Las primeras palabras entre Cervantes, Quijano y Pérez

 

EL MANUSCRITO RECIENTEMENTE HALLADO  en el Archivo Diocesano de Sigüenza conocido como legajo “Munio Juan Montañón y Díez”, por el historiador seguntino del XVII que los recopiló, nos describe perfectamente cuáles fueron las primeras palabras que cruzaron entre sí, al conocerse personalmente en 1601, el escritor Miguel de Cervantes Saavedra, el hidalgo manchego don Alonso Quijano y Quesada y al cura seguntino Pedro Pérez de Abajo.

Cubierta completa La sombra del solTal hecho ocurrió, como está probadamente documentado, una mañana de ese año inicial del siglo XVII, ante la fachada de la Universidad Cisneriana, en unos momentos en que el escritor alcalaíno se hallaba muy bajo de inspiración, porque había comenzado a triunfar el estilo barroco dejándole a él –tan renacentista- cariacontecido, descolocado, anticuado y sin ideas literarias de las que servirse.

En tales circunstancias, según se recoge en la narración y estudio histórico “La sombra del sol”, recientemente aparecido, éstas fueron las primeras palabras que entrecruzaron Cervantes, Quijano y Pérez al conocerse, las cuales transcribimos aquí, en exclusiva, para los lectores de GuadalajaraDiario.

 

 

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Capítulo XXII.  (Fragmento final).

 

Dicho lo cual, el caballero del gesto abatido comenzó a sollozar como un chiquillo sin importarle estar ante la concurrencia que en este momento cruzaba la plaza de la Universidad en diversas direcciones.

Tampoco fue óbice que impidiera su lamento y gemido la presencia de dos personas a quienes no conocía, que estaban delante de él, la una montando un rocín blanco, que más parecía estar pensado para el trabajo agrícola que para el viaje, según manifestaba su amo que lo usaba, por la índole de su traje, y la otra caballero sobre una mula, vestido a la usanza de los clérigos.

Quien montaba el rocín blanco tanto se conmovió con el llanto del jinete recién llegado, después de tan sentidas palabras y expresiones, que tomando las riendas de su montura, picó espuelas hacia donde el recién llegado se encontraba, y al llegar hasta su altura le dijo.

-Sosiéguese vuesa merced, señor caballero, que no hay razón para hipido tan de tanto estremecimiento ni para queja y suspiro tan de tantos y tan profundos como en los vuestros noto, aprecio y me percato, o si la hubiere, tendría que ser mucha la razón y muy honda la causa, pero yo no la conozco…

A lo que añadió bien sentidamente, pues su corazón se lo demandaba:

-¡Aquí tenéis a un hidalgo manchego para lo que menester hubiere en socorrer, y si necesitáis mi brazo o mi regazo para cualquier cosa que sea, sea de vos sabido que también lo habéis de tener!

No contento con lo cual, apostilló, acotando, aclarando, adicionando y glosando cuanto había dicho:

-Éste soy yo, don Alonso Quijano, natural de un lugar de la Mancha que no es procedente mencionar aquí, para cuanto aquello que pueda haceros falta y esté en mi mano el concederos, aunque ni siquiera conozco vuestra gracia.

A lo que el jinete sobre caballo oscuro ibérico, aquilino de rostro, respondió serenándose del dolor en que se encontraba.

-Mi nombre es Miguel de Cervantes Saavedra, señor hidalgo manchego don Alonso Quijano, y soy natural de esta ciudad de Alcalá de Henares, de la que falto desde hace bastantes años.

 

 

 

 

 

 

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