Cuando escribo esto es domingo. Día de relax para la mayoría.
En mi pueblo, Irueste, hoy ha hecho un frío que pela. La mayoría de los pocos vecinos que quedan han pasado la mañana, dando un paseo por el campo, cogiendo espárragos, tomando el vermú y unos pocos, los menos, las menos, porque son casi todas mujeres, acudiendo a misa.
En mi pueblo, un sitio muy pequeño, en el que entre semana hay apenas una docena de vecinos y más de 200 en verano, casi nadie vamos a misa. La media de edad de los asistentes supera los 65 años y el cura, un joven voluntarioso, se reparte los oficios entre los 3 ó 4 pueblos, de los que se encarga.
Según datos oficiales más del 70 por ciento de la población española se considera católica pero sólo el 14 por ciento va a misa. Para ese 14 por ciento de población hay casi 23.000 parroquias en España y en Guadalajara 471. De esas, algunas están repletas de fieles, pero la mayoría, como la de mi pueblo, y la de otros muchos pueblos, están prácticamente vacías.
Esos fieles que las visitan cada domingo son los que encargan de mantenerla, la limpian de vez en cuando y hacen recolectas entre los vecinos cuando es necesaria una pequeña reforma. Porque de las grandes obras… ya nadie se hace cargo. Pero, ¿qué pasará dentro de 10 años cuando esos fieles ya no estén? ¿Habrá quien les sustituya? En mi pueblo, y en la mayoría, no porque la Iglesia se está quedando sin fieles.
Pero esto que ocurre desde hace unos pocos años en España es algo bien conocido en otros países europeos. Lo más asombroso es en qué se están convirtiendo esos edificios. Según el diario El País tanto la iglesia católica como la evangélica han puesto a la venta en Alemania varias iglesias que ya no utilizan. Ya no las pueden mantener porque cada vez hay menos dinero y menos fieles. Han preparado una web en la que han puesto a la venta 170 templos y casas parroquiales. Dicen que en los últimos 20 años se han cerrado 340 templos y que en los próximos 20 se van a cerrar ¡otros mil!
Y ¿qué se hace con ellos? Pues en Holanda, donde el fenómeno está más avanzado, saben de ello. Los convierten en atractivos gimnasios, oficinas de lujo o centros comerciales. La última polémica, y esa si que es buena, es que uno de los edificios ha sido comprado para convertirlo en mezquita.
Y esto es lo que me ha llevado a pensar en mi pueblo. Sí, ya sé que San Ginés o San Nicolás no van a cerrar pero ¿qué va a pasar con la iglesia de mi pueblo? Allí no se puede instalar un centro comercial porque no hay ni una pequeña tienda a precios desorbitados, ni un local de oficinas, ni nada por el estilo. Lo que ocurrirá en mi pueblo es que la iglesia se cerrará porque ya nadie irá a barrerla, ni planchará y almidonará los paños del altar, ni se arreglarán las goteras ni los desconchones de la pared…
Todos hemos asistido a bodas en las que una parte de los invitados pasan a la iglesia, el resto espera a que la ceremonia termine… en el bar más cercano.
¿Qué les parece? Según van las cosas ¿vamos camino de tomarnos el vermú, en la iglesia?