria tenga salida al mar”. Por cierto, también reivindicábamos que los “donuts” no tuvieran agujero y así nacieron los “dupis”…

Yo facha

El domingo 12 de noviembre será ya para siempre un jalón en mi vida. En esa fecha, supongo que por casualidad, se celebra San Josafat, un obispo greco-católico al que asesinaron cristianos ortodoxos —la historia de Caín y Abel se repite de forma recurrente— y que es homónimo al personaje bíblico del famoso valle en el que las escrituras proféticas sitúan el lugar donde se celebrará el juicio final; o sea, la liquidación de los tiempos, en feliz, una más, expresión orteguiana. Efectivamente, habrá un antes y un después del 12 de noviembre en mi devenir vital porque ese día, como he dicho, festividad de San Josafat, ya me he ganado de una vez y para siempre el apelativo de “facha” puesto que, lo confieso públicamente, estuve en la concentración de la plaza de Santo Domingo, de Guadalajara, en rechazo a la amnistía a los delincuentes del “procés” —pronúnciese “prusés”, así, como con intención de diferenciar significante y significado al estilo Saussure— que reunió a 9.000 personas, según fuentes de la Delegación del Gobierno en Castilla-La Mancha y del PP, partido convocante de la concentración. Es casi un fenómeno paranormal que tanto peperos como sociatas —lamentablemente las delegaciones del gobierno son más de los partidos que lo gobiernan que de los ciudadanos gobernados— se pusieran de acuerdo en dar esa cifra de asistentes en Guadalajara porque en el conjunto de España el PP dijo que había movilizado a dos millones de personas y el gobierno que no habían llegado a ser ni 600.000. Ojalá todas las guerras fueran solo de cifras.

            No se el resto de las 8.999 personas que asistieron a la concentración de Santo Domingo el día de San Josafat de 2023, pero yo, además de rechazar la amnistía de los forajidos —porque están fuera de la ley, que es el origen etimológico de esta grave palabra— del “procés” catalán, también fui a mostrar mi oposición frontal al ignominioso y vergonzante pacto global con los separatistas de izquierdas y de derechas de Cataluña y del País Vasco, y, muy especialmente, con Bildu, la organización, simpatizante, no, lo siguiente, y heredera de ETA a la que Sánchez está blanqueando. Se que es duro lo que voy a decir, pero al PSOE le gusta mucho la cal; no hace tanto la viva y ahora la enjalbegadora…

