Llega un año más el tiempo navideño, este tiempo raro, quizá actualmente un tanto comercializado, pero a la vez, un tiempo que todos esperábamos con ganas renovadas, acaso para recordar aquellos años pasados ya, infantiles, y no tanto, cuando en la casa de nuestros abuelos se juntaba toda la familia, los que se fueron y regresaban, los casados con toda su prole, y los solteros, que después de la cena, especial siempre, se iban con los amigos a pedir el aguinaldo de casa en casa.
Cuando hacía frío y nevaba y las puertas se abrían para todos los que se acercaban con zambombas y panderetas, pero con ilusión sobre todo, a cantar como fuera, bien, mal o regular, aunque casi siempre para salir del paso, a cambio de unas monedillas y un puñado de “casquijo” o de fruta escarchada y piñones y peladillas.
Eran otros tiempos.
Hoy, eso también ha cambiado, las gentes se reúnen para cantar, aunque sin afán agonístico, sin premios por delante, y ofrecer lo mejor que en su pueblo se cantó desde quién sabe cuándo.
La verdad es que, por lo general, los villancicos de los pueblos de Guadalajara no son suyos propios, que siempre han tenido algo prestado; pero eso no entorpece a su naturalidad, ni a su espontaneidad, su gracia y su sal, sino que incluso la potencian.
Pueblos de las Alcarrias, las Sierras y la Campiña, del Señorío de Molina, que antaño fueron cruce de caminos, que quiere decir tanto como de culturas, es decir, de otras formas de ver la vida y ocupar el tiempo, que dejaron que unas cosas se fueran para siempre pero que adoptaron otras a su forma de ser.
De ahí la variedad de tantos cánticos populares, especialmente de tantos villancicos, algunos muy parecidos a los que se cantan en otros lugares de esta tierra nuestra, e incluso de otros más lejanos de Extremadura y Andalucía, que como los que aquí se presentan hoy, fueron el alma y la alegría de tantos otros sitios, pueblos y lugares anclados en su existencia, agrícola, ganadera o ambas a la vez, como es el caso de Atanzón.
Sin embargo, siempre hay algo por pequeño que sea, que hace que estas formas de expresarse el pueblo, estas formas de sentir, sean más atractivas en un lugar que en otro, quizá porque estén mejor asimiladas y asentadas o quizá desde hace más tiempo, que en el mundo de lo popular y más siendo oral, el tiempo apenas cuenta.
Pero desde luego, lo que no debe permitirse bajo ningún concepto es dejar que estas muestras, aún latentes, se pierdan en el transcurrir de la vida y, menos aún, que esa pérdida se deba a la desidia del propio pueblo.
Atanzón debe estar de enhorabuena, porque ha sabido mantener viva la llama cultural de ese patrimonio tan importante, recibido de sus antepasados que son sus villancicos: patrimonio que consiste en una recuperación y puesta en valor de aquella forma de vivir que les dejaron sus abuelos y sus tatarabuelos, una deuda que había que satisfacer a tiempo y dejar que ese patrimonio siguiera su curso normal hasta que llegase a las nuevas generaciones, ya llegadas, y lo conservasen como la joya que es, -por lo que significa y representa-, y para que, a su vez, sea transmitido a las generaciones que todavía habrán de venir.
Porque, realmente, los villancicos recogidos no son el verdadero y auténtico patrimonio, sino que lo fueron y lo siguen siendo los hombres y mujeres que los cantaron a lo largo de sus vidas y quienes todavía los siguen cantando.
No sabemos, ni sabremos nunca, quienes fueron los autores de tales villancicos, eso nos importa poco, pero sí sabemos que quienes los cantaron lo hicieron con todo su amor, podría decirse que con el mismo cariño que una madre pone al acunar a su hijo recién nacido, igual que hiciera la Virgen María con el Niño Jesús en un pesebre abandonado en Belén.
Recientemente he podido oír los villancicos y dos jotas: la de Atanzón y la dedicada a los Títeres, y he pensado al oír determinados versos que hay algo que siempre me ha llamado la atención en casos parecidos: ¿Cómo es posible que un pastor o un rudo labrador sean capaces de manejar el lenguaje de manera tan fiel a lo que quieren decir? Usando siempre la palabra perfecta, esa y no otra, la que corresponde al contexto, siempre dicha con una seriedad absoluta, pero con requiebros casi amorosos, a veces de forma un tanto cantarina.
Recuerdo ahora algunas estrofas de las canciones de “mayo” o algunas jotas y seguidillas de ronda, casi siempre describiendo delicadamente, casi melifluamente, la belleza femenina.
Sí, noches de ronda y de aguinaldos menguados por la precariedad, pero alegres por ser Navidad, donde, alrededor de una jarrilla de vino se daban la mano el pastor y el labrador, la Ganadería y la Agricultura, para conformarse en uno solo, aunque fuera por unos días, y cantar todos juntos alabanzas al niño Dios, que no otra cosa son los villancicos, se llamen como se llamen y se titulen como se titulen (que eso es más bien ficticio), porque todos tienen como fin celebrar la llegada del Mesías y, ya de paso, alegrarnos también a nosotros a través de las letras de las canciones, del sonido alegre y bullicioso, a veces masculino, de los instrumentos, siempre básicos que emplean: guitarras y laúdes, huesos y hierrillos, almireces, botellas de anís raspadas con cucharas metálicas, sartenes, y cómo no, los que nunca pueden faltar en estos casos que son la zambomba y la pandereta bien restregada con ajos.
