No son muchas las manifestaciones tradicionales de la Navidad que van quedando en los pueblos de Guadalajara. La despoblación progresiva y, como consecuencia, la falta de juventud en los pueblos, ha conducido a esta situación, exceptuando algunos casos muy honrosos en los que aún se conservan, aunque con cierta desgana.
Recogemos seguidamente algunas formas de sentir y ver la Navidad. En muchos casos son hechos que forman parte del pasado, de eso que ahora podemos llamar sin miedo a equivocarnos arqueo-etnografía, en otros, afortunadamente, aún se conservan algunas manifestaciones.
En Casas de San Galindo, según comenta Dionisia Cancho Sopeña [“Cultura tradicional en Casas de San Galindo”, Cuadernos de Etnología de Guadalajara, 10 (1989), 38-46], aparte de los actos religiosos propios de estas fechas, era la juventud la que se encargaba de organizar sus propias fiestas, especialmente la del día 26 de diciembre, que allí recibía el nombre de “La Pascuilla”, consistente en meriendas y rondas que corrían a cargo de los mozos.
Mucha mayor importancia adquirió la Navidad en Sigüenza, donde era tradicional cantar las “Doce palabritas…”, cuya interpretación se hacía interminable, puesto que los encargados de ello debían cantarlas sin equivocarse: “Las doce palabritas, dichas y retorneadas, dime la una, la una es una, la que parió en Belén la Virgen pura es…”. Se tenía que ir ascendiendo, es decir, incluyendo cada vez, las dos tablas de Moisés, las tres personas de la Santísima Trinidad, los cuatro evangelistas, las cinco llagas, los seis candelabros, los siete dolores, los ocho gozos, los nueve meses que la Virgen llevó a Jesús en su vientre, los diez mandamientos, las once mil vírgenes y los doce apóstoles, para tras haberlas repetido todas de forma ascendente, volverlas a cantar en descenso, desde la doce a la una. Viene a ser algo así como tejer y destejer cada una de las palabras que se mencionan. O como señala Juan Antonio Martínez Gómez-Gordo [“Folclore seguntino”, Cuadernos de Etnología de Guadalajara, 11 (1989), 7-50] -de quien tomamos estos datos- interpretar también “El caracol”, bastante menos complicado que la anterior:
“Caracol,
Si vas a las doce, las once, las diez,
las nueve, las ocho, las siete,
las seis, las cinco, las cuatro,
las tres, las dos, la una
de la mañana.
No hay nada”.
Para terminar:
“Caracol,
¿para qué nadabas,
caracol,
debajo del agua?
Morenita,
tu pecho me agrada”.
Pero también se cantaban otras canciones como “El naranjel” o “La huida a Egipto”, extraídas de algunos evangelios apócrifos, además de los “aguinaldos” y “nochebuenas” propias de las rondas de Navidad, que van cantando acompañadas por el sonido de todo un variado repertorio instrumental compuesto por guitarras, bandurrias, hierros, campanillas, botellas de anís restregadas con cucharas metálicas, y zambombas de gran tamaño, para desde allí recorrer la ciudad, casa por casa, en cuestación de aguinaldos para ellos o destinados a los ancianos del asilo, hasta la hora de la misa “del Gallo”, para después de finalizada reunirse en la Plaza Mayor para ver cuál de ellas se hace con el Premio del Ayuntamiento, donde es costumbre que cada una airee en sus coplas los sucesos más destacados ocurridos a lo largo del año, arremetiendo a veces contra las Ordenanzas Municipales o contra los concejales, incluido el alcalde puesto que todo está permitido, siempre que se cante con buen humor y mejores palabras.
Cada pareado se repite por los rondadores que hacen de coro y, tras el grito de ¡Hierro!, se repite el estribillo musical del que sobresale la voz ronca de las zambombas.
Por lo general cada barrio tiene su propia ronda y, en ocasiones se han llegado a juntar hasta veinte que antiguamente se hacían acompañar por un borriquillo en el que llevaban un serón de gran tamaño donde ir recogiendo los aguinaldos que recibían. Al finalizar las rondas solía ser costumbre visitar los hornos de pan para entrar en calor.
