Este post trata sobre cómo salir a cenar y no morir en el intento.
Me explico. Hace unos días, paseando por el casco antiguo de una ciudad de cuyo nombre me voy a acordar, Valencia (una de mis preferidas por cierto) buscaba un sitio para cenar tranquilamente. En una sola calle, había decenas de opciones y, cuanta más variedad hay, cierto es que más cuesta elegir.
De cada local, bar, restaurante o pub, en la puerta te encuentras con el “relaciones públicas” de turno, como ellos se autodenominan, los cuales están cortados por el mismo patrón: físico aceptable y con un vestuario bastante llamativo sobre todo en el caso femenino, con un discurso aprendido que repiten noche tras noche y que es poco o nada flexible. Poco tienen que ver con la figura real de relaciones públicas, que son profesionales formados en la facultad durante cinco años…
¿Qué venden?: Las maravillosas ofertas y ventajas de cenar en su local y no en el del vecino. Que te pare uno, bueno; dos, es aceptable, pero cuando no has recorrido ni media calle y ya te han parado diez personas mínimo y tienes el bolso lleno de tarjetas, folletos y demás… Agobio es poco.
Y es que no sólo están estas figuras de pseudo-relaciones públicas esperándote en la puerta del bar; la segunda modalidad es aquella en la que te persiguen por la calle, eligen “sus víctimas” y allá que van. Y la tercera, es aquella en la que ya estás cenando en uno de los bares de la zona, y los y las amables “relaciones” de los locales de copas, se acercan hasta tu mesa a ofrecerte descuentos y ofertas “que no puedes rechazar”, vamos, un chollo. Sin exagerar, lo menos se acercan de cinco pubs diferentes en unos minutos. Sólo les falta coger una silla y apuntarse a la cena.
Las primeras veces, sobre todo cuando vas con un grupo de amigos, incluso te hace gracia y te ríes de la situación, pero cuando tienes intención de un plan más tranquilo, se acercan estos comerciales y les dices que no estás interesado, ¡aún así insisten! ¿Qué parte del “no” no han entendido? Es igual, aunque pongas resistencia, tu mesa o tu bolso acaban llenos de tarjetas, fliers y derivados. Te toca ir al contenedor azul y reciclar los kilos de papel que llevas encima.
Al final, acabas con la cabeza como un bombo y huyes a otras calles más apartadas.
Me pongo en la piel de los responsables de estos negocios que, principalmente viven del turismo, y como tal, me plantearía otro tipo de política comercial, pues con tanta información y tanto bombardeo, logran el efecto opuesto al que pretenden. Entre los locales de la zona llegaría a un acuerdo porque se pisan unos a otros y sólo consiguen perjudicarse a ellos mismos.
El cliente no es tonto, y el cliente turista tampoco, no nos engañemos, no es necesario “acosar” para atraerlos, con una buena presentación de las ofertas, de forma visible, en la puerta del establecimiento, es suficiente, y si están interesados, preguntarán. Deja que los clientes se acerquen a ti.