Fiestas, romerías y otras manifestaciones marianas

 

Algunas fiestas del mes de mayo: romerías y otras manifestaciones marianas

Por José Ramón López de los Mozos

COBETA.- Romería a la ermita de la Virgen del Montesino (Sábado anterior al Domingo de Pentecostés).

Una sencilla descripción nos indica que

“Aún se conserva el rito folklórico de la llamada Fiesta de las siete banderas, que consiste en una alegre y numerosa romería de los pueblos de los alrededores, la víspera de la onomástica de Nuestra Señora de la Asunción, a la que cada pueblo lleva alta y coloreada su bandera o pendón. Se cuenta de Cobeta que siempre era el suyo el más alto, y en cierta ocasión llevaron uno más alto aún que la torre de las campanas de la iglesia parroquial”.

Es una procesión que se conoce con el nombre de Fiesta de la bandera o romería de las Siete cruces y siete banderas, en la que al finalizar las siete vueltas de las cruces (número mágico) y las banderas alrededor de la ermita, se realiza una comida campestre muy animada.

Notemos como dato interesante y llamativo desde fuera el que sean siete los pueblos asistentes con sus correspondientes cruces y pendones: Cobeta, Torremocha del Pinar, Selas, Anquela del Ducado, Aragoncillo, Olmeda de Cobeta y Villar de Cobeta, que aparecen con sus respectivas cruces parroquiales, que entrechocan en señal de fraternal saludo y buena vecindad, además de portar cada uno un estandarte de altísimas dimensiones, así como siete son también las vueltas que, como hemos visto, han de dar en derredor de la ermita.

 

VENTOSA (Corduente. Santuario de la Virgen de la Hoz).- La Loa (Sábado anterior al Domingo de Pentecostés).

Desde Molina de Aragón, capital de su Señorío, hasta el santuario de la Virgen de la Hoz se va rezando el rosario. Posteriormente tendrá lugar, en la explanada delantera, la representación de un auto sacramental, sencillo, denominado La Loa o La Loa del Gallego.

En él intervienen personajes diversos desempeñando papeles de bobo o gracioso (el simple de otros autos), el ermitaño, el zagal, el gallego que siempre sale mal parado, el zamorano, el ángel que envía a los demonios a las entrañas del infierno, demostrando una vez más, en triunfo del Bien sobre el Mal, etcétera.

Finalmente, ocho danzantes ataviados de antigua milicia interpretan unas danzas de palos y espadas y la denominada danza de La Cadena, para concluir su actuación con un desfile y la construcción de una torre humana en la que el ángel grita varios vivas a la Virgen.

ATIENZA.- La Caballada (Domingo de Pentecostés. Móvil).

A la muerte de Sancho III, en 1158, le sucedió en el trono Alfonso VIII, a la sazón con cuatro años de edad. Ante esta circunstancia, su tío, el rey leonés Fernando II, intenta usurparle el trono de Castilla. A ello se opone la noble familia de los Lara, que, con el rey niño, huye de Soria refugiándose en la fortificada villa de Atienza, que se ve cercada al negarse sus habitantes a entregarle el niño a su tío.

En 1163, el día de Pentecostés, sale una expedición de arrieros atencinos en viaje de negocios, que al llegar a la ermita de la Virgen de la Estrella notan la presencia cercana de las tropas leonesas que les persiguen.

Los recueros de caballerías más resistentes camuflan entre sus mercadurías al rey, y prosiguen su camino, mientras que el resto de los arrieros permanece en la ermita bailando, como especie de trampa con la que distraer al enemigo.

Al cabo de una semana, los arrieros que habían escapado de Atienza con Alfonso VIII llegan sanos y salvos a Segovia.

Para conmemorar este suceso, los arrieros atencinos crearon una cofradía denominada de la Santísima Trinidad, aunque sin olvidar a su anterior patrón, san Julián, más conocida como La Caballada, aun existente.

