Antes quiero decir que el mejor poema sobre Castilla de todo el siglo XX, a mi leal saber, entender y confrontar, es el del poeta castellano nacido en Santander en 1896, Gerardo Diego Cendoya, perteneciente a la Generación del 27 o, según otra clasificación que circula por ahí, a la Generación castellana de 1920.
En efecto, Gerardo Diego fue un poeta nacido en Castilla la Vieja y viajero y cantor de todas las provincias de Castilla Vieja, de Castilla Nueva y de España, con estilo alegre, juvenil, vanguardista, preciosista en lo formal o sencillo en sus romances y en sus coplas y visiones de ríos y ciudades.
Pero, además, en el año 1943, Gerardo Diego celebró el milenario de Castilla con un asombro de belleza y amor que comienza diciendo:
“Mil años ya, Castilla, madre mía,
y tu frente de reina persevera
tan niña y tan clara como el primer día,
cuando a Santa María
rezabas desde el claustro de Valnera».
Naturalmente, contra este largo prodigio gerardiano, repleto de amor y de conocimiento del poeta montañés sobre su tierra castellana, yo nunca me atrevería a competir, pero puesto que hemos variado de siglo y ya no se trata de competir contra dicho portento y ensueño poético, voy a lanzar mi propia propuesta para este primer cuarto del siglo XXI que ya está a punto de alcanzar su meta y culmen.
Sólo me resta añadir que es Gerardo Diego el más amplio y mejor poeta de Castilla –su tierra regional- del siglo XX, y no el sevillano afamado en estas lides, Antonio Machado, que se ha colado en estos méritos por razones que rara vez tienen que ver con lo poético, sino con lo político, que he analizado ampliamente en otros lugares.
Pero que ahora resumiré en un solo argumento, aunque irrebatible: No hay Castilla, en “Campos de Castilla” del autor sevillano del 98, traumatizado y amargado por el Desastre de ese año, como todos los integrantes de su Generación.
Lo único que hay en “Campos de Castilla” es la ciudad de Soria y sus alrededores, y además vista con la desazón y el pesimismo generacional de un hombre ya suficientemente triste y amargado de por sí.
Sólo esa obviedad cuantificable, medible y comprobable diré sobre Machado, porque los machadianos son forofos ariscos, irascibles e irritables, pero sólo porque, por lo general, no han leído a otro poeta con quien poder comparar a su ídolo, y menos en cuestiones relativas a castellanía.
El poema propuesto
Y AHORA, SIN MÁS PREÁMBULO, vayamos a la transcripción del poema que se postula en este artículo, y que aspira a serlo tanto por su forma poética como por su contenido, ya que resume el devenir de Castilla a través del siglo XX y XXI, con algún conocimiento de materia:
SUCINTO CURSO DE CASTELLANISMO ACELERADOA la generación castellana de los 80, reunida en el Monasterio del Paular

Nos juntábamos. Era entonces,
en el Monasterio madrileño del Paular, fundacionales, allá
por el ochentaytantos; y uno o dos, seguramente.
No entre nieve, como suelen cubrirse los inviernos serranos. No.
Sin nieve en las cumbres azules de Castilla, que luego
cuando se ponen grises y la lluvia las golpea con sus baquetas de agua,
sobre su gran tambor pétreo, rocoso, terráqueo,
suenan y resuenan, retumban y se estremecen
como el corazón mismo de Castilla, telúricamente hablando,
y caen como sonidos del cielo que estallan en agua para llenar las rendijas,
los boquetes, los hontanares y breves pozos
que después serán regueros
de la Sierra de Guadarrama,
allí,
en Rascafría…
Los aguaceros y las tormentas
sobre las piedras de la Sierra de Guadarrama suenan a eras, a granito, a siglos, a arte,
a literatos -ellos dirían a “letrados”- medievales, renacientes, barrocos, románticos,
realistas, modernistas, de más adentro del siglo XX…
Pétalos de luz y de sonidos que en cada época de Castilla han adivinado
las sugerencias y evocaciones de estas cimas borrascosas, turbulentas y arriscadas.
¡Claras piedras claras de Rascafría, en el Monasterio del Paular, negras pizarras resistentes, arbustos, palos, árboles, cumbres, culminaciones de cúlmenes!
¿Te acuerdas, Gonzalo Martínez Díez, el filósofo, teólogo, jurista y medievalista de entre Burgos y Valladolid, aunque te hayas quedado allí en Villagarcía de Campos, para siempre?
¿Te acuerdas, José María Álvarez de Eulate, cómo mayo
nos encendía con sus luces y esperanzas
iluminando tu apellido Álvarez, propio de la tierra pinariega burgalesa,
y tu apellido Eulate, de ecos vascongados aunque atemperados por tus bosques de Hontoria del Pinar y tu apellido Peñaranda,
que completaba tus orígenes enteramente hispanos, como un día me recordaste?
Además de economista, investigabas en la Historia e indagabas en la Política
y unos meses después me ofreciste un puesto “de salida segura”
para las elecciones a procurador en Cortes de Castilla y León,
arropado en las listas de un partido nacional de los que el sistema fabrica para que obtenga éxito,
y yo te dije que no, José María…
“Quien entra en política partidista, pierde su alma independiente
y su capacidad de habla propia”, te dije.
Al contrario, me inquieté cuando me expusiste
que tú sí ibas a aceptar un puesto en el Senado de España.
Y más aún cuando conocí las condiciones draconianas
que debías aceptar para poder dar ese paso…
Transigir y doblegarse a que Santander y Logroño fueran a ser extirpadas de Castilla
-¿Puede alguien renunciar a su cuna? –te objeté-,
-Es el precio que piden para darnos entrada en sus listas –respondiste-.