Me detengo aquí para contar una experiencia propia que muchos desconocen y que quiero que dejen de desconocer, sobre todo los más jóvenes, a quienes el terrorismo de ETA les suena tan lejano como a mi el racionamiento de la posguerra pues soy un hijo del llamado “baby-boom”, de la España desarrollista, ye-yé y del 600, y no conocí las cartillas del hambre; pero haberlas, las hubo. Voy a lo que iba: Cuando fui elegido concejal del ayuntamiento de Guadalajara en junio de 1999, como independiente dentro de las listas del PP, en ese momento ETA estaba muy viva a costa de ser la responsable de muchas muertes (inocentes), o sea, era un auténtico vampiro político y social, un sanguinario grupo terrorista que mataba cuando podía y a quien quería y podía. En aquellos años, no solo asesinaba a militares, jueces, policías —incluidos ertzaintzas— y guardias civiles, sino que también daba muerte a concejales y otros cargos políticos, sobre todo del PP y del PSOE, en cualquier lugar de España: Fernando Buesa (PSOE, en Vitoria), Gregorio Ordóñez (PP, San Sebastián), Martín Carpena (PP, Málaga), Juan Mari Jáuregui (PSOE, San Sebastián), Miguel Ángel Blanco (PP, Ermua), Ernest Lluch (PSOE, Barcelona), Manuel Jiménez Abad (PP, Zaragoza), Alberto Jiménez-Becerril (PP, Sevilla, junto a su esposa) … Creo recordar que, en total, fueron 14 los políticos asesinados por ETA de cada uno de los dos partidos mayoritarios de España en esos años de finales del siglo XX y principios del XXI. No lo he confesado nunca ni con ello pretendo ir de valiente, porque no lo soy, pero uno de los motivos que me llevaron a aceptar integrarme en 1999 en las listas municipales del PP sin militar en este partido fue el asesinato de Miguel Ángel Blanco y el impacto que causó en mi hija mayor cuando, yendo camino del festival medieval de Hita, conocimos tan impactante noticia por la radio del coche aquel fatídico 13 de julio de 1997. Aquella injustísima muerte joven, a sangre gélida, anunciada y casi televisada removió muchas conciencias en el rechazo a ETA y, a mí, que ya la rechazaba sin paliativos, me hizo movilizarme y salir de mi sitio de confort, de observador y opinante liberal de la política para pasar a tomar partido en ella hasta mancharme, como dice Celaya en “la poesía es un arma cargada de futuro”. Y sigo con la confesión pública de aquel tiempo no tan lejano: cuando tomamos posesión la corporación municipal arriacense de 1999-2003 —fue el último mandato de José María Bris como alcalde—, al estar amenazados todos los concejales del PSOE y del PP de España, nos reunieron para informarnos de las medidas de autoprotección que debíamos tomar, incluido el hecho de inspeccionar con un espejo con mango telescópico debajo de nuestros coches cada vez que nos subiéramos a ellos, por si nos habían puesto una bomba. Además, sobre todo a algunos como yo que nos consideraron más vulnerables por el lugar en que vivíamos y las rutinas diarias que seguíamos, nos pusieron también escolta. Si a mi hija mayor le partió su corazón, entonces adolescente, el vil asesinato etarra de Miguel Ángel Blanco, a mi hija pequeña, una niña de primera comunión en esos años, le parecía un juego que su papá la llevara al colegio con unos “amigos” —que en verdad lo fueron, lo son y lo serán siempre, entre ellos el actual concejal de seguridad de la ciudad, Chema Antón— que nos esperaban cada día en la puerta de casa. Yo fui un amenazado de ETA, sí; en realidad, lo fuimos todos los españoles porque ETA era una organización asesina que, maquiavélicamente, despreciaba el dolor de sus actos terroristas —el medio— para conseguir el fin de la independencia vasca que quería imponer, al tiempo que su socialismo revolucionario. ETA ya no mata, no, porque ha sido derrotada por la sociedad, pero sus herederos (in) morales están en Bildu y buscan el mismo fin que la propia organización terrorista, no se han distanciado de sus crímenes ni han pedido perdón por ellos y, lo que es peor, no han colaborado un ápice en que se esclarezcan los casi 400 asesinatos que aún están pendientes de esclarecer. Se parece más a un aquelarre de brujas de Zugarramurdi que a un pacto político legítimo el hecho de que un partido con 14 víctimas de ETA, aún en caliente, como es el PSOE, vaya a gobernar gracias a Otegui, etarra convicto y confeso y actual jefe de los herederos y cómplices de sus verdugos… Una cosa es superar etapas y promover la paz y otra es enterrar, junto a las víctimas, la memoria, la dignidad y la justicia.

Concentración en Guadalajara contra la amnistía del «procés»

            Termino ya diciendo que el pacto al que ha llegado Sánchez con el separatismo vasco y catalán, de izquierdas y de derechas —incluida la extrema, pues Junts lo es por muchas cosas—, para seguir en la Moncloa, ha traspasado todos los límites de lo razonable y que puede ser legal, pero no legítimo, porque está basado en promesas políticas incumplidas, manipulaciones, cuando no mentiras, históricas, en falsos agravios, y en ideas filo-racistas y xenófobas, al tiempo que va a suponer una descarada discriminación positiva a favor de las regiones más prósperas de España en detrimento de las que menos lo son y un ataque frontal a la división de poderes, esencia de las democracias liberales, las únicas que garantizan la libertad e igualdad de todos los ciudadanos.

            Y el día de San Josafat terminé de ganarme el apelativo de “facha” ya para siempre porque, después de la concentración contra la amnistía y el frontal ataque de Sánchez y sus socios a la unidad constitucional y a la libertad e igualdad de todos, fui a misa de 12,30 a San Ginés. Y en el Evangelio del día tocaba la parábola de las doncellas sensatas y necias… Yo, facha, tengo mi lámpara encendida.

Ir a la barra de herramientas