Archive for julio, 2015

Aparición mariana en el molino de Pastrana

 

El relato es el siguiente:

“A un quarto de legua de distancia del pueblo [Pastrana] hay un molino de papel propio del Duque, en el que sucedió el año de 1700, que trabajando un oficial, llamado Alfonso López, picando el trapo, al levantar el brazo sobre un pedazo, se le quedó sin movimiento, suspendiendo la acción al quererla repetir, por lo que llamó al Maestro del molino y á otras gentes, y reconocieron en el lienzo pintado la imagen de María Santísima, de una vara de alto y tres quartas de ancho. Llevarónla al Convento del Carmen Descalzo, donde el Prior hechó varias suertes para titular la santa imagen, y salió el nombre de Nuestra Señora de los Remedios del Molino. Dicen que después de retocada por un pintor se le cayeron al instante los colores nuevos. Baxaronla al molino, y allí fabricó el Maestro Esteban Alcon una capilla donde fue venerada hasta el año 1749, en que Juan Velasco, natural de esta villa, construyó una magnífica ermita, fundando un patronato y capellanía para celebrar cierto número de misas. Es la festividad el 29 de septiembre día de San Miguel,  con concurrencia de mucha gente de toda la comarca, y hallase la ermita a treinta pasos del molino (…)” (1).

El hecho de que la pintura “no se deje restaurar” aparece también en otros lugares comunes; por ejemplo, en el ya desaparecido convento de las Carmelitas “de Arriba” o “de las Vírgenes”, de Guadalajara, donde se trata de otro cuadro que poseía dicho colegio religioso, regalo de su primer capellán, don Gil Coronel.

Hacia 1620, doña Micaela de Liaño y Vera en el mundo (y en el claustro sor Micaela de la Santísima Trinidad) pensó en restaurarlo -en realidad se trataba de una “Virgen de la Leche”-, a la sazón arrinconado. A dicha tarea:

“(…) se comprometió cierto pintor de la ciudad, pero al disponerse a ello vieron con asombro el artista, la rectora y demás personas allí presentes que la pintura aparecía fresca, el colorido magnífico y algunos desperfectos, antes muy visibles, habían desaparecido por completo (…)” (2).

Conservamos un grabado, signado como 5-G, en nuestro “Catálogo de piezas menores religiosas (II)”:

“Na. Sa. DE LA FUENTE DE / LA SALUD DE LAS DESCAL(ZA)S. / ANTIGUAS DE GUADALAJARA”.

Texto que fue tomado de una pintura sobre tabla, posiblemente del siglo XVI.

Pero acerca de este mundo tan interesante de la mariología o hagiografía mariológica hay que decir muchas cosas más, que no queremos que se queden en el tintero del olvido. Así, por ejemplo, la relación existente entre el nombre del lugar del encuentro  hallazgo o aparición de una imagen y la advocación posterior.

INTRODUCCIÓN.

A lo largo de la Historia las ideas, evidentemente, han ido cambiando. Pero no sólo las ideas; también los hechos y las personas e, igualmente, los “seres superiores, de los que surgieron”. Se fueron y “se van” produciendo paulatinas adaptaciones, -entre comillas-, en sucesos tales como las propias apariciones a las que nos venimos refiriendo o cambios copernicanos en aspectos parciales emparentados con tales motivos religiosos.

Muchas veces, sin apenas sorprendernos, nos encontramos con advocaciones particulares de vírgenes que han aparecido en lugares que vienen repitiéndose desde el comienzo de los tiempos, desde la Prehistoria.

Por ejemplo, los que se refieren a la geografía y a sus accidentes: fuentes, montes, cuevas, campos, llanos, vegas, ríos, rayos, truenos, etcétera, y los que se aluden a la flora de un determinado territorio, tales como los relacionados con la vegetación: prados, henares, sauces, madroños, pinos, higueras, perales, manzanos, etcétera.

Debemos darnos cuenta que muchos de estos “accidentes”, bien sean geográficos, bien de la fauna -Virgen del Pajarito- o de la flora están emparentados con antiguos cultos a númenes que, en épocas pretéritas fueron adorados porque se creía en ellos y en su capacidad protectora. Existe, por tanto, un momento en la historia de las religiones en el que todos aquellos “adoratorios” tenían sus dioses particulares, generalmente locales, nacidos de un sentido fisiolátrico, -geolatrico o dendrolátrico- (relacionado con la tierra y con los árboles), en el que no aparecen representaciones de los mismos, pero cuyo culto consistía o debía consistir en adoraciones a los elementos cósmicos, comenzando por el sol como fuente de vida, a los ríos, la luna y las estrellas, especialmente en los grupos celtibéricos, que heredaron sus creencias de tribus pre-indogermánicas emparentadas a veces con ritos matriarcales, de donde parten posiblemente las representaciones de la Virgen María en su Anunciación por el ángel o como mujer embarazada, como madre del futuro Dios hecho Hombre.