Se iba a edificar una región falsa, fragmentada, despiezada,
sin salida al mar,
a la que además iban a poner de espaldas a la otra Castilla, a la Nueva,
siendo así que ambas Castillas llevaban unidas desde el siglo XI,
-¡mil años ya de unidad, Castilla, madre mía!-
y que incluso hasta 1834 habían tenido un centenar aproximado
de “Presidentes de Castilla” o “Presidentes del Consejo de Castilla”,
nacidos en cualquiera de sus provincias y con mando sobre todas ellas.
-Castilla ha estado unida siempre, José María,
incluso las denominaciones de Castilla la Vieja y la Nueva
que usamos ahora son meramente geográficas,
para enseñarse en las escuelas,
pero no responden a nada existente por debajo de esos nombres,
ya que nunca ha habido desde 1833 hasta nuestros días Gobiernos diferentes
que sustentaran entes regionales distintos en las Castillas.
¡Unidad en los últimos mil años y no separación, salvo la nominal, en los últimos
150 de la Edad Contemporánea, hasta estos momentos!
Ten en cuenta que es mucho más fácil para el poder de los Gobiernos
engañar a la gente
que sacarla después de su error, una vez que ha sido engañada.
Y me ratifiqué:
-No, yo no puedo acompañarte.
-Lo sé. Mañueco, pero así lo exigen los suprapoderes que imperan sobre España.
Castilla va a ser, de nuevo, la sacrificada.
Te dije que no, José María, y nunca me he arrepentido
de haber preferido a Cervantes, frente al caudillo partidista provisional
que entonces hubiera o los que vinieran después…
El olvido los tenga en su memoria, que es lo que merecen.
¿Te acuerdas, Ramiro Cercós Pérez, el soriano,
último senador –último político- independiente de España, sin el apoyo de ningún partido?
¡Con qué tenacidad y medios propios recorrías tu provincia soriana;
Soria, ala de la garza real de Castilla que ha quedado en silencio,
estilizada de figura, larga de cuello, blanca, verde, roja y negra en sus nieves y en sus tierras!
Tú recorrías Soria por tus propios medios, pueblo por pueblo,
con gotas de desvelo en el sudor de tu frente,
para que tu boca atenta se enterase de los quejidos de la tierra
y transmitirlos después en el Parlamento de España
-eso que ahora no ocurre, porque los partidos han acallado a Castilla,
envolviéndola con tez nocturna-.
Me invitaste, Ramiro, a pasar con tu familia y tu equipo la noche electoral de 1982,
en tu casa de la Alameda de Cervantes,
ese era tu cuartel general
-los ojos avizorando apenas qué iba a suceder en el futuro inmediato,
en aquella época en que todavía el desencanto no se había apoderado
de los ideales políticos, como ocurriría pronto-,
y allí vi cómo tus colaboradores espontáneos telefoneaban los resultados de cada pueblo y lugar de Soria,
y cómo la medianoche traía resultados apretados.
Claveles de esperanza recolectados con esfuerzo y viajes,
pero cerca del Duero las aguas recibían alabardas y señales de que un tiempo iba a morir.
La edad de los políticos independientes se estaba agrietando de muerte,
y cerca, muy cerca del Duero ambos nos miramos sabiendo
que los puñales del poder también iban a clavarse en la autarquía
personal que tú habías logrado hacer sobrevivir.
Habías sido el primero en el 77, el segundo en el 79,
y ahora en el 82,
forcejeabas por alcanzar el último puesto de salida
contra un paracaidista oficial,
desconocido en Soria pero apoyado por la maquinaria centralista,
de los que estaban cómodamente alojados en el mejor hotel de la capital,
sin moverse de sus güisquis y sus dietas
esperando a que el dinero corrupto del partido les diese el acta de senador
para recogerla y no volver jamás por esas Castillas colonizadas
ni hablar de ellas jamás en ese Parlamento donde no se habla
sino sólo se repiten las consignas que haya ordenado el caudillo vertical.
Fuiste electo, Ramiro, pero ya como último senador de la provincia.
Por eso sabías que la edad de la independencia
había concluido.
“Esto se ha acabado, Juan Pablo” –me dijiste-.
“Debo integrarme en un partido nacional de los que no hacen ni caso a nuestra tierra,
pero crepitan en dinero oscuro
y en recursos que dan contantes y sonantes frutos, aunque sean podridos”
No importaba en qué partido, tú aportabas trabajo y votos propios…
Por lo que te aceptarían en cualquiera
y allí resplandecerías más que el resto
y volverías a ser el candidato destacado en los siguientes comicios,
con menos trabajo
y, eso sí, ya sin ninguna libertad para hablar de tu Soria y nuestra Castilla.
Ese era el coste.
¡La disciplina de partido imponía ocultar, omitir, amordazar a Castilla!
Es la orden, el precepto, la ordenanza y el mandamiento interno de nuestro desdichado y muy poco libre tiempo.
Así lo hiciste, Ramiro, elegiste
el partido contrario a Eulate,
y volviste a fulgir en primer término, pero ahora como peón
de los amos coloniales de Castilla, y sus larguísimos tentáculos.
¿Y tú, Octavio Uña, claro timbre de voz, declamación cuajada
de tonos y de gestos en la mano de un poeta y rapsoda zamorano,
adentrado en las cumbres y nieves de El Escorial y luego en la urbe madrileña,
aún te acuerdas, Octavio, de la magistral
rapsodia de poemas que pronunciaste en la Cámara de Comercio de Madrid,
la de la plaza de la Independencia, aquel día en que nos congregamos para hablar de Castilla y su cultura, que a todos nos impregnaba…?
