En este artículo sobre la obra de Epifanio Herranz, López de los Mozos habla de los muleteros, un gremio que tuvo gran importancia en algunos pueblos de la provincia.
42) Como el lector puede ir viendo a través de nuestras paulatinas entregas el libro de don Epifanio Herranz Palazuelos que comentamos, Guadalajara por dentro, es muy variado, especialmente en lo que se refiere al mundo de las fiestas, tradiciones y costumbrismo de la tierra de Guadalajara.
En esta ocasión hablaremos, siguiendo a don Epifanio, acerca de los muleteros a los que dedica un artículo titulado “Gente de Maranchón” (64).
Recuerda en su trabajo que todavía llegó a conocer a la última generación de tratantes, cuando iban recorriendo los pueblos, llevando una reata de mulas para vender.
Vestido de negro blusón,
no pierde ninguna ocasión
de vender mulas o equinos,
a todos nuestros vecinos.
El auge del comercio muleteril coincidió con la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y desapareció con la revolución que significó la mecanización del campo. Buena prueba de su riqueza son las casas que aún pueden verse en Maranchón, muchas construidas con piedras labradas: el ayuntamiento, la iglesia, la ermita de la Virgen de los Olmos…
Los muleteros, como se les llamaba, eran una verdadera institución, que para entenderse entre ellos en sus transacciones comerciales utilizaba una jerga llamada “mingaña”, que no debe confundirse con la otra “mingaña” de los esquiladores de Fuentelsaz.
Ese constante trajín de un sitio para otro, ha dejado huella en el maranchonero, cosmopolita y abierto, cualidades no muy frecuentes (65).
Se ha dicho de Maranchón,
en tono de admiración,
que siempre que vienen o van
no dejan de ganar el pan.
Dedicaban gran parte del año a viajar por el país entero, pero era muy raro que alguno de ellos faltara a la fiesta de la patrona de Maranchón.
Hoy sólo queda el recuerdo de la estampa exótica del hombre vestido con su blusón.
43) Don Epifanio no deja nada por recoger en su libro. En este caso nos referimos a la leyenda titulada “El Indiano de Jadraque” (66).
La leyenda, de la que puede extraerse una provechosa conclusión, viene a decir algo así: un hijo de Jadraque -José Gutiérrez de Luna- marchó a “hacer las américas” y volvió rico, pero antes de entrar en Jadraque quiso comprobar el comportamiento de sus familiares y amigos, de modo que se aposentó en Miralrío y desde allí, vestido como un pobre, con andrajos, llamó a la casa de su padre diciéndole quien era y solicitando que lo recibiera en su casa. El padre no quiso reconocerlo, con lo que regresó a Miralrío. Pero al día siguiente se presentó nuevamente en casa del padre, que al verlo ricamente vestido, lo reconoció dándole la bienvenida.
Tras cerrarse la puerta padre e hijo tuvieron unas palabras que nadie conoce, el caso es que el hijo fue a vivir a otra casa, dejando una fundación con fines caritativos: la “Obra del Santísimo”, bien dotada para sufragar los gastos que produjese la lámpara que iluminaba el Santísimo, así como para vestir anualmente a los doce más pobres de la villa, además de otros socorros.
Pareja Serrada sitúa la acción del “Indiano” en la España de la Edad Moderna, en tiempos de uno de los “Felipes”; pero don Epifanio, cita el testamento de este jadraqueño insigne como firmado en 1871.
Hoy, en la iglesia de Jadraque puede verle la lápida que cubre los restos de este indiano que, como señal de humildad, quiso recibir sepultura en un lugar donde todos la pisaran.
(64) 114. Op. cit., pp. 251-252. (Flores y Abejas, 23 de mayo de 1990).
(65) Sobre las características del maranchonero véase RODRÍGUEZ GARCÍA, Evilasio, CASCAJERO GARCÉS, Aúrea y GARCÍA ESTRADA, Manuel, “Guadalajara y Maranchón: Peculiaridades migratorias”, en Cuadernos de Etnología de Guadalajara, n.º 28 (1996), pp. 391-396.
(66) 116. Op. cit., pp. 255-256. (Flores y Abejas, 30 de mayo de 1990). PAREJA SERRADA, Antonio, “El regreso del indiano (Tradición jadraqueña)”, en El Briocense, n.º 26 (Brihuega, 30 de Septiembre de 1905), pp. 2-3.