La conmemoración tiene lugar de la siguiente forma: del sábado víspera de Pentecostés se conoce como día de las siete tortillas. Se hacen siete tortillas diferentes, una por cada miembro de la junta, que representan cada uno de los días que se invirtieron en el camino entre Atienza y Segovia. También en este día, el prioste, el mayordomo, el manda y la junta de la cofradía acuden a la ermita de la Estrella, acompañados de dulzaina y tamboril, para plantar el ramo en el que al día siguiente aparecerán colgadas las roscas y frutos que se han de subastar.

Llegado el Domingo de Pentecostés, los músicos van despertando a los cofrades, que se dirigen hacia la casa del prioste, en uno de cuyos balcones ondea el pendón de la cofradía.

Una vez reunidos todos, van a recoger al abad, y a caballo a la voz del manda, recorrer las históricas calles de la villa camino de la ermita de Nuestra Señora de la Estrella y escuchar la santa misa.

Precede una procesión con subasta de maneros, cuyas pujas anota cuidadosamente el fiel de fechos, realizándose los pagos especie, generalmente trigo o cera. Sigue la comida, en privado.

Por la tarde tiene lugar el baile de los cofrades que realiza cada uno de ellos de forma individual en recuerdo de aquellos otros, amoriscados, que llamaron, hace más de ocho siglos, la atención de los soldados leoneses. Parece como si cada cofrade bailase con la Virgen una danza ágil para la que se necesita gran destreza.

Terminado dicho baile, nuevamente a la voz del manda, montan en sus caballerías y precedidos por el abanderado regresan a la villa, al arrabal de Puertacaballos, donde tendrán lugar desenfrenadas carreras entre los cofrades, participando también el abad.

La fiesta conmemorativa finaliza acompañando al abad a su casa, donde ofrece limonada a los miembros de la junta.

Por último, el lunes, día de la cernina, se rinden cuentas, se escota y se ofrece un funeral por el alma de los cofrades difuntos.

 

MIRABUENO.- Procesión de las Cruces y romería a la Virgen de Mirabueno. (Sábado anterior al penúltimo domingo de mayo).

Una de las advocaciones más interesantes de la provincia de Guadalajara, en su aspecto mariano, es el que se refiere a la Virgen de Mirabueno, patrona del pueblo de su mismo nombre.

Dice la leyenda ancestral que, hacia el año 1350, una pastorcilla natural de Mandayona encontró en el hueco de una encina una paloma blanca, que recogió y metió en su zurrón. Poco después, al encontrarse con su hermano, fue a enseñársela, diciéndole: “Mira, Bueno” -pues tal era su nombre-, viendo al tiempo que la paloma había desaparecido del morral. Así hasta tres veces, como suele acontecer en este tipo de leyendas hagiográficas, en que una Virgen suele aparecerse varias veces, por lo general tres, cinco, siete o nueve, siempre números impares y, por lo tanto, mágicos -por masculinos- en la mayoría de las religiones antiguas a personas tales como pastores, niños y, en ocasiones, a enfermos mentales.

Posteriormente, siempre se demostraba que la “aparición”, después del número correspondiente de veces, ya materializada, tenía que ser reconocida y recogida o transportada por el sacerdote del lugar más cercano, en este caso el de Mandayona, que arrepentido de su duda, sugiere, haciendo caso de las palabras de la Virgen aparecida, y como religioso que es y por lo tanto persona en quien poder depositar alguna confianza, la construcción de un templo sencillo o en su defecto de una simple ermita. Que era lo que solía suceder.

Tal es el caso de multitud de explicaciones que se ofrecen para dar a conocer los orígenes de alguna ermita, y tal es la que también se ofrece en el caso de la Virgen de Mirabueno, que después de las tres veces no quiso que su templo se construyese en Mandayona, sino en una nueva población, que recibiría precisamente el nombre de Mirabueno, cosa que habría que estudiar con mayor detenimiento, toda vez que dicha localidad fue uno de los pueblos que formaron parte de la marca seguntina durante el periodo de ocupación musulmana, hasta la reconquista definitiva de estas tierras por el obispo don Bernardo de Agén, en 1123 ó 1124. (Leyenda e historia unidas).