Los ríos eran adorados como divinidades, puesto que sabemos que existía un culto al Ebro -según una inscripción de Tarragona-, al Betis y al Duero. El dios Airón, en Uclés, habitaba en un pozo. Endovélicus era el dios de la salud (al igual que actualmente sucede con la Virgen de Barbatona), identificado con Proserpina, también salutífera y ctónica (o telúrica). Los dioses de las montañas se asimilaban con Marte o Júpiter. Asimismo se adoraba a las montañas y a las diosas-madre como númenes de la fecundidad y de la fertilidad de los campos y las cosechas (recuérdense las bellas y esteatopígicas imágenes escultóricas de las “venus” de Willendorf  y de Brassempuy).

Había además otras divinidades cuyos vestigios han llegado casi hasta nuestros días: son las de los términos y los caminos, de donde nace la existencia de los “pairones” o “peirones”, dedicados en su origen al dios del comercio: Mercurio; los de las fuentes (de donde parten las leyendas de las “lamias”), las rocas (recuérdese la existencia de tantos montes denominados “La mujer muerta”), los bosques (tan emparentados con las leyendas artúricas: bosques que andan…), los astros y los animales, especialmente las serpientes (4), de las que ha hemos hablado en capítulos anteriores, a los que también se les hacían sacrificios consistentes en palomas, ovejas, caballos, bueyes, productos del campo… y a ellos se acudía, generalmente a los santuarios enclavados en cuevas (la Virgen de la Balma) o junto a fuentes y ríos, para curar enfermedades y depositar, a cambio –do ut des– exvotos a través de los que queda de manifiesto todo un extenso campo de  enfermedades poco estudiado todavía. Exvotos que son antepasados de las formas actuales, que hasta hace relativamente poco, podían verse colgados en las paredes de cualquier ermita rural.

NOTAS

(1)    Geografía / histórica / de España. / Provincia de Madrid. / Tomo Segundo. / Por don Tomás López, / Geógrafo de los Dominios de S. M. de varias / Academias y Sociedades. / [Anagrama] / Madrid MDCCXXXIII. / Por la Viuda de Ibarra, Hijos y Compañía / Con las licencias necesarias, 432 pp. 4º. Menor. (Véase pág. 399. Voz Pastrana). Véase también LÓPEZ DE LOS MOZOS, José Ramón, “Don Mariano Pérez y Cuenca y su novena a la Virgen del Remedio del Molino, en Pastrana (Guadalajara)”, Revista de Folklore, nº. 53 (Valladolid, 1985), pp. 165-169.

(2)    LAYNA SERRANO, Francisco, Los conventos antiguos de Guadalajara, Madrid, C.S.I.C., 1943, pág. 418.

(3)    LÓPEZ DE LOS MOZOS, José Ramón, “Catálogo de piezas menores religiosas (II)”, Wad-Al-Hayara, nº. 7 (Guadalajara, 1980), p. 187 y figura número 4.

(4)    CAMÓN AZNAR, José, Las artes y los pueblos de la España primitiva, Madrid, Espasa-Calpe, S. A., 1954, pp. 777 y ss. Sobre los dioses prerromanos véase BLÁZQUEZ, José María, Diccionario de las religiones prerromanas de Hispania, Madrid, 1975, donde incluye todo lo publicado por él con anterioridad. Véase también el tomo II de La Romanización, Madrid, 1975.

 

 

 

 

La leyenda del pajarito y otras más

Interviene el moro:

Uno de los nacidos en Almonacid de Zorita, llamado Juan Cantarero, marcha para África a combatir contra el infiel. Entre batalla y batalla mata su aburrimiento jugándose el dinero con un cautivo moro, al que gana del suyo. El cautivo le propone jugarse  también una imagen de la Virgen que conserva en su poder. Juan acepta, le gana la imagen y se la reclama tan insistentemente que el moro perdedor lo conduce hasta un estercolero donde, asegura, la tiene escondida.

Buscan afanosamente sin encontrarla y, al creer Juan que es mentira todo o que no quiere entregársela, en un ataque de ira intenta matarlo, en el momento en que se ve detenido por los gritos del moro.

Cerca se ve brillar una lucecita. Escarba con cuidado entre la basura y encuentra una imagen oscura, de pequeño tamaño, que guarda en su mochila y siempre le acompañará en los combates.