Tu voz modulada, tus cejas enarcadas al compás de las sílabas.
Castilla resonando en los oídos,
en aquel salón de la Cámara de Comercio
donde varios de los demás también tomamos la palabra de esperanzas.
¿Recuerdas, Jesús Torbado, cuando estuvimos hablando de “El niño García Pérez Etcétera”, el asombroso artículo de prensa en que resumías las marginaciones e injusticias
que habían caído sobre Castilla, a través de las que sufría un mocoso pastorcillo
castellano, perdido entre los fríos del monte de su pueblo, olvidado por todos
sólo por tener ocho apellidos castellanos tan vulgares como los suyos?
Era pariente de los más preclaros navegantes y descubridores del orbe,
y de las más eximias figuras artísticas,
pero ahora llamarse como él no daba “derechos históricos” ni peculiaridades,
por lo que debía pudrirse entre sus carencias seculares.
Yo sí puedo confesarte
que mi novela “Llorar como un perro castellano”
es puro ensanchamiento de cauces de tu corto, pero insuperable artículo.
Desde tus breves folios de prensa
a los centenares de páginas de una narración
que quiere abarcar todo el trayecto de Castilla,
desde 1898 hasta el final del primer cuarto del siglo XXI,
pasando por tu pastorcillo castellano, desamparado, friolero y mocoso.
¿Recuerdas, Jesús, aquellos años en que todavía la Editorial Riodelaire parecía abrirse paso por Castilla?
Y lo hubiera logrado, de no ser porque los poderes taifales en que habían disgregrado a Castilla
comenzaron a regar abundantemente a sus editoriales y sus medios afines
con dineros y presupuestos inagotables, por oficiales y gubernativos –más que “públicos”, el “pueblo” casi nunca tiene nada, amigo mío-
para ahogar toda voz discordante que no participara en la “menteca(p)tación total
de Castilla y lo castellano-

Tú te habías atrevido a pronunciar “Una defensa de Castilla”, preciosista, rigurosa y exacta,
en el Ateneo de Barcelona,
a finales de los setenta,
ante las élites mimadas por la plutocracia condal y sus potentes medios, recursos y palancas,
capaces de triturar, moler y pulverizar a cualquier escritor o disidente que se les oponga.
Fuiste represaliado por ello… Y eso que decían que ya estábamos en democracia.
No. No les gustó escuchar su papel
activo, privilegiado y bien remunerado durante la dictadura de Franco,
y la mala función migratoria que le correspondió a Castilla durante aquellas décadas.
¡Tres millones de castellanos expulsados a la emigración
en las primeras décadas del siglo XX,
a Barcelona, a Bilbao, a Valencia, a Zaragoza, a Madrid…!
Sobre todo en los años centrales del siglo XX, durante el Régimen
de Franco que a ellos, los plutócratas de Barcelona,
les había hecho de oro.
Se vengaron de ti, Jesús. Lógicamente.
La ley del Talión funciona también en el ámbito de la cultura y de la expresión literaria.
Pérdida de colaboraciones en prensa,
retirada de apoyo de la editoriales barcelonesas…
lo cual lleva aparejado también ser defenestrado en las restantes de España.
Esas cosas de la verdad no pueden decirse en la cueva de Alí Babá, Jesús,
ni en la boca del lobo de la eterna plutocracia.
Me comentaste también el exceso de letras cursivas
con que te lo había publicado, en aquel breve folleto,
y era cierto, quise destacar muchas de tus ideas, y posiblemente
se me fue la mano y la admiración.
Caíste en desgracia, te apuntaron en las listas negras del ostracismo, y del exilio interior.
Y otro día te encontré en la Feria del Libro de Madrid
caminabas con ese pesar de haber padecido por Castilla,
y haber perdido en la batalla contra los gigantes que controlan desde las sombras este país…,
pero con la decencia y el decoro
de haber perdido bazas en tu carrera literaria, sí,
aunque podías mirar con ojos de honestidad y bonhomía a quien te interpelara…
Una víctima más caída por Castilla y la verdad… Esplendorosa de estilo, en tu caso.
Muy caída en el olvido en nuestros días, injustamente, Jesús.
Lo sabemos quienes te hemos leído y llevamos tu pulcritud de estilo castellano en la retina.
Y tú, Ramón Carnicer, el leonés de Villafranca del Bierzo, ¿te acuerdas del Paular madrileño, en el valle del Lozoya, que antes fue segoviano, aunque ya estarás junto a Gonzalo, allí, en el más allá, hablando de vuestras cosas de berciano y de burgalés vallisoletano?
¿Recuerdas, Miguel Delibes, aunque nunca participaste en persona, pero Gonzalo te mantenía al corriente de todo, porque querías saber, y tus telegramas se recibían como muestras de apoyo, ánimo y abrazo?
¿Recuerdas, Miguel, aunque ahora ya descansas en “tu ciudad”, Valladolid, para así pasar a la gloria definitiva del Parnaso castellano contemporáneo?
¿Recuerdas, el leonés berciano, Luis López Álvarez, educado luego en Valladolid, la emoción de todos en la Casa Provincial de León o en la Casa de Ávila, cuando nos reuníamos para ver cómo nuestra asociación iba creciendo y se nutría de nuevos miembros que aspiraban a colaborar por Castilla y su cultura?
