Con la quema, apaleamiento o lapidación, o mediante disparos de escopeta “mueren” los “judas”, muñecos, especie de espantapájaros, de estrafalaria vestimenta, que los mozos de los pueblos construían para celebrar un tanto carnavalescamente el final de la Semana Santa, generalmente en el momento en que la Virgen y su Hijo se abrazan en la procesión del Domingo de Resurrección.
Dicen los que saben que tan estrafalaria figura representa o se inspira en el apóstol traidor que, después de haber vendido a Cristo por treinta dineros, se ahorcó. Es posible que estemos ante una cristianización de un hecho muy anterior en el tiempo, quizá emparentado con antiguos cultos dendrolátricos, en los que el árbol en que se colgó también fue el que propició el Pecado Original. Aunque no hay que olvidar que tampoco deja de estar emparentado con ese otro árbol, el “mayo” que recuerda el cambio del mundo hiemal a la resurrección de la naturaleza. La muerte del “judas” como representación de la muerte del invierno y el nacimiento de la primavera, dando lugar a ese ciclo eterno del eterno retorno.
Pero a ello hay que añadir algunos aderezos más como, por ejemplo, las claras connotaciones sexuales con que en algunos casos se acompaña: descomunales y elefantiásicos genitales representados por hortalizas: nabos, zanahorias, patatas… Además de carteles soeces colgando del cuello e insultos procaces y obscenidades que gritan los mozos, los quintos de antaño, y en algunos casos las mujeres, como es el caso de Cogolludo, donde las mujeres son las encargadas de mantear al “pelele”, pues tal es la denominación que en dicha localidad recibe. “Pelele” que los mozos quieren robarles a toda costa, en cuyo caso va derecho al “pilón” o le cuelgan letreros y atributos impúdicos.
Pelele, traidor,
Nadie te queremos.
Pelele, canalla,
Hoy te quemaremos.
En muchos lugares se juzga al “judas”, se le condena a muerte y se le ajusticia. Y tras esa exposición a la vergüenza pública por las calles del pueblo, a veces a lomos de una borriquilla (que solía llevarse más palos de la chiquillería que el propio “judas”), como sucedía en Berninches, se leía su testamento (Testamento de Judas), como hace años se hacía en Fuentelahiguera -donde hoy se le cuelgan carteles del cuello y se le ahorca- trás arder pendiente de una rama al finalizar la misa mayor.
Son testamentos de poca calidad literaria, pero de gran interés etnográfico, porque en ellos se deja constancia de los pecadillos de andar por casa de los mozos, los quintos, sobre los que recaía el peso de la sociedad rural y que no dejaban de ser también los pecadillos del propio pueblo. Por eso se inmolaba al “judas” en una especie de rito de purificación a través del fuego. Unas llamas que devoran todo lo “malo” del lugar -lo peor desechable- contenido y representado en el “judas” que, tras morir ante la burla general, da lugar -como se ha dicho más arriba- a una nueva vida recién estrenada, hasta que se cumpla otro año, otro nuevo ciclo vital.
Estamos por tanto, según algunos, ante un personaje expiatorio, y también, según otros, ante una inversión paródica de la pasión de Cristo. Pero esto ya es mucho decir.
En fin, serían muchas las ideas que se han venido desarrollando acerca del significado o del contenido de estos personajes de tela rellenos de paja.
El caso es que en la provincia de Guadalajara aun quedan lugares, no muchos por desgracia, donde se mantenía hasta hace poco y, en algunos casos todavía se mantiene, la costumbre de confeccionar “judas” y darles su merecido: Ablanque, Bocígano ( donde los mozos hacen dos “judas” tras cuya quema los mozos persiguen a la vecindad con ramas y palos encendidos), Cifuentes, Cogollor (donde son confeccionados por la chiquillería), Escariche (con sentencias al cuello), Huertahernando, Luzón, Maranchón, Megina, Moranchel (con “judas” y “judesa”), Navalpotro, Pareja, Peralejos de las Truchas (con motivo de la celebración de la romería de la Virgen de Ribagorda), Saelices de la Sal, Santa María del Espino (también con “judas” y “judesa”, a los que se dispara con escopetas), Zaorejas (donde su expresión sexual es máxima) o en Zarzuela de Jadraque (cuyos “judas” de gran tamaño nos recuerdan por su forma al bandido Miel Otxin del carnaval navarro de Lanz).
En Sigüenza, donde cada barrio confeccionada su “judas”, compiten en estruendo, ya que entre la paja de su relleno hay multitud de petardos y correpiés que revientan mientras arden. Se sacan el Domingo de Resurrección y, tras su quema, tiene lugar un pantagruélico desayuno a base de sardinas fritas o chocolate, según gustos.
Curiosamente, por la fecha, que es el 28 de octubre, recorre las calles de El Cubillo de Uceda un personaje, ahora varios, semejantes al tradicional «judas» que se conoce por el “sansimón”, de gran atractivo.
Una fiesta, esta del “judas”, de gran contenido simbólico que habría que mantener en su pureza originaria. Al menos en esa “pureza” que conservaban cuando nuestro recordado amigo y maestro S. García Sanz recopiló seis ejemplos pertenecientes a las serranías de Atienza y Tamajón, a los antiguos partidos de Cifuentes y Sigüenza, a parte de los de Cogolludo y Brihuega y al Señorío de Molina, puesto que ni en la Campiña ni en la Alcarria Baja se celebraban estas manifestaciones folklóricas, algunos de los cuales ya hemos citado: –Peralejos de las Truchas (“En Pinilla nació el Judas,/por Vallorente pasó,/y por su mala cabeza,/en Peralejos murió”), Sacecorbo, Peñalva de la Sierra (donde los mozos robaban las ropas tendidas y olvidadas de recoger por las que sus dueñas tenían que pagar un rescate -que se empleaba en una merienda- para poderlas recuperar, porque de lo contrario servirían para vestir el “judas”), Palazuelos, Cifuentes y Cogolludo– y los dio a conocer en la Revista de Dialectología y Tradiciones Populares, [IV (1948), 619-625], a través de su trabajo: “La quema del Judas en la provincia de Guadalajara”.
(Fotos: L.A. Martínez Gómez. Judas de Fuentelahiguera)