Una vez que ha terminado su campaña guerrera vuelve a su pueblo y entrega la imagen a las autoridades eclesiásticas, a las que relata cómo llegó a su poder, ante lo cual, deciden bautizarla con el nombre de Virgen de la Luz.

La imagen traída por Juan fue colocada en un arco de la muralla que mira al norte.

Emparentada con esta misma Virgen existe una bellísima leyenda (1):

“Un pajarico pequeño muy hermoso el qual anduvo limpiando, y quitando con su pico, y alas, las arañas que había en la dicha Caxa donde estaba Nuestra Señora, y en el hueco de la dicha puerta, y como los vecinos de la dicha Villa entrasen y saliesen por la dicha puerta vieron lo que el pajarito hacía, por donde se vino á saber por todo el pueblo, y acudieron todos a ello; y con estar lleno de gente y haber ruido, el dicho pajarito nunca salió de allí, haciendo su oficio de limpiar la dicha Imagen y Caxa, y hueco de la dicha puerta, y estuvo de esta forma, hasta que se puso el Sol, que se fue quedando ya limpio (…) y otro año siguiente en el mismo día y hora volvió, y se vió otro pájaro de la forma, y manera del susodicho y hizo otro tanto en la dicha Imagen y contorno de ella, como el pasado, y lo vió todo el pueblo (…) y no se fue sin salir de allí, hasta que venía la noche (…). Los vecinos de esta Villa con devoción aderezaron la dicha Imagen, y portada, y está con mucha limpieza, y los sábados á las noches arde una lámpara delante de la dicha Imagen; y así aderezaron los vecinos de la villa, todas las puertas de la Villa lo mejor que pudieron (…) y con los años de necesidad ó con la poca devoción que había en los Vecinos (…) se dexase de encender muchas veces la dicha lámpara, y á limpiar la Capilla donde estaba otra Imagen de Nuestra Señora, adonde había algunas arañas, sucedió que el Sábado que se contaron siete de Mayo de este año del Señor, de mil y quinientos, y ochenta, por la mañana, los vecinos que salían por la puerta de la Villa vieron un pajarito muy hermoso, pequeño, que estaba limpiando las arañas, y el polvo que tenía la Imagen de Nuestra Señora, y la Caxa de madera donde está, y las arañas que había en todo el hueco de las puertas de la Villa, y como o vieron las gentes por la mañana comenzóse á decir por la villa; (…) y nunca el pajarico se fue, ni salió del dicho hueco de la dicha puerta (…)  por lo qual el Gobernador de esta Villa y Provincia, viendo esta maravilla lo mandó tomar por testimonio: estuvo el paxarico haciendo el dicho oficio desde la mañana que le vieron, hasta las quatro de la tarde que se fue en presencia de mucha gente, dejando limpia la dicha Imagen, y Caxa y portada (…)”.

El hecho es interesante. Un pájaro acude a limpiar la hornacina donde se había depositado la imagen de la Nuestra Señora de la Luz, que por los años de necesidades y la falta de devoción, estaba algo olvidada “(…) la dicha Imagen es muy antigua está allí, que memoria de hombres no se acuerdan de quando allí se puso (…)”. Tuvo entonces que regresar el pajarito a llamar la atención al pueblo acerca de la suciedad en que se encontraba la imagen.

Es el simbolismo del pájaro con trabajador y como ejemplo de pureza, porque como dice Matías Escudero “con los cien años de necesidad y con la poca devoción que había en los vecinos “(…) la imagen volvió al olvido, por lo que tuvo que regresar el pájaro y llamar la atención sobre la suciedad en que, los de la villa, mantenían a su Virgen; un recordatorio hacia la Virgen olvidada”. El pájaro la limpia -hace lo que los demás no han hecho, pero debían haber hecho- y deja resplandeciente la hornacina de la Virgen al tiempo que deja libre el hueco mariano y deja también libres de pecado las almas de quienes contemplan el hecho. Se produce una especie de dolor de los pecados, es este caso de olvido, a nivel colectivo.

Era, justamente, la pureza que faltaba al pueblo en aquellos momentos. Un  pueblo que había dejado en el olvido su antigua talla.

El pájaro limpia; hace lo que demás no han hecho y, al mismo tiempo que deja resplandeciente la hornacina donde está la imagen de la Virgen, deja también libres de sus pecados a las almas de quienes contemplan el prodigio. Se produce una especie de “dolor de los pecados”, en este caso pecado de olvido, a nivel colectivo (2).

