RAZBONA.- La botarga. 6 de enero.
Hace su aparición el día 6 de enero, día de los Reyes Magos o Epifanía, después de la misa. Es el día en que los pequeños de la localidad -cuando los había- despiden la Navidad, perseguidos por la botarga que recorre las calles del pueblo, ya que días antes pasaron los Reyes dejándoles regalos y golosinas.
Su vestimenta es roja y añil contrapeadamente dispuestos. Tapa sus hombros con una especie de esclavina acabada en puntas de las que penden unos sencillos cascabeles. Su caperuza o cogulla lleva dos cuernecillos gachos, igualmente coloreados.
En una mano lleva un puchero diminuto y, en la otra, un palo largo acabado en una especie de bola de tela o algodón que moja en el puchero -o una simple cuchara de madera o de asta- con el fin de dar vida a los que se duermen en misa. Algo que también sucederá con la botarga de Majaelrayo, ya que se trata de un personaje festivo cambiado de fecha: de enero a septiembre, por motivo de la trashumancia de los ganados.
VALDENUÑO FERNÁNDEZ. Fiesta del Niño Perdido. Domingo siguiente a los Reyes Magos.
Desde tempranas horas de la mañana, la botarga del santo Niño recorre las casas del pueblo, acompañada por un grupo de ocho danzantes, en cuestación de alimentos, naranjas y dinero a cambio de sus danzas de paloteo, dinero que posteriormente se empleará, en parte, para sufragar los gastos de la fiesta moceril.
La botarga o el botarga, que se las dos maneras se le denomina, es una máscara vestida con un traje de bayeta multicolor a base de retales, que calza albarcas, lleva cencerros y campanillas a la cintura o en bandolera y unas castañuelas con las que golpea a los concurrentes a fin de sacarles una limosna. Termina su atuendo con una cachiporra que suele usar con rapidez y, en ocasiones, demasiada soltura.
Después de recogido el dinero y las naranjas y a la hora de la función principal se coloca ante la puerta del templo parroquial no dejando pasar a quienes no le den alguna que otra moneda.
Antiguamente, esta botarga penetraba en el recinto sagrado, teniendo mucho cuidado de tapar las campanillas y cencerros que pendían de sus correas y, sin máscara, con el fin de realizar al fin de la misa una especie de lucha con uno de los danzantes (que entonces fueron cuatro y, después, seis) representante del Bien, de la que salía vencedora y con el dinero recaudado en su poder.
Posteriormente se ejecutaba una larga danza al son del tambor, pieza que volvían a interpretar a la salida de misa, mientras la botarga hacía remolinos y se revolcaba por el suelo, impidiendo con ello que los espectadores se acercasen demasiado.
Seguía una invitación del Ayuntamiento consistente en pastas y licores, a la que asistían los danzantes y la botarga, acompañados por las autoridades civiles, eclesiásticas y algún invitado.
Por la tarde tiene lugar la procesión del santo Niño Perdido.
El tamborilero va delante acompañado de un estandarte y los danzantes son los encargados de portar la imagen sobre andas. La botarga también va delante y parece que cobra su verdadero sentido medieval y aun prerromano, en gran parte cargado de religiosidad. Es como si fuese ahuyentando a los espíritus del Mal, caminando de espaldas al recorrido, mirando al Niño y haciendo sonar constantemente sus cencerros.
Una vez llegados a la mitad del recorrido se danza nuevamente, para regresar a la iglesia, ante cuyo pórtico se lanzan a la chiquillería las naranjas que se recogieron en la cuestación de la mañana, comenzando una incruenta guerra a base de naranjazos, símbolo de la fertilidad.
Termina la fiesta con el sorteo de una anguila de mazapán y un cabrito.
MONTARRÓN. La botarga de san Sebastián. 19 y 20 de enero.
La parte más importante de esta festividad tiene lugar el día de la víspera, es decir, el 19 de enero, en el que, al anochecer, aparece la botarga propinando golpes a la chiquillería revoltosa que le grita mientras corre despavorida:
Botarga la larga
la cascarulera.
