DE CUATRO NOVELAS ANTERIORES, puedo decir y digo que, al poner su punto final, creí que eran mi techo, tejar y bóveda máxima de lo que yo podía escribir en prosa…
La sensación comenzó a producirse cuando finalicé “Viaje por Guadalajara” subtitulada “¿Dónde estáis los que solíais?”, el relato de una jornada de verano, a finales de agosto de 2014, donde se cuenta el viaje de una persona solitaria a la ciudad de Guadalajara –y sólo a la capital- y su transitar por las calles, plazas, cafeterías, restaurantes, establecimientos comerciales reales de la ciudad, mientras se encuentra con personales también reales que transitan por sus calles y da cuenta de ellas.
“Este es mi techo” dije al concluir el largo relato. Y más cuando comprobé que era una especie de “Ulises” de James Joyce: el deambular de un hombre solitario por Dublín durante 24 horas, sólo que esta vez trasladado a las doce horas en que callejea por Guadalajara ese misterioso visitante.
Semejanza de la que me di cuenta, al terminar el relato; no antes, dicho sea de paso… Pura coincidencia no buscada.
Lo mismo me ha ocurrido, por tres veces, entre 2015 y 2016, cada vez que he puesto punto final, primero, a “La Virgen de las Batallas”, ambientada en la Guadalajara y Castilla del siglo XIII, a la que llega la noticia de la recuperación para la cristiandad de la Taifa de Sevilla, a cargo de Fernando III el Santo.
Y luego, ya en 2016, con “Viaje a la Alcarria, versión siglo XXI”, cuyo título indica su contenido.
Siempre que se sepa, quede esto claro, que no es ningún remedo, ni quiere serlo, de ninguna novela previa, sino que se trata de un viaje por esta comarca de Guadalajara, efectuado en nuestros tecnológicos días, sin fijarse para nada en las mulas, moscas, carros, burros que salieran al paso del nuevo viajero… Entre otras cosas porque de todo eso ya va quedando bastante poco por la actualidad posmoderna.
También dije eso mismo al rematar “Viaje a Brihuega y las cincuenta primera castellanas”, asimismo de 2016, una novela más breve, continuación de la anterior, donde dos viajeros y dos máquinas sorprendentes continúan el recorrido, desde el mismo lugar donde había quedado detenido el de la novela precedente.
Pero aunque yo creyera que eran mi techo, tejar y cumbre de lo que podía escribir, ahora sé que lo es la novela con la que he inaugurado 2017, “La sombra del sol”, que lleva el largo subtítulo de “Historia del ingenioso escritor Miguel de Cervantes Saavedra, letrado en esta lengua”, lo es.
Mi techo es éste… Podré mantener la techumbre de esta novela, y de hecho ya tengo previstas varias continuaciones. No superarla.
Una investigación histórica que da como resultado averiguar que Miguel de Cervantes, el hidalgo cuerdo y sensatísimo manchego Alonso Quijano y Quesada y el cura seguntino Pedro Pérez de Abajo, que ejerce su apostolado en el lugar de la Mancha de donde es el hidalgo, se conocieron realmente, en Alcalá de Henares, en el año 1601 (es decir, cuatro años antes de la publicación del Quijote) y que emprendieron un viaje hacia Sigüenza, patria de este último, pasando por y pernoctando en Guadalajara, necesariamente debía conducir a un batacazo notable o bien a un argumento que permitiera largamente el lucimiento de quien lo iniciara.
Es mi techo. Se ha producido la conjunción perfecta: el argumento idóneo y las aventuras adecuadas que lo desarrollan.
Procuraré mantener la techumbre alcanzada, no superarla.