El caso es que el hecho de que la Virgen de Mirabueno no fijase su aposento en Mandayona, y sí donde ahora permanece desde antiguo, dio origen a una coplilla, que hace algunos años se tuvo por de picadillo sociocéntricamente hablando, y que hoy no es más que el simple recuerdo de una manifestación sencillamente tradicional y tradicionalmente asumida  por quienes desde hace años han venido asistiendo a esta fiesta tan interesante y durante tanto tiempo olvidada, que en ella se registra:

Virgen de Mirabueno,

blanca paloma,

bájate a los jardines

de Mandayona.

 

Parece ser que tas el aparecimiento de la Virgen en la encina del monte a que hemos hecho referencia, y gracias al nombre del hermano de la niña que descubrió su imagen en el hueco del árbol, nació el pueblo que en la actualidad recibe el nombre de Mirabueno y que conservaba hasta hace algunos años la base, tronco y algunas pequeñas ramas bajas de la encina donde, al parecer, tuvo lugar el milagroso suceso, aunque, en realidad, dicho nombre, toponímicamente nada tenga que ver con el del hermano de la pastorcilla y sí con su ubicación, en el borde de una altura desde la que se puede otear una gran extensión de terreno, a modo de centinela y defensa.

Tronco y ramas, reliquias al fin y al cabo, sucumbieron víctimas del acendrado amor que los romeros y peregrinos le brindaron. Decíase que las astillas de tal encina defendían de las enfermedades y que por ese motivo desapareció -convertido en minúsculas partículas- el santo árbol que cobijó la imagen sagrada de María.

Hasta hace poco tiempo (1990 aproximadamente, o poco antes), los romeros podían ver en el camarín del santuario los ya escasos restos de la encina. En la actualidad nada queda. Sólo un pequeño hueco que nos recuerda la pasada existencia del hecho.

La devoción a la Virgen de Mirabueno se había extendido poco a poco y eran muchos -como sucede en la actualidad- los pueblos que acudían a honrar el santuario del pueblo de su aparición.

Surgió entonces una tradición, hasta hace relativamente pocos años recuperada, en la que el sacerdote y el alcalde de la población enviaban -y siguen enviando- a un lugareño con una credencial indicativa de quién es y una invitación a participar en los actos del día de la fiesta mariana anual. A tal propio se le conoce por el nombre de veredero, pues su misión no es otra que la de entregar las correspondientes veredas o invitaciones de asistencia con la reglamentaria cruz procesional, a los párrocos y ayuntamientos de ciertos pueblos que seguidamente damos a conocer, a través de las tres distintas veredas (o caminos) existentes:

 

1ª) Torremocha del Campo, Algora, Torresaviñán, Tortonda, Fuensaviñán, Laranueva, Navalpotro, Renales, Abánades, Torrecuadrada de los Valles, El Sotillo y Las Inviernas.

2ª) Castejón de Henares, Almadrones, Argecilla, Valfermoso de las Monjas, Utande, Ledanca, Gajanejos, Hontanares, Alaminos, Cogollor, Masegoso de Tajuña, Valderrebollo y Yela.

3ª) Bujalaro, Matillas, Mandayona, Villaseca de Henares, Aragosa, La Cabrera, Pelegrina, Moratilla de Henares, Palazuelos, Carabias, El Atance, Baides, Viana de Jadraque, Huérmeces del Cerro y Santiuste.

Una cuarentena de pueblos, según se especifica en las precedentes veredas. Cada uno de aquellos grupos llegaba. -y aún  hoy sucede lo propio- a Mirabueno y se asentaba en su lugar correspondiente (en su correspondiente rancho). Tal era la organización. Todos sabían el lugar donde debían descansar a su llegada.