Yo lo compararía con las “tres veces” con las que el pastor intenta convencer al pueblo de que ha encontrado una imagen. Ahora pastor y pájaro, como vimos antes que lo había sido aquel perro llamado “Cosula”, son equivalentes en la tarea de despertar al pueblo.

Estas intervenciones simbólicas de pájaros, tan interesantes, se convierten, a la vez, en uno de esos denominados “lugares comunes” tan frecuentes a lo largo de los tiempos, sobre todo en el aspecto literario.

Encontramos este tipo de huellas no sólo en la provincia de Guadalajara, donde ya  citado llegan con cierta tardanza (ya hemos visto que se trataba de 1580), sino también en algunas zonas alejadas espacial y temporalmente; tal la leyenda del abad de la abadía de San Salvador de Leyre (Yesa, Navarra) -más arriba citado- que, preocupado por el problema de la eternidad, se internó en la espesura del bosque escuchando el trinar de un pajarillo, de modo que, al regresar al monasterio, después de haber permanecido embelesado por dicho canto, no fue reconocido por ningún fraile, dado que habían transcurrido nada menos que trescientos años. Ante las explicaciones del abad, los frailes buscaron en los viejos papeles de sus archivos y encontraron, en efecto, que hacía mucho tiempo existió un abad llamado Virila, que una mañana fue al bosque y nunca regresó, tal vez devorado por las alimañas.

Pero ya en el templo, con el fin de dar gracias a Dios, cuando se oía el salmo “Mil años ante tus ojos son como el día de ayer, que ya pasó”, entró en la iglesia monacal un pajarillo -un ruiseñor- con un anillo abacial en el pico que colocó en dedo de don Virila (3).

El caso es que esta misma leyenda, tan universal, la hemos localizado también en Galicia, con frecuencia inusitada. Es aquí San Ero el monje visionario que estuvo arrobado trescientos años escuchando el trino melodioso del pajarillo. La podemos ver a través de O bendito San Amaro, de Cabanillas, extendida por toda Galicia y Portugal (4).

Las leyendas son exactamente iguales, pero hay que tener en cuenta que en el año 924 aproximadamente, fecha que nos ofrece dom Carlos María López (5), el abad Virila viajó a Galicia, por lo que, posteriormente, cara al nacimiento de la leyenda, deberá tenerse en cuenta este viaje y acoplarse al relato del pájaro a personas no muy conocidas que tomaron parte activa en la fundación de algún que otro cenobio, como debió suceder con san Ero, ya aludido, en tierras galaicas.

Y más, para finalizar, una bellísima guinda, debida nada menos que al rey Alfonso X el Sabio: la cantiga CIII:

Atan gran sabor avia

daquel cant’e daquel lais

que grandes trezentos años

estevo assi, ou mays,

cuidando que non estevera

senon pouco, com’está.

 

Quena Virgen ben servirá

A Parayso irá.

NOTAS

(1) GARCÍA LOPEZ, Juan Catalina, Memorial Histórico Español, Tomo XLII (II de las llamadas Relaciones Topográficas de Felipe II referentes a Guadalajara), pp. 119 y ss. Acompañando a las contestaciones del cuestionario van unos folios dedicados a las Cosas notables y dignas que se sepan, escritas por Matías Escudero y Juan Rodríguez, que se refieren a la limpieza que anualmente hacía un pajarillo de la imagen de la Virgen de la Luz, en su nicho de la muralla. “El hecho sucedió en 1540, el día de la víspera de Nuestra Señora de Septiembre, a la hora de tañer vísperas, en la puerta que se llama de Zorita”.

(2) HERRERA CASADO, Antonio, “ La leyenda del pajarito”, en Nueva Alcarria de 25 de febrero de 1972, publicado después en su Glosario Alcarreño, tomo I, Guadalajara, 1974, pp. 66 y ss. Recoge esta leyenda y da algunas noticias sobre la simbología del pájaro a través de los tiempos. Pero lo más importante es que “En el subconsciente colectivo del género humano queda esa imagen que asocia al pájaro con lo “puro” (el Espíritu Santo, la Paloma de la Paz, e incluso el pajarillo que, en el monasterio de Leyre cantó 300 años seguidos para enseñar a san Virila un pedazo de eternidad” y, a resultas de ello, la asociación de este animal con los mejores sentimientos idealistas y espirituales del hombre. ¿No eran, entonces, los mismos habitantes de Almonacid los que se purificaban a sí mismos viendo cómo un “pajarcito”, amorosamente, limpiaba una y otra vez la imagen de la Virgen, descargando de esta manera el sentimiento de culpabilidad que su dejadez y vagancia les había provocado?

