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XXV 4ª ronda de refranes: Almiruete, Villares y Garbajosa

 

X.- “Mascarada general en Almiruete y Villares los días de Carnaval”.

Comienza don Epifanio con este refrán y terminará con una copla. Pero antes alude a los carnavales de los dos pueblos mencionados. Parece ser que desde 1523 hasta los tiempos que corren, los carnavales han estado presentes en el mundo festivo con mayor o menor fortuna, puesto que alguna que otra ocasión han estado prohibidos. Surgieron posiblemente del mundo “pagano”, -quizá de las saturnales romanas- es decir, de un mundo “religioso” que nada tenía que ver con el Cristianismo, del pasaron a ser antítesis de la Cuaresma, tan rigurosa en ayunos y penintencias.

El caso es que en Almiruete esas “botargas” y “mascaritas” han estado varios años durmiendo en el olvido por causa de la emigración.

 

“Podemos decir -apunta don Epifanio- que son una farsa infantil y que forma parte de otra botarga mayor. El disfraz colorista ¿a que no me conoces?, a golpe de cencerros corretean las calles y piden un donativo a cuñados, primos y vecinos. Si te descuidas te manchan de tizne la oreja o terminas en el pilón».

Otra muestra festiva de este mismo tipo son los “vaquillones” de Villares de Jadraque, igualmente prohibidos por la ley del 37. Hace poco surgieron con nuevos bríos y hasta desfilan por las calles de la capital de la provincia.

Son unos personajes embozados con arpillera y sombrero de paja, que llevan una especie de soporte -en realidad una de aquellas amugas que servían para cargar la mies a lomos de las caballerías- a cuyos extremos llevan unos cuernos de toro o buey, -con los que topar amistosamente a las mozas-, lo que sería la cabeza y, al otro, una especie de rabo compuesto por multitud de cencerrillos y campanillas con las que van haciendo todo el ruido que pueden, simulando el conjunto un toro o una vaquilla (de ahí su nombre).

Para que los disfrazados no sean conocidos por la voz emplean unos chiflos que lleva cada cual en la boca. Chiflos que recuerdan a los que se emplean en Canarias para comunicarse sin ser entendidos.

Corretean por las calles pidiendo la voluntad.

Y ya sí, ya termina el Carnaval:

“Enterrada la sardina,

se corre ya la cortina

y comienza la Cuaresma

para sosiego del alma” (73).

XI.- “Garbajosa, a medio camino entre Madrid y Zaragoza”. Caminos romanos que van desde el Tajo al Jalón y al Henares, atravesando la sierra del Ducado.

Garbajosa es un pueblo de pocos vecinos y escasos recursos muy cercano a Alcolea del Pinar, que nación con gran vocación de ayudar al pobre y al caminante que, en tantas

ocasiones coincidían.

Recuerda por Epifanio que el tufillo del buen cocido: garbanzos, patatas, zanahorias, repollo, morcilla, chorizo, tocino, huesos, pechuga de gallina… hacía que muchos mendigos, descarriados, cutidores, feriantes, etcétera, otrora abundantes, cayeran en el lugar a la hora de la comida, de manera -refiere- que hasta un conocido canónigo de la catedral de Sigüenza, don Diego Eugenio Gonzalo-Chantos y Sanz (alias Ollauri), natural de Hombrados, tuvo acogida en su cocina, huyendo del gabacho camino de Rata del Ducado (hoy Santa María del Espino), en 1812.

Luego don Epifanio incluye en su trabajo el bello diálogo que mantuvo con la gitana Salomé, que en una de sus visitas a Guadalajara, aún recordaba tan poderoso cocido:

– Deme algo, padre mío.

– Tú, hija, que vives en Alcalá, deberías pedir limosna allí, pues aquí tenemos otros pobres a la puerta.

– Señor, yo también soy de aquí, que nací en Garbajosa hace cuarenta años, cerca de Benamira, cuando mi familia arreglaba pucheros y sillas por aquellos pueblos ¿los

conoce?

– Claro que los conozco, y casi somos paisanos.

– Son poca gente pero generosa. Dice mi madre que nunca nos faltó un buen plato de cocido y trozos de matanza.

Con veinte duros sueltos y una bolsa de ropa, Salomé siguió su camino. Hoy, más que nunca, siguen existiendo mendigos que tienden su mano.

Se suele decir que: “Al pobre cuando no lo mata la guerra, lo mata el hambre”. Y que cierto es (74).

(73) Op. cit., pp. 287-288.

(74) Op. cit., pp. 288-289.

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