Tú ya eras el autor del texto de “Los Comuneros”,
tan excelentemente musicalizado por aquellos muchachos segovianos,
y eso te conferían rango entre nosotros,
aunque habitualmente estuvieras en el extranjero de tus constantes viajes…
¿Recuerdas, el segoviano Ismael Peña, experto en el folklore, sabio en cantos y ritmos y coleccionista de la indumentaria del campo y el pastoreo castellano?
En el candelero de la primera línea del folklore desde comienzos de los años 70.
¿Incluso lo recuerdas, tú, José María Pérez, “Peridis”, el montañés-palentino,
aunque tampoco participabas,
pero enviaste algún dibujo agudísimo de los tuyos
y prometiste mencionar a Castilla, cuanto te permitieran tus empleadores,
que tampoco era mucho,
por aquello del silencio clandestino que se ha impuesto desde arriba sobre todo lo castellano?
También saltaron pequeños conatos de chispas,
estallando entre la luz de la cooperación amorosa,
como aquella ocasión en Valencia:
Veníamos del Ateneo Mercantil, en la plaza del Ayuntamiento de la ciudad levantina,
cuando un jesuita como tú, Gonzalo, y un anarquista como tú Andrés Sorel,
probasteis que en algunas cosas han de disentir, necesariamente.
¡Sí, en verdad es difícil precisar sobre qué hay que liberarse, exactamente!
Tú, Andrés, andabas metido en la edición española de la cabecera francesa “Liberación”.
Y tú, Gonzalo, pensabas que lo prioritario es liberarse del pecado y de la egolatría,
vanidad cultural de la que tú mismo no te habías liberado,
si vamos a ser sinceros del todo…
Uno era el huracán, el otro la alta torre y roca que desafía altiva su poder…
Era preciso que el uno abatiera o se estrellara contra el otro.
Pero había el interés mayor de Castilla, y los ánimos se atemperaron,
sobre todo los tuyos, Gonzalo, que eras más propenso a exaltarte,
frente al golpeo insistente, pero más pausado de Andrés.
Había que evitar la agonía de Castilla, y eso nos animaba a todos.
Yo sí recuerdo, Ramón Carnicer, nuestras conversaciones,
“Gracia y desgracias de Castilla la Vieja” -me dijiste-
“viene del título casi homónimo de Quevedo”, que ahora no mencionaremos.
No, no exploremos el origen del título de tu libro de viajes castellano,
pero sí que la Castilla Vieja por la que transitas empieza por tierras de Guadalajara, por Sigüenza,
para que se note la ficción imposible que supone trazar fronteras entre las Castillas
conjuntas, compactas y consuetudinarias.
¿Sabes, Ramón…? El tuyo sí es un libro de viajes emotivo, vibrante, enternecedor y patético,
que intenta indagar las causas del atraso que ha sobrevenido contra Castilla desde los poderes centrales, plutocráticos y anticastellanos,
y condolerse con nuestros paisanos,
porque tú derramas amor por las gentes y los campos y ciudades de nuestra Castilla.
¡Los del 98 no sentían eso por Castilla, no indagan causas ni soluciones! ¡Ninguno de ellos fue siquiera castellano!
Ese mismo apego tierno y turbador consiguió después Jesús Torbado con su «Tierra mal bautizada»,
su propio viaje amor por las cuatro provincias de la Tierra de Campos,
partiendo desde su tierra terracampina leonesa..
Incluso años más tarde lo intenté yo, con mis dos «Viajes a la Alcarria, versión siglo XXI»,
andar y ver y después de analizarlo y amarlo,
parar para contarlo,
desde el cariño cordial y cálido que se siente por lo propio,
No como otros que viajaban, pero sin amor, ridiculizando y sintiéndose superiores a los lugareños desarrapados.
No. Nosotros no viajábamos así. Nosotros amábamos…
Coincidimos pronto, Ramón, alguien muy mayor, alguien muy joven, con el mismo criterio:
el 98 había sido desastroso para Castilla,
ajenos foráneos hablando de llanura seca y dominante, siendo así -de acuerdo en esto- que Castilla la Vieja
precisamente era la región más montañosa de España
y la más dominada desde los Austrias.
Y Ortega también “no lo olvides, Mañueco, también se equivocó
con nosotros”, me advertiste con tu acento castellano,
pero trufado del Bierzo, Ramón, que lo tenías.
Lamentables Austrias que se lo habían llevado crudo, para darlo
a genoveses y a prestamistas. ¡Triste, triste Castilla, maltratada!
Nos separaban tantos años, amigos,
pero coincidíamos en amar a la tierra que tenía la mayor densidad de arte y arquitectura de España,
expresiva de que no siempre había sido la devastación en que los siglos recientes la habían derribado.

++*
¿Recordáis cuando en el 83 publicamos “Castilla, manifiesto para su supervivencia” y tú Gonzalo, dijiste, que era el “Manifiesto generacional” que sin darnos cuenta habíamos pergeñado?
“¿Y quién es el “guía”, Gonzalo, eres tú?”, te pregunté.
Y tú dijiste: “El guía es don Claudio“.
Sánchez-Albornoz, por descontado.
Lo dijiste con la voz seca y cortante que a veces se te ponía, Gonzalo,
propia de tu aire docto e ilustrado,
como de sabio erudito, rezongón, altanero e inmodesto, poco caritativo, quizá, y algo malhumorado…
Por entonces, nos encargamos de una semana cultural en el Centro Castellano-Leonés
de Tarragona, donde la estrella fuiste tú, Gonzalo,
con tu conferencia sobre “El Cid histórico” que luego me dejaste publicar
en Riodelaire, y más tarde se haría éxito nacional con el Grupo Planeta.
