XXX: Día de letanías.

 XVIII.- Poco queda ya para que estos escritillos míos toquen a su fin, aunque los de don Epifanio sigan tan vibrantes como siempre. Ya vamos por la página 307 de su libro, del libro que llevamos comentando con todo el cariño que merecen esos folios cargados de sencillez, belleza y cultura popular sin excesos llamativos que se llama Guadalajara por dentro.
Don Epifanio -al que hace unos días tuve el placer de saludar, antes de dar comienzo a la conferencia que me invitaron a pronunciar en la iglesia de Santiago de Sigüenza, con motivo de la celebración de la celebración de las XL Jornadas de Estudios Seguntinos, como homenaje al que fuera Cronista Oficial y gran amigo Juan Antonio Martínez Gómez-Gordo- sigue como siempre -al menos yo lo veo como siempre, aunque él dice que los años no pasan en balde- y sigue empecinado en no querer hablar de sus libros, de sus trabajos, de esas delicadas obras que sin duda ha dejado para los lectores del mañana.

“¡Vanidades aparte, José Ramón! Los libros sólo son libros”.

Pero ya digo, este mi pequeño homenaje a don Epifanio, va tocando a su fin. Y hoy, sin más, tocaré un tema que, como todos los religiosos, sé que le apasiona. Me refiero a “Día de letanías”.

Viene todo a cuento de celebrarse durante el mes de mayo la mayor parte de las funciones relacionadas con la Virgen, una de las cuales es la que realizan en conjunto cinco pueblos del Señorío de Molina, durante la semana de la Ascensión. Se trata de Canales de Molina, Herrería, Rillo de Gallo, Terraza y Ventosa, que en amor y compaña acuden al santuario de la Virgen de la Hoz, en Corduente, donde según la tradición antañona y secular, un pastor preparó un altar para la imagen que allí, entre la arboleda y las zarzas, se le apareciera en uno de aquellos ya lejanos años de comienzos del primer milenio.

Ese día recibe el nombre de “Día de las Letanías”.

Dice don Epifanio que antes de llegar al lugar sagrado, los peregrinos deben esperar a que lleguen las gentes de todos los pueblos participantes; después, ya sí, se inicia una procesión que van abriendo las cruces parroquiales de los pueblos concurrentes, tras las que van los propios pueblos -siguiendo un orden previamente establecido-: primero las autoridades, luego los vecinos que son los encargados de entonar las “Letanías” hasta la llegada al santuario, donde se celebra la misa como acto principal del día.

Lo más curioso es que cada año le corresponde a un pueblo ostentar la presidencia y encargarse de invitar a los romeros. A la hora de la comida, los Ayuntamientos contribuyen gratuitamente al gasto del vino y del postre que se entrega a todos los  reunidos en la hospedería, “a modo de cortesía ritual”, ya que hace años, cada pueblo disponía de una habitación para reunirse.

(En otros pueblos, en lugar de reunirse en una habitación, los peregrinos de cada localidad se reúnen en un lugar convenido de antemano, denominado “rancho”, donde disponen del vino gratuito y de leña suficiente con la que hacerse la comida, como sucede en la “Procesión de las Cruces”, de Mirabueno).

Ahora, una vez restaurada la hospedería todos se reúnen en un salón, cosa que no termina de satisfacer a la mayoría. Ya se sabe que en estas cosas, como en tantas otras, hay gustos para todos. El caso es que los de cada pueblo quieren reunirse con sus convecinos para hablar de sus asuntos sin que se enteren los de los pueblos circunvecinos.

Pero… yo creo que es mejor que todos disfruten juntos de un día tan especial como este de las “Letanías”, que debe ser de todos.

Dice don Epifanio que el día da para mucho y que en él se suceden los actos “serios” con el humor y que, entre bocado y rezo, aún queda tiempo para el juego, la convivencia y los saludos amistosos.

Después, acabada la jornada, se reza el Rosario y se da la despedida a la Virgen, regresando a modo de procesión hasta el lugar en el que, por la mañana, comenzó la rogativa anual.

Son tradiciones, recuerda don Epifanio, que “sirven para despejar somnolencias humanas y abrir el espíritu a los divino”, y además “dejan, como el vino añejo, un buen sabor de boca”.

Aunque, por esas cosas de la vida, cada día son menos las manifestaciones de este tipo que se vienen realizando en nuestra geografía provincial.

 

José Ramón LÓPEZ DE LOS MOZOS

 

 

Notas

 

(92) Op. cit., pp. 307-308 (140), publicado antes en Flores y Abejas del 15-V-1991.

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