Se les salía a recibir con la cruz procesional, de plata, que se chocaba en señal de abrazo y bienvenida, y en cada sitio, hombres y acémilas, comían su ración, esperando la hora de la misa mayor, a eso de las doce del mediodía, y todos querían entrar en el santuario y los alrededores no daban abasto, no se cabía por los rincones, y allí un vendedor y allá otro, y en la tasca el buen vino de la tierra que dejó fuera de curso el canto triste de la filoxera y que ya no ha levantado cabeza desde entonces.

 

CIFUENTES.- La caridad de san Isidro Labrador. (15 de mayo).

 Varios elementos intervienen en esta fiesta que se celebra en Cifuentes el día de san Isidro Labrador: la procesión del santo en sí misma,  como muestra de fe de los lugareños y, en primer lugar de los labradores y agricultores, de quien es patrón y protector, acompañada y presidida por las autoridades civiles y religiosas, y la entrega de una caridad consistente en una panota y un huevo duro.

Dos elementos; el religioso y, ese otro que podríamos considerar añadido o profano, del huevo duro.

Nada nuevo hay en la entrega por parte de cofradías, hermandades y ayuntamientos de caridades consistentes en los más variados productos: cañamones tostados, pan con anisillos, queso, bacalao, vino… que antiguamente, en el mundo rural, servían para apaciguar el hambre de los más pobres.

Pero son muy escasas las caridades consistentes en huevos duros (que en algunos lugares se suelen echar a rodar por el suelo). El huevo rueda por el suelo, por la tierra, que también es más o menos redonda y, al rodar, adquiere cierto poder generador y fertilizador. Cuando un hombre o una mujer cogen ese huevo, por mero contacto con él adquieren para sí sus propiedades. Es decir, descargan el huevo de sus poderes generador y fertilizador o fecundante, que pasan a ellos.

Queda, pues, el huevo como recuerdo de una manifestación religiosa ancestral (hoy profana) que se cristianiza a través de la bendición, la misa y la procesión del santo protector. Y la fertilidad que se le pide al santo para el agro,  se adquiere por la fe y por el huevo que hará que las cosechas sean abundantes para poder vivir. Al igual que sucede con la panota, hecha de trigo, y que simboliza el cuerpo de Cristo, alimento del cuerpo y del alma.

Un san Isidro que ara las tierras. -¡qué mejor imagen del acto sexual: la reja del ardo penetrando la tierra para fertilizarla!- provocando con ello buenas cosechas y frutos sanos y abundantes… Por eso el día de su conmemoración festiva se regalan caridades de huevo, es decir, del germen del que nace el pollo y crece el gallinero y la despensa está asegurada.

Y también limonada fresquita.

MARANCHÓN.- San Pascual Baylón. (17 de mayo, movible al domingo más cercano). 

Es, después de la celebración de la Virgen de los Olmos, patrona de la localidad, la fiesta más importante y su manifestación más característica es la danza del Pollo, extendida por tantos y tantos pueblos del Señorío molinés con numerosas variantes, aunque hoy si contar con la concurrencia de la gaita y el tamboril.

Su religiosidad queda patente en el acompañamiento que se hace durante la procesión del santo.

Se suele practicar sin distinción de sexo ni edad y, en sus evoluciones recuerda una especie de danza de tipo votivo en la que los participantes logran casi el éxtasis a lo largo de la procesión, y hoy en el baile que tiene lugar en la plaza del Ayuntamiento. Se trata de un baile, duro, rápido, consistente en constantes giros que, a veces, conducen a los participantes en él a recibir numerosos golpes y encontronazos y también a producirlos, pues “…se entregan a él con verdadera avidez y fonición, arrostrando las incomodidades que produce el continuo arremetimiento de unas a otras parejas y la carrera alocada y característica del baile propiamente dicho”.

Posiblemente se trate del reflejo de una danza de tipo solar-circular, que se bailaba por parejas, tratando de provocar choques y encuentros, lo que entrañaría una impregnación, quizá de carácter fertilizador, cara a mejorar las condiciones de vida del pueblo y sus gentes.

 

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