“De los sos ojos tan fuertemientre llorando,
tornava la cabeça e estávalos catando”,
al destierro habían partido tantos castellanos
como ahora nosotros les estábamos buscando
para llevarles el alimento de su lengua y su cultura
al exilio interior donde habían sido abandonados
por todos los gobiernos del siglo y de siglos anteriores
que habían decretado unas políticas que a nuestras vaciadas tierras habían despoblado.
Pero en Tarragona, sobre todo, nos protegimos como en catacumbas…
Los grandes arcos del salón semisubterráneo lo semejaban
y la persecución genocida de la cultura castellana de la inmigración castellanoparlante
ya se había desatado, con el estímulo de las autoridades locales
y la inhibición cómplice de las estatales,
de cualquiera de los partidos que, en todo caso, necesitaban de los votos
de los partidos nacionalistas para formar sus mayorías de gobierno…
¡Así lo había establecido inexorablemente
la Ley Electoral salida de los cuévanos secretos de las negociaciones minoritarias
en las que el pueblo nunca participa!
En Tarragona nos dijeron que los nombres de los intervinientes
serían apuntados y pronto llegarían a los oídos oficiales,
incluso se temían ataques de los incontrolados descerebrados,
que todos sabían quienes controlaban y financiaban
para que sembrasen el terror entre quienes querían seguir siendo fieles
a su lengua y cultura.
La defección de los Gobiernos de España era ya notoria
y el problema era más bien para quienes vivían allí
no para quienes llegábamos, hablábamos y volvíamos a tierra marginada
pero segura para nosotros.
*+*+*
Ahora las fechas se fatigan en el calendario de todos los que todavía contamos los años; pero entonces no; éramos jóvenes y éramos tanto.
El pan en los manteles del Monasterio del Paular y alguien que dijo: ¿Sabéis que somos la “Generación castellana de los 80”, la “Generación castellana de la democracia”, los más mayores y hasta este Juan Pablo que nos va a citar algún día, estoy seguro, en algo?
¿Fuiste tú Ramón? ¿Fuiste tú, José María? ¿Tú, Gonzalo?
Hoy quiero recordaros entre aquella lluvia gótica de armoniosos arcos, y lo voy a hacer, entre siglos, entre eras, épocas, lapsos.
Lo voy a hacer con este soneto que ahora me complazco en dedicaros:
(…)
Sí, lo sé,
no es gran cosa, pero habla de nosotros,
de nosotros los castellanos, que para historia, personalidad histórica, derechos históricos teníamos tantos como no queríamos que al final nos fueran violados.
Pero lo hicieron.
Estaba mandado.
Alguien, desde el poder o desde detrás y encima del poder, quién sabe quiénes, quién sabe por qué, quién sabe por cuánto
lo había mandado.
Castilla sería esparcida al viento, y hasta su alma y su cuerpo serían aventados.
Y lo fuimos comprendiendo, poco a poco. No había nada que hacer porque así había sido mandado,
mandado por el “Ello”, el «Suprapoder» que lo controla todo, que sobre todo manda,
verticalmente, desde el vértice de la pirámide del mando.
Dos o tres años después, a fines del ochenta y cuatro, amigos míos de entonces, de aquel tiempo que ya parece y es, tan lejano, me mandasteis que comunicara
-por escrito, a los periódicos- y así lo hice,
recuerdo que redacté el amplio comunicado,
que nuestra asociación
“Amigos de las Castillas y León”: -el nombre lo propuso uno de aquellos días del Paular el dibujante “Máximo Sanjuán” y fue aceptado, aunque sin unánime entusiasmo, pero al menos expresaba bien la dualidad plural castellana-
se disolvía,
que dábamos nuestras reuniones periódicas como asunto acabado.
Ya se estaban formando y consolidando los Gobiernos de Taifas sobre el territorio castellano –sólo las autonomías castellanas son taifas, esto es, descomposiciones
de unidades anteriores, las otras regiones españolas sí fueron respetadas en su extensión-
y además el Suprapoder quería que las Castillas estuvieran de espaldas la una de la otra.
E inconexas entre sí las partes de Castilla en que de decidiera desde arriba trizar y hacer añicos a la milenaria Castilla.
Castilla unida o colaborativa era una potencia en España de tal magnitud
que los poderosos plutócratas y sus partidos no podían consentirla,
sino que deseaban demolerla,
derribarla.
El poder iba a crear otras asociaciones culturales oficialistas afines
a esa dispersión y diáspora castellana que se pretendía.
La nuestra no interesaba.
Incluso se consideraría adversaria, oponentes a la verdad recientemente inventada.
Deberían cerrarse las puertas a toda iniciativa
de unidad cultural castellana. Y quienes se reunían bajo nuestros ideales
deberían perder toda esperanza de lograr carrera política o cultural.
Castilla iba a seguir proscrita, desterrada, expatriada.
Y con ella todos los intelectuales que se manifestaran por ella y su unidad,
quedarían también vetados, prohibidos, suprimidos…
Así pues,
no habría más conferencias, ni viajes,
ni intentos, ni ciclos de ilusiones,
en Madrid, en Valencia, en Soria, en Tarragona, en Toledo…
ni libros entre todos publicados.
Sólo nos quedaba aferrarnos a Castilla en su Cultura,
porque no otra cosa de ella nos habían dejado.
Los políticos profesionales habían
todos los restantes caminos cerrado.
Y cada uno debía salir a seguir sintiendo la Castilla cultural en su propio ámbito, en su propio campo.