Son muy pocos los villancicos que se cantan en estas fechas puesto que, como hemos visto, lo tradicional es cantar coplas satíricas. Sirva la siguiente como ejemplo de copla satírica:
Todos prometían mucho
cuando hacían la campaña,
pero una vez que están dentro
ya no se acuerdan de nada.
También fueron frecuentes los “belenes vivientes” que se compaginaban con los artísticos, realizados por particulares, colegios, iglesias y conventos, algunos como el de las M. M. Ursulinas que escenificaban al detalle los diversos misterios, o el de Santa María con figuras en movimiento.
En la Sierra del Alto Rey, concretamente en Bustares, los mozos se reunían un una casa que tenían a su disposición el día de Año Nuevo y allí procedían a los nombramientos de cargos para todo el año: el Alcalde (de los mozos), que era el que mandaba; el Regidor, que cuidaba de las llaves y los comestibles; el Ranchero, encargado de las comidas con la ayuda de otro, y los Aguadores, cargo que se reservaba para los novatos, cuya misión era ir a por agua a la fuente.
Recogen Ángel Luis Toledano, Juan Ramón Velasco y José Lorenzo Balenzategui [“Cultura tradicional de Bustares (I)”, Cuadernos de Etnología de Guadalajara, 18 (1991, 2º.), 7-78], que se comenzaba a ser mozo al salir de la edad escolar y que para entrar en el grupo de mocedad había que pagar la costumbre, es decir, una cuartilla de vino y un paquete de tabaco, satisfecho lo cual se podía participar en todo.
A la vez se preparaban las zambombas y los “grajos”. Las primeras se solían hacer utilizando pucheros o cántaros y pieles de oveja, cordero, cabra o cabrito; los segundos, son unos instrumentos que se construyen con un bote y una vejiga -que podía ser sustituida por otra piel- a la que se ataba en el centro un cordón untado de cera. Al tirar del cordón sonaba de forma bronca.
“La zambomba está preñada
y ha de parar en enero
y le ha de sacar de pila
al señor alcalde nuevo”.
Se refiere, claro está, al alcalde de los mozos recién elegido.
También se cantaba esta otra coplilla llena de gracejo y sabor popular:
“La zambomba pide pan
el grajo pide tocino
y el que les ayuda a tocar
un buen jarrito de vino”.
Probablemente porque la cuerda del grajo instrumental debió untarse primitivamente con tocino, ya que la cera era mucho más cara.
Normalmente se tocaba desde Nochebuena hasta Carnaval y, como zona serrana y pastoril, se empleaban instrumentos desconocidos en otras partes de la provincia: cencerros, caracolas marinas (de las que se utilizaban para tocar a “dula”), cuernos de vaca, etc.
El día de Nochebuena, al terminar la cena familiar, salía la ronda de Navidad. Comenzando su actuación en la puerta de la iglesia, seguía a la casa del cura y desde allí iba a las casas de las mozas. Era una ronda en la que no se utilizaban instrumentos musicales, solo la voz de los mozos. A las doce en punto tenía lugar la misa “del Gallo”, en la que solían interrumpir la predicación del cura, empleando para ello zambombas, vejigas que hacían reventar, grajos y un gallo de carne y hueso al que pinchaban y tiraban de la cresta, mientras otros mozos preparaban una sartenada de migas que le ofrecían al Niño Jesús, para, en el momento de ir a adorarlo, arrojárselas a las mozas y mancharlas.
En el momento de la adoración todos seguían un orden: en primer lugar el Ayuntamiento, después los hombres seguidos por las mujeres, finalizando los niños. Terminada la misa continuaba la ronda de las mozas que no lo fueron antes de la misa.
Por estas fechas, continúan Toledano, Velasco y Balenzategui, también se juntaban los mozos y por la tarde celebraban el “baile de la rueda”. Para ello se dibujaba un círculo en la pista dentro del cual el alcalde los mozos debía bailar con todas y cada una de las mozas del pueblo, cobrándole a cada una diez céntimos o un real, ya que era una forma más de conseguir dinero para sus comilonas. Después bailaban las parejas que quisieran, pero sin salirse del círculo puesto que si eso ocurría los demás mozos propinaban buenos correazos al mozo torpe. Lo acostumbrado era que los mozos fuesen a buscar a su casa a las muchachas para ir al baile y estaba muy mal visto que alguna moza fuese sola.
En El Recuenco, según María José Sánchez Moreno [“Cancionero de El Recuenco”, Cuadernos de Etnología de Guadalajara, 30-31 (1998-1999), 141-226], hacia el día 10 de diciembre ya se oían las primeras zambombas que se solían hacer utilizando vasos de colmena, bidones de madera y pieles con carrizos entresacados. Luego, no faltaban en la misa “del Gallo” junto a otros instrumentos, botellas y cucharas, almireces y panderetas… Después, los mozos hacían sus rondas por grupos casa por casa pidiendo el aguinaldo a cambio de villancicos como este, del que se estaba perdiendo la música y la letra:
“El niño Dios se ha perdido
por el mundo va pidiendo
llega a la puerta de un rico
y le achuchan los perros.
Los perros le achuchan
y nada le hicieron
¿cómo no castiga Dios
a esos soberbios?
Madre a la puerta hay un niño
más hermoso que el sol bello,
y sin duda que tiene frío
porque el pobre viene en cueros.
Anda y dile que entre
y se calentará
porque en este mundo
ya no hay caridad
ni nunca la ha habido
ni nunca la habrá…”.
Algo distinta era la celebración de la Navidad en La Vereda. El día 31 de diciembre, San Silvestre, los mozos se reunían en una casa con el fin de elegir al que haría de botarga ese año, que por lo general era el que demostraba mayor interés en ello. Vestía “rayas” y “chambra” (blusa) de colores oscuros, alpargatas y un cinturón del que pendían algunos cencerros. No llevaba máscara y por eso se tiznaba la cara, cubriéndose, además, con un pañuelo y un sombrero de paja, llevando un largo garrote.
Así vestido y con otros mozos acompañando la ronda al sonido de un gran tambor propiedad del Ayuntamiento, salía el botarga recorriendo todas las casas del lugar. Al llegar a cada una entonaban el aguinaldo -“el cantar de San Silvestre”- con el único acompañamiento del mencionado tambor. El botarga llamaba a las puertas con la garrota y, cuando le abrían, entraba corriendo a la cocina para remover las ascuas del fuego en busca de patatas y chorizos asados. Daba saltos haciendo sonar los cencerros y si había mozas o niños en la casa bailaba con ellos, mientras que los más pequeños le cantaban eso de:
“Botarga la larga, la cascaruleta
que más vale mi pelo que tu chaqueta”.
El grupo llevaba cestas y alforjas para recoger por separado el aguinaldo de los mozos y el de los hombres, que se subastaba el día de Año Nuevo y que solía consistir en chorizos, legumbres y cereales.
Si en casa había algún mozo, éste invitaba a la comparsa a entrar y comer torreznos, pastas con anís y así continuaba la ronda durante toda la noche.
La noche de Año Nuevo se juntaba todo el pueblo en la “casevilla” (Casa de Villa) donde se subastaba el aguinaldo de los hombres recogido la noche anterior. Allí se repartía vino entre los asistentes, finalizando la noche con un baile. El dinero recogido se gastaba en sufragar los gastos del “común”.
Señala también Francisco Marín Moreno (de la Asociación Cultural “Hijos de La Vereda”) [“El ciclo festivo tradicional de La Vereda”, Cuadernos de Etnología de Guadalajara, 38 (2006), 261-267], que el día de Reyes se celebraba un concejo abierto entre vecinos, donde se elegían los cargos del “Ayuntamiento popular”, especie de Ayuntamiento ficticio y paralelo, que regía a lo largo del año la vida cotidiana del lugar: “el alguacil” y “el perito”.
Hasta que a finales de los años sesenta del siglo XX, la despoblación hizo que dejara de celebrarse.
Como vemos, tradiciones de gran interés folclórico que si todavía no han desaparecido, lo irán haciendo paulatinamente.