Cuando tenía 14 ó 15 años participé, junto a un grupo de amigas de mi pueblo, en el concurso “Miss Irueste”. Recuerdo que, a pesar de lo poco que me gustaba, me puse un vestido, me arreglé el pelo y paseé con la mano en la cadera por un estrecho poyete de cemento que estaba adosado a las antiguas escuelas del pueblo. Todas las candidatas (Marisol, Cuca, Leticia, Olga,…) teníamos enfrente a los vecinos del pueblo que valoraban nuestro porte a pesar de que nos conocían de sobra porque cada día nos veían en vaqueros, con camiseta y casi sin peinar. Ser elegida en un pueblo como el mío no suponía mucho cambio: Te daban un ramo el día de la elección, llevabas la banda en el baile y en los actos religiosos; y los chicos se te acercaban un poco más de lo normal…
De aquello han pasado tropecientos años y aunque la costumbre se mantuvo algunos más, hace al menos 20 años que el concurso de “Miss” ya no se celebra. En mi pequeño pueblo las chicas se cansaron de participar en un acto que las hacía sentirse incómodas. Simplemente murió, sin ruido y sin nostalgia. Murió de rancio.
Hoy reflexiono sobre ello porque no deja de sorprenderme que en pleno 2018 muchos programas de fiestas sigan manteniendo en su programa a la reina o a las majas de las fiestas. En Guadalajara la lista es larga: Sigüenza, Pastrana, Fuentelencina… o el Pozo de Guadalajara que, incluso, ha publicado las bases para regular cómo se elige a la reina, elección que conlleva 250 euros de premio para gastos de vestuario.
Es difícil de entender que se siga manteniendo esta tradición cuando las mujeres luchan continuamente por hacerse un hueco en la sociedad que les permita una igualdad real con los hombres.
Es difícil de entender que el 8 de marzo haya manifestaciones multitudinarias en toda España pidiendo cambios y que se sigan realizando, impulsando y respaldando a nivel institucional actos que lo único que hacen usar la mujer como decorado.
Es difícil entender que se rechace de plano que haya azafatas en la Fórmula 1 o en la Vuelta Ciclista para besar al campeón y que se siga viendo con normalidad que haya reina de las fiestas, una reina que se suele elegir por su belleza y no por sus valores humanos o su expediente académico.
Las instituciones, que son las que organizan las Fiestas de los pueblos, tienen la obligación de cambiar la situación. Ya hay lugares en los que se pide que no haya discriminación de género y que los hombres también puedan participar en este tipo de actos pero yo no lo veo. Creo que sobra.
Es verdad que en los pueblos las fiestas funcionan por inercia. Que simplemente los actos se repiten un año tras otro, pero quizá ha llegado el momento de reflexionar y pensar qué aportan a la fiesta de los pueblos actividades de este tipo.