Archive for septiembre, 2014

XXXI: La octava del Corpus en Valverde.

 XIX.- En esta ocasión, a través de este su artículo, se fija don Epifanio Herranz, con esa agudeza que tanto caracteriza, en Valverde de los Arroyos, uno de esos “pueblos negros” enclavados en la Sierra del Ocejón, y en la fiesta de la octava del Corpus Christi, que tanta fama tiene.

El pueblo, Valverde, sigue manteniendo su estructura urbana, su arquitectura “negra” a base de pizarra (aunque con algunos cambios producto de la natural evolución) y en conjunto sigue siendo un cogollo hecho por el hombre agazapado entre las grietas viejas de la tierra madre.

Los arroyos siguen manteniendo el agua pura y fresca y, cuando el tiempo lo permite, las “Chorreras de Despeñalagua” refrescan el ambiente e incluso sirven de ducha espontánea y natural al caminante que recorre las trochas del término.

Los viejos caminos fueron trazados por los nobles cazadores y las gentes que iban a levantarles los jabalíes, aunque fuera mejor tierra de ciervos y de osos; de ahí quizás el nombre del Pico que maternalmente ampara a Valverde en una de sus vertientes: el Ocejón, que fácilmente ha de venir de Osejón, el lugar de los osos.

Valverde1-400x267Las casas de Valverde, dice don Epifanio, son de piedra y pizarra, con entramados de madera. Sí, así es, y además, los tejados de gran superficie dejan escurrir las nieves invernales y las ventanas, los “vanos” que dirían los arquitectos, son diminutos al norte y algo mayores al sol. Las chimeneas grandes, casi inmensas, y es que la vida se hacía en la cocina por aquello del calor, que se aumentaba en los pisos superiores con el propio de los animales de las cuadras, que se situaban en la parte inferior. Los muros gruesos no permitían salir el calor ni entrar el frío que, en aquella zona y en invierno, solía ser insoportable.

Dice don Epifanio que aquello “constituye un remanso de paz en contrapunto al ajetreo de la ciudad”.

Dijo don Epifanio aquellas palabras hace casi veinticinco años y desde entonces ha llovido mucho y son muchos los adelantos que la provincia de Guadalajara ha venido recibiendo: las comunicaciones se fueron mejorando; la electricidad llegó a todas las casas, al igual que sucedió con el agua corriente (las mujeres ya no tenían que ir a la fuente y cargar con los cántaros ni bajar al arroyo para lavar la ropa ¡menudo adelanto!); el ritmo alimenticio cambió al igual que la forma de vestir… ¡Tantos cambios en tan poco tiempo que apenas si podían asumirse con total normalidad!

Cambios y cambios en todo, porque los cambios en lo social afectan a lo personal, pero algo se mantuvo en su natural esencia (o, al menos, no varió demasiado): la fiesta de la octava del Corpus, un rito religioso que perdura desde hace siglos. Por lo menos desde 1606, cuando Paulo V papa concedió a los cofrades del Santísimo poder “permanecer cubiertos y danzar ante el Misterio con paso reverente”.

Una fiesta que don Epifanio no describe pormenorizadamente, pero que deja entrever donde un grupo de danzantes, atractivamente ataviados para la ocasión, ofrece sus bailes al Santísimo, arriba, en las Eras, donde el sacerdote bendice al pueblo, para después finalizar la Eucaristía en la iglesia del pueblo.

 “Fiesta de puro gozo y exaltación del Sacramento que templa el ánimo, nutre al hombre peregrino y es fuente saludable de gracia”.

Religiosidad y arte en constante perpetuación.

Y dice más don Epifanio que el día se completa con un “auto sacramental” en el portalejo de la iglesia, interpretado por los propios valverdeños, algo que venía a ser tradicional en los años dorados para algunos (y paupérrimos para tantísimas) del Barroco español, con el fin de que las gentes, generalmente incultas, pudieran entender los símbolos y alegorías teológicas en los que, siempre, el Bien vence al Mal.

Me gustaría finalizar estas breves notas con una cita, algo más extensa, de don Epifanio, que dice así:

 “Valverde tiene todo lo que necesita para que la fiesta de la Octava sea auténtica: religiosidad, arte, tipismo del caserío y belleza natural. Todo ello enriquecido por la categoría de sus habitantes…”.

Y añade don Epifanio:

 “Yo, cuando el camino era difícil, más de una vez estuve de atento mirón, y siempre recuerdo la buena impresión”.

Y yo también me sumo a sus palabras y sentimientos, pues que la primera vez que acudí a Valverde, fue en el año 1969, cuando el camino era infernal, no había luz y en Casa Paco nos podíamos tomar una cerveza, ¡gracias a Dios! a que el dueño del garito la refrescaba en un bidón de gas-oil, entre hielo y paja, con un saco mojado por encima y si querías comer, o te llevabas un bocadillo de casa o a tirar de lata (con suerte).