Sólo eso no podían prohibir, y sólo eso no iba a ser prohibido para Castilla,
en la época en que, presuntamente, ya nada se prohibía,
después de que, durante la Dictadura, Castilla hubiese estado exprimida
en lo económico y en lo demográfico,
además de haber estado oprimida
como cualquier otro lugar de España,
incluso aquellos sitios que más bien habían sido exprimidores del jugo castellano
pero que ahora se revestían de víctimas
cuando eran los victimarios:
Sí eran quienes habían encendido el fuego del franquismo,
y estaban encendiendo ahora las brasas de las pira donde iban a ser cremados
los restos de Castilla
Ataron y estaban atando ahora igual a las víctimas castellanas que iban a ser inmoladas
y las sujetaban en el acto del sacrificio
elevando la potencia de sus medios de propaganda para que no se oyeran los gritos de los castellanos sacrificados.
Primero en su tierra, de la que fueron obligados a salir,
y después en su lengua y cultura, que iba a ser arrasada por las oligarquías plutocráticas de las zonas a las que habían sido forzados a acudir.
Allí, en nuestras salidas a la periferia mimada y favorecida por la Dictadura,
comprendimos
que la plutocracia periférica iba a recibir el mando sobre la lengua única impuesta desde arriba a la plural población sobre la que imperaba.
Sería un sectarismo de los vencedores eternos contra el sector de los siempre derrotados bajo todo Régimen.
La cultura de un sector sería regada con amplísimas subvenciones por la plutocracia del poder para que sólo prevaleciera una de las visiones culturales de la plural población acallada.
Y la plutocracia recibiría también el poder de hacer la Historia a su capricho y conveniencia
e imponerla así desde la escuela a las nuevas generaciones de educandos en los dictados del nuevo Régimen,
que construiría a su gusto su relato, y que se ocultaría los padecimientos de la inmigración.
Con el control de la escuela y los medios de comunicación
esparciendo ambas menteca(p)taciones la Histeria inventada a gusto de los plutócratas
y el odio a España y la negación sistemática de toda pluralidad cultural interna
-eso que hasta hacia poco se llamaba pluralidad enriquecedora,
pero si suponía dejar espacio autóctono a la cultura de los “charnegos”, de los “maketos”
de los “koreanos”, de los “chakurras”, de los “españoles”…
entonces era negada, perseguida y arrancada como mala hierba de sus masías y caseríos aldeanos-,
era evidente que el conflicto cultural iba a seguir acrecentándose,
hasta que estallara más violentamente aún,
entre dos comunidades, pero una de ella –la desterrada durante las dictaduras del XX-
negada y represaliada en sus derechos, y la otra crecida en autoestimas fantasiosas y soberbias arrogantes,
gentes ufanas y supremacistas que se iban a encargar de perpetuar la represión
contra los mismos desfavorecidos de todos los Regímenes del XX.

Era un “conflicto” que se pretería en el tiempo, pero en el que sólo una parte
tenía en su poder el armamento, el dinero, el poder, y las ganas de usarlo contra la parte desarmada.
La siembra del odio había sido conferida a los odiadores.
Nosotros éramos quienes luchábamos por la igualdad
de todas las comunidades de España
y por la igualdad interna de las comunidades claras que presentan dentro de sí
las tierras superpobladas, más allá del vaciamiento al que han condenado al resto
del desdichado Estado sobre España y la Castilla bajo el Estado español.
¿Nacionalidad y regiones? ¿Siendo vosotras las nacionalidades, que no tenéis
ni un minuto de Historia independiente propia?
En España, si acaso, hay Estados históricos independientes,
que son los que figuran en el escudo nacional,
y tierras que jamás lo fueron, que son todas las restantes.
Pero la Transición quería desfilar por las vías de la patraña
hasta llegar a la meta de los privilegios y las desigualdades,
como en todos los Regímenes anteriores
desde hace trescientos años, al menos.
Nosotros nos aferraríamos a Cervantes, que siempre supo que su lengua se llamaba “castellana”,
y que siempre supo que su patria chica era Castilla,
desde Santander hasta Sierra Morena,
luego ya empezaba la Corona de Castilla y los virreinatos castellanos de Ultramar
pero como otro concepto distinto a la mejor tierra de España, su Castilla.
Y tendríamos presente siempre que el caballero andante cervantino
era un caballero andante castellano, enmarcado en la tradición caballeresca
de Castilla, desde el siglo XIV, desde Amadís de Gaula.
No aceptaríamos el engaño de preferir la criatura burlada, el pobre Quijote caricaturizado,
del genial creador castellano que se burlaba de él y de su comarca castellana
la cual, siendo parte del todo de Castilla, querían ahora
hacerla todo por sí misma –sueño absurdo e imposible-
desligándola de Cervantes, el castellano de Alcalá, y de Castilla misma.
No. Una bacía de barbero robada en mala lid por un fantoche
y puesta sobre su cabeza para probar que era un fantasmón monigote del ridículo
-Don Monigote de una comarca de Castilla que más bien movía a risa,
ese fue el objetivo de su creador-
jamás sería el logotipo y símbolo de nuestra tierra cultural,
tan llena y rebosante de símbolos dignos a los que poder acogerse.
El bochorno y el decoro por la dignidad de la cultura castellana nos lo impedía.
Esa mofa y esa befa pública se lo dejábamos para los políticos felones
y que no habían comprendido la obra de Cervantes
pero nosotros no renegaríamos de nuestros valores castellanos, aceptando esa burla
y ese escarnio como símbolo de nuestra tierra.