Ese mismo día se reparte por las autoridades, el sacerdote y la botarga, la tradicional caridad consistente en pan con anisillos de matalahúga, queso y vino, y que antiguamente se realizaba por riguroso turno de edades, manteniendo el orden la propia botarga, para lo cual, a veces encerraba a los chicos ruidosos en un corral.
Posteriormente, ya en el día de san Sebastián, se quita la careta y entra a la iglesia para pedir limosna, llevando una naranja en la mano con la que da en la nariz de los mozos, y restriega por el vientre y los senos a las mozas o a las mujeres mayores de su confianza.
Viste esta botarga, dice García Sanz, traje de arlequín, de colores chillones a grandes trozos contrapeados, con una especie de joroba o zurrón y una caperuza a la cabeza; también lleva una especie de apéndice trasero o rabo, denominado higa, erizado de alfileres, para que los niños atrevidos no puedan tirar de él; se cubre la cara con una grotesca máscara de tela, cartón o plástico -la tuvo de madera, pero pesaba demasiado-; en la mano derecha lleva unas grandes castañuelas que utiliza no como instrumento musical, sino para recoger las limosnas que, machaconamente, va pidiendo a los vecinos del lugar y a cuantos forasteros se acerquen a contemplar la fiesta; en la izquierda, una cachiporra con la que también amenaza y pega y, a la cintura, campanillas de los arreos de las mulas.
Hace bastantes años este enmascarado estaba vinculado a una familia, y de padres a hijos fueron los encargados de hacer la botarga. En actualidad se trata de un asalariado cuyo fin principal consiste en recoger limosnas para cubrir los gastos propios de los dos días de fiesta.
Desde hace unos cincuenta años, con inusitada ilusión y viveza, viene desempeñando este papel el señor Félix Megía Sanjosé.
MOHERNANDO. La botarga y el bufón de palacio. Fin de semana más cercano al día de san Sebastián (20 de enero).
Estos dos personajes carnavalescos sirven para anunciar al pueblo el comienzo de la fiesta de san Sebastián, patrón de Mohernando, precediendo normalmente a la comitiva de gaiteros en su recorrido por las calles del pueblo, para asistir a misa mayor y posteriormente proceder a la entrega de la caridad del santo, que consiste en pan y vino, además de algún que otro trozo de bacalao y queso.
Parece ser que su origen estriba en las disensiones matrimoniales tan continuadas mantenidas por el señor del lugar y su Encomienda, don Francisco de Eraso y su mujer doña Mariana de Peralta, a consecuencia de los celos provocados por el uso del derecho de pernada.
Con el fin de ridiculizar al marido y afearle su pecado doña Mariana hizo que alguien de su servidumbre se vistiera de bufón, personaje que con el paso del tiempo llegó a formar conjunto con la botarga que ya salía en el pueblo, posiblemente desde mucho tiempo antes, lo que como leyenda no deja de tener su gracia, aunque, evidentemente, desde el punto de vista histórico sea totalmente insostenible que a finales del siglo XVI -y menos aún durante el reinado del cristianísimo rey Felipe II- Eraso, que era uno de sus secretarios particulares, abusase del mencionado “derecho de pernada”, del que nunca se hizo uso en Castilla.
La vestimenta de estos dos personajes es muy atractiva: la de la botarga, verde, azul, roja y rosa; en las mangas -a modo de tapacosturas- una cinta negra recorrida en toda su longitud por un hilo dorado. Lleva careta y cogulla y a la cintura una cadena de campanillas.
El bufón de palacio lleva una ropa arlequinada multicolor, en la que predominan los colores rojo, naranja, verde, azul, rosa y amarillo. Una máscara cubre exclusivamente la nariz y la parte superior de la boca, dejando el resto del rostro al aire. Se cubre con una especie de cogulla rematada en dos grandísimos cuernecillos terminados en cascabeles, al modo de los bufones medievales y renacentistas o de las cartas de póquer. Le cruza el pecho, en bandolera, una correa que se une a otra que rodea su cintura y de la que pende un cuerno de toro (tal y como sucede con la botarga de Razbona, ya vista, y una de las dos de Majaelrayo que acompañan a los danzantes del santo Niño, encargada de “dar sopas” a quienes se duerman en la misa, mientras predica el cura).