La verdad es que a mí me gustaba mucho aquel viaje que hacíamos todos o casi todos los años mi amigo Tomás Fernández -que conducía el buga- y un servidor, acompañados, en ocasiones, por la familia.

Pero desde entonces han caído muchas hojas del taco.

José Ramón LÓPEZ DE LOS MOZOS

Notas

(93) Op. cit., pp. 310-311. 143 (Flores y Abejas, 5-VI-1991).

XXX: Día de letanías.

 XVIII.- Poco queda ya para que estos escritillos míos toquen a su fin, aunque los de don Epifanio sigan tan vibrantes como siempre. Ya vamos por la página 307 de su libro, del libro que llevamos comentando con todo el cariño que merecen esos folios cargados de sencillez, belleza y cultura popular sin excesos llamativos que se llama Guadalajara por dentro.
Don Epifanio -al que hace unos días tuve el placer de saludar, antes de dar comienzo a la conferencia que me invitaron a pronunciar en la iglesia de Santiago de Sigüenza, con motivo de la celebración de la celebración de las XL Jornadas de Estudios Seguntinos, como homenaje al que fuera Cronista Oficial y gran amigo Juan Antonio Martínez Gómez-Gordo- sigue como siempre -al menos yo lo veo como siempre, aunque él dice que los años no pasan en balde- y sigue empecinado en no querer hablar de sus libros, de sus trabajos, de esas delicadas obras que sin duda ha dejado para los lectores del mañana.

“¡Vanidades aparte, José Ramón! Los libros sólo son libros”.

Pero ya digo, este mi pequeño homenaje a don Epifanio, va tocando a su fin. Y hoy, sin más, tocaré un tema que, como todos los religiosos, sé que le apasiona. Me refiero a “Día de letanías”.

Viene todo a cuento de celebrarse durante el mes de mayo la mayor parte de las funciones relacionadas con la Virgen, una de las cuales es la que realizan en conjunto cinco pueblos del Señorío de Molina, durante la semana de la Ascensión. Se trata de Canales de Molina, Herrería, Rillo de Gallo, Terraza y Ventosa, que en amor y compaña acuden al santuario de la Virgen de la Hoz, en Corduente, donde según la tradición antañona y secular, un pastor preparó un altar para la imagen que allí, entre la arboleda y las zarzas, se le apareciera en uno de aquellos ya lejanos años de comienzos del primer milenio.

Ese día recibe el nombre de “Día de las Letanías”.

Dice don Epifanio que antes de llegar al lugar sagrado, los peregrinos deben esperar a que lleguen las gentes de todos los pueblos participantes; después, ya sí, se inicia una procesión que van abriendo las cruces parroquiales de los pueblos concurrentes, tras las que van los propios pueblos -siguiendo un orden previamente establecido-: primero las autoridades, luego los vecinos que son los encargados de entonar las “Letanías” hasta la llegada al santuario, donde se celebra la misa como acto principal del día.

Lo más curioso es que cada año le corresponde a un pueblo ostentar la presidencia y encargarse de invitar a los romeros. A la hora de la comida, los Ayuntamientos contribuyen gratuitamente al gasto del vino y del postre que se entrega a todos los  reunidos en la hospedería, “a modo de cortesía ritual”, ya que hace años, cada pueblo disponía de una habitación para reunirse.

(En otros pueblos, en lugar de reunirse en una habitación, los peregrinos de cada localidad se reúnen en un lugar convenido de antemano, denominado “rancho”, donde disponen del vino gratuito y de leña suficiente con la que hacerse la comida, como sucede en la “Procesión de las Cruces”, de Mirabueno).

Ahora, una vez restaurada la hospedería todos se reúnen en un salón, cosa que no termina de satisfacer a la mayoría. Ya se sabe que en estas cosas, como en tantas otras, hay gustos para todos. El caso es que los de cada pueblo quieren reunirse con sus convecinos para hablar de sus asuntos sin que se enteren los de los pueblos circunvecinos.

Pero… yo creo que es mejor que todos disfruten juntos de un día tan especial como este de las “Letanías”, que debe ser de todos.

Dice don Epifanio que el día da para mucho y que en él se suceden los actos “serios” con el humor y que, entre bocado y rezo, aún queda tiempo para el juego, la convivencia y los saludos amistosos.

Después, acabada la jornada, se reza el Rosario y se da la despedida a la Virgen, regresando a modo de procesión hasta el lugar en el que, por la mañana, comenzó la rogativa anual.

Son tradiciones, recuerda don Epifanio, que “sirven para despejar somnolencias humanas y abrir el espíritu a los divino”, y además “dejan, como el vino añejo, un buen sabor de boca”.

Aunque, por esas cosas de la vida, cada día son menos las manifestaciones de este tipo que se vienen realizando en nuestra geografía provincial.

 

José Ramón LÓPEZ DE LOS MOZOS

 

 

Notas

 

(92) Op. cit., pp. 307-308 (140), publicado antes en Flores y Abejas del 15-V-1991.

Ir a la barra de herramientas