Algunas fiestas del mes de febrero (I)

Comienza el año su ciclo, renovado una vez más, y febrero continúa ofreciendo lo mejor de las mascaradas invernales de la provincia de Guadalajara a través de botargas, candelas y águedas, para dar paso a la entrada del carnaval urbanita de la capital alcarreña.

Son fiestas de orígenes tan antiguos que son difíciles de explicar: quizá se trate de representaciones humanas que simbolizan aspectos emparentados con la fertilidad de los campos, los ganados o del propio ser humano,  quien lo sabe. Esta es una de las muchas teorías existentes: la denominada “vegetal”, defendida por Frazer en La rama dorada. Hay quien piensa que las botargas no tienen nada que ver con posibles démones precristianos y que su origen es más bien medieval. Otros, en fin, que nada de lo anterior corresponde con la realidad y que todas las mascaradas participan de unos mismos elementos:

1) Una reunión de mozos

2) En la que unos se ocultan tras la máscara  -son los “feos”-, mientras los otros danzan, -son los “guapos”-

3) Todos juntos recorren las calles del pueblo y piden alimentos casa por casa

4) Para realizar una comida de confraternización con todo lo recogido en la cuestación precedente

Esto pudo constatarse claramente en la Fiesta del Niño perdido de Valdenuño-Fernández (domingo siguiente al de Epifanía o de los Reyes Magos).

Se trataría, por tanto, de una forma de los jóvenes para propiciar la cohesión de todos los habitantes del “pueblo”. Vendría a ser una especie de “rito de paso”, mediante el que los jóvenes tienen que demostrar al resto del pueblo que están lo suficientemente preparados como para poder defenderlo de cualquier suceso que pudiera romper esa unión social. Los “feos” abren paso con su cachiporra, -al tiempo que piden dinero o alimentos-, a los “guapos”, que con sus vestidos blancos y almidonados agradecen las donaciones recibidas.

Pero es posible también que todas las teorías sean una sola y que una no desdiga a las demás, sino que las complemente.

PDF-1 Botarga de Arbancón)

Buen ejemplo de lo anterior es la botarga de Arbancón (2 de febrero) -sus cencerros al cinto no alejan los malos espíritus con su estruendo, sino que son una forma de hacerse oír por los vecinos, una forma de anunciar su presencia para que vayan preparando la donación que deben hacer a la mocedad del lugar-, que antaño se acompañaba de un grupo de danzantes y que con el paso del tiempo fue asimilada por el cristianismo, de modo que ahora ayuda a pedir limosnas.

Algo muy parecido, en cuanto a su cristianización, ocurre con la botarga de Retiendas (2 de febrero), que precede a la Virgen de las Candelas en su procesión, aunque al parecer aún conserva restos de su antigua misión, pues todavía sigue arrojando pelusa de espadaña a los asistentes. ¿Es esto una forma de fertilización por magia simpatética o se trata simplemente de una diversión, una broma más o menos atrevida?

En El Casar, una vez más se lava el pecado colectivo del pueblo -¿o el los de los “funcioneros”, es decir, los mozos que componen una especie de soldadesca? (no olvidemos que los soldados son los encargados de defender al pueblo de las agresiones exteriores)- tras darlo a conocer a todos sus habitantes e incluso (aunque de mala gana ficticia) a los forasteros, mediante la lectura de la “Carta de Candelas” (2 de febrero), en la que suelen salir ridiculizados.

Pero si los mozos -“guapos” y “feos”, cada uno en su papel- celebraron su fiesta, comida incluida, las mujeres no se quedan atrás, puesto que para eso tienen su propia fiesta: Santa Águeda, en la que asumen la autoridad, tal como sucede en Espinosa de Henares (2 de febrero) y Cogolludo y Málaga del Fresno (9 y 10 de febrero), entre otros muchos lugares.

Pero todo es mera ficción, porque los mozos trataron de llamar la atención de las mozas y las aguederas terminan invitando a los mozos a chocolate y bailando con ellos. Además, ellas se encargaron de hacer la comida el día del ágape moceril, lo que viene a demostrar que su presencia es casi constante.

Otras botargas asumen papeles diferentes -hasta cierto punto-. Así, en Albalate de Zorita (3 de febrero) salen con un múltiple cometido: bailan y danzan y acompañan a San Blas es su más o menos duradera procesión (según las limosnas que ofrezcan los devotos). Antes -el día de San Ildefonso “o de las cachiporras” (23 de enero)- tuvo lugar una cuestación por las casas del pueblo, que debidamente transformada en “caridades” bendecidas por el cura, devuelven al mismo pueblo, incluidos los enfermos.

Las interpretaciones que se oyen acerca de estos botargas-danzantes de San Blas son muchas: que si representan perros rabiosos, que si soportan las danzas porque el alcohol contribuye a ello… todo es digno de atención.

Seguiremos prestando atención a estas festividades.

 

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