ALMIRUETE. Botargas y mascaritas. Sábado de Carnaval.
Se trata de un grupo de botargas y enmascarados que recorre las cuestudas calles del pueblo serrano de Almiruete. Después de sonar la cuerna llegan las botargas en número variable, procedentes de los cerros cercanos. Van vestidos de blanco, cruzando el pecho una faja negra, del mismo color que las polainas y cubierta la cabeza con una especie de tiara adornada con florecillas de tela de distintos colores, tapando la cara con una máscara. En la actualidad, cada año las máscaras y las tiaras varían y son confeccionadas por las propias botargas. En la mano una cachiporra sencilla. Producen un estridente sonido al mover los cencerros de gran tamaño que llevan a la cintura.
Ya en el pueblo se unen a las mascaritas para perseguir juntos a las mozas y mancharlas de tizne o arrojarles pelusa -como símbolo de fertilidad-, con lo cual podría decirse que aparecen juntos en escena dos tipos de botarga: la de adultos propiamente dicha, que visten los hombres, y la femenina, que aquí se denomina mascarita y que visten las mujeres. De ahí que solo las de hombre puedan beber vino en compañía de las autoridades y coger fuerzas para seguir a quinees, atrevidos, les traten de robar el botillo.
Es tradición que los que no son botarga inviten a éstas en la taberna, a veces a la fuerza, o entreguen un donativo que si no se diese haría que la víctima termine en el pilón. Esto más bien se hacía antiguamente.
Después se hace una cuestación, como en otros lugares para pedir el aguinaldo, de chorizos, morcillas, somarros, etc., que tanto las botargas como las mascaritas compartirán en una cena que tiene lugar en una casa que pretende ser secreta, con el fin de que los casados no tapen la chimenea y la interrumpan por culpa del humo, aunque esto se hacía hace años.
GUADALAJARA. Botargas. Carnaval (variable).
Hace relativamente pocos años que se recuperó el Carnaval de Guadalajara gracias al entusiasmo del grupo Los Mascarones. Un carnaval que consiste en cuatro parte principales: la primera es la que corresponde al anuncio y al pregón. Anuncio que siempre está basado en la alegría y la risa y que tiene lugar el Viernes de Carnaval. Allí, los organizadores, convocan a todas y cada una de las figuras festivas carnavalescas y afines de cuantas existen en la provincia de Guadalajara: allí están las botargas de tal o cual parte, allí las mascaritas, los vaquillones y los diablos. Allí también quienes corretean persiguiendo a las mujeres casaderas, quienes manchan las caras con hollín, quienes golpean con las cachiporras y quienes dejan oler las naranjas en signo de fertilidad y sacuden las frentes de los hombres, -como tales hombres que son- y los pechos de las mujeres. Toda una algarabía festiva y colorista que recorre las calles de la ciudad y las vuelve a descorrer ante la risa animada del adulto que asiste casi pensativo, alejado en el tiempo, y las lágrimas infantiles temerosas ante las máscaras fustigantes. No olvidemos que aquí, en Guadalajara, las máscaras son invernales y que por lo tanto son fustigantes y persegidoras.
Es entonces cuando sale el Lilí, un personaje vestido arlequinadamente, como la casi totalidad de las botargas y enmascarados, que lleva un cesto de higos y que es perseguido y acorralado por la chiquillería revoltosa. Un personaje que lleva una especie de caña de pescar de la que pende un higo y con una vara en la otra mano con la que va golpeando la caña, al tiempo que canturrea una especie de salmodia en la que señala la actuación de la infantilidad:
“Al higuí, al higuí,
con la mano no,
con la boca sí”.
Es un personajillo carnavalesco que va acompañado por dos mandas, -puesto que el nombre que él recibía era precisamente el de manda-, especie de botargas que alegraban la ciudad con su vestimenta roja y amarilla contrapeada.
Luego tiene lugar la fiesta del Sábado de Carnaval con el desfile y concurso de disfraces de adultos, que, más o menos con las mismas características, se repite el domingo con la segunda salida del Lilí y el concurso de disfraces, en esta ocasión dedicada a los niños.
Luego llega el Miércoles de Ceniza con la oración fúnebre que se realiza en honor al dios de los mares, a Neptuno, en la plaza del Jardinillo y el Juicio del Carnaval con el Entierro de la sardina en el que participan las andas, que son cuatro, y los estandartes, que son dos y que representan a la Primavera y el Invierno, al lardo o cerdo y a la sardina. Allí va el Carro de la Cuaresma, los estandartes con los atributos, los caballos, los pollos y los chorizos, además de las plañideras -lloronas vestidas de luto, mesándose los cabellos- que anonadan con sus gemidos dolorosos y sus plantos, a la concurrencia, ya llegado el anochecer.
