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XXXII: “Las Sanjuaneras” de Sigüenza.

 

XX.- “Estoy viendo y leyendo el libro “Sigüenza, Historia-Arte-Folklore” del Dr. Martínez Gómez-Gordo” (94).

Así comienza esta bellísima colaboración de don Epifanio acerca de uno de los libros más interesantes que, acerca de la etnología y el folklore seguntinos, escrito algunos años antes por don Juan Antonio Martínez Gómez-Gordo,  que fue, entre otras muchas cosas, Cronista Oficial de la ciudad y celebrado amigo (95).

En este libro, como con tanto conocimiento apunta don Epifanio, el Cronista va descubriendo muchos aspectos, algunos sobradamente conocidos, otros no tanto, sobre la ciudad del Doncel: la catedral, iglesias, conventos, palacios, las calles silenciosas, rincones… la luna.

Don Epifanio, en esta ocasión, selecciona unas cuantas páginas destinadas al tiempo festivo y, más concretamente, sobre las tradicionales “Sanjuaneras”, fiestas que han perdurado vivas, -aún lo están-, al contrario que otras que ceñidas a la vida tradicional, han desaparecido con el paso del tiempo y por la dejadez humana (puesto que es el ser humano su principal protagonista).

En Sigüenza, ya digo, la fiesta de San Juan aún la siguen celebrando los barrios de arriba y de abajo, que también la animan con teatros callejeros, verbenas, concursos y rondallas. Todo un mundo de alegría y colores luminosos.

Dice don Epifanio que durante las vísperas se van preparando los “arcos de San Juan”, adornados de forma natural con multitud de ramas de árboles y flores, en los que se coloca la imagen del santo, generalmente una lámina o estampa coloreada y enmarcada, ante los que los niños bailan las “sanjuaneras” para, acto seguido, pasar la bandeja en solicitud de alguna que otra monedilla.

En ocasiones invitan al visitante a una copeja de anís o de coñá con alguna que otra galleta o pasta de dulce.

Y, como manifestación, la más democrática en este tipo de asuntos, corresponde a un jurado popular conceder los premios a los arcos más llamativos y singulares.

Llegada que es la esperada noche de San Juan, noche mágica por excelencia, noche solsticial, se ronda a las mozas, y después, aquellas que -según la opinión moceril- han sido más ríspidas y antipáticas a lo largo del año, recibirán en su balcón cardos borriqueros como regalo, mientras que las más simpáticas y agradables, serán obsequiadas con flores y poesías amatorias, pues que la noche sanjuanera es (o era) otra noche más del año en la que la juventud de ambos sexos se iba buscando, se “emparejaba”.

Pero continuemos, que la ronda sigue su camino mientras  las voces viriles cantan con total delicadeza una estrofa que dice así:

 

“Me quité las zapatillas

al entrar en tu jardín

me quité las zapatillas,

`pa´ no pisar las flores

me fui por las orillas”.

 

Añade más don Epifanio, que la hoy desaparecida ermita de San Juan, próxima al castillo, era custodiada por una cofradía muy antigua, y que, años atrás, finalizada la procesión, se bailaba en la “pradera del Ojo”, acabando todo con una chocolatada y prendiendo fuego a las hogueras que previamente había preparado la chiquillería.

 

Otra muestra de delicadeza y finura:

 

“La mandaría empedrar

si la calle fuera mía,

la mandaría empedrar

con onzas de chocolate

y en cada esquina un rosal

si esta calle fuese mía”.

 

¡Qué buen final, don Epi! ¡Y qué belleza la de las seguidillas que a veces surgían espontáneas de los alegres mozos rondadores!

 

NOTAS

(94) MARTÍNEZ GÓMEZ-GORDO, Juan Antonio, Sigüenza (Glosario de la Historia, Arte y Folklore seguntinos), Sigüenza, 1978, 321 pp.

(95) Op. cit., p. 313, publicado en Flores y Abejas el día 19-VI-1991.

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