En este tercera entrega, José Ramón López de los Mozos escribe sobre Balconete y el tesoro de Retuerta, los pairones molineses y el Corpus.
10) En “Balconete y el tesoro de Retuerta”, describe la topografía urbana del primer lugar, situado a media ladera y con una calle alargada en la que confluyen todas las demás, a cuyo término se agregó el antes perteneciente a Retuerta, despoblado desde 1787.
Cuenta un suceso que se transmite de generación en generación: se dice que por culpa de una pelea vecinal en la que hubo un muerto, el alcalde de dicho despoblado fue apresado, por lo que los vecinos del lugar se trasladaron, por no querer saber nada, a los cercanos Balconete y Romancos.
Se trata de una leyenda que se narra en un romancillo que hasta hace poco se contaba en la zona:
“El tesoro de Retuerta,
contado con mil detalles
por ancianos de estos valles,
se da como cosa cierta.
Trabajando en una tierra
del abandonado caserío,
el amo vigila a los mozos
que ahora abren pozos
y luego plantan olivos.
¡Señor amo, señor amo!
-dice con aire de asombro
uno de los criados-
aquí hay muchas monedas de oro”.
Habían encontrado una olla repleta a repartir entre todos:
“Dejémoslo donde está
-tercia por fin el amo-
no sea que la autoridad
nos considere ladrones
a los tres. Está penado
no descubrir estas cosas.
Fina mentira y engaño
para los pobres criados”.
Y según se lo contaron, así lo cuenta (11).
11) Hay también una cita con los “Pairones molineses”, que nuestro autor analiza como elementos pétreos a modo de pilastra situada sobre un pedestal escalonado acabada en un pináculo y cruz, que en su parte superior suele contener azulejos o tallas referentes a la Virgen, santos locales y, las más de las veces, a las ánimas del purgatorio.
También como elementos de clara significación de lo cotidiano, transmisores de carácter votivo, en honor a los santos protectores del pueblo; funerario, en recuerdo de los antepasados, y bendicional, como punto o hito desde el que bendecir los campos.
A estos elementos precedentes se une otro concepto de tipo histórico herencia de los antiguos “mercurios”, a los que se arrojaba una piedra a modo de “alma” como protección para el camino, ya que estos pairones se colocaban generalmente en los cruces camineros. Piedra-alma que representa también a la oración en solicitud de bien para las almas del purgatorio, una vez llegado el momento de la cristianización. Piedra convertida en oración (12).
Unas páginas más y nos encontramos con otro breve trabajo, sencillo -como todos los de don Epifanio-, pero lleno de gratas sugerencias.
12) Se trata de “Tríptico eucarístico (Guadalajara capital-Selas- Valverde)”, a través del que ofrece una visión diferente de celebración del día del Corpus Christi, situada en cada uno de los lugares mencionados.
En Guadalajara refiere la salida, desde la concatedral de Santa María, de los miembros de la cofradía de los Apóstoles, posiblemente originaria del siglo XV, vestidos todos al modo antiguo y cada uno con el símbolo de su martirio, para lo que hace falta tener buena reputación y una conducta ejemplar.
En Selas, Gregorio XIII -mediante bula concedida a la cofradía del Santísimo el 4 de noviembre de 1578- permite que la imagen de la advocación parroquial, Nuestra Señora de la Minerva, pueda participar en la procesión junto al Santísimo, cosa rarísima según es norma litúrgica, con el fin de no distraer la atención de los fieles hacia la Hostia consagrada.
Del mismo modo, en Valverde de los Arroyos, el también Papa Paulo V concedió bula, en 1606, para que los danzantes de la correspondiente cofradía pudieran bailar ante el Santísimo Sacramento el día de su octava, como se sigue haciendo en la actualidad (13).
Nos consta que a don Epifanio siempre le han gustado las cosas sencillas y discretas, puesto que se trata de un hombre que quiere pasar desapercibido, de ahí también su tendencia a las cosas pequeñas y nimias, que no llamen demasiado la atención.
(11) Ibidem., pp. 80-81. (6-V-87).
(12) Ibidem., p. 98. (8-VI-87). En las pp. 99-100, fotografías de los pairones de Orea y Labros.
(13) Ibidem., pp. 101-102. (17-VI-87).