No ha de olvidarse el esplendoroso reparto de bollos y anís para todos los asistentes, ante el concurso jocoso del entierro sardinero. Son miles las personas que concurren, y miles también quienes disfrutan de esta verdadera recuperación, importante para el devenir cultural de la ciudad de Guadalajara, que de esta forma manifiesta su faz lúdica, una vez más. Luego la sardina va siendo devorada por las llamas.
LUZÓN. Los diablos. Sábado de Carnaval.
Otro importante carnaval recuperado -de gran belleza- es el que se realiza en el pueblo de Luzón el Sábado de Carnaval por los denominados diablos. El papel se lleva a cabo por un número variable de personajes -en muchas ocasiones más de una treintena- vestidos de negro hasta los pies con un ancho faldón y una blusa sin mangas, muy amplia.
A la cabeza llevan unos enormes cuervos de toro o buey apoyados en una almohadilla de la que pende por detrás de la cabeza un paño, -igualmente negro-, que les cubre el cuello, atados a los hombros por debajo de los brazos. Van calzados con trozos de arpillera, sacos liados con simples cuerdas, y cencerros -cuatro- a la cintura, pendientes de una correa bastante ancha: dos por delante y dos detrás, aunque cuantos más lleven mucho mejor, ya que se trata de hacer el mayor ruido posible. Dichos cencerros reciben los nombres de troncos y cañones.
Embadurnan sus brazos y la cara con una mezcla de aceite y hollín molido que les da un color negro muy brillante y característico que contrasta con el blanco de los dientes hechos a base de trozos de remolacha, de sabor mucho más agradable que el de la patata que empleaban antiguamente.
Su misión principal consiste en asustar a las mujeres y dar miedo con su estruendo, tratando de mancharlas con hollín preparado al efecto.
Realizan su salida, normalmente el Sábado de Carnaval, a eso del atardecer, aunque anteriormente lo hacían cuatro veces al año: el Domingo, Lunes y Martes de Carnaval y primer Domingo de Cuaresma.
ROBLEDILLO DE MOHERNANDO. Los vaquillones. Sábado de Carnaval.
Dentro del apartado de las caracterizaciones de tipo zoomórfico encontramos también a los denominados vaquillones de Robledillo de Mohernando que, en realidad, en poco se diferencias de otras manifestaciones de similar nomenclatura, como los más conocidos de Villares de Jadraque, de idéntica forma de ser.
Son mozos vestidos de saco, que les tapa el cuerpo completamente, incluida la cara, y que portan sobre sus hombros unas amugas con los consabidos cuernos de buey y los cencerros, y cuya principal misión consiste en topar con sus defensas a la concurrencia bulliciosa. Es tradición en la que antiguamente llevaban a la espalda pieles de diversos animales, lo que indudablemente contribuyó a que se les otorgase ese sentido zoomórfico que todavía poseen.
VILLARES DE JADRAQUE. Vaquillones y zorramangos. Sábado de Carnaval.
Otros vaquillones de relativa reciente recuperación son los de Villares de Jadraque. Gentes del propio pueblo que, disfrazadas de arpilleras, especie de capa roja y sombrero de paja, portadores de las consabidas amugas (o jamujas) en cuyos extremos van engastado unos cuernos y un gran rabo o ristra de cencerros. Persiguen a las mozas para restregarse contra ellas y mancharlas de hollín.
Amén de las máscaras que son las propias arpilleras o sacos que visten, emplean un lenguaje especial a base de chiflos que usan para no ser conocidos y para comunicarse entre ellos.
Antiguamente estos vaquillones daban la cencerrada al concejo, que los invitaba a vino para así seguir correteando por las calles estruendosamente y tomarse nuevas licencias con las mozas, gracias al vino que corría por sus venas.
COGOLLUDO. Los chocolateros. Miércoles de Ceniza.
Nos encontramos ante una manifestación carnavalesca muy interesante, emparentada ya con la Cuaresma.
Se trata de un grupo de jóvenes disfrazados con pantalón y camisa blancos y faja roja, que cubren su rostro con unas máscaras semejantes a sencillas bolsas de tela con apenas unos pequeños agujeros a la altura de la boca y de los ojos, y que van recorriendo las calles, por parejas, con un orinal o un brasero lleno de chocolate que ofrecen a cuantos viandantes encuentran a su paso, intentando hacer romper el ayuno propios de ese día, y ensuciando con él a los que se niegan o ponen pegas.
Antiguamente, al igual que las botargas, podían entrar impunemente en las casas.
Para algunos representan al demonio y las fuerzas del Mal que hacen caer en pecado a los que aceptan el chocolate que les ofrecen.