COMENTABAMOS EN EL NÚMERO anterior algunos párrafos de la novela “La sombra del sol” que parcialmente ocurre ya en las tierras de Guadalajara, aunque sus protagonistas tienen el decidido propósito de encaminarse hacia la capital arriácense, el 29 de agosto de 1601, que los expertos en la Historia de Guadalajara sabrá que fue un día muy especial, por el fallecimiento de alguien y por la sucesión de la hija de ese mismo personaje.
Pues bien, este verano me ha dado tiempo a escribir dos continuación más de “La sombra del sol”, que está en las librerías desde febrero de este año. Y en otoño se publicarán esas dos nuevas partes.
Los protagonistas de la serie de novelas, para quien no lo sepa todavía, son Miguel de Cervantes Saavedra, el hidalgo manchego Alonso Quijano y el cura seguntino Pedro Pérez.
Este es el extracto de un capítulo que corresponde a “La sombra del sol III”
“XXIX. Donde el séquito de caballeros, héroes, juglares, frailes, poetas y autores de teatro y pensamiento continúan avanzando entre la niebla hacia donde vayan
NO LE OÍAN SUS COMPAÑEROS de viaje porque don Alonso Quijano se había adentrado bastante trecho entre la niebla hasta encontrar un claro y oquedad en la misma, por donde iba avanzando la comitiva cultural precisamente, lo cual le permitió tener una visión amplia de los integrantes de la misma que iban por delante del cortejo y de la más numerosa sucesión de los que venía por detrás.
Pero esto último era más conjetura que certeza, porque el claro de luminosidad no era suficiente para mostrar su final, por lo que después de ver cuanto por detrás de la comitiva la niebla dejaba observar, volvió a picar espuelas sobre Rocinante para tornar a través de la niebla donde se hallaban sus amigos. Y cuando lo consiguió, les dijo:
-¡Yo no había visto nunca tal densidad de caballeros heroicos ni tal número de canciones lírica hermosas en boca y voz de enamorados y doncellas como las que por ahí se nos acercan!
Y luego completó:
-Ni tampoco tantos autores de teatro valiosísimos como los que por detrás de nosotros vienen, prosistas de bellas historias de los más diversos asuntos, autores de libros de viajes, pensadores y creadores de ideas y opiniones, novelistas, historiadores, tratadistas de religión o de leyes.
Hizo una pausa, durante la cual sus compañeros de viaje le pidieron nombres, pero don Alonso Quijano se excusó porque ni había visto íntegro el cortejo ni las facciones de algunos de pasados siglos le resultaron indudables, por lo que temía confundirse.
Mientras tanto el coro de voces que entonaban cantos mientras desfilaban continuaban con su tonada que a veces parecía himno de celebración. Cantaban desde la niebla:
Poema de Mío Cid
Mas cualquiera que fuese
a lo anterior, prosa y verso citado,
el valor que se diese,
monumento ha llegado
que habla eterna hace, en sólo su rimado.
Cantar de Mío Çid,
«exíe el sol, ¡Dios, qué fermoso apuntaba!».
Su verso recibid
«que en buena ciñó espada
quien fizo» esta pedrería tallada.
-Han vuelto a usar la estrofa que conocemos como lira, e incluso han conseguido incrustar versos del “Poema del Cid” que son largas series de versos asonantados entre las liras. No está mal pensado el logro –comentó el alcalaíno-.
-Contrasta la alegría y jovialidad con que ahora se nos ha presentado la figura de Rodrigo Díaz de Vivar, con la soledad y el dolor del Cid herido de muerte en las playas de Valencia, por flechas almorávides que hemos visto y oído ante –expuso don Alonso Quijano-.
Los cánticos continuaban:
(…)
-Ahora parece que es el propio idioma castellano el que agradece a Rodrigo Díaz de Vivar haberle dado ocasión para cantar tantas y tan grandes gestas como en esta lengua de Castilla sobre él se han narrado –apunto Miguel de Cervantes-
-Pues otro encomio y homenaje mayor no cabe, que sea el propio idioma quien celebre y agradezca a la persona haberle procurado tanta hazaña para que la lengua tenga donde escoger, a la hora de buscar su propio lucimiento –dijo el manchego-.
(…)
-Han hecho mención incluso a esta tierra y camino por la que nos encontramos, ente Hita, Guadalajara y Alcalá, que son citadas en el “Poema del Cid” –comentó el alcalaíno-. Verdaderamente estamos en unas tierras esenciales para la comprensión de la cultura castellana.
-¿Y quién lo duda? –saltó en ese momento el cura Pedro Pérez, como si hubiera notado un asomo de vacilante indecisión o de sospecha en la atribución a las tierras del Henares al corazón mismo de la cultura castellana-.
-Nadie lo duda. Yo desde luego no lo he dudado en ningún momento –respondió el letrado en lengua castellana Miguel de Cervantes-. Recordad que yo mismo soy alcalaíno, señor cura. Y sé lo que aporta este río a la cultura castellana.
-Por un momento me pareció haberle entendido.
-Ni por asomo.
Y añadió:
-Estoy seguro de que jamás un sistema político querrá negar la castellanidad esencial de las tierras del Henares. Y si lo hubiere, por algún incomprensible extravío, no creo que durara mucho semejante desatino y despropósito anticastellano que más bien entraría en los terrenos de la enajenación, el desvarío y el dislate nunca por mí hasta ese extremo concebido.