Sigue enumerando otro caso parecido al de Almonacid, ocurrido en 1825 y sucesivos, el día 29 de agosto, con un pájaro, que al igual que el de nuestro, limpiaba la imagen de la Virgen del Puy, en Puente la Reina (Navarra), conocida como “La leyenda del chori” (txori = pajarillo), que figura también en el Diccionario de Navarra, Pamplona, 1842. También se recoge, aunque brevemente, la misma leyenda del “chori” publicada por DEL BURGO, Jaime Ignacio, en su obra Navarra, (Barcelona, 1972, p. 92), donde el pajarillo lavaba la cara de la Virgen colocada en una hornacina en el puente de los peregrinos, con las alas que, previamente, había mojado en las aguas del río. Véase SALVADOR Y CONDE, J., El libro de la peregrinación a Santiago de Compostela, Madrid, 1971, p. 122. También, aunque sea de pasada, en ENRÍQUEZ DE SALAMANCA, C., “Peregrinaciones a Santiago”, en Revista Geográfica Española, nº. 51 (Madrid, 1971), p. 73.

(3) LÓPEZ, Carlos María, O.S.B., Leyre, Pamplona, 1962, pp. 54 y ss. Reúne este completísimo estudio citas similares de autores anteriores: La cantiga que compuso Alfonso X el Sabio en honor de Nuestra Señora, en la que un monje, queriendo conocer las delicias del paraíso, queda extasiado oyendo una música celestial, y cuando despierta no reconoce los alrededores porque han transcurrido trescientos años.

Semejante a lo que nos cuentan Jacobo de Vitry (muerto en 1240), que narra la historia “Del abad que pensaba de qué modo podía estar en el paraíso sin tedio” (Antología de cuentos de la literatura universal, en Ramón Menéndez Pidal, Barcelona, 1955, p. 230), y la de Jacobo Varaggio (1230-1290), que en su Leyenda Áurea recoge el exemplo, difundido posteriormente a través de la Alphabeta exemplorum, la Alphafeta Nationum y la Disciplina Clericorum, del Rabí Maseh Saphardí, converso de Huesca.

Igualmente, afirma el autor de Leyre, que en el siglo XIV, el monje Félix, en Alemania, se hace eco del apólogo de san Virila y que, Clemente Sánchez, arcediano de Valderas (Léon), en su Libro de los ejemplos, escrito entre 1421 y 1423, describe así la leyenda:

“CX. Gaudium caelestis ineffabile est habientium:

Non ha home que pueda fablar quanta es la gloria celestial: dicen que un monje estando pensando cual sería el gozo sin enojo; fue enviada una avecilla del paraíso que cantaba muy dulcemente, e fuesse en pos della fuera del abadía. E estando oyendo los cantos de aquella avecilla, e fallose del monasterio e cuando tornó non lo querían rescibir ca non le cognoscían”.

(Arigito, “Manuscrito inédito de San Salvador de Leyre. Escrito en 1794”, La Avalancha, 1906, tomo XIV, p. 41).

Pero… Curiosamente, también encontramos esta misma manifestación de la hagiografía tradicional en la provincia de Guadalajara:

“Allí se dice que San Blas era natural de Cifuentes; que en la Cueva del Beato hizo vida ejemplar después de huir de la iglesia de Oretum, por ser cristiano y discípulo de Santiago Apóstol, habiendo padecido martirio en el año 77; que, enterrado en el campo, lo descubrieron por modo milagroso dos doncellas de Val de San García, testigos del martirio, las cuales, al volver a su aldea, se quedaron dormidas en una cueva con sueño que debió ser muy profundo, pues no despertaron sino trescientos años después, por lo que no es de extrañar que, al llegar a su pueblo, las desconociesen”.

(Memorial Histórico Español, op. cit., XLII, p. 366, nota 1. Noticias que el señor García López tomó de un escrito, publicado en Madrid, 1678, por Diego Martínez, que en sí era meramente una predicación a cargo del doctor don Pedro Nolasco Caballero, pronunciada en la fundación del oratorio de san Felipe Neri, en la llamada “Cueva del Beato”, en las proximidades de Cifuentes).

(4) DE SA BRAVO, Hipólito, Monasterio. Pontevedra, tomo I y en Cuadernos de Arte Gallego, nº. 40 (Vigo, 1965), p. 21, donde relata la fundación del monasterio cisterciense de Nuestra Señora de Armenteira, atribuida al noble gallego Ero o Erón, que abandona la vida cortesana y sus placeres para buscar la paz interior en las soledades de Castrove, donde se dedica a la oración y la penitencia.

(5) Op. cit., p. 58, nota 17.

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