Luego vendrán las distintas variaciones, los ritmos, los compases y los acompañamientos, que darán piezas distintas, pero siempre, si nos fijamos un poco, con letras muy semejantes.
Unas en petición directa del aguinaldo como sucede con “El Caballero”; otras, dejando el comienzo a la voz bronca e inconfundible de la zambomba, que se entremezcla con el choqueteo de las castañuelas y que, al poco, dejan paso a la propia voz humana que invita a ir a Belén -sin olvidar la bota de vino- y allí alegrar al Niño, y cuya ruptura podemos escuchar, tan “gráficamente” -permítaseme escuchar gráficamente- en el villancico titulado “Manuela”.
El acordeón también es buen compañero para las noches de ronda y así lo podemos comprobar en el conocidísimo villancico “La Virgen camina a Egipto”, cuyo texto procede de uno de los Evangelios Apócrifos, y que le da al villancico cierto regusto urbano, en contraposición a tantísimas otras versiones más rurales que hemos oído en alguna que otra ocasión; aunque mayor carácter “culto” puede apreciarse en “¡Oh! Mi niño está dormido”, quizá debido a la pluma de algún clérigo letrado, donde aparecen palabras y frases como buena nueva, por mensaje, y la salutación Hosanna, tan propia de las gentes de iglesia; “Nochebuena” es otra forma, yo diría, más actual de ver la Navidad, tal vez por haberla oído muchas veces: “Esta noche es Nochebuena y mañana Navidad…”, “Alegría, alegría y placer, esta noche nace el Niño en el portal de Belén”.
Y como no podía ser menos en estas fechas de alegría general, surge la broma navideña a través de los diversos “Popurrí”, donde los pastores llaman al rico del pueblo para que les acompañe a adorar al Niño, llevándole algún presente: el diálogo de Joselillo y Panchito, y donde la presencia de Curro, Bartolillo y los demás de la comparsa, con sus lenguajes y sus jergas, tiene su gracia, su sal, su miga y su aquel, aunque al final cada cual le llevará lo mejor que tenga, acaso una oveja y miel y, si no tiene nada que ofrecerle, lo mejor es que le cante, que a veces la palabra y la canción con ella, alegran más que la hogaza de pan a secas.
También es muy conocido el villancico “Ay, ay, ay”, donde aparece la Virgen como una madre más, muy parecida a las de hace años, lavando los pañales y tendiéndolos a secar sobre el romero… “En el portal hay estrella, sol y luna, la Virgen y San José y el Niño, que está en la cuna” y “La Losa”, pues que casi tratan del mismo tema, aunque la losa sea de fino cristal por lavar en ella los pañales del niño divino; y todavía más si añadimos “Alegría”, también ampliamente extendido y conocido: “Alegría, alegría y placer…”
En otros villancicos destaca el uso de los instrumentos por encima de la letra, por ejemplo, en los tradicionales “Ole, ole, ole”.
Otros, como ya hemos dicho, aun siendo muy conocidos, no dejan de tener sus variantes en algún que otro caso, como por ejemplo “Pampanitos verdes” (“hojas de laurel la Virgen camina a Belén”), o la llamada a los pastores que es el motivo principal de “A la selva” (“pastores dejad el ganado y al monte subid”); y de nuevo la zambomba con su llamada penetrante “esta noche nació el Hombre que por nosotros murió y no es noche de dormir”. Villancico algo triste si se piensa que es premonitorio de la muerte que sufrirá ese recién nacido cuando llegue el tiempo cuaresmal de su Pasión, en la próxima Semana Santa.
En fin una serie de cancioncillas navideñas, villancicos, que bien pudiera concluir con “Pastorcillos”, a los que se les pide que bajen de sus majadas y acudan al portal a ver al recién nacido. En este villancico San José pregunta al pastor donde está el pueblo más cercano, y cuando llega no encuentra posada. Lo que no deja de ser un “lugar común” que también aparece en el poema de Mío Cid, cuando el caballero “que en buen hora nació” espolea la puerta de una casa, pidiendo posada y ante el miedo de la gentes, de los villanos, una niña débil e indefensa le contesta en nombre de todos: que no había posada para él e que aquel que se la diese perdería la vida e hasta los ojos de su cara.
Las dos jotas de que hablé al principio, que podrían ser una sola puesto que los contenidos de ambas son muy parejos, son la “Jota a los Títeres” y la “Jota de Atanzón”, en la que aparece algún que otro dictado tópico y, nuevamente, algunas cualidades de la belleza femenina, cantaores y zambomberos que han llegado al pueblo o las pocas ganas que algunos tienen de trabajar -y menos de ir al molino-, y cuya despedida es la que echan los cazadores con la escopeta en la mano…
Felices Navidades y que los Reyes Magos vengan cargados lo mejor que puedan, pero especialmente de salud y amor, que lo demás ya vendrá por añadidura.