Nosotros, al transitar entre Alcalá de Henares y Guadalajara
dentro de la misma comarca biprovincial: la Campiña del Henares, por el valle,
e incluso la misma comarca triprovincial por los montes: la Alcarria,
nunca pondríamos separaciones políticas inexistentes.
Jamás ordenaríamos desorientar a los castellanos
colocando una señal desinformativa –elevada al cubo, al cuádruplo…-
que indicase “Entra usted en la tierra de Don Quijote”.
¡La tierra de Don Quijote es ninguna, nada entre ficciones,
salvo las circunvoluciones cerebrales de Miguel de Cervantes,
el alcalaíno campiñés o alcarreño, según quiera contabilizarse!
En todo caso, habría que poner:
“Sale usted de la ciudad natal de Cervantes”
o bien “continúa usted en la comarca de la Campiña del Henares”,
la primera que vio el genio universal del idioma castellano.
Pero los políticos felones
sí mentirán y defraudarán a Castilla, con los propios dineros públicos de los castellanos,
para que comulguen con ruedas de molino contracastellanas.
Esa es otra diferencia entre “nuestros” representantes políticos
y los de otras regiones.
Todos estos mienten a sus habitantes
para aparentar grandezas, singularidades, propiedades e historias
que no tienen.
En cambio, los políticos castellanos nos mienten constantemente
para menoscabarnos, para humillarnos, para desacreditarnos,
para negar la personalidad y la historia única en el mundo
que nosotros sí tenemos a raudales.
Y también, para que los castellanos no nos veamos en nuestra mismidad dual:
Sin una de las dos Castillas, no hay Castilla cultural.
¡Cómo para cualquiera que sepa lo que dice resulta evidente!
No, en ninguna otra parte de España se concebiría una Fiesta Regional
como Villalar de los Comuneros,
donde se memora la muerte de un toledano –Juan de Padilla-
y de un guadalajareño-atencino –Juan Bravo-,
pero sin contar con Toledo ni con Guadalajara.
“De Castilla entera se siente comunera” las autoridades anticastellanas
han hecho la apocada y menoscabada Fiesta de la Cuenca del Duero,
y los responsables de Castilla la Nueva tampoco dejan oír su voz
ante este nuevo desmán perpetrado contra las Comunidades cada año.
¡Si entrara en funcionamiento eficiente, el “Consejo de las Comunidades Castellanas” no podría cometerse ese atentado contra la cordura y contra Castilla integral
que supone la fiesta regional de la taifilla –descompuesta de Castilla-
de la Cuenca del Duero!
Sin una de las dos Castillas, no hay Castilla histórica tampoco.
Cuando cambian los Regímenes –dictaduras, supuestas democracias,
preocupadas incluso falsamente por la memoria histórica veraz-
los pueblos sojuzgados hasta la consideración real de colonias internas
sólo cambian el nombre del amo de sus gobiernos, al servicio de las plutocracias de las metrópolis verdaderamente imperantes
*+*+*
Asimismo, supimos entonces que Castilla, ya vaciada de gente
y despojada de todo lo suyo propio para aplicárselo a España
y de sus cualidades peculiares propias para entregárselas sin raíz a España,
como si le llegasen a ésta desde el cielo, y no desde la tierra castellana,
seguiría siendo silenciada
en la nueva etapa que se estaba iniciando.

Omisión y ocultación
sobre Castilla en la Dictadura
que iba a ser sustituidas por la ocultación y la omisión
sobre Castilla
en la naciente Democracia
o lo que fuese aquel sistema verticalista de dictaduras de partidos o partitocracia
que se estaba gestando.
Es más, Castilla sería educada desde la escuela
en la Leyenda Negra anticastellana, distinta y diferente de la española,
creada la de Castilla a mediados del siglo XIX,
por los románticos periféricos a sueldo de los plutócratas de sus regiones
y luego aceptada y puesta en buena literatura
por los miembros de la Generación del 98,
ninguno de ellos castellano,
pero todos ellos angustiados por el desastre de Ultramar.
Todos ellos imbuidos por los tópicos, embustes y engaños
de la Leyenda Negra anticastellana periférica:
ya sabéis todo eso de que Castilla sólo es llana y parda,
y que nunca ha visto el mar, cuando sus naves
descubrieron tres de los seis continentes y océanos del mundo,
tremolando su bandera cuartelado de castillos y leones.
Sí, Castilla sería educada desde su más tierna infancia
en las falacias y falsificaciones de su Leyenda anticastellana,
hasta que sus propios habitantes tuvieran rechazo de serlo,
como ocurre tantas veces, en quienes no se han informado y reformado y reeducado por su cuenta.
Y desde luego, ningún poder real dispondría Castilla,
ni legislativo, ni ejecutivo ni judicial,
sino meras sucursales seguidistas y obedientes de los dictados estatales,
y simples derechos pasivos o dirigidos
-si queremos conjugar regularmente el participio pasivo del verbo “dirigir”,
que en su forma irregular produce la voz “derecho”-,
derechos dirigidos por los directores
que se reservaban la voz activa enteramente para las élites corruptas y entregaban a los súbditos la “pasividad”.
Triste y marginada Castilla, cuando ella había reclamado la voz activa
para la gente, en la jornada de las Comunidades
y de la Ley Perpetua de Ávila,
allá al comienzo de la Edad Moderna
que Castilla había aspirado a que se transformase más bien en la Edad Contemporánea
con la Revolución castellana de las Comunidades.
¡La voz activa para la sociedad! Sí ese era el mensaje castellano
que llegaba desde el fondo de los siglos.
Pero recibiría sólo el enmudecimiento, el aventamiento, el troceamiento
y la mudez sigilosa de lo que había sido lo más glorioso del mundo
y lo habían derribado hasta ser lo último de España
y el furgón de cola de la Europa poblada
a la que ella, Castilla, ya no pertenecía.
Castilla, fugitivo humo al que habían hecho arder durante tantos regímenes y siglos…
*+*+*
Una cosa sí hicimos bien. Una hoja al menos entre la primavera germinal de aquellos tiempos fue semilla que ha granado en espiga y en fruto que puede celebrarse…
De aquellos días de fulgor y entusiasmo a la intemperie
esta definición de Castilla, la mejor que conozco, ha quedado:
“Allí donde se hable castellano, hay castellanidad.
Lengua castellana más acento castellano, eso es Castilla cultural,
a esa tierra se dirige nuestro ámbito emotivo y sentimental.
Ésa es nuestra Castilla”
Así dijimos a los estambres de las flores nupciales que estaban germinando
en aquella primavera castellana,
y yo ahora os lo he expresado en este soneto siguiente,
que después de tanto, os dedico asimismo,
como una especie de “Adiós muchachos, compañeros de mi vida” del tango de Gardel y de los versos de Cernuda que llega para despedirnos entonces.
“Adiós muchachos, compañeros de Castilla,
gente querida de aquellos tiempos,
nos ha tocado ya emprender la retirada
debemos apartarnos de aquellos gratos sueños”.
El tiempo de una vida nos separa…
¡Adiós, para siempre, adiós!
Pero no del todo, porque, en espíritu, es algo que nos une con quienes, antes y después de nosotros,
pensaremos siempre lo mismo:
Castilla merece otro destino;
eso lo expresaba ya exactamente igual lo Quevedo del siglo XVII.
Dejadme por tanto que yo ahora en este siglo XXI lo poete
y señale que es el nuestro un transitado camino,
hacia el que el cultural futuro de Castilla será jinete
en cuanto los poderes opresores contra Castilla no la sujeten.
Y además os digo, compañeros de Castilla,
que, contrariamente a lo que se difunde y supone,
somos los castellanos quienes mejor podemos definirnos en España, el problema
lo tienen los demás o muchos de los demás para saber quiénes son.
Nosotros no… Nosotros lo sabemos y podemos saberlo si reparamos en ello.
Perfectamente:
CASTELLANA DEL ACENTO CASTELLANO, que dicen que es la ausencia de acento quienes no saben escucharlo
(La mejor definición de Castilla que conozco: Castilla es lengua más acento castellano; lengua castellana sin acento castellano no es Castilla, sino Castellanidad)
Alguien me preguntó, entre rabeles castellanos,
Lo que era Castilla, yo sólo le dije: “Escucha.
Gime esa pregunta en todo territorio, en lucha:
Umbral vago en Francia o Italia o Flandes, los romanos…”
“Inseguro es todo límite… Frontera -en mucha
Era- es tierra ambigua… Ocurre a todos los humanos.
No te diré, pues, sino una luz de luna: granos,
Muestras de verdad… que guardarlas puedes en tu hucha”:
–En donde se hable lengua de Castilla, hay Castilla.
PREGUNTÓ alguien, aunque no sea allí Castilla.
QUÉ ES CASTILA… Es la tierra de acento castellano,
ATENCIÓN presta al acento nótalo en tal plano.
¡QUÉ ES eso que se llama acento no haber ninguno
CASTILLA con seguridad está ya, aquí, en uno!
Estribillo esclarecedor de lo castellano propio:
El rabel del acento sobre el idioma castellano
es el timbre del alma que te indica: ya eres paisano.
Sólo son claras las fronteras políticas;
todas las culturales, admiten críticas.
La incógnita de definirse la tienen los otros;
aquí ya hemos rimado quiénes, qué somos nosotros.
Eso somos y seguiremos siendo eternamente, los castellanos.
Nuestra cultura es inmortal y nosotros con ella.
Y es también nuestra garantía de futuro, nuestra potencia mayor, si sabemos ver
que 700 kilómetros, desde Santander a Sierra Morena,
con la misma lengua y acento es una excepción en la Europa subdividida en idiomas, dialectos y hablas cada pocos kilómetros.
Pero…
Emulación de ayer son estos versos, que si ya cenizas son del recuerdo, aquellas vastas compañías algo al menos -como esta memoria- aún nos han dejado.
Quedó y queda de Castilla el propio Monasterio del Paular,
en la vertiente madrileña de la Sierra de Guadarrama,
en el valle del río Lozoya,
construido en Castilla por Enrique II de Castilla –eso no podrán modificarlo-,
y al fondo las cumbres encaperuzadas por la
nieve restante del invierno castellano.
No, esto no podrán cambiarlo, todavía está aquí, a la vista de todos, Castilla.
Y además quedaron de entonces y quedan ahora otras múltiples certezas…
Más allá del humo,
Más allá de las vestiduras rasgadas de los almanaques viejos.
Más allá de las horas agonizadas.
Más allá de los crepúsculos,
viniendo aún como un relámpago.
Más allá de los otoños caídos desde el árbol del pasado.
Más allá de las noches que no han amanecido.
Más allá del quebranto aciago que sufrió nuestra tierra,
llega este galope,
llega este galope de sílabas,
llega este galope de sílabas que ahora mismo ha hablado…
A todos quiero deciros, amigos -desde aquí-, que fueron unos bellos años…
Y que volverán otros años y siglos esplendentes para los tiempos castellanos.

Juan Pablo Mañueco
Premio CERVANTES-CELA-BUERO VALLEJO, 2016,
Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha