Hasta ahora hemos venido viendo algunos aspectos de una España -si es que así puede denominarse- prerromana. Formas de culto emparentadas con las griegas en muchos casos, a través de la huella dejada por Roma en su ocupación territorial y cultural. La idea iberorromana anterior se irá transformando lentamente y con el paso del tiempo surgirá con fuerza el mundo visigótico, comienzo, en parte, de las “apariciones” marianas que estudiamos, ya que a finales del visigotismo comenzará el periodo de invasión árabe, que durará desde el año 710-711 (92 de la héjira) hasta ocho siglos más tarde. Aunque antes de este largo periodo habrá otro de sumo interés para nuestro estudio consistente en la cristianización progresiva de la Península Ibérica.
“A fines del siglo IV, gran parte de la Europa occidental no era cristiana todavía y la cristianización fue un proceso que aún duró siglos (…) Los propagadores de la fe no a ningún método en su tarea: las destrucciones de templos, de imágenes de dioses, de árboles sagrados, etc., etc., fueron sistemáticas, unidas, según los hagiógrafos, a milagros que abrían los ojos a muchos de los resistentes. Pero también se dice que, a veces, la Iglesia fue más dúctil y que sustituyó con cultos y devociones cristianas las antiguas devociones paganas. Los autores protestantes, primero, y los racionalistas de cierto tipo, después, llegaron a sostener que el culto a los santos, los ritos propios de ciertas festividades y algunas leyendas hagiográficas eran ciertas adaptaciones del paganismo y que la Iglesia Católica era heredera más de aquél que de la enseñanza de Cristo” (1).
El resumen de los hasta ahora comentado podemos hacerlo a través de otra cita bibliográfica de Caro Baroja, referida a la ermita de Nuestra Señora del Prado, de Talavera de la Reina (Toledo). De ella dice, citando la Miscelánea de don Luis de Zapata (del siglo XVI), en el capítulo titulado “De una gentil y cristiana devoción”:
“Había, pues, en Talavera, fuera, en el campo, un templillo pequeño, dedicado a la diosa Pallas, fabulosa diosa de castidad, que redujeron a la verdadera pura Virgen Nuestra Señora, y consagraron a su santo nombre la ermita nueva, como, traduciendo a la letra de Pallas, prado, y del templo, ermita de Nuestra Señora (…)”.
(Sigue describiendo las fiestas en honor a la Virgen) (2).
El proceso, pues, es una “pervivencia” a través del tiempo. Puede que, eso queda por demostrar, tal “pervivencia” sea solamente de lo esencial, de la idea motora, nacida de antiguos cultos, pero, eso sí, transformada con arreglo a las necesidades, o, mejor, a las conveniencias de los nuevos tiempos. Así es posible, quizá, que muchas de las imágenes que se adoran en nuestros pueblos sean el resultado de esa “pervivencia”, y que su nacimiento, el que hemos visto en los ejemplos antes vistos, con su ambiente de leyenda, a veces extraño, no sea más que la forma adaptada al tiempo (circunstancias) de anteriores mitologías que han atravesado el tamiz de la cristianización. Viejas ideas que se han mantenido vivas en las mentes de los pueblos, que siguen siendo viejas en esencia, pero arropadas con diferencias dignas de tenerse en consideración a la hora de reconocer algunos aspectos circunstanciales.
El hecho de que muchas imágenes, fundamentalmente marianas, tengan su ermita construida junto o sobre una fuente, un río, una cueva, en la cima de una montaña, en arboledas de chopos, olmos, etc., junto con el simbolismo de los accidentes indicados, y también de los animales que a veces se utilizan en los relatos de encuentros, apariciones y hallazgos -como ya hemos visto en capítulos anteriores-, unas veces blancos y puros y otras negros y, por tanto, impuros (la paloma y la serpiente, respectivamente), nos hace pensar en el posible origen “pagano” que hemos apuntado al comienzo de este apartado (3).
A ello hay que unir hechos contundentes y demostrativos como pueden ser los restos arqueológicos que, en múltiples ocasiones sirven de cimiento material a las ermitas y adoratorios marianos y también las propias imágenes que, en muchos casos son las representaciones escultóricas griegas, romanas o celtibéricas transformadas, quizáun Apolo durmiente en brazos de su madre.
De aquí, de estos lugares: montes, valles, cimas, cuevas, fuentes, ríos, arboledas, etc., surgirán después muchas de las primeras advocaciones marianas.
NOTAS
(1) Caro Baroja, Julio, Lo que sabemos del folklore, Madrid, 1967, pág. 58. Sobre religión véase el capítulo VII, como introducción al tema.
(2) Caro Baroja, Julio, Ritos y mitos equívocos, Madrid, 1974. En las páginas 32-33 la fiesta de “Las Mondas” (o “Móndidas”), de Talavera.
(3) El concepto de “pagano” debe ser comprendido desde un punto de vista espacio-temporal, puesto que era el que vivía en el “pagus”, es decir, era el rústico, el que vivía alejado de la “urbs”, por lo que sus creencias no avanzaban como sucedía con los “urbanos”. Pagano era, por tanto, el que todavía creía en los dioses antiguos, que tal vez ya no fueran los declarados “oficiales”. A pesar de ello, el “pagano” seguía manteniendo vivas sus creencias. Era “creyente”.