Vimos en el capítulo anterior el modo en que se “apareció” la Virgen de la Peña a la infanta Elima. Veamos algunos casos más:
Por ejemplo, el de la de Nuestra Señora de Valbuena, en Cendejas de Enmedio, de la que existen dos versiones totalmente distintas. La primera de ellas hace que la Virgen se aparezca a un pastor, al que ordena levantar una ermita. La segunda, sitúa a los reyes camino de Atienza, perseguidos por el enemigo y perdidos en el bosque donde se habían refugiado, por lo que ofrecen a la Virgen que si salen de dicho bosque y llegan a la citada villa sanos y salvos mandarían construir una ermita, como así hicieron (1).
Otro caso es el de la patrona del monasterio de capuchinas pobres de Cifuentes, Nuestra Señora de Belén, que también tiene su aparición, ocurrida a una de las religiosas en un ángulo de la huerta del convento que, desde aquel momento pasó a ser llamado “La ermita”, justamente donde en la actualidad se encuentra el cementerio de la comunidad (2). Según Herrera Casado (3) a la Virgen de Belén se la conoce igualmente con la advocación de Nuestra Señora de la Fuente.
No podemos decir que esta aparición sea del mismo tipo que el de los ejemplos citados anteriormente, ya que, según concuerdan todos los datos, el convento de Nuestra Señora de Belén fue mandado edificar en el siglo XVI, época demasiado adelantada como para andar pensando en un “lugar común” producido por esta idea contramusulmana a que nos venimos refiriendo.
En cambio, un acusado sentido contramusulmán puede advertirse en la aparición de la Virgen del Montesino, en Cobeta.
Cuenta la leyenda que la Virgen se le apareció a una pastorcilla manca que iba en busca de unas ovejas perdidas, junto al río Arandilla, a la que ordenó que fuese al castillo de Alpetea y dijese a su Alcaide que se trasladase al lugar de la aparición, donde hallaría lo que más le convenía. Así lo hizo la niña que consiguió llevar hasta allí al Capitán Montesinos, jefe de una guarnición avanzada del rey moro de Valencia.
Ante la presencia de la Virgen, que hace el milagro de restituir a la pastora el brazo que le faltaba, el moro se convierte al cristianismo (…)” (4).
Estamos claramente ante un ambiente medieval guerrero en el que aparece “el moro”, que, ante el portento milagroso de la restitución del brazo a la pastora, se convierte al cristianismo, hecho frecuentísimo en este tipo de leyendas y tradiciones marianas, es decir, “lugar común” que volveremos a encontrar en la mariología de la época, aunque parece que la leyenda no está revestida de ese ropaje fantástico que rodea a otras apariciones similares. Sin embargo, hay cierto misterio -por así decir- en el hecho de hablar de algo “que sería para el capitán lo que más le convenía”. A pesar de todo, sí aparecen los mismos personajes y hechos: la pastora a quien se aparece la Virgen, el moro, el milagro y el ambiente (el castillo, en este caso, el de Alpetea, con su nombre, y la guarnición avanzada del rey moro de Valencia).
Son los últimos estertores de la dominación musulmana. Las tropas cristianas consiguen ir recobrando tierras. En esas tierras siguen viviendo “moros” a los que conviene permanecer en ellas, por mantener su riqueza o por simple comodidad. El mensaje que nos transmite este “milagro”, a nuestro modo de pensar, no es otro que el de dar idea de estas conversiones tan frecuentes en los no cristianos, que acabamos de ver. Es una especie de adaptación a la ley del vencedor a la del vencido; pero en el caso de esta aparición se enmarca dicha conversión -o se motiva- mediante un portento suprahumano.
En la aparición de la Virgen de Monsalud, de Córcoles, los términos, aunque similares, son diferentes en algunos aspectos notables.
“Según la tradición, el rey visigodo Amalarico, que profesaba el arrianismo, logró casarse con la infanta Clotilde, hija de la santa del mismo nombre (…) El matrimonio no fue feliz, ya que Clotilde no abrazó la religión arriana (…), lo que fue considerado por el rey como un insulto personal y una provocación (…) Enterado de este estado de cosas, un favorito del rey que estaba locamente enamorado de la reina, y que había sido rechazado por ésta, la denunció a su esposo (…) del delito de adulterio (…) Amalarico dio crédito a la calumnia (…) [y Clotilde] fue condenada a muerte y su marido dispuso que fuese llevada a los montes de la Alcarria, donde, desnuda y atada a un árbol (…), debía ser despedazada por las fieras (…)Los verdugos la dejaron amarrada a un árbol (…) la reina invocó la protección de la Virgen e inmediatamente vinieron a los pies de Clotilde feroces osos y lobos, los cuales, sin hacerla daño, rompieron sus ligaduras y la trajeron pieles y carne de otros animales, para que pudiera vestirse y alimentarse (…) Durante su estancia en el monte se le apareció varias veces la Virgen para anunciarla hechos que más tarde sucedieron. Mientras tanto, Childeberto, hermano de Clotilde y a la sazón rey de Francia (…), enterado de la infamia cometida con su hermana, se dirigió hacia sus dominios al frente de su ejército. Entablada entre las tropas de Childeberto y Amalarico una feroz batalla, este último fue derrotado, siendo asesinado por sus propios soldados. Sabiendo Childeberto que su hermana había sido conducida al lugar conocido con el nombre de El madroñal encantado, se encaminó hacia el mismo con la esperanza de recoger sus restos para darles cristiana sepultura y (…) la encuentra sana y salva” (5).
Notemos que aquí la aparición tiene también unos motivos de conversión o, más bien, de mantenimiento de la religión cristiana sobre la arriana, que profesaba el esposo de Clotilde, Amalarico, que hace en esta ocasión el papel de “malo”, equivalente al de “moro” o “infiel” y que, por el mero hecho de serlo ya merece castigo. El castigo que llegará después mediante la batalla presentada contra Childeberto, hermano de Clotilde y defensor de sus mismos ideales cristianos, “bueno” y, por tanto, merecedor de premio. El triunfo del Bien sobre el Mal. Pero hay que hacer constar que Amalarico, el Mal, ha tratado de destruir previamente al Bien, personificado también en Clotilde, atándola a un árbol, en lugar fragoso, un “desierto” propicio para apariciones y portentos, cuyo solo nombre ya es indicativo: “El Madroñal Encantado”, algo que parece escapado de leyenda nórdica, fantasmal y lleno de peligros (osos y lobos fieros), que luego aparecerá en versiones romancescas, como en el poema de Mío Çid, cuyo parecido con esta leyenda hay que tener en cuenta, especialmente en el cantar de la Afrenta de Corpes, en el que las hijas del noble castellano son atadas a unos robles por sus esposos, los infantes de Carrión.
Algo parecido a lo sucedió con José, acusado igualmente de adulterio con la esposa de Putifar y que, una vez en la cárcel, es capaz de interpretar los sueños, llegando a destacar en la Corte.
Es algo así como utilizar la frase “no hay bien que por mal no venga”. Lo más probable es que este tipo de leyendas o manifestaciones religiosas, si así se prefiere, tengan su origen en el propio Génesis (6).
En esta aparición hemos de darnos cuenta que se trata de personajes regios. No son ya los labriegos y pastores de antes los que en este caso invocan la protección de la Virgen y que, tras la invocación, se manifieste el portento de las fieras que desaten a Clotilde, la vistan y alimenten. Después de esta manifestación previa de lo que va a suceder (una profecía) es cuando aparece visiblemente la Virgen (en varias ocasiones) para hacerla conocer sucesos futuros, que son de tipo bélico, como puede apreciarse en los casos en que las apariciones son entre moros y cristianos.
Después de este “proceso feliz” y en acción de gracias, se manda construir una ermita o un monasterio (7).
(Continuará)
NOTAS
(1) García Perdices, Jesús. Cual Aurora Naciente (Advocaciones Marianas de la provincia de Guadalajara). Guadalajara: El Autor, 1974. 43.
(2) García Perdices. Op. cit. 48.
(3) Monasterios y conventos en la provincia de Guadalajara. Guadalajara: Institución Provincial de Cultura “Marqués de Santillana”, 1974. 209. Coincide también con esta denominación García [López], Juan Catalina. Memorial histórico español, tomo XLII (II de Guadalajara. Relaciones de Felipe II), 384 (Aumentos).
(4) García Perdices. Op. cit. 52.
(5) Idem. 54-55.
(6) Génesis, 39: 40-41.
(7) García Perdices. Op. cit. 56.