TENEMOS AÚN PENDIENTES DE comentar los libros diecinueve y veinte, de la veintena de los publicados por mí este año pasado de 2017, lo cual probablemente constituya récord provincial, regional y acaso nacional de los que un autor publica en un año.
Esto último con permiso de la difunta Corín Tellado, que en sus buenos tiempos publicaba cuarenta libros al año por contrato, aunque de un género –el rosa- y un tamaño –breve- que nada tienen que ver con los dieciocho míos que ya hemos comentado ni con los dos que faltan.
Hoy quiero simplemente iniciar el año con un poema mío (no lo considero de los mejores, pero ahí está; con su pizca de humor, y sin haberlo pretendido expresamente, con su brizna de “feminismo”: que no pellizco, pues ello lo dotaría de un componente grosero que no viene al caso) relativo a las pasadas fiestas de Navidad, el cual publicó este diario:
Y luego completaré este artículo con un poema tan recién hecho, que es de hoy mismo.
Sitúense en la capilla de la Adoración Permanente de la Iglesia de San Ginés, y en la serenidad de ese lugar me he sosegado yo lo bastante como para componer lo que sigue:
Esta claridad blanca
(a la Sagrada Forma de la capilla de la adoración permanente de San Ginés)
Esta claridad blanca, esta hostia sacra
que irradia áureos rayos de custodia,
habla con suave acento de prosodia
del bien pleno y ya sin de sombra lacra.
No pétalos de son sólo en salmodia.
Son sosiego del nido que demacra
la inquietud y que la aflicción masacra.
Alma erguida a Dios y aro de rapsodia.
Posdata: Para quien este interesado en estas cosas, sepa que se trata de una “octava ola o copla alcarreña”, de donde le viene bastante de sonoridad. Porque la estrofa que lleva el nombre de nuestra provincia